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Canal 9: Caso cerrado
ОглавлениеDesde que oyó hablar de ella el ingeniero Alfonso Pereyra quiso hacer televisión. Era la lógica consecuencia de una pasión científica por la comunicación a distancia que se hizo efectiva cuando manejó un equipo de radioaficionado, aún antes de que el Perú tuviese su primera emisora radial (OAX, 1926). De ahí en adelante su presencia como fundador, socio o consultor técnico era obligada en cada paso trascendente de la radio en el país.
Al concretar el proyecto para fundar radio El Sol, Pereyra ya estaba firmemente decidido a invertir en televisión, bautizando su empresa como Compañía de Producciones Radiales y de Televisión. Había viajado a Estados Unidos en 1948 y ahí había tenido ocasión de apreciar los avances de la televisión.30 Unos años después, en 1955, organizó con bombos y platillos unas pruebas de circuito cerrado en el hotel Bolívar. Entonces Pereyra avizoró su canal privado. El diario El Comercio, queriendo ampliar sus intereses a la radio, había ingresado como fuerte accionista a El Sol. Pereyra hizo una intensa campaña de convencimiento a sus nuevos socios —además de Luis y Pedro García Miró por El Comercio, estaban Iván Blume y los hermanos Santiago y Carlos Acuña— hasta que en 1958, ante la experiencia del canal 7 y los anuncios del 4, decidieron lanzarse a la aventura. La RCA Victor se encargaría de la provisión de equipos y la NBC, una de las tres grandes cadenas norteamericanas, asesoraría la instalación y programación del canal, además de incluirlo en su red nominal de estaciones afiliadas. En realidad, más allá de la asesoría teórica y del prestigio del consultor, y, por supuesto, de una provisión de series de estreno (sin hablar de representación exclusiva, pues la NBC ya había hecho negocios con el 4) este trato no significaba nada para el futuro del canal.
La NBC no invirtió dinero en el 9, se limitó a enviar un texto de Robert W. Sarnoff (su presidente de directorio) para ser publicado en El Comercio donde con gran deferencia mencionaba la “procesión de nuestro Señor de los Milagros” entre una lista de grandes eventos mundiales tales como “las Olimpiadas, el rally de Montecarlo y el festival musical de Edimburgo” que transmitiría la televisión del futuro en nuestros hogares. Y junto con el texto llegó Edward Roth, gringo consultor que cayó simpático a todos por sus vanos esfuerzos de hablar en español y al que se destinó una oficina que casi nadie visitaba y de la que salía para tropezarse con los técnicos en los pasillos. Madrugador, llegaba a las 8 de la mañana al canal y se iba a primeras horas de la tarde, antes de que comenzaran las transmisiones y los problemas.