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III
ОглавлениеDespués de haber reposado bastante, Stefano bebió un café y volvió a la comisaría para ver cómo proseguía la investigación sobre el atracador.
Entró y supo enseguida su nombre. Un colega le dijo también que, en su ausencia, se estaba ocupando de la investigación una tal Alice Dane de Scotland Yard.
Se puso inmediatamente en contacto con ella para posibles noticias.
Saltó el contestador automático, así que le dejó un mensaje para decirle que iría al local de Mauro Romani en el número 68 de la vía Rizzoli para discutir sobre la investigación en curso.
Por lo que salió enseguida para dirigirse a la cita: estaba ansioso por tener noticias sobre Daniele Santopietro. Subió al coche y encendió la radio. Se relajaba mientas la escuchaba. Pasó rápidamente muchas emisoras. El cielo sobre él era limpio y sereno. Escuchó un ruido en la radio, era muy débil.
Poco después el cielo se apaciguó ligeramente.
El ruido aumentó de intensidad. Se estaba convirtiendo en ensordecedor. El cielo se puso oscuro, negro.
El ruido era cada vez más fuerte, irresistible. Stefano no podía soportarlo ya y decidió apagar el motor.
De repente el ruido se aplacó. Stefano creyó que estaba a salvo e intentó abrir la portezuela para salir del coche, pero enseguida se dio cuenta de que estaba bloqueada y la radio se apagó.
Desde los bordes comenzó a salir humo que le hacía que le ardiesen los ojos. Mientras tanto vio que las manijas internas de la puerta comenzaron a moverse, deslizándose como serpientes.
Eran serpientes.
Stefano Zamagni estaba inmerso en una atmósfera de pesadilla, con el humo que le irritaba los ojos y las serpientes que se deslizaban a su alrededor.
Definitivamente, debía hacer algo si quería salir vivo de su propio coche y también rápidamente.
Se acordó, por casualidad, que tenía papel de periódico justo detrás del asiento.
Pensó en quemarlo para asegurarse de atontar a las serpientes con el humo producido y de esta forma escapar.
Afortunadamente para él lo consiguió.
Mientras huía vio cómo el humo del cielo se desvanecía y dejaba una frase inquietante.
VOLVERÉ
Stefano sintió un escalofrío sólo de pensarlo.
El humo desapareció en la nada y el coche explotó con un enorme estruendo. Stefano pensó de inmediato en el libro rojo que había encontrado en el sótano del local de Mauro. Quizás las dos cosas estaban conectadas de alguna manera.
Para empezar, escapó. Estaba nervioso y corría a lo loco debido al miedo. Parecía como si tuviese detrás de él al demonio en persona. Pero no podía ser el demonio, pensó.
¿O quizás lo era realmente?
Intentó apartar de la mente aquel pensamiento.
Debía permanecer tranquilo, en caso contrario todo habría acabado para él; pero le resultaba difícil después de lo que había visto.
– ¡Permanece tranquilo, tranquilo, tranquiloooo!
Estaba a punto de enloquecer.
Debía contenerse.
Aguanta, sino todo habrá acabado. Aguanta.
Casi había llegado al local de Mauro.
Faltaba poco, como máximo medio kilómetro.
Casi lo había conseguido. Un poco más y llegó. Sano y salvo, por suerte.
Ahora finalmente podía estar tranquilo, sin que el demonio corriese detrás de él.
Al menos así lo creía. Debía creerlo: no podía estresarse de aquella manera.
¡Quién sabe lo que pensará de mí Alice en cuanto me vea tan andrajoso!
Stefano fue al mostrador de Mauro que le puso su especialidad: Bloody Mary con mucha pimienta. Por lo que decían los clientes habituales debía ser una delicia.
Stefano pensó que valía la pena probarlo así, a lo mejor, se calmaría.
Esperó unos minutos y después llegó Alice.
Se atemorizó al verlo tan magullado y le preguntó qué le había pasado que había sido tan malo.
Él se lo contó.