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Señales

Con el correr de las horas, la muchacha comenzó a relajarse. Las palabras de Cielo habían movilizado sus pensamientos: sí era cierto que tenía poquísimas ocasiones de compartir momentos con chicos, pero cuando sus clientas venían acompañadas por sus hijos, mientras ellas elegían, estos se acercaban a Silene y ella se las arreglaba para que estuvieran entretenidos, lo cual redundaba en sonrisas de agradecimiento de las mamás.

Alejo cocinó y las deleitó con unas riquísimas pastas. A Silene se la notaba más suelta y distendida, poco a poco comenzó a experimentar que era parte de todo lo que en esos momentos compartían, incluso ayudó a la pequeña con unas tareas escolares, mientras él se encargaba del almuerzo. La química y la fluidez empezaban a aflorar entre ellas.

Pasaron un día inolvidable los tres juntos, hasta que se hicieron las siete de la tarde. La cara y el ánimo de la niña cambiaron súbitamente. Manifestó dolor de estómago, y era notoriamente visible su malestar. Silene no pudo evitar cierta inquietud, preguntándose a sí misma, el porqué de esa aguda molestia, entonces propuso llamar a un médico o llevarla a alguna guardia, pero Alejo ya sabía de qué se trataba.

A Cielo la mortificaba el saber que debía volver a su casa, junto a su madre y la pareja de esta. Mientras lavaban las tazas de la merienda en la cocina, la niña permanecía callada y pensativa en el living. Entonces Silene le preguntó en voz baja a su novio:

—¿Siempre le ocurre lo mismo, será que no se siente a gusto con ellos?

Los ojos de Alejo se colmaron de lágrimas, y sólo atinó a responder:

—Cuando estemos solos te contaré de mis sospechas y por lo que voy a pelear hasta el cansancio, —afirmó él seguro.

El tiempo había trascurrido sin que lo notaran y era hora de regresar a la niña.

Se eriza mi piel al contar esta escena, dónde Cielo y Silene se fundieron en un abrazo de despedida. La niña la apretó fuerte, no queriendo soltarla, y esto conmocionó a la joven de una manera nunca antes experimentada. Una ternura cálida de pronto se instalaba en lo más profundo de su ser.

Alejo se emocionó al verlas de ese modo, entonces su hija le tomó la mano y la unió a la de Silene; exclamando: —¡Papito, me gustaría vivir con ustedes!

—Mi amor, te prometo que lo vamos a resolver, ya verás…

¿Qué más se puede decir de un momento así...?

Alta en el cielo

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