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Agradecimientos

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Tuve la suerte de escuchar a pensadores del psicoanálisis sobresalientes. A algunos de ellos les importaba más hablar que transmitir. Pero, cada quien, me dejó lo suficiente como para alimentar mi empeño de escudriñar y comprender el alma humana. Sus imágenes fortalecieron mi ideal de ser psicoanalista, y aún hoy, se hacen presente cuando acudo a sus textos. Porque, y a veces no se repara en ello, el psicoanálisis no se construyó solamente con el diván, sino también con la pluma. Mauricio Abadi, Fidias Cesio, Jorge De Gregorio, André Green, Mary Langer, Enrique Pichon Riviére, Arnaldo Rascovski, Luis Storni, viven en mi recuerdo.

Mi acercamiento a Freud se lo debo a Ana Spagnuolo.

En la intimidad de mi consultorio, he conocido seres entrañables. Su presencia y la confianza que en mí depositaron, hizo de mi vida profesional una fuente de satisfacciones. Muchos de los que comparten conmigo el amor al psicoanálisis, siguen a mi lado. Juntos, nos repartimos la responsabilidad didáctica que hemos elegido. Sin la colaboración de Nelly Cortés, Marcelo De Castro, y Sandra Goldstein, mi Seminario del Instituto de Psicoanálisis y el Seminario de Graduados de APA, no hubiera sido posible. Con Ana Bidondo y Laura Pugnali, tengo una deuda de gratitud por el apoyo incondicional que siempre me brindaron.

La generalidad del establishment casi nunca contribuyó a otra cosa que a amenazarme con el desánimo. Por mi entusiasmo en la divulgación y enseñanza del psicoanálisis debo culpar, en cambio, y muy particularmente a mis alumnos. María Abella, Javier Antoniuk, Marina Andrea Alonso, Marina Barrancos, Laura Bauso, Cora Botchner, Mariana Estrin, Graciela Fondovila, Diego Giménez Noble, Adriana Gómez de García, Cristina Griffa, Malena Imposti, Patricia Katz, Adriana Kehm, Inés Klein, Ana Mattenet, Matías Luzuriaga, Liliana Popoff, Ana Rosenfeld, Teresa Roux, Miriam Santibañez, Laura Saidman, Vivian Secco, Mariano Solari, Verónica Vincini, Analy Werbin, Liliana Zaccarello, Camila Zapiola, y muchos otros. Gracias, a cada uno de ellos, por su interlocución y por ayudarme a pensar.

Debido a su hospitalidad, mi reconocimiento a Norma Cerrudo y a Daniel Biebel. Su calidez hizo de la tarea de edición, una experiencia muy grata.

De mi vida privada, debo destacar la actitud llana y valiente –en sus cuestionamientos– de mi hijo Gaspar. Martín es leal, y siempre está atento a mis necesidades o a las de cualquier otro miembro de la familia. El templado carácter de Diego se transluce en su aptitud psicoanalítica e incrementa nuestro entendimiento mutuo. Jorge es de pocas palabras, pero de mucha presencia y disposición a darme una mano con lo que sea. Los cuatro, cuya presencia no es necesariamente física, son un parte importante de la fuerza impulsora de mis empeños.

Mi vida no hubiera sido lo satisfactoria que fue, si no hubiera conocido a Graciela, y me hubiera casado con ella.

En el texto, el lector reconocerá, por momentos, cierta reiteración de conceptos. En capítulos distintos, y a partir, tanto desde el punto de vista clínico, como de la teoría de la técnica, hallará nociones que se vuelven a enunciar.

Dicha insistencia está dedicada a aquellos colegas que no estén familiarizados con las ideas de Freud fundamentales en la vinculación con este tema, o que no le hayan atribuido la importancia que la investigación sobre el mismo, necesita darle. Aquellos a los que les resulten consabidos, sepan dispensar esa recurrencia.

El enigma de la reelaboración

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