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7. EL SIGLO XX

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Durante en el siglo XX ambos países siguen una evolución institucionalmente paralela, con adelanto por parte de Portugal en algunas ocasiones y de parte española en otras. En el caso portugués la primera República aparece en 1910 cuando el rey Manuel abdica. En España esto se produce un poco antes, en 1873 con la primera República y luego en 1931 con la segunda. El período de golpes militares también lo inicia España con el golpe de Primo de Rivera en 1923. Portugal sigue con el golpe del General Gomes de Costa en 1926. La dictadura llega antes a Portugal, en 1932, cuando Salazar sube a la jefatura del consejo de Ministros. Los españoles preferimos enzarzarnos en una guerra hasta 1939, tras la cual seguimos los derroteros iniciados por el vecino, con la toma de la jefatura del Estado por Francisco Franco. Salazar fundó el «Estado Novo», algo parecido a lo que Franco hizo en España tras el fin de la guerra. Portugal entró de nuevo en la democracia en 1974 tras la Revolución de los Claveles. España lo hizo en 1975 sin revolución, más bien por «defunción». Tras ello, y después de dos procesos de transición muy diferentes, ambos países entran en la Comunidad Económica Europea en 1986.

Puede decirse que es solo a partir de la adhesión a la Comunidad Económica Europea, cuando las relaciones entre los dos vecinos comienzan a fluir un poco más. La eliminación de las fronteras y la mayor apertura al exterior a la que fuerza la entrada en el mercado europeo son las razones principales de esta apertura. Finalmente Portugal puede entrar en España para ir a Europa o para operar en ella y España debe permitir el paso sin trucos. Al mismo tiempo, España tiene las puertas abiertas para entrar en Portugal.

En la transición de los dos países a la democracia, no podemos caer en el error de pensar en procesos idénticos. Hay semejanzas, sin duda. Pero hay tres hechos estructuralmente diferentes que, desde mi punto de vista, van a marcar las distintas evoluciones que los dos países siguen durante el período a partir de 1975:

1. La transición española es una transición difícil pero definitivamente más «consensuada» y menos «polarizante» que la portuguesa.

Amparada por una figura de prestigio como el rey Juan Carlos y presidida por el recuerdo de una guerra civil con cientos de miles de muertos, la clase política en España se pone como meta intentar llegar a acuerdos y se compromete a hacer del consenso una estrategia clave en las negociaciones, aunque ello signifique renunciar a pretensiones históricas por parte de muchos de los grupos políticos. Lo cierto es que el espíritu del consenso, quizás por única vez en la historia de España, gobernó los destinos del país.

La transición portuguesa muestra una mayor polarización de posturas y un menor interés por el consenso. De hecho, esta polarización conduce a la expropiación de muchos empresarios al inicio de la revolución, y a la puesta en marcha de medidas políticas, económicas y sociales «más polarizantes» que, sin duda, hicieron perder a Portugal muchos años en la carrera hacia el mayor crecimiento económico.

En este sentido, es curioso señalar que, según algunos de los protagonistas de transición española, la propia Revolución de los Claveles actuó de «moderadora» de los ánimos en España. Hay quien dice que cuanto más iban los líderes de la izquierda española a Portugal, «más derechizados y dispuestos a dialogar» volvían.

2. Portugal no solo se enfrenta a la instauración de la democracia, sino que se enfrenta al mismo tiempo a la pérdida de las colonias y a la desaparición en gran medida del espíritu empresarial.

No cabe duda pues de que la complejidad del proceso es infinitamente superior a la del español.

Respecto a las colonias, desde 1898, con la excepción del Sáhara, España ni se beneficia ni se hipoteca con sus colonias. Simplemente las pierde. No es el caso de Portugal. La transición a la democracia se produce al tiempo que sus principales colonias, como Angola, Mozambique, Guinea y Cabo Verde se independizan. Todo proceso de descolonización supone un período de ajuste económico importante, ya que la metrópoli en general, y el Estado en particular, dejan de ingresar fondos a los que se habían acostumbrado. Suponen estos procesos también normalmente un período de crisis social, en el sentido de que la sociedad no quiere dejar de tener los privilegios que las colonias les proveían y debe asumir al mismo tiempo que todo lo que se construyó y las fortunas que allí se habían creado desaparecen de la noche a la mañana. Miles de personas se ven obligadas a volver dejándolo todo. Y aquellos que estaban en Portugal y recibían dinero de las colonias dejan de hacerlo de la noche al día.

Respecto a la desaparición del espíritu empresarial, lo cierto es que con la «expropiación» de cientos de empresas, se produce, por un lado, un vacío en la economía del país y, por otro, una «sacralización del espíritu del funcionario». Todo lo público se asocia con positivo, y parece que todo aquello que sea iniciativa privada es tachado de negativo. Esto sin duda tendrá un efecto devastador en el empresariado medio, en el espíritu de competencia y en la salida de empresas fuera del país. Así también, creo que generó una mentalidad podíamos decir de «conformismo»: fuera cual fuera la situación social y la calidad en el trabajo de un individuo, no se le iba a recompensar ni por el riesgo ni por un buen trabajo. Hiciera lo que hiciera no importaba: el Estado proveería.

