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Cuento

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Federica y yo hemos acordado contar que somos primas. Yo vivo con su familia porque perdí a mis padres en un accidente de coche. Ahora nos han mandado a España para ir a trabajar en el campo de unos parientes en Andalucía, en Jaén. Solo podremos volver a Francia si el padre de Federica encuentra trabajo, la cosa está complicada. Hay que arrimar el hombro. Son tiempos difíciles, necesitamos dinero… Yo repito mi papel mientras caminamos a buen paso por el arcén que conduce a España. Propongo hacer autostop y cruzar con un coche. Federica prefiere buscar una vía campo a través. Discutimos: «Vamos muy cargadas», «no me quiero subir al coche de cualquiera», agitamos los brazos. Para a nuestro lado un coche de policía. Salen dos y nos piden la documentación. Federica me da su bolsito y les alcanzo los pasaportes. Procuro mirarlos a los ojos. Uno me pregunta dónde vamos y no miento: «A España, agente». Después miento mucho: mis padres, el accidente de tráfico, el padre de Federica en el paro, los problemas de su madre con el alcohol. Intentamos viajar lo más barato posible hasta Zaragoza, donde la abuelita. El tren sale muy caro. El policía está aturdido. Sacude la cabeza, tiene un bigote blanco y tremenda barriga. Me pide la autorización de nuestros tutores legales para abandonar el territorio. Saco el papel del bolsito como el as que cierra una mano de póker. Lo revisa y me lo devuelve, parece conforme. Se aparta con su compañero y hablan entre ellos un buen rato. Miro de reojo a Federica, está lívida, espero que no llore. El policía con bigote vuelve, me da los pasaportes y me dice que nos subamos al coche. Estoy por protestar, pero levanta la mano y precisa que nos llevarán a la estación, que en la carretera no podemos estar, que somos muy jóvenes y que no es seguro. En la parte trasera del coche patrulla nos cuesta mucho contener la risa. Se detienen en la puerta de la estación, el policía con bigote y barriga nos escolta hasta las taquillas y se pone en la cola. En la frontera hay que cambiar de tren porque en España tienen otro ancho de vía; Federica me explica que es por culpa de Napoleón. El policía vuelve con dos billetes a Barcelona: «El próximo tren sale en media hora». Nos acercamos al andén y me da los billetes; cuando busco dinero para pagarle, me dice «allez, allez» y nos empuja hacia el control de aduanas. Le quiero dar las gracias de verdad, pero se las digo de mentira porque no tengo más remedio. Sellan nuestros pasaportes, Federica y yo nos subimos al Talgo.

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