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De eso no se habla

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Las mujeres somos “apoyadoras” las unas de las otras, y siempre buscamos decirle a nuestra amiga algo que le levante el ánimo, a veces corriendo el riesgo de ser unas grandes hipócritas.

Una vez íbamos caminando con una amiga por el barrio de Belgrano cuando creímos ver a otra amiga en común, pero no estábamos seguras, hasta que ella se acercó y nos dijo con dudosa felicidad:

-Hola Chicas, ¿cómo están?

Nosotras nos habíamos dado cuenta de que se había hecho algo terrible en el cabello al punto de no reconocerla. Pensamos que le iba a ser difícil salir de ahí, pero no se lo íbamos a decir…

-Carla, ¿sos vos? Estás distinta. ¿Qué te hiciste?

-Fui a la pelu y Johnny me convenció para que me hiciera este corte rebajado y unas mechitas azules y otras violetas ¡para que le den más vuelo!

-Sí, se nota que estás divertida, y además diferente…, le dice mi otra amiga.

Ella se va contenta, y yo le pregunto a mi compañera:

-¿Por qué le dijiste terrible pavada?

Mi amiga me responde:

-¿Qué querías que le dijese? ¿Que parecía la Torre de Pizza con bengalas de colores?

En otra oportunidad, me vi involucrada en una situación algo parecida. Estábamos entre mujeres hablando de la vida, una de ellas se había separado recientemente. Todo marchaba a las mil maravillas hasta que esta pobre mujer ve entrar al bar en el que estábamos, a otra amiga (de esas del estilo de las que se creen ganadoras). La infeliz sale como eyectada de su asiento para contarle a la otra lo que le pasó. Como puedo, trato de involucrarme en el intercambio menos imaginado que podía darse esa tarde porque la que tiene más calle que la vía pública, después de haber asimilado la historia le contesta:

-Bueno, pero vos bien, ¿no? Digo, no se te ve mal…

-Sí, bien, ¿vos me ves bien?

-Sí, sí… Bueno, ¡por lo menos lo podés hablar!

Nuestra amiga se va contenta y entonces, la mujer de mundo, la que sabe qué decir, cómo, dónde y a quién, me comenta:

-Está muy mal esta pobre chica, ¿no?

Le digo:

-Sí, pero, la verdad, no supe cómo hacer para que no abra la boca.

Ella, muy superada, me explica:

-¡Es que eso ni con anestesia general lo hubieses logrado!

Este relato se trata de un grupo de amigas que se reúnen a cenar una vez por semana. En uno de esos encuentros notan a una de ellas está un poco alicaída. Dice no querer hablar de lo que le pasa, pero insisten. Tiene a todo el auditorio a su merced, así que empieza a desembuchar…

Que tiene a su mamá con una enfermedad terminal que la está dejando “piel y hueso”, que su papá (como todas saben) está con Alzheimer desde hace 5 años, que el “hijo de su buena madre” de su marido como se sentía “desatendido”, se enganchó con la personal trainner, pero afirma que sólo fue una aventura pasajera, que su hijo mayor la hizo abuela y que su hijo menor le acaba de confesar sus dudas sobre lo que estaba estudiando y que como no sabe qué hacer de su vida, se va a tomar un año sabático y ya sacó pasaje para Europa.

En eso, en nuestra mesa, se escucha la típica frase que solemos odiar:

-Bueno… ¡YA TODO VA A PASAR!

¡¿Qué va a pasar?¡ ¡Por Dios! El padre está perdido, la madre se está muriendo, el marido le fue infiel, su hijo mayor acaba de tirarle un balde de hielo encima y el menor tiene “un corso a contramano en la cabeza”.

Pero, en fin, a veces las mujeres somos así. Cuando no sabemos qué decir, solemos recurrir a la frase con menos consuelo de la historia: “YA VA A PASAR”.

Tal vez es lo que nos enseñaron nuestras madres, quizás es lo que vemos en tantas reuniones y relaciones entre mujeres o simplemente es la salida más fácil. Sea porque es una salida simplista o de compromiso, porque no queremos involucrarnos -dado que en muchas oportunidades la realidad de la otra nos hace espejo con nuestra propia realidad- las mujeres recurrimos a escapes superficiales para aligerar los momentos duros de la vida.

Secretos de Mujeres

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