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Conocerse para amarse

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El conocimiento de nuestra sexualidad no comienza en la adolescencia o cuando tenemos nuestra primera relación sexual. Cuando nos encontramos con otra persona en una situación erótica no sabemos por arte de magia cómo gozar y llegar a tener un orgasmo. Nada más alejado de las películas en las que se tiran contra la pared o la cama, las cosas suceden y todas gimen mágicamente en dos segundos… No, no funciona así. Nuestro conocimiento sexual comienza antes de nacer.

Los primeros estímulos placenteros comienzan dentro del vientre en el que nos formamos. Por una razón absolutamente instintiva, cuando somos bebés nos llevamos las manos a los genitales, nos chupamos los pies para obtener placer, nos frotamos contra el pañal y, cuando somos un poco más grandes, continuamos con este tipo de autosatisfacción.

La sexualidad se sigue desarrollando día a día luego de nacer, se enseña, se aprende y necesita tener (y que nosotras le demos) un espacio para que se construya y se viva de una manera más abierta y saludable. Hablo de dedicarle un tiempo, como el que le dedicamos a aprender cualquier otra actividad (comer, bañarnos, ordenar nuestras cosas, etc.).

El primer paso para tener una sexualidad plena es que cada mujer se conozca a sí misma. Siempre aconsejo que nos conozcamos, nos miremos nuestros genitales con un espejo y los observemos. Que nos toquemos y exploremos. Sé que la palabra masturbación suele ser tabú entre las mujeres, pero es importante que nos amiguemos con el término y, al mismo tiempo, conozcamos nuestra vulva y sus partes para saber cómo darnos placer.

Lo primero que me gustaría explicar es que no es lo mismo vulva que vagina. Las personas en general, y muchísimas mujeres, no conocen esa diferencia. La vulva es lo que conocemos como nuestros genitales externos. Está rodeada por áreas extremadamente sensibles como, por ejemplo, el monte de venus, que es la parte que tapamos con el triangulito del traje de baño, que tiene grasa, está adelante de nuestra vejiga y pelvis, y es donde se encuentra el vello. Y la vulva propiamente dicha está conformada por el clítoris, los labios menores, labios mayores, la uretra, el himen, la horquilla vaginal y nuestro vestíbulo. También están las glándulas de Skene, rodeando a la uretra, que son las responsables del famoso squirt del que te hablaré en el capítulo siguiente.

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El himen es como una telita, una membrana que está en la entrada de la vagina de cada mujer y que es tan particular que el de cada una es diferente, y puede tener diversas formas y tamaños. El caso es que, por lo general, en algún momento de la vida el himen se “rompe”, se “corre”, dejando más libre la entrada de la vagina. Puede suceder en múltiples situaciones, como por ejemplo, andando en bicicleta o en una clase de baile. Pero deben tener en cuenta que a veces no ocurre nunca: hay mujeres que conservan su himen intacto a pesar de haber tenido relaciones sexuales con penetración. Y, también, es un mito que necesariamente cuando se rompe o se tienen relaciones con penetración vaginal por primera vez “deba sangrar”. Muchas veces esto no ocurre. Por lo tanto, basta del mito de que el himen es igual a sangrado y a “virginidad”. Otra palabra mítica que no debería estar más asociada al inicio de la vida sexual y/o a la penetración vaginal.

Nuestros labios mayores comprenden un área que tiene muchísimas terminaciones nerviosas que podemos explorar y acariciar. Pueden tener vellos, ser canosos, estar depilados, ser turgentes, con más grasa o menos. Cada área de cada vulva es única en cada mujer.

Los labios menores son los que cubren nuestra vulva. Los hay de todos los tamaños, texturas, colores y formas. Pueden ser asimétricos, grandes, pequeños, rugosos, finos, delgados. Son muy sensibles y, a través de ellos, podemos explorar el placer. La forma de estos labios es muy diversa. Como verán, hay infinidad de vulvas en el mundo.

Es muy importante que sepamos este detalle porque muchas veces hemos sido víctimas de comentarios poco felices y agresivos acerca de nuestra vulva. Quizás fuimos cuestionadas sobre su forma o color, y tomamos esos comentarios como ciertos. Esta experiencia, lamentablemente, juega en contra de nuestro deseo a la hora del goce, para disfrutar, mostrar o tocar nuestra vulva. No compremos estas falsas premisas ni incorporemos comentarios que bloqueen nuestro derecho al placer. En este punto quiero remarcar que no debemos comparar nuestros labios ni cualquier área de nuestra vulva con las de otras mujeres. No caigamos en estereotipos ridículos y sin fundamentos pensando que nuestra vulva no es linda o debiera de ser “como aquella”. Todas las vulvas son dignas del goce y de ser disfrutadas. ¡Vivan todas las vulvas y sus diferencias!


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