Читать книгу El Precio Del Infierno - Federico Betti, Federico Betti - Страница 7
VI
ОглавлениеEl vestíbulo del edificio era bastante amplio, con las paredes recién pintadas y una lámpara halógena en el techo. Las escaleras eran de mármol gris con un pasamanos de madera clara, quizás de bastante calidad para un chalet.
Alice concluyó que Stefano vivía de manera lujosa.
Subió al segundo piso y vio a la derecha una puerta abierta y a un hombre en el umbral. Comprendió que aquel debía ser su compañero de trabajo y se dirigió hacia él.
Stefano la condujo hasta el salón y la hizo sentarse en una butaca con apoyabrazos taraceados. Alice echó un ojo a todo el piso.
– ¿Cuánto te cuestan todos estos lujos? –le preguntó.
– ¡Oh…no demasiado! lo tengo alquilado por cien euros al mes –respondió él.
– ¿Cien…? –dijo Alice.
–Euros al mes. Sé que se trata de una cifra irrisoria, también yo me quedé de piedra cuando el propietario me lo dijo. Bueno, vamos al grano, dime el motivo por el cual me has despertado a estas horas de la noche.
–Bueno…me ha telefoneado otra vez esa persona, es decir…esa Voz. Y no es todo. Ha vuelto a aparecer aquella frase en el suelo de la cocina –dijo ella.
– ¿Otra vez? ¡Entonces no estabas loca cuando he ido a tu casa!
–Tú no lo creías.
–Me debía convencer. ¿Quieres un café?
–No gracias. No quiero ponerme más nerviosa de lo que ya estoy.
–Como quieras –dijo él.
–Quería preguntarte una cosa, si no te molesta.
–Escupe.
– ¿Podría quedarme aquí por un tiempo, por lo menos hasta que no encontremos a ese tío? ¡Tengo miedo! ¡Me muero de miedo! No obstante te juro que si lo encuentro le hago pasar las ganas de romper los cojones a la gente. ¡Maldito hijo de puta!
–De acuerdo. Pero ahora cálmate y verás cómo lo encontraremos –le dijo acompañándola al dormitorio. Tú podrás dormir aquí –dijo.
Ella apoyó la cabeza en la almohada y se quedó dormida inmediatamente en un sueño reparador que duró hasta las ocho de la mañana siguiente sin ni siquiera ninguna interrupción.
Hasta las ocho no escuchó la Voz y fue muy feliz.
Alice se levantó preguntándose como iría la investigación en Bologna. Le gustaría haber tenido noticias…y buenas, por lo menos por una vez. Cuando Stefano se despertó, desayunaron juntos.
Alice había preparado un poco de café y algunas galletas integrales que, después de probarlas, las había encontrado exquisitas. La mesa estaba preparada.
–Muy buenas estas galletas –dijo Alice – ¿Dónde las has comprado?
–Bueno…en el supermercado al final de la calle. Justo la semana pasada he conocido al propietario. Se llama Lucio…ah, Tabellini. Ha sido él quien me ha aconsejado estas galletas. Ha dicho que las han puesto a la venta hacía poco y se venden volando. Ha tenido que hacer otro encargo inmediatamente porque las había terminado casi enseguida –explicó Stefano.
– ¿Cómo se llaman? Uncle Fred’s Scones…quién sabe si no se encuentran también en Bologna –dijo Alice.
Se comió una docena, de lo buenas que estaban.
Cuando acabaron el desayuno pensaron en lo que iban a hacer.
Stefano Zamagni dijo a Alice que ella ahora estaba demasiado nerviosa a causa de aquellas malditas llamadas telefónicas nocturnas y que sería mejor que se quedasen juntos en San Lazzaro di Savena, ella para estar alejada de aquella Voz amenazadora, él para protegerla. Telefonearían a la comisaría para decir que estarían ausentes durante unos días y que proseguirían la investigación desde donde se encontraban y yendo a Bologna sólo en el caso de que fuese necesario.
El capitán estuvo de acuerdo.
Ahora, Stefano Zamagni quiso enseñar San Lazzaro a Alice para que conociese mejor el lugar y sus habitantes. Comenzó con Emma Simoni, su vecina de edificio. En cuanto llamaron fue a abrir.
Vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta multicolor. Decía que se sentía joven a pesar de la edad. Les quiso invitar a unas pizzette de las que solía hacer. Alice ya las conocía ya que Stefano Zamagni le había llevado alguna a comisaría, y las tomó con muchísimo gusto.
Emma era feliz de tener huéspedes inesperados porque se estaba muriendo de aburrimiento.
Stefano le presentó a Alice y le dijo porque estaba allí con él, dado que la agente de Scotland Yard vivía en un piso en Bologna.
–Comprendo –dijo la mujer volviéndose hacia Alice.
–Es un mal momento para mí –dijo la colega de Stefano Zamagni –Espero que pase pronto.
