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S.O.S. ¡Me siento mal!

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Tenés una amiga de toda la vida, la conocés desde la secundaria. Siempre estuvo en las buenas y en las malas, la querés como a nadie porque es “especial”. Es compañera y gentil. Y cada vez que tuviste un problema de salud, estuvo a tu lado... Bah, especialmente cuando tuviste un problema de salud, porque es hipocondríaca y si hay un problema de salud nunca le va a sacar el pecho a las balas ¡Al contrario¡, se lo va a poner…

Es irreprochable en ese sentido, el asunto es cuando no hay de qué quejarse y todo está bien. Cuando las cosas están más que bien, siempre está dispuesta a que no lo estén tanto logrando hacer de un gran momento una tragedia casi inexplicablemente donde no había nada. Por ejemplo, van todas a bailar salsa. Están más que felices, el ambiente está bárbaro, la están pasando genial y tu amiga brilla entre todos por la cadencia de sus movimientos. En medio del candombe se para, casi violeta, empieza a mirar con cara de “me muero” y todas salen a socorrerla. Se para la música. Ella con ¡broncoespasmo!, que curiosamente termina cuando llegan a su casa.

En otra oportunidad, las dos parten hacia una quinta. El día es espléndido y en el recreo estarán el Príncipe Azul ¿o desteñido? que “te parte la cabeza” y su amigo, al que tu amiga tiene muchas expectativas de conocer. Llegan y la están pasando súper, comen la parrillada y todo va en “patines”. Se ponen alrededor de la piscina a charlar y bailar. En eso ella se te acerca y te dice que se tiene que ir, que se está poniendo mal, que el cuerpo le pica y que no sabe si es por el sol, la comida o algún bicho que la picó, pero que se está muriendo otra vez. Y agrega que, si no la acompañás se va sola, porque de esta no pasa… Hacés 50 kilómetros de vuelta por la vía rápida, vas a la guardia de la clínica a la que, desde su punto de vista, hay que ir y… ¿a qué no sabés que pasa? ¡No tiene nada! Te agradece por ser ¡tan buena amiga!

Todo está preparado. Se van a pasar un fin de semana largo al mar. El solcito ya calienta y sabés que hay muchas posibilidades de “pique”. Te prometió portarse bien y confiás… Después de todo, es tu amiga de toda la vida. Llegan a la playa, tu look: mallita y pantalla solar. El suyo: sombrero, pantalones de algodón largos (eso sí, blancos), remera de mangas largas, pantalla solar en una mano y libro en la otra. Hacés como si nada pasara, tu compañera es sólo un poco excéntrica… Te metés al mar y ella lee, volvés, le charlás un rato y vas de nuevo al mar. En eso ves que un montón de gente se amontona en la playa, pero, claro, desde adentro del agua no podés ver bien, así que salís de puro “chismosa” y cuando llegás la ves tirada en el piso con la boca abierta y sacando espuma. Y sí, es tu amiga… Parece que el desayuno no le cayó bien con el sol y además algo la picó… Bueno, muy bien no te supieron decir en la guardia, pero, eso sí, tiene prohibido por los próximos 5 años pisar la playa.

Última oportunidad, final de año, fiesta top, fiestón. Estás bailando con ese divino que te vuelve loca desde hace tres años. ¡Estás feliz! Este hombre te propone ir a un lugar más tranquilo y te la jugás, es “ahora o nunca…”, aceptás. Él te está abriendo la puerta del auto y por tu parte, como quien no quiere la cosa, te estás arreglando la ropa interior para la próxima situación. En eso llega tu amiga de toda la vida y te dice que no te podés ir. Le preguntás, “¡¿POR QUÉ?!”. Y te relata que algo extraño le está pasando, que supone que es una aneurisma o algo así… Tal vez un ACV, pero que tiene un cosquilleo en los brazos y que no los puede levantar bien. Bueno, te despedís de tu conquista y la acompañás hasta la guardia. Ahí, luego de tomografías y centellogramas computarizados, sólo le recomiendan un tranquilizante. La dejás en su casa y, después de que ella se deshace en disculpas, le decís: “Bueno, ¡está bien! Pero, por un buen rato, no me llamés más, ¿dale?”. Y enfatizás: “Pero por un buen rato, largo, largo…”.

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