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10 de enero

“Y todo Israel con él”

“Cuando Roboam consolidó el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él” (2 Crónicas 12:1).

Terco e insolente. Así es como se ha descrito al rey Roboam. Y parece muy acertada su descripción del hijo de Salomón y Naama, la amonita (1 Rey. 14:21).

Esos indeseables rasgos de carácter puso de manifiesto Roboam al inicio de su reinado, cuando tuvo la preciosa oportunidad de aliviar las cargas que Salomón su padre había impuesto sobre el pueblo. En esa ocasión, movido por el orgullo y encandilado por el deseo de ejercer su autoridad, prefirió ignorar el consejo de los ancianos para seguir el de los jóvenes príncipes que se habían criado con él. Y fue así que, en lugar de disminuir el yugo que su padre había impuesto sobre el pueblo, Roboam lo aumentó. El resultado fue la división del reino: dos tribus, las de Judá y Benjamín, quedaron bajo su mando, mientras que las otras diez formaron un gobierno separado bajo el mando de Jeroboam.

Sin embargo, el asunto no terminó ahí, porque Roboam, siguiendo el mal ejemplo de su padre, cometió el grave error de unirse a múltiples esposas (2 Crón. 11:21). Además, se aseguró de que sus hijos, esparcidos por todo el territorio de Judá y Benjamín, hicieran lo mismo (vers. 23). Esta fue una violación directa de la orden del Señor, en el sentido de que un rey no debía tener muchas mujeres, para que su corazón no se desviara (Deut. 17:17).

¿Cuál fue el resultado de sus extravíos? Nuestro versículo para hoy lo señala claramente: Roboam “dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él”. Los efectos de su mal ejemplo no solo se sintieron dentro de su esfera familiar, sino también se extendieron por todo su reino: idolatría, sodomía y abominaciones similares a las que practicaban las naciones paganas que Dios había desechado (1 Rey. 14:24).

¡Cuán apropiadas, por lo tanto, resultan las palabras que leemos en el libro Profetas y reyes! “Nadie perece solo en su iniquidad […]. Conducimos a otros hacia arriba, a la felicidad y la vida inmortal, o hacia abajo, a la tristeza y la muerte eterna” (cap. 6, p. 69).

Por medio de tu influencia, ¿hacia dónde conduces a otros? ¿Hacia “arriba”, a la vida inmortal, o hacia “abajo”, a la muerte eterna?

Amado Padre celestial, capacítame para ser hoy una influencia positiva para las personas con las que me relacione, comenzando en mi propia familia. Sobre todo, ayúdame a vivir de manera tal que mi testimonio sea motivo de gloria y honra para tu nombre.

Nuestro maravilloso Dios

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