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ОглавлениеCAPÍTULO 1
DESCUBRIENDO LAS REGRESIONES
Cuando en mi niñez observaba a las personas que especialmente llamaban mi atención y de pronto las veía en otros lugares o haciendo cosas que no podía comprender, jamás hubiese imaginado que era una forma de psicometría en el tiempo, o mejor dicho, a través de los tiempos.
Eran pequeños flases de fragmentos que nada tenían que ver con estas gentes, por eso cuando mi abuela me prohibió hablar de eso, explicándome que algo en mi mente no andaba bien debido a los graves episodios presenciados en la convivencia con mis padres durante mis dos primeros años de vida, obedecí, le creí y me callé para siempre, o mejor dicho para casi siempre.
Treinta y seis años más tarde, cuando conocí a mi segundo esposo y por fin pude hablar con claridad, le expuse esos episodios y varios más, esperando alguna respuesta o un claro en el oscuro bosque de mi cabeza con el que tuve que aprender a convivir.
Edgar pertenecía a una familia vinculada al mundo espiritual, por lo que lo había mamado desde la cuna; más adelante acrecentó sus conocimientos con diferentes cursos, especializándose en la metafísica. Aparte de eso, su marcada sensibilidad y sus guías espirituales le fueron llevando a través de la vida hacia las personas y maestros adecuados llenándose de sabiduría intelectual en los temas espirituales y sobre todo aumentando su intuición, y de esta forma llegó hasta mí.
Comenzamos nosotros solos, en nuestro pequeño apartamento del centro de Marbella, haciendo la primera regresión guiada por él, a través de una meditación adecuada.
—Respira profundo y más profundo y déjate llevar —susurraba Edgar mientras yo abandonaba la sala, entre un somnoliento agudizar de los sentidos que se crecían con cada respiración y con cada visita de los guías de otros planos.
Fue una meditación extensa y propicia para la ocasión, e hizo saltar la chispa del porqué habíamos escogido esta ciudad para vivir.
En la grabación que con sigilo hizo mi novio en aquel entonces se podía apreciar con lujo de detalles nuestras vivencias en las inmediaciones del casco antiguo, en una época donde todos éramos árabes. Salía el relato de la indumentaria, las costumbres, mis hermanas, que éramos siete en total, entre las que pude reconocer el rostro de algunas personas de mi entorno, como mi cuñada mayor, por ejemplo. ¡Parecía un cuento de las mil y una noches! Yo lucía un pelo muy largo y ensortijado, aunque luego tuviera que taparlo y fue ese el motivo de la gran envidia de mi suegra de esa época, que solo quería cortármelo y echaba verdaderas pestes por su boca al hacer referencia al mismo. Ella creía que su hijo (mi actual pareja) estaba hechizado por mi cabello. Ella es mi madre en la vida actual y también desde niña ha querido cortar mi pelo; de hecho lo hizo en muchas ocasiones, desatando la furia de mi padre cuando oía mis llantos ensordecedores. Posiblemente ella pensara que era lo mejor para que el cabello creciera fuerte y sano después. Cuando crecí... no cambió de idea. ¿Sería posible que esta manía la trajera implícita en su memoria akáshica de otra vida?
En otra secuencia vi y sentí en mis propias carnes como llegaba al final de mis días, estando embarazada de cinco meses, a consecuencia de un infarto; se me comunicó entonces mediante un guía espiritual, un maestro de las memorias del alma, que el bebé volvería a nacer de mí, y hoy es mi hijo mayor y es posible que su espíritu recordara los akáshicos de su anterior nacimiento, puesto que esta vez hubo serios problemas al darlo a luz por cinco vueltas del cordón umbilical. ¿Coincidencia o memorias del pasado que necesitaban sanar y cerrar ciclo? Aún me lo estoy preguntando.
En otro de los capítulos de las andaduras de mi alma, pude presenciar como acudían a mí diferentes soldados de la época de Carlo Magno, para ser curados con mis aguas y varias plantas entre las que yo nombraba, somnolienta, los helechos. También reconocí a otras almas de mi actual paraje, entre ellas se encontraban Edgar, mi hijo Ezequiel, y varios amigos y amigas conocidos, otros no tanto.
