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Lo que importa es… ¡competir!

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En “dulce montón”, las mujeres también solemos ser más competitivas. En realidad, hacemos lo mismo que los hombres, pero en otro sentido. Ellos miran sus autos y ven quién “la tiene más larga”. Nosotras medimos todo y, en síntesis, vemos quién la tiene “más lustrosa”.

Por ejemplo, competimos con el peso para ver quién está más flaca y quién más gorda. Nos pasamos tips de dietas. Sin embargo, cuando estamos juntas, las flacas comen como locas y las gorditas tratan de contener sus manos todo el tiempo ante los manjares que tienen frente a sus narices.

También competimos por la ropa. Ante una salida con amigas, es muy usual que nos vistamos para y por las otras. Somos capaces de estar hechas unas diosas, y hasta de estrenar prendas nuevas, cada vez que nos vemos con ellas. Siempre hay una que se destaca en el métier de los trapos y cuando toma el micrófono, critica a las otras sin parar. Las deja como lentejas aplastadas en medio de la alfombra del living de la casa en la que se encuentren. La verdad es que a veces podemos ser muy crueles.

Otro personaje que suele aparecer es el de la potentada, quien gracias a haber heredado (o a haberse conseguido un señor con dinero) demuestra todo su poderío económico a fuerza de alhajas, carteras y zapatos, de dudoso gusto, pero de claro valor económico. Cada vez que abre su boca empieza diciendo: “Porque yo tengo…”, o, lo que es peor, “lo importante es lo que una es, no lo que una tiene”, mientras sacude sus manos repletas de joyas.

Los hijos son también otro gran punto de competencia entre mujeres. Generalmente pasa por establecer quién es la mejor o mayor madre. Ellas se destacan llevando cadenas de dijes con diseños de niños (pesan tanto que les hace inclinar levemente su cuello hacia adelante). Siempre están algo desarregladas, pero felices de haber dado tanta vida con su vientre, al punto de hacer sentir desgraciadas a las más coqueta.

Otro grupo digno de destacar son las grandes trabajadoras: las exitosas. Esas mujeres que sobresalen en su trabajo, por sus puestos, sus viajes de negocios y sus agendas llenas de compromisos laborales. Cuando llegan a la reunión de amigas, sacan sus tres teléfonos y los ponen en la mesa. Ellas nunca están en onda con lo que hablan las otras y siempre piden que les extiendan los temas porque están “fuera de frecuencia”. Se disculpan diciendo que viven “en otro planeta”. Eso sí, cada vez que alguna intenta regresarlas a la órbita, interrumpen porque tienen que atender un llamadito “urgente” de alguno de los tres teléfonos que han sacado, cuales armas mortales.

Por último, no nos podemos olvidar de las más sexuales. ¡Son puro erotismo! Llegan y todas pueden sentir su olor a sexo. Tienen siempre colgada una gran sonrisa que dice: “Lo hice hace 20 minutos”, y cuando les toca abrir la boca pasan a relatar su última experiencia que obviamente fue INOLVIDABLE y dejan a todas más calientes que una pipa, pensando, “¿qué tendrá ésta tan fascinante allá abajo?”.

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