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Historia y filosofía

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La obra de Foucault encarna una nueva manera de hacer historia y de filosofar. En su concepción, la filosofía deja de desenvolverse sobre el suelo tradicional de la metafísica y procura apoyarse preferentemente en las ciencias humanas: la psicología, la historia, el estudio del lenguaje o la sociología. Mientras que, a su juicio, Sartre, veinte años mayor, representa la imagen de un modo de filosofar desplazado, que ya es inútil cultivar, él se presenta como un nuevo filósofo, a caballo entre el pensador abstracto y el historiador documentalista. Junto al filósofo especulador personifica también al historiador de oficio que consulta los archivos e investiga en las bibliotecas los detalles empíricos, sin contentarse con asumir la historia construida por los demás. Sin embargo, lo que propone no es una historia clásica de los acontecimientos o de las personas sino de los conceptos. Y aunque para ello nunca renunció a las cuatro preguntas propuestas por Kant, ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me es dado esperar?, ¿qué es el hombre?, las enriqueció con otras preguntas más propias: ¿quién soy?, ¿cómo vivir?, ¿qué desear?, ¿cómo debo ser de ahora en adelante?

En tanto que la genealogía se preocupa por las repercusiones en el presente de una materia de estudio, la arqueología, otra de sus categorías epistemológicas, indaga sobre las condiciones de posibilidad histórica de un objeto de conocimiento. En una entrevista de 1983 matizó que, si bien ya no utilizaba la palabra arqueología, que usó durante un tiempo, su investigación no debía confundirse con una historia de las ideas sino con el intento de observar cómo han aparecido algunos objetos de conocimiento por debajo de ellas, inscritos en el interior de un conjunto de normas y saberes culturales concretos. Así, por ejemplo, en su estudio sobre la locura trata de entender cómo se volvió objeto específico de saber en un momento determinado.

Para marcar ese desplazamiento entre las ideas sobre la locura y la constitución de la locura como objeto, he utilizado el término arqueología mejor que el de historia14.

Mediante la arqueología intentaba ver desde dentro lo que la sedimentación de los discursos impedía observar.

Su intención, por lo tanto, es valorar la historia genealógica y arqueológicamente, pero también concebirla como aquello que nos separa de nosotros mismos, como un obstáculo con el que tropezamos para poder pensar, como un encuadre que de continuo huye de nuestra capacidad de discernir. Foucault aborda la historia como si se enfrentara a un inconsciente histórico que siempre nos rehúye y camufla la actualidad. Un inconsciente que representa aquello a lo que estamos ciegos en virtud del presente y de la época de cada cual. Pero no entendido como un límite estático que no podemos traspasar, al modo de Kant, para quien lo que no podemos conocer forma parte de la estructura misma del sujeto de conocimiento, sino como un elemento activo, hirviente y en cierto modo pulsional, que está constantemente abriendo y cerrando espacios en nuestro saber. Un inconsciente que no corresponde a sus usos clásicos, pues no coincide ni con un inconsciente individual en el sentido freudiano, ni con uno colectivo, más junguiano, que contenga una reserva de arquetipos a disposición del individuo15. Se presenta, más bien, como una barrera dinámica impuesta por cada presente en el interior mismo del conocimiento.

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