El policía decidió despedirse de Emma para poder seguir el recorrido de reconocimiento de San Lazzaro di Savena junto con Alice, que, mientras tanto, había comenzado a ambientarse.
Stefano Zamagni acompañó a Alice Dane a donde estaba el señor Mazzetti, en la ferretería de la otra parte de la calle.
La puerta de la entrada tenía cristales con una tonalidad ahumada montados en madera con un estilo antiguo que llamó particularmente la atención de Alice.
Cuando los dos entraron, el dueño estaba atareado arreglando un pequeño objeto de forma alargada.
–Buenos días, Luigi –lo saludó Stefano Zamagni – ¿Cómo estás?
–Bien, gracias. No hay muchos clientes a esta hora, de todas formas ya estoy habituado –respondió el hombre. – ¡Oh! ¿Y quién esta bella chavala que va contigo, Stefano? –continuó, esperando una respuesta.
–Es verdad, Luigi, te presento a Alice. Es una nueva compañera de trabajo que ha venido a San Lazzaro di Savena –dijo Stefano viendo una sonrisa en los labios de Mazzetti.
–Encantada de conocerle –dijo Alice.
–El placer es mío –respondió Luigi mientras terminaba de arreglar aquel extraño objeto que todavía tenía entre las manos.
Dado que se había hecho tarde se quedaron muy poco tiempo en el negocio, a continuación salieron y se fueron al supermercado, donde hicieron una breve parada para saludar al propietario Lucio Tabellini y a la cajera Jessica Mareschi. Antes de salir Alice felicitó al dueño del negocio por la excelente elección de esas galletas que había comido en casa de su colega esa misma mañana.
Tabellini se lo agradeció de corazón y le aseguró que continuaría pidiendo el producto.
Mientras se estaba dirigiendo hacia la vía San Lazzaro Stefano se volvió hacia Alice.
–Ahora te presentaré al alcalde de San Lazzaro. Se llama Giovanni Bulleri.
La vía Emilia Levante podía ser considerada la calle más importante de San Lazzaro di Savena y en ella se encontraba el Ayuntamiento.
El edificio destinado al consistorio tenía tres pisos con grandes ventanales que estaban protegidos por rejas grisáceas que hacían parecer el ayuntamiento como una prisión, si no hubiese sido por el hecho de que tenía ventanales en vez de las clásicas ventanitas de diez por quince centímetros, como máximo, que tienen las prisiones del Estado.
Alice y Stefano entraron en el edificio y los pasamanos de madera taraceada atrajeron de inmediato la atención de ella. Subieron las escaleras y llegaron hasta un panel en el primer piso, justo en el centro de la pared de la izquierda. Allí estaba representado el esquema de cada una de las oficinas presentes en el edificio. En el centro del panel estaba escrito en letras mayúsculas OFCINAS y justo debajo PRIMER PISO, INT. 1 REGISTRO CIVIL, INT. 2 OFICINA DE OBJETOS PERDIDOS, SEGUNDO PISO, INT. 3 LIMPIEZA URBANA, TERCER PISO, INT. 4 ALCALDE Y SECRETARÍA, INT. 5 OFICINA DE SEÑALIZACIÓN DE CARRETERAS
Los dos policías subieron al tercer piso y, una vez llegados, vieron la puerta de la izquierda con el letrero ALCALDE y llamaron a ella.
Les abrió una muchacha con una camiseta roja y puños color dorado y un par de pantalones color beige.
–Buenos días. ¿Qué desean?
–Querríamos conocer al alcalde.
– ¿Tenéis una cita?
–No –respondió Zamagni –pero tenemos esto.
–Sentaos, por favor –dijo la secretaria al ver el distintivo de la policía –lo llamo enseguida.
Los dos se sentaron en butacas de piel suave y esperaron a que llegase.
Después de unos minutos se presentó ante ellos un hombre de unos cincuenta años.
– ¿Querían verme? –preguntó el hombre.
–Sí. Somos…
–Sí, lo sé –lo interrumpió Bulleri.
–Perfecto. Quería presentarle a mi amiga Alice Dane.
– ¡Claro! Entrad.
La oficina del alcalde era bastante amplia con cuadros en todas las paredes que daban un toque de elegancia al lugar.
Bulleri les ofreció un cigarro puro.
–Son de calidad. Vienen de La Habana.
Stefano Zamagni lo aceptó, aunque no había fumado ninguno antes, Alice le agradeció la invitación y se excusó diciendo que no soportaba el humo. En realidad lo odiaba.
Cuando Stefano acabó de saborear el buen cigarro cubano, sin encenderlo, los dos se despidieron del Primer Ciudadano y salieron de la oficina y del ayuntamiento.
Mientras tanto ya había atardecido. Habían transcurrido el día entero entre las calles y los lugares de San Lazzaro di Savena