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CAPÍTULO I UN POCO DE HISTORIA SOBRE LOS LAZOS ENTRE LOS DOS PAÍSES
ОглавлениеNo es mi intención en este capítulo hacer una revisión profunda de las relaciones históricas entre los dos países. Hay libros excepcionales sobre la historia de Portugal y de España que dejarían cualquier intento en este sentido por mi parte en un atrevimiento, yo diría que casi irresponsable. Sin embargo, sea por claridad, sea por aportar un mínimo bagaje intelectual, creo que es importante dejar claras las distintas fases por las que, a lo largo de la historia, han pasado las relaciones entre los dos países.
Desde que llegué a Portugal, he creído que existe un desconocimiento profundo sobre este tema por ambas partes (si bien es cierto que el desconocimiento es muy superior por parte española). Así que considero que, antes de pasar al debate que sigue en los capítulos posteriores, es necesario tener claras algunas fechas claves.
Con la perspectiva que da el tiempo, y a la luz de la historia, la situación actual de las relaciones entre los dos países no es sorprendente. El repaso que haremos a continuación viene a confirmar que, a raíz de la independencia de Portugal, los dos países han vivido una historia en paralelo que solo converge en contadas ocasiones. No hay posiblemente en toda Europa dos países que, siendo vecinos, tengan una evolución, por un lado, tan paralela y, por otro, tan separada. Siendo vecinos, prácticamente desde la independencia de Portugal, los dos países han vivido cultural y socialmente de espaldas al otro. Por ello, no es difícil entender que las relaciones sean a veces, como veremos, complicadas: Sencillamente no nos conocemos. Y nunca el desconocimiento fue buen abono para el desarrollo de la cooperación y de las relaciones fluidas.
Al mirar la historia parece que, sin ánimos de intentar definir una nueva teoría sobre la evolución de la lógica de la construcción de los dos países, los pueblos que en distintas alturas invaden la península centran sus esfuerzos de conquista y dominio en el área del mediterráneo y como mucho en la cantábrica, ya que el comercio en ellas era mucho más importante. Cualquier pueblo que entrara en la península debía asegurar, como prioridad, el dominio por tanto de las costas mediterráneas, ya que había que aprovechar las riquezas y potencialidades económicas y salvaguardarlas de los distintos enemigos que intentaban entrar. Así, parece que las partes atlánticas de la península quedan, si bien también expuestas a la invasión, a merced de procesos diferentes a los que marcan al resto de la península.
Si a la agresividad de los pueblos y tribus que querían entrar por la parte mediterránea se unen las dificultades de los transportes de la época, no es difícil entender que la parte atlántica quedara en muchas ocasiones menos «ocupada» y fuera objeto de presiones de diferente grado. Primero había que asentarse en el mediterráneo y luego expandirse todo lo que se pudiera. Pero la expansión era lenta y difícil. Al mismo tiempo, hay que recordar que en aquellos momentos el Atlántico era el fin del mundo. Más allá no había nada. No tengo idea de si los primeros reyes portugueses tuvieron o no la visión de que aquello era una oportunidad. Pero, desde luego, esto tiene mucho que ver con el hecho de que la frontera entre los dos países sea la más extensa que existe entre dos países de Europa y la que más tiempo se ha mantenido sin alteraciones.