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Discontinuidad

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Antes que interpretar, Foucault quiso experimentar. Quiso transformarse, mejor que descifrarse. Del mismo modo que Kant —una referencia constante en su pensamiento, junto con Nietzsche y Descartes— quiso conocer los límites de la razón para no sobrepasarlos, Foucault quería conocerlos para intentar franquearlos7. Mientras Kant se cuidaba de no caer en los sueños de un visionario, Foucault no dejaba de interesarse por los puntos sensibles y frágiles de los discursos y de las conductas para atravesarlos, disolverlos y de ese modo alcanzar a ver lo invisible o a pensar lo impensable por debajo de ellos. En ese territorio de constante provisionalidad encontramos precisamente las cuestiones que más nos interesan: sus aportaciones al estudio de la locura, de la sexualidad y del sujeto. En este sentido atendemos a su temática principal, como se desprende de su entrevista con Trombadori:

Las palabras y las cosas es un libro muy técnico, que se dirigía sobre todo a técnicos de historia de las ciencias. Lo escribí después de discusiones con Canguilhem y creí dirigirme a investigadores. A decir verdad no era uno de los problemas que más me apasionaban. Os he hablado de experiencias límites como mi mayor atracción: locura, enfermedad, muerte, sexualidad, crimen. Las palabras y las cosas era un suerte de ejercicio formal8.

Esta vocación fronteriza le convirtió en un observador natural de las discontinuidades y de los pliegues de las cosas, ya se den en el seno de la historia, de los lenguajes o de las personas. La discontinuidad es su elemento natural, el único que a su juicio garantiza paradójicamente la prolongación —continuidad— del pensamiento, el que sostiene «la serie de la que forma parte»9. Le interesaba, por ejemplo, captar la separación ilustrada entre locura y enfermedad psíquica, para poder destacar, a renglón seguido, la continuidad entre la eliminación de los grilletes que maniataban a los locos, en el conocido gesto de Pinel, con el encadenamiento posterior, moral y nosológico, de la locura. O bien, con un ejemplo más lejano de nuestra disciplina, subrayar el pliegue separador entre la cultura pagana y la cristiana primitiva, para resaltar de inmediato la continuidad imprevista entre las políticas de un obispo paleocristiano y un patricio romano. Hay que introducir en la raíz del pensamiento, nos pide Foucault, un desfase que permita acoger la discontinuidad de los hechos y los peligros imprevistos del azar, ese elemento que cambia las cosas al albur y como por casualidad10 .

Ahora bien, para descubrir, aplicar y acoger esta discontinuidad necesita un método incisivo que rompa y hiera las certezas. «El saber, afirma, no está hecho para comprender, está hecho para cortar»11. Su epistemología exige una herramienta que sierre y que al tiempo ilumine la mella infligida. Que aplique cierta violencia y un efecto sorpresa acompañante. Que, en definitiva, trastoque, enrarezca, desplome las evidencias y debilite los efectos de poder centralizados en las instituciones y los discursos científicos12. Pero también que no se limite a ser una historia culta o académica sino que repercuta en el presente. La genealogía de Foucault —una de sus figuras metodológicas— consiste precisamente en conducir el análisis histórico al presente. En conducir la reflexión para iluminar una discontinuidad actual:

La historia será efectiva en la medida en que introduzca la discontinuidad en nuestro ser mismo13.

Foucaultiana

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