Читать книгу Foucaultiana - Fernando Colina - Страница 9

Psicoanálisis

Оглавление

Las opiniones de Foucault sobre el psicoanálisis y sobre Freud —«el oído más famoso de nuestra época»29— nos interesan especialmente. Su trascendencia en la psiquiatría es notoria, tanto en su elaboración teórica como en su aplicación técnica. Por mucho que la psiquiatría biomédica quiera eliminar el psicoanálisis de su horizonte, ocultando o deformando sus aportaciones, su concepción del hombre o su malestar psíquico, sigue estando en las fronteras y los límites de todo cuanto el biologicismo proponga. Nadie puede prescindir de Freud sin consecuencias epistemológicas y clínicas.

Es cierto que el trato de Foucault con el psicoanálisis siempre fue ambiguo, lo cual puede ser visto como una debilidad, por unos, generalmente psicoanalistas de Escuela, que lo rechazan o lo desprecian, o como un ejemplo de lucidez por parte de otros, que suelen ser filósofos más o menos escépticos o libertinos de las ideas. En la raíz de esta actitud compleja, de rechazo y aceptación, se ven también las huellas de una motivación personal. Foucault intentó psicoanalizarse dos veces sin continuidad. Renuencia que cabe entender por motivos íntimos o porque, como indicó más tarde, necesitaba liberarse de la coacción cultural del psicoanálisis. Tarea costosa, según dijo, hasta la aparición de El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari, que abrió otro camino y otras posibilidades, pues un intelectual no tenía espacio en el mundo parisino si no publicaba o no se psicoanalizaba30. Freud y Marx eran los puntos de referencia obligatorios para la resolución de los problemas del momento. Y el único modo a su alcance para liberarse intelectualmente era desacralizar a esos dos personajes31.

No obstante, Foucault ensalzó en diferentes ocasiones la importancia del psicoanálisis. Le otorgó un papel crucial en la articulación entre las ciencias positivistas y las humanas. Comprendió que ocupaba un lugar privilegiado y decisivo, el de una bisagra que permite establecer un puente entre ambas. También encomió su protagonismo en el retorno de la enfermedad mental al seno de la locura y la sinrazón, de donde, como veremos más adelante, la habían separado los padres fundadores de la psiquiatría. «Por eso hay que ser justos con Freud», nos propuso, pues

Freud retoma la locura al nivel de su lenguaje, reconstruye uno de los elementos esenciales de una experiencia reducida al silencio por el positivismo, […] restituye en el pensamiento médico la posibilidad de un diálogo con la sinrazón32.

Incluso va más allá en su valoración y constata que

[…] toda la psiquiatría del siglo XIX converge realmente hacia Freud, el primero que ha aceptado seriamente la realidad de la pareja médico-enfermo, que ha consentido no recortar ni sus miradas ni su búsqueda, que no ha buscado enmascararla en una teoría psiquiátrica tan mal como bien armonizada al resto del conocimiento médico. El primero que asumió las consecuencias con todo rigor33.

Una convergencia que nos explica la función del psicoanálisis como piedra de toque para distinguir entre una ciencia positivista y un saber no menos riguroso pero de calibre humanista.

Ahora bien, su juicio sobre algunas prácticas psicoanalíticas es claramente negativo. Por ejemplo, cuando considera que el deber de confesar es uno de los legados más insidiosos que el cristianismo ha dejado en la sociedad moderna, y juzga al psicoanálisis como su continuador directo, aunque reconozca que su estrategia y sus modos son muy distintos34. El papel de normalizador y controlador de las conciencias, hijo directo de la confesión, es inseparable a su juicio de la práctica analítica y, por ende, de la psiquiátrica.

Otro motivo de crítica lo encuentra en la ausencia de una reflexión sobre el poder. Cree sospechoso el silencio psicoanalítico en este campo, ya que habiendo cambiado hondamente la concepción del deseo sexual no ha dicho casi nada sobre el deseo de poder35. Omisión tanto más llamativa si se tiene en cuenta su función generadora de placer. Uno de los más anhelados. Ausencia que él intenta corregir en su estudio sobre la sexualidad y sobre la historia del sujeto de deseo, aprovechando precisamente las puertas que el psicoanálisis había abierto sin decidirse a franquearlas. A su juicio, el psicoanálisis no ha puesto en cuestión el poder, salvo algunos intentos freudo-marxistas que han intentado reconducir esa carencia. Insuficiencia que repercute sobre las relaciones de poder que laten en los síntomas, en los tratamientos y en las transferencias, que quedan huérfanos de una valoración más profunda. Máxime si se tiene en cuenta, como cree, que el psicoanalista ha aprovechado en algunas ocasiones la estructura que rodea al personaje médico y «ha amplificado sus virtudes taumatúrgicas, preparando un estatuto casi divino a su omnipotencia»36. En especial, añade, cuando asume el rol de presentador de enfermos, que para Foucault representa la Missa Solemnis de la psiquiatría37.

Por último, llama la atención que la metodología de Foucault camine en sentido contrario de la psicoanalítica. Él defiende una «regla de exterioridad» del discurso que no vaya hacia su núcleo interior y oculto, hacia el corazón de un pensamiento o de una significación cifrada. Prefiere un recorrido que circule hacia lo externo, hacia el Afuera. Hacia allí donde la interpretación es sustituida por la transformación. Donde lo aleatorio de una aparición y lo contingente de una regularidad puedan fijar los límites del discurso y establecer sus condiciones de posibilidad38. De este modo, interioridad y exterioridad se contraponen y se tensan, como lo hacen el discurso y su interpretación. «Nada más alejado de mí que el deseo de reencontrar en el pasado el secreto del origen»39. El hombre ejemplar «no es el que se adelanta a revelar sus secretos, su verdad escondida, que se revela a sí mismo; es el hombre que, como propuso Baudelaire, trata de inventarse a sí mismo»40. Foucault y el psicoanálisis caminan en direcciones distintas y a veces opuestas, pero en cualquier caso complementarias. Uno hunde las manos dentro y el otro saca los brazos fuera.

Foucaultiana

Подняться наверх