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El progreso inevitable

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Quienes habían comprado un aparato por tener un símbolo de estatus económico y de apertura hacia la modernidad, se habían preparado para realizar ciertos ajustes en las horas de ocio familiar, en el uso del living-comedor y, si fueron previsores, para recibir a los “televecinos”. Pero estas familias, y con más razón las que lo adquirieron por simple curiosidad, se habrán sentido incómodos al notar los cambios radicales que la televisión provocaba en su entorno, la cantidad de revelaciones, no siempre gratas, que esta hacía a los padres que no tenían una idea exacta de los gustos de sus hijos, a los que descubrían un placer que no siempre tenía límites precisos de censura, a quienes se sentían por primera vez en un país poblado por dejos y nociones extranjeras, a los que recién conocían el rostro y el discurso de la política. Aún es prematuro hablar de una nación, siquiera de una capital, integrada por la televisión; pero sí nos encontramos ante una sociedad que se va resignando a su progreso inevitable, que va comprendiendo que la televisión, una vez provista de video y unidad móvil, puede registrar y editar testimonios de un país heterogéneo y remoto, que puede difundir ideas y conductas con una celeridad y eficacia hasta entonces desconocidas, que puede levantar grandes expectativas y no siempre cumplirlas.

Un redactor de la revista pionera TVGuía42 recopiló en el verano de 1961 varias de las invectivas que la clase media lanzaba a la invasión de los aparatos. Detrás de la burla y del reproche, se puede leer el rango de inquietudes y de afectos que despertaba el fenómeno:

– No se sabe dónde ponerlo, es tan antiestético.

– Ni regalado, no pienso arruinarme la vista tan pronto.

– La veo solo cuando tengo sueño.

– Odio hacer visitas a casas con televisor; te sientan frente al aparato a la fuerza.

– Las modelos serán bonitas, pero en mi pantalla salen todas deformes.

– Los niños del programa infantil parecen animalitos amaestrados.

– Hay anunciadores que se creen muy chistosos.

– Dicen que las antenas atraen a los rayos.

– Pagaría cuotas mensuales para que se lleven el aparato.

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