Читать книгу Con fin a dos - Fernando García Pañeda - Страница 9
ОглавлениеDía 3
Si es que parecía boba. ¿Por qué tenía que pasarme el día sin ser capaz de concentrarme en nada? No había podido hacer nada durante más de cinco minutos sin aburrirme.
Salí a la terraza para hacer las tablas de ejercicio; cociné por lo menos para una semana, dado lo poco con que me contento y se llena mi estómago; chateé durante no sé cuánto tiempo sin que me arrancaran una sonrisa («qué mal está la gente, por Dios») y recorrí varias veces las ocurrencias de seguidos en Instagram sin encontrar un sólo lugar que no fuese común. Me pasé el día mirando el reloj, deseando… ¿Deseando qué?
Bien, resumiendo, sin trampas ni autoengaños: el tal Jorge no aparecía. Qué se habría creído. Ya me parecía que tanta corrección, tanto saber y tanto agrado no fuesen naturales. Vamos a ver, un par de ocasiones en que habíamos cruzado palabra no podían ser suficientes para tenerme pendiente de… qué se yo, una visita, un gesto, una llamada. ¿Llamada? Si ni siquiera habíamos intercambiado números.
No, no parecía. Era boba. Boba del todo. Tanto parar los pies, tanto que corra el aire, y entonces qué. Para una vez que me encontraba alguien capaz de entablar algo parecido (o quién sabe si igual) a una amistad, así, con todas las letras, alguien con quien discutir, razonar y compartir gustos y manías, lo único que se me había ocurrido era mantener las distancias y hacer alarde de mi tan falsa como conocida frialdad.
A metro y medio, por lo menos, pero no por miedo al contagio, sino por miedo a la buena suerte. Por miedo al contagio no del coronavirus, sino al contagio de la buena sintonía que desprendía Jorge.
Vamos a ver. ¿Y si te gusta? ¿Qué hay de malo en ello? Le has tenido años ahí, a escasos metros de distancia, pero no habías tenido ocasión de conocerle. Ni él a ti. Bueno, él a ti más de lo que era normal. Y este forzoso confinamiento ha cambiado las cosas. Este confinamiento y una casualidad de encontrarse en el ascensor de aquella manera.
¿Casualidad? Eso era algo sobre lo que aún no sabía qué pensar. ¿Existen las casualidades, o responde todo a un plan determinado? Ay, la gente como mi madre lo tenía tan claro: la voluntad de Dios. Ojalá tuviera yo esa fe, para no comerme el coco sin rumbo fijo. Porque no han sido pocas las ocasiones a lo largo de mi vida en que he detectado más causalidad que casualidad en acontecimientos que a primera vista parecían nimios o que no respondían a la lógica o a la habitualidad; y más tarde he comprobado que, sin su existencia, otros muchos no se habrían producido.
Por eso me preguntaba si hacer una compra excesiva y sufrir para hacerla entrar en casa fue algo casual o necesario. Pero eso son cosas que sólo con el tiempo se llegan a averiguar. O no.
El sueño, bendito sueño, acabó barriéndolo todo. Desde el aburrimiento hasta las elucubraciones. Y, a veces, también las ilusiones.