Vivía en lo que parecía una choza y no tenía a nadie como familia. En la grabación se escucha, con voz muy triste, cómo fui abandonada por la que era mi madre. No sabía el motivo, pero en mi actual vida tuve el gusto de conocerla. Fue una grata sorpresa en uno de los viajes a Argentina. Nos estábamos quedando en casa de un primo de Edgar y su esposa, por cierto muy hospitalarios y encantadores. A ella no la conocía, pero había un magnetismo excepcional entre nosotras, algo inexplicable por ambas partes. Caí muy enferma debido a un neumococo, por lo que ella se volcó de una forma inaudita; su preocupación casi la llevó al límite buscando médico, llevándome a los análisis y cuidando cada detalle para que yo, postrada en la cama, no dejara de comer, de beber líquidos, de ponerme aerosoles, etc. Fue entonces cuando, en tantas horas febriles de cama, tuve una revelación y, medio trasvolada, volví a aquella secuencia donde pude reconocer la energía y el rostro, aunque mucho más moreno. Había sido mi mamá; sí, la misma que me había abandonado. Pasados dos días, se lo comenté y, para mi sorpresa, ella ni se inmutó. Respondió que así lo había sentido, ya que su desesperación por mí la había llevado a esa conclusión: se sentía como madre, queriendo cuidarme y mimarme, y agregó:
—Seguro que estoy resolviendo algo que no hice bien.
Era evidente que se estaba cerrando un karma importante, el posible acuerdo al que nuestras almas habían llegado antes de nacer en esta nueva vida.
Volviendo a la misma regresión, salió el nombre del pueblo, y nuevamente… ¡Sorpresa! Medina del Campo, otra vez España. Parecía la época de la Inquisición, puesto que un cura y un alcalde o algo parecido me llevaron a la hoguera, confundiendo los términos de bruja con sanadora o curandera. Una chica muy joven gritaba y lloraba por mí, era la hija del alcalde o intendente y parecía muy amiga o seguidora mía, por este motivo fue brutalmente golpeada por su padre y hoy en día es mi guía espiritual, Marta. Por fin pude saber de qué me conocía. Fue terrible sentir en mis propias carnes, aun estando en trance, la quemazón en mi piel y la asfixia total. Edgar se las vio negras para sacarme del sueño y se llevó un gran susto; fue en ese momento cuando uno de los maestros ascendidos que atienden estos trances le explicó, a través de mi boca, que debía de darme la orden de verlo siempre desde arriba para no involucrarme. Justo ahí descubrí el motivo de mi gran miedo al fuego, a prender cerillas o encender mecheros. Debo decir que lo hago ya normalmente desde entonces.
Casi nunca me acordaba de todas las escenas vividas, pero sí me quedaban grabadas algunas, y también ciertas caras; unos días sí y otros no, aún no sabemos por qué.
Nuestra vida transcurría tranquila, con nuestros trabajos respectivos y mucho salir a pasear con nuestro lindo perrito que tanta compañía nos hacía.
A los pocos días de esa profunda regresión, fuimos a una ciudad cercana, a un funeral de alguien conocido. La capilla era muy pequeña por lo que nos pusimos justo de pie, atrás, frente al altar. El sacerdote no llegaba y alguien lo tuvo que llamarlo por teléfono; se había quedado dormido. Él lo contó mientras pedía disculpas en el púlpito, alegando que jamás le había pasado semejante cosa. De repente cruzó sus ojos con los míos y no los quitaba de mi persona, casi me sentí cohibida. Yo llevaba un vestido blanco y estaba muy bronceada y pensé que tal vez estaba muy llamativa. De pronto comenzó a sudar, sin quitarme sus pupilas de encima y alegó:
—¡No sé qué me pasa! Empiezo a sentirme mal. Nada me duele, a no ser el alma.
Bastaron esas palabras y entonces reaccioné. ¡Era el mismo cura que había visto en el último registro akáshico! Otra vez repetía de ministro de la Iglesia católica y era evidente, o al menos yo así lo creí, que su espíritu había reconocido al mío. Edgar no daba crédito cuando se lo pude contar, después de salir de mi asombro.
Pasados unos días me encontré, mientras paseaba a Trasgu, con el hijo del señor del funeral y le pregunté si había sabido algo del sacerdote, a lo que me contestó que sí, que era su amigo y estaban en contacto. Dijo que estaba totalmente sano, que se había sentido muy nervioso en la pequeña iglesia, sin saber por qué y que solo necesitó dormir para que aquel malestar desapareciera del todo.
Yo seguía pensando, dentro de mi locura, o fantasía, o recuerdo kármico, que me había reconocido. Qué su «yo» interior sabía que nos íbamos a encontrar y es por eso que no acababa de llegar a dar la misa.
Una vez más los recuerdos de las almas eran precisos.