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Capítulo 2
El individuo:
una semblanza metapsicológica PULSIÓN. INVESTIDURA. NECESIDAD. OBJETO. YO. REPRESENTABILIDAD. DESEO. LAS CINCO RESISTENCIAS. COMPULSIÓN DE REPETICIÓN. LIBIDO. DESEXUALIZACIÓN.

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Por compulsión de la naturaleza, el alma humana se configura albergando dos estirpes distintas de fuerzas naturales: el continente real-material de la percepción conciencia que reconocemos como yo, y el incontinente virtual-potencial de lo pulsional-ello, indiscernible de la realidad externa. Es en el segundo inquilino, que hace pie la humanidad toda. El individuo se amamanta de él, pero, en lo que puede, le pone condiciones a su influjo. Es lo que Freud llama “domeñamiento” {Bändigung}.7

Pulsión es un término de origen conjetural, virtual, al que se le atribuye un origen somático pero que se deslinda en lo psíquico. En cuanto a sus propiedades, se ha logrado aislar lo alternante de sus metas y la invariancia de su perentoriedad, sobre todo cuando la contingencia del objeto, no la asiste. En tal caso, la ingobernabilidad de su poder es atribuible a las propiedades de indiscernibilidad e inconsciente que caracterizan lo pulsional. Solamente esas cualidades pueden explicar el engendramiento de su propia necesidad; lo pulsional es empuje en procura de lo que no hay; es la búsqueda de una forma afectada por los límites que imponen el tiempo y el espacio (la metáfora que mejor alude a esta búsqueda es el objeto).

La exhumación de “el ello” en 1923 le atribuye a lo pulsional un mítico anterior, pero dinámicamente actual, eficaz. Son, definitivamente, energías naturales que el hombre ha reconocido constitutivas de sí –aprehendiéndolas con análogos perceptuales como investiduras, cargas, cathexis, etcétera. Dichas fuerzas vestigiales de la humanidad en su conjunto habrían logrado (con ayuda de la realidad), para la naturaleza, una hazaña sin par: trasmutar lo potencial-virtual en real.

Asistimos de este modo a la figuración de dos aspiraciones completamente diferentes obligadas a complementarse entre sí. La presencia de la herencia arcaica patrimonio del ello es la responsable de mantener constante la fuerza de insistir en pos de un fin. Considerada en forma aislada, la ingobernabilidad de su poder es atribuible a lo indiscernible e inconsciente de las propiedades que caracterizan lo pulsional. Solamente esas cualidades pueden explicar el engendramiento de su propia necesidad; lo pulsional-ello es empuje en procura de lo que no hay; es la búsqueda de una forma afectada por los límites que imponen el tiempo y el espacio (la metáfora que mejor alude a esta búsqueda es el objeto).

“El yo representa su máximo logro, pero las pulsiones en sí mismas son indiferentes a su destino; “les resulta indistinto” ser fijadas a una represión, transferir la perentoriedad sobre su propia fuente somática y crear una enfermedad, o devenir compulsión incoercible. Son justamente esos modos “incompletos” de alivio de las necesidades del ello las que mejor translucen el afán del alma por cobrar alguna clase de formalización: la locura “erótica”, el masoquismo y las resoluciones trágicas representan sólo algunas de ellas.” 8

Si de conceder que la pulsión tiene un propósito, “para novedad no hay como lo clásico”.

“Al comienzo de todo, en la fase primitiva oral del individuo, es por completo imposible distinguir entre investidura de objeto e identificación. Más tarde, lo único que puede suponerse es que las investiduras de objeto parten del ello, que siente las aspiraciones eróticas como necesidades.” 9

Las investiduras resultan, entonces, acción y efecto de la necesidad pulsional: la pulsión tiene que investir. Ellas importan los atributos pulsionales que el ello le impone encarnar al objeto, y por eso devienen portavoces del mismo, cual “traductoras” que –a cada yo– le dictaminan el mundo exterior. Verbigracia: esa “realidad-ello” también contribuye a configurar al propio yo. La investidura que hace pie en el objeto satisface la aspiración agregadora10 del ello en una primera fase de la dimensión formal, real perceptual, fundando la diferencia entre lo pulsional y lo representable. Más luego, el siguiente movimiento de la investidura que –partiendo del objeto lo abandona y ocupa el yo– aunque representante de las aspiraciones eróticas del ello, le transfiere poder al yo. A través de esa mediación, “lo humano” no consabido e inconsciente se transforma en libido que –aunque desexualizada–11 pretende seguir sirviendo a los dos amos.

Hasta aquí, en el panorama descripto –el cual responde al principio de Eros– el término pulsión admite ser reconocido –no por “un propósito propio”– sino por lo alternativo de sus destinos: tanto como objetalizarse y acceder a la representabilidad, como contribuir al mecanismo de la represión ejercida por el yo y participar prestando su energía a las transferencias.

