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Relaciones de poder
ОглавлениеUna de las contribuciones más estimadas de Foucault es el revulsivo que aporta a la noción de poder. En ese aspecto, como en tantos otros, reconoce que utiliza a Nietzsche, esto es, a alguien que ha llegado a pensar el poder sin necesitar una teoría política para hacerlo16. A su juicio, el poder no debe de ser entendido como algo constrictivo o violento que se ejerce y se detenta en una sola dirección, y preferentemente en sentido vertical, de arriba abajo, entre los que lo tienen y los que se someten a él, entre los que lo disfrutan y los que lo padecen. «No se pueden concebir las relaciones de poder de un modo esquemático, tal que unos tienen el poder y otros no»17, nos dice. Hay que concebirlo, más bien, como un juego de relaciones, de interacción y encabalgamiento, que incumbe a todo el mundo, que se disemina en todos los sentidos y que compromete a todas las materias de un modo envolvente. «Se está necesariamente en el poder. No se puede escapar de él»18, anuncia para dar cuenta de esta suerte de microfísica capilar que propone. «El poder está en todas partes; no es que lo englobe todo sino que proviene de todas partes»19, afirma dando rienda suelta a una idea de poder propiamente foucaultiana que ha impactado en el campo de muchos saberes, incluido por supuesto el psiquiátrico.
En este orden de cosas, argumenta repetidamente que el poder no es algo dictatorial que se ejerce de forma coercitiva bajo la ley y la prohibición, sino un elemento imprescindible también para el ejercicio y la defensa de la libertad. Mediante un razonamiento circular inesperado, entiende la libertad como el soporte permanente del poder20. Se es libre gracias al poder que se posee, y se posee poder gracias a la libertad. Del mismo modo, la individualidad, la identidad o la subjetividad son entendidas como efectos del poder, tanto del que se ejerce como del que se soporta. Las identificaciones se fraguan, se rompen o se reconstruyen en torno a él. Uno llega a ser sujeto gracias al poder que atesora y se arroga. Se es sujeto si uno se sujeta debidamente con los nudos del poder. Sin poder suficiente fracasa la identidad. Todos los contactos humanos, ya sean afectivos, laborales, sociales, terapéuticos o sexuales, se organizan en torno a un pulso de fuerza y a un poder de origen inmanente y la vez exterior. El amor, el sexo, la psicoterapia, la amistad, el empleo, la clínica psiquiátrica, están trenzados por las lianas del poder y son incomprensibles sin su presencia.
El poder, tal y como lo entiende, no funciona únicamente al modo de la represión, bajo el efecto de una censura que bloquea y secuestra la voluntad, sino que anima también valores abiertos respecto al deseo y el saber. No impide el saber sino que lo produce. La hipótesis represiva del poder, al modo de Reich o Marcuse, le parece insuficiente e incluso peligrosa21. Las teorías de la liberación sexual no conducen, a su juicio, a ninguna libertad. Equivocan el objetivo y perpetúan el sistema. En cambio, da mucho valor a la resistencia, que le parece la palabra clave en esa dinámica del poder22. La resistencia implica lucha y posibilidad de transformar las cosas, no simple liberación interna.
Por otra parte, Foucault considera que el poder se ejerce sobre el cuerpo y transita a través de él23.
Me parece que lo que hay de esencial en todo poder es que su punto de aplicación es siempre, en última instancia, el cuerpo. Todo poder es físico, y hay entre el cuerpo y el poder político una conexión directa24.
Un asunto que nos incumbe directamente, si pensamos en la violencia que la psiquiatría ha ejercicio sobre el cuerpo de los locos. Desde las duchas del tratamiento moral al diseño arquitectónico de la vida —a cada diagnóstico su sala—, desde el electrochoque a las prácticas de medicación abusivas.
El concepto de biopoder, que ha aislado y descrito, se apoya precisamente en esa importancia del cuerpo. El biopoder sustituye al derecho soberano de vida o muerte, a la vieja patria potestas que otorgaba el derecho al padre de familia romano de disponer de la vida de sus hijos25. A su entender, el biopoder se elabora y madura al inicio de la modernidad y se pone en acción en el siglo XIX, cuando «el viejo derecho de hacer morir fue reemplazado por el poder de hacer vivir»26. El poder se volcó desde entonces en la imposición de la vida a toda costa, como se observa en los furibundos debates que hoy se despiertan en torno de la eutanasia, del aborto o del suicidio. El derecho a elegir entre matar o dejar vivir se convirtió en la obligación de hacer vivir, en el poder de no dejar morir. Y lo hizo así, aunque a la hora de imponer ese derecho cayera en una profunda contradicción y acabara movilizando la eugenesia y el racismo para activar grandes matanzas en nombre de la vida.
La muerte del otro —llegó a decir— equivale al reforzamiento biológico de sí mismo como miembro de una raza o una población, como elemento en una pluralidad coherente y viviente27.
Lo extraordinario de la sociedad nazi, concluye, es que generalizara el uso del biopoder mientras mantenía el antiguo derecho a matar. Algo que, en su opinión, solo se consigue a través del racismo28. Una raza se ve obligada a vivir y, otra, condenada a morir.