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Ovejas

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Ahora paso todos los fines de semana en casa de Federica, pero antes dormía donde los Tarrades. Los Tarrades tienen una granja de ovejas para carne. El corral está a pocos metros de la casa y su olor lo impregna todo. Se adhiere a las sábanas, se inmiscuye en las grietas de las paredes de piedra, perfuma los paños manchados de los comensales a la hora de la sopa.

Los hijos de los Tarrades se han ido. Sabemos de ellos por las fotos del pasillo. Las hay de varones con el traje de la mili y de hembras vestidas de blanco. Son muchos o quizás no. Es difícil distinguirlos. Para redondear las cuentas de la casa, los Tarrades alojan durante el fin de semana a alumnas del instituto cuyos familiares viven lejos. Cobran caro y hablan poco. El viejo Tarrades repite que no se come carne de cordero por culpa del colesterol, que es un invento de los rusos. Yo paso mucho tiempo fuera, miro a las ovejas y a mis muñecas. Tracé unas líneas punteadas con rotulador indeleble y rojo, paralelas a las venas que alimentan mis manos. Sé que el corte debe ser vertical, no horizontal, para que no se pueda coser. Ahora, cada fin de semana en la cama, Federica me besa y luego, con un pañuelo mojado en alcohol, borra un punto rojo. Cuando termine con todos, partiremos.

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