Читать книгу Secretos de Mujeres - Fernanda de Alva - Страница 29

Con un poco de ayuda, todas somos más divinas

Оглавление

Si hay un tema que suele revelar nuestras actitudes y reservas más insospechadas es el de las cirugías estéticas. Esta escena es típica:

Una amiga anuncia que se va a hacer las lolas (o sea se va a operar el busto, aclaramos por si dudan de la expresión). Algunas la felicitan y otras la miran con cara de ¿para qué? Entre las que la apoyan empiezan a preguntarle cuánto se va a poner y si ya sabe con quién se las va a hacer. Una declara que ella ya se las hizo y las demás la miran fascinadas. Así que ésta toma la batuta y comienza a compartir su sabiduría: “Mejor es si te las ponés por detrás del músculo y si te animás, que sean grandes, para que se te noten”. Entonces, las demás le preguntan si le dolió. Ella dice que “nooo”, que “nada que ver”, que quizás, las dos primeras semanas estuvo dolorida, “pero nada que no se vaya con un analgésico”. Así que luego le preguntan cuánto tiempo estuvo sin hacer actividad física y ella afirma que “no mucho, más o menos un mes y medio o dos. Lo más difícil era no levantar los brazos”, y el interrogatorio sigue.

De repente, cuando están en lo mejor de la charla, una le dice: “Están re naturales”, y otra más osada aún pregunta: “¿Podemos tocar?”. A lo cual, la dueña de las lolas, contesta, feliz de la vida, que “sí”, y todo se convierte en un testeo in situ de la cirugía realizada.

Cuando ya la mayoría está convencida de partir en tándem a “hacérselas”, sucede que emerge un clon de Uma Thurman en la película Kill Bill y dice: “¡Cuidado! Que esto no es joda. ¿Acaso no saben todas las cosas terribles que les pueden pasar? Rechazos, siliconas estalladas, infecciones, mujeres que no pueden volver a dormir boca abajo, encapsulamientos…”.

Todas la miran azoradas y, como si hiciera falta, esta asesina serial de ilusiones inicia un rosario de anécdotas negativas sobre implantes que las deja a todas de cama y agarrándose las tetas del pánico que les produjo.

Así que pasan a otro tema menos conflictivo, otra de las amigas presentes arranca: “¿Saben lo que me hice? Me puse Botox”. Todas la felicitan y luego pasan a examinar el trabajo. Se asombran de lo bien que le quedó y ella acepta contenta que ve su cara mucho mejor, como más fresca y relajada. Las otras asienten y le preguntan con quién se lo hizo y cómo es el procedimiento. La nueva experta en Botox cuenta que primero estuvo averiguando a través de revistas y programas televisivos e Internet, que luego charló con varias conocidas y que, por último, fue a lo de una doctora que le recomendó una amiga (que de esto sabe un montón y a la que le había quedado bárbaro).

Todas felices ya estaban sacando sus agendas nuevamente para anotar el teléfono de la doctora, cuando… ¡Zas! otro embate de Kill Bill: “¡Cuidado que eso no es para todas! ¿Acaso no conocen esos casos de mujeres a las que les produjo alergia? ¡Hay algunas, incluso, a las que se les cayó la mitad de la cara! Ni qué decirles de las que quedan con gesto de espantadas…”. Como si con eso no fuera suficiente, lanza una lista de actrices nacionales e internacionales a quienes, según ella, “con sólo mirarlas por la tele, una se da cuenta que tienen la cara como planchas y son absolutamente inexpresivas”.

Como acto reflejo, todas las amigas presentes se empiezan a tocar la cara y a imaginarse como si fueran una versión recargada de Frankenstein con faldas y, simplemente, se quedan sin palabras. Así que una, para romper el hielo del susto, propone: “¿Abrimos otro vinito?”.

Después del cuarto vino, una corajuda respira hondo y larga: “Chicas, yo no quise decir nada porque es bastante inocuo, pero, mañana me pongo ácido hialurónico”.

Silencio. “Es algo que te rellena los surquitos gestuales que nos marcan y nos envejecen sin necesidad. No tiene ningún efecto colateral”, agrega, como para aclarar. Entonces, todas se aflojan, se animan otra vez y empiezan a preguntar: “Pero ¿qué es el ácido hialurónico? ¿Cómo se pone? ¿Cuánto dura?”.

La consultada está explicando que es una especie de relleno y que, además de éste, una se puede poner otros rellenos naturales (es decir, por ejemplo, pequeñas cantidades de tu propia grasita para rellenar pómulos), cuando adivinen qué pasa. Kill Bill grita: “¡Paren! ¡Ustedes están locas! ¡Los rellenos son peligrosísimos! ¿Acaso quieren quedar con bocas como toronjas, entrecejos como después de una pelea de box o pómulos como pelotas de ping pong?”. Antes de que la interrumpan, pasa a relatar la historia de una mujer que ella conoce a quien que se le cayó el relleno de los pómulos y le quedó estacionado en los mofletes, quedando finalmente más parecida al perro Pluto que a la Marilyn Monroe que pretendía.

Aun estando destrozadas, tiradas en los sillones y mudas, ante el peso de semejantes argumentos negativos, Kill Bill decide rematarlas: “La verdad, amigas, me da vergüenza que no se quiera cada una como es… Son mujeres de edad, a las que la vida las atravesó y su belleza está en ser ustedes mismas, si no, ¡mírenme a mí”.

Así que todas la miraron y ¿qué vieron? Una Kill Bill llena de arrugas, con un ojo levemente más alto que el otro, porque un párpado se le cayó, con su cara llena de manchas por efecto de los embarazos, que usa anteojos (¡para qué se iba a operar!), ¡con mofletes de bulldog y tetas que le tocan el ombligo! Entonces pasó algo que nadie esperaba... La que se hizo las lolas comenzó a ponerse colorada hasta que a voz en cuello le gritó: “¡Por qué no te vas un poquito a la mierda!”

Duro, ¿no? Pero esto también es parte de la amistad, aunque pocas veces nos atrevamos a confesarlo.

Secretos de Mujeres

Подняться наверх