La primera dualidad pulsional le adjudica a la pulsión dos ocupaciones diferentes según la clase de necesidad en juego: la conservación del individuo o la relación de objeto. En el caso de las funciones de autoconservación no hay modo de extraviarse: pasado un tiempo, solamente el alimento calma el hambre. Pero las pulsiones sexuales se ven comprometidas en la estructura del deseo, que es un campo con memoria autónoma: la imagen del objeto que proporcionó la satisfacción. El planteo de ambas alternativas se registra en el marco del principio yoico placer-displacer, y las mociones pulsionales se distinguen por el ámbito en que se despliega su colocación: en procura de la manutención del cuerpo o hacia el investimiento del objeto.

En la segunda tópica, lo pulsional-ello, en cambio, es advertido según dos manifestaciones: aquella capturada en la representabilidad y consecuente capacidad de ligazón (las resistencias del yo) y el contingente pulsional indiscernido e inconsciente al estado puro o resistencias impersonalizables. Este último corresponde a las resistencias no-yoicas: la inconsciencia de culpa y la atracción que sufre el proceso pulsional reprimido desde los arquetipos inconscientes o {Schema} filogenéticos. Dicha imposición de lo arcaico en la ontogenia se verifica por medio la compulsión de repetición, un factor que Freud atribuye a la naturaleza de todas las pulsiones, y al cual le designa la función de resistencia de lo inconsciente: esa definición inviste a la compulsión de repetición como un arcano del alma y la propone ubicua.

Sin embargo, el poder potencial de este factor compulsional, no siempre es irrestricto. En la clínica, por ejemplo, tenemos lo que Freud llama “su gobierno del psicoanálisis en una parte de su decurso”: la compulsión de repetición permitiendo que la transferencia positiva la “reclute” para alimentar la “figuración del cumplimiento de deseo” (el sector inconsciente de la tranferencia) en cultivos –imaginarios– del principio de placer. El análisis se “aprovecha” de la compulsión con la mira futura de instaurar el principio de realidad. Más a veces ocurre que la compulsión de repetición “desengañada” se emancipa de las obligaciones de ese pacto y no se contenta con el retorno de las imágenes oníricas (interpretaciones) y desacatando el convenio de aceptar solamente palabras por parte de la analista, impulsa una actuación.12

En términos descriptivos, la compulsión de repetición como voracidad de la especie humana se encuentra en dos estados: libidinizada por el yo (objetalizada), o al estado originario (como pura aspiración erótica sin continente). El punto de vista dinámico la localiza subyacente en las resistencias de represión, de transferencia y en el beneficio secundario, haciéndola responsable de cada retorno de lo reprimido por el yo inconsciente. Más allá del yo, su manifestación económica es, en ausencia del objeto, exclusivamente deductible a partir de actos de conducta, actos somáticos, o actos inconscientes que engendran hechos –a veces– inanalizables. Es decir que a la compulsión de repetición que participa de la conducta en la transferencia de los neuróticos, se le suma el conocimiento de individuos no neuróticos, en quienes toda relación humana conduce a idéntico desenlace (el vivenciar pasivo de Freud y Emmy de N. y la viuda triple). La compulsión de destino sufrida por individuos “vividos por poderes ignotos, ingobernables” víctimas de la compulsión del ello inconsciente que no presentan retornos de lo reprimido (afectado en forma directa, no mediado por la neurosis).

7 Domesticación, control, refreno. Término que describe la admisión total de la pulsión en la armonía del yo para ser asequible a toda clase de influjos por otras aspiraciones que hay en el interior del yo. Correspondería a la tramitación duradera de una exigencia pulsional. En 1895 Freud define este recurso yoico por sus efectos: “Los recuerdos penosos dejan de portar afecto.” Treinta años después se lo atribuirá a la libido: “La libido inactiva la pulsión de muerte.”

8 Giménez Noble, F. (2014). Compulsión de repetición, eXel Publishing, Véanse pp. 177 y 178.

9 Freud, S. (1923). El yo y el ello, O.C., AE, Vol. XIX, p. 31.

10 Platón. El Banquete. La fuerza de Eros: re-unir lo que alguna vez formó parte de un todo. Freud, S. (1923). El yo y el ello, AE, Vol. XIX, p. 41. “Eros persigue la meta de complicar la vida mediante la reunión, la síntesis de la sustancia viva dispersada en partículas, y esto, desde luego, para conservarla.

11 Condición inmanente al ideal-yo.

12 Freud, S. (1923 [1922]). “Nuevas observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños”, O.C., AE, Vol. XIX, p. 119: “Tal como lo consigné en ese libro, con gran frecuencia sucede que la compulsión de repetición se emancipa de las obligaciones de aquel pacto y no se contenta con el retorno de lo reprimido en la forma de imágenes oníricas.”

El enigma de la reelaboración

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