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Capítulo 2

7

Valencia, España, 20 de febrero de 2022

Era una noche lluviosa. Hacía ya tres días desde que recibió aquel enigmático sobre. La carga de trabajo en el diario y sus continuos quehaceres habían hecho olvidar a Venus aquellas extrañas fotografías. Pero al sentarse delante de su viejo portátil y retirar toda aquella maraña de papeles, apareció de nuevo el sobre amarillento con el misterioso código: 'KO-12Rtj5-123S'.

Aprovechando el cómodo acceso a internet de su portátil, buscó en Google por si los dos ojos que todo lo saben permitían arrojar algo de luz al enigma. Lo único que encontró fueron un par de músicas chinas y un enlace a unas páginas de tinte pornográfico que nada parecían tener que ver con el origen de aquel sobre. De nuevo lo abrió y sacó esa extraña y nebulosa imagen en la que se intuía la figura de una mujer. La dispuso sobre su scanner y mientras aquel artilugio trabajaba repasó mentalmente la entrevista que había realizado esa misma mañana con ese magnate de la industria farmacéutica.

Mientras abría su cuaderno de notas inició el Photoshop de su pequeño ordenador. Esa instantánea que acababa de escanear le tenía intrigada. Venus era una auténtica experta en el tratamiento de imágenes, pero esto era demasiado extraño y la tenía totalmente desconcertada. No se veía claro con qué filtro había sido editada esa imagen, y recuperar la escena original iba a ser muy complicado, por no decir imposible. Probó con varias combinaciones, pero pronto abandonó la idea de utilizar los métodos habituales ya que no conseguía mejorar la calidad ni el detalle de esa curiosa fotografía.

Invirtió algo más de cuarenta minutos sin éxito y decidió dejar ese estúpido estudio sobre una imagen que aún no sabía bien a santo de qué había llegado a su portátil. Ya comenzaba a hacerse tarde y aún le tenía que enviar aquella entrevista a su diario. Así que se centró en su cuaderno y en aquellas notas que había tomado esa misma mañana a ese perfecto majadero del que se tenía que haber zafado, al menos hasta en tres ocasiones, de sus molestas insinuaciones. El tal señor Mintaka no parecía estar acostumbrado a ser rechazado. Era evidente que el dinero solía pagar sus deseos más caprichosos. Pero su entrevista debía ser amable. No en vano Minius Labs había subvencionado el dominical dedicado a la ciencia que el diario Hoy editaba con tanto éxito, y que le había hecho posicionarse como líder de los noticieros nacionales de los domingos.

Así pues, debía edulcorar la imagen de ese perfecto capullo y centrarse en la presentación de esa extraña máquina que el laboratorio de moda en Europa estaba anunciando. Esa máquina que permitía estudiar las sinapsis nerviosas del cerebro de una forma muy novedosa. El propio Etamin Mintaka se emocionaba al presentarla. Las conexiones neuronales eran la base de los impulsos nerviosos y el 'Trakysgek U234' permitiría en un futuro inminente enviar directamente órdenes al cerebro y generar impulsos nerviosos que permitirían activar movimientos simples de órganos y articulaciones.

También había comentado por encima que pronto permitiría extraer, en forma de imágenes, recuerdos de la memoria, ¡Incluso imágenes de nuestros sueños! Redactó su entrevista con rapidez, algo de desgana y la envió al diario. Mientras se iba a su cama, ya cansada, echó un último vistazo a esa foto, y pensó un tanto extrañada si quizá esa difusa imagen correspondería a la memoria de alguien.

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Mallorca, España, 20 de agosto de 2021

Rigel nunca había destacado en la escuela. Era reservado, aunque ingenioso y muy divertido cuando se le conocía. Su especial facilidad para entender el mundo matemático no había aparecido hasta sus veintitrés años, en los que descubrió una capacidad inesperada para asociar el comportamiento del organismo humano a complicadas ecuaciones matemáticas. Su especial sensibilidad científica le había permitido investigar las señales eléctricas del organismo desde un punto de vista original que estaba a punto de revolucionar la moderna neurología.

El estudio de la memoria había centrado los últimos diez años de la vida de Rigel. Su interés era entender la forma en la que nuestro cerebro almacenaba la información de nuestros recuerdos, y parecía haber comenzado a descubrirlo. Parecía increíble la similitud funcional entre esas pastillas informáticas que constituían la memoria de un ordenador, y esa zona del lóbulo temporal de nuestro cerebro. Rigel había dado con la solución a esa ecuación imposible que permitía entender cómo esa información se mantenía en el hipocampo, gracias a su semejanza con el estudio de los resonadores de cuarzo. Lo que más le había llamado la atención, era la capacidad que tiene nuestro cerebro de ocultar la información de nuestros recuerdos cuando se es joven. Parecía como si a medida que envejecemos, fuéramos perdiendo esa capacidad de encriptar y ocultar la información que vive en el fondo de nuestra memoria. Por eso, hasta la fecha, solo se habían conseguido mínimos éxitos de extracción, y en todos los casos, de personas muy mayores.