3. España tiene en el momento de la transición una clase media más importante que en el caso portugués.

Durante los años cincuenta y sesenta surge en España una clase media con cada vez mayores recursos y con mayor peso específico: Una clase de pequeños y medianos empresarios que alcanzan el treinta por ciento de la población. Al mismo tiempo, la clase obrera tiene en muchos casos la aspiración de pasar a formar parte de esa clase superior, y por tanto se torna menos polarizada.

Quizás pueda decirse que en el caso portugués la clase obrera es la que más influye en la transición. El progreso económico de Portugal y de España es parecido en magnitud durante las dictaduras, pero lo cierto es que su distribución fue muy diferente.

En el caso portugués el peso específico de la clase media no fue tan relevante y el poder de las «élites» y «familias» durante la dictadura fue más evidente. La diferencia entre las clases fue quizás demasiado grande y eso hizo que la clase trabajadora no viese el progreso hacia la clase superior como posibilidad, con lo que las posturas se tornaron más polarizantes. Como hemos dicho en el apartado anterior, la expropiación a los empresarios existentes mata la capacidad de la clase media que existía para dar el salto y crear sus propios negocios e instaló una mentalidad de funcionariado en una capa significativa de la población.

Esta clase media en España tuvo una influencia fundamental en el desarrollo de una clase empresarial de pequeñas empresas y negocios que han sido protagonistas de gran parte del desarrollo económico español de los siguientes años y de la salida de la economía española al extranjero en general y a Portugal en particular.

No sé dónde lo leí, pero recuerdo con claridad la anécdota que el embajador de los Estados Unidos en España en los años 74 y 75 relataba tras los turbulentos incidentes que se produjeron en Portugal tras la revolución de los claveles en 1974. Fue un día a ver a Franco, quien por aquel entonces ya estaba muy enfermo. Aparentemente el motivo formal era solo interesarse por su salud. Pero el propio Franco le manifestó que suponía que el motivo de su visita era manifestarle su preocupación porque lo que estaba aconteciendo en Portugal se repitiese a su muerte en España. «Bueno, ya que lo menciona, sí que me gustaría tener su punto de vista sobre el asunto», parece que tuvo que admitir el embajador. Según decía lo que leí, Franco le dijo: «No se preocupe, señor embajador, entre España y Portugal existe una diferencia fundamental: es la clase media, tiene mucho que perder. Y será eso lo que no permitirá que algo semejante suceda en España». Con el tiempo puede afirmarse que en cierta forma tuvo razón.

Todos estos factores que se dieron durante la transición a la democracia de los dos países, han afectado las distintas evoluciones económicas y sociales que se han vivido en los dos países desde entonces y han influido en que los dos países sigan rumbos algo diferentes.

Como dijimos antes, es solo a partir del ingreso conjunto de ambos países en la Comunidad Europea que los expertos dicen que los dos países comenzaron a «mirarse» un poco más de cerca. Esto nos deja con una realidad: los dos vecinos llevamos muy poco tiempo intentando conocernos. Siendo este período tan corto, debemos tener esperanza en que hay posibilidades reales de acercamiento sustancial y de colaboración. Aun así, los españoles han seguido ignorando a los portugueses como pueblo, y los portugueses, al tiempo que se han obsesionado crecientemente (sobre todo en la clase política y los medios de comunicación, como veremos más adelante) con España, la intentan evitar. Pero la realidad es que los intercambios económicos son crecientes y las relaciones, quieran los políticos o no, de los protagonistas de la economía real y financiera también lo son.

Los dos países han tenido sus propias agendas, y deben continuar teniendo distintos papeles en el mundo. Los portugueses y los españoles deben diseñar, por supuesto, su propio papel en el mundo y sus propias estrategias con independencia de lo que haga el otro. Pero los dos, actuando como un bloque, tendrían un peso muy superior al que tienen por separado en Europa. Este punto, yo creo que por obvio, parece hasta infantil. En los foros comunitarios cada uno por separado es significativamente inferior a los cuatro grandes (Alemania, Reino Unido, Italia, Francia) pero unidos tienen un tamaño muy semejante y, por ello, fuerza para imponer agendas comunes. Y no digamos en Latinoamérica.

El futuro pasa por un lado porque Portugal entienda y asuma la importancia que España tiene como importador fundamental de su economía. Por el otro, porque España entienda que Portugal es un mercado actualmente más importante para sus intereses estratégicos y su balanza de pagos que muchos otros considerados históricos aliados o «hermanos latinos». Por último los dos deberían ser conscientes de la situación que va a producirse cuando se lleve a cabo la incorporación de los nuevos socios de Europa del Este. Y el bloque que se incorpora seguro que sabe lo que es tener agendas comunes.

Pero por razones históricas y barreras que todavía existen no se dan ni la coordinación ni la colaboración que son necesarias.

Solo si entendemos estas barreras y tenemos determinación histórica para superarlas, podremos avanzar para escribir la historia futura. Vamos pues a comenzar el análisis de estas barreras y a iniciar la reflexión.

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