Aún eran imágenes poco claras, pero eran sin duda la puerta a empresas mayores. KOS era el proyecto de su vida y ahora además gracias a él, se le presentaba la ocasión de conocer a la única persona que podría desvelar algún detalle de esa leyenda con la que había vivido Rigel durante sus cuarenta años de existencia. Esa leyenda que era su padre. Desde su más tierna infancia había estudiado la vida de ese hombre como si de un emperador se tratara.

El enlace con aquel viejo austriaco había aparecido por auténtica casualidad, aunque era una casualidad buscada durante años. Su obsesión desde pequeño había sido encontrar datos de sus padres, y hasta había acudido a ese museo del horror curioseando los escenarios de la leyenda que su padre había forjado. Nunca había llegado a entender las marcas que aparecían junto al preso 12.741 (Douglas B.) en el registro de Mauthausen del 6 de mayo de 1943. Marcas escritas en rojo y que indicaban en mayúsculas: 'ACRUX D.'

Varios años sin encontrar una explicación sobre aquellas siglas, pero sabiendo que ese 6 de mayo había ocurrido alguna circunstancia que quizá le hubiera hecho abandonar aquel campo del horror.

Pero ese verano algo especial había ocurrido. Durante aquel paseo estival por esa isla del paraíso balear entró en una pequeña tienda artesanal de maquetas de aeromodelismo que se ubicaba en aquella frecuentada y pintoresca calle de las Cenizas mallorquina. Tras admirar la exquisita delicadeza con la que el artista cuidaba cada detalle de aquellas miniaturas, cuando se disponía a salir y por una de esas benditas casualidades que a veces brinda el azar, atrajo su atención un pequeño marco, junto a la puerta, en la que se leía claramente: 'el ayuntamiento de.... otorga la licencia municipal a Acrux Deneb...'

El corazón de Rigel dio un vuelco. ¿Acrux era un nombre de persona? ¿Podía tener aquel viejo artesano algo que ver con Sir Douglas Bader? Como mínimo, la afición por el mundo aeronáutico hacía evidente un primer vínculo que quizás fuera la puerta de algo más...

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Valencia, España, 10 de enero de 2022

Era hora de tomar medidas un poco más drásticas. El niñato ese no iba a cortar las expectativas de Etamin Mintaka. Ese diablo recubierto de pasta sabía que faltaba ese punto para romper definitivamente el liderazgo de Minius Labs en el sector y abrir la puerta a su deseo de grandeza. El control de los sueños y la memoria era la llave de acceso a un tremendo negocio en el que el propio Etamin quería participar de forma más personal. Mintaka Corporation o quizá Mintaka Labs ya estaba pensada. Sería su apuesta dentro del mundo del ocio tecnológico de altos vuelos. Lo tenía minuciosamente planeado. Se veía cercana la posibilidad de la creación de mundos virtuales, ya que el íntimo conocimiento de cómo el cerebro guarda los recuerdos de nuestra memoria, era la base para la implantación de recuerdos. En el momento que se supiera cómo extraer la memoria de un ser humano y el enrevesado mundo de interacciones nerviosas que lo soportaba, nada impediría realizar el proceso inverso: ¡Implantar a voluntad los recuerdos! Un mundo de realidad virtual, ocios oníricos y un sin fin de nuevas vías de negocio, que podían ser mucho más provechosas sin duda que las propias de Minius Labs, se rumiaban en su imaginación. ¡El control de la voluntad de las personas! Ese era, al fin, el objetivo perverso en la mente de ese directivo megalómano. Poco tenía esto que ver con el espíritu con el que nació esa idea de registro en la mente de Rigel Bader.

Etamin lo consideraba como la inversión casi perfecta. Poco dinero, o incluso nada, a cambio del descubrimiento más revolucionario en el campo de la neurología probablemente desde Ramón y Cajal. No se podía permitir que la idea genial de aquel niñato fuera explotada por alguien que no fuera él. Debía vigilar todos sus movimientos, notas y trabajos, por si llegado el momento pusiera impedimentos y dificultades acerca de la propiedad intelectual de KOS. Para ello, necesitaba los servicios de un sabueso de confianza, alguien que sabiendo interpretar los papeles de Bader, no tuviera escrúpulos que el dinero no pudiera comprar.

Ese muñeco ideal no era otro que Bootes Sagitta. Su pasado tecnológico en Western Digital, le permitió destacar como investigador. Pero su interés estaba más cerca del lucro personal y del medrar expreso, antes que de un sincero afán de progreso científico. Su campo de estudio había sido el de los imanes de neodimio, muy utilizados en la industria informática y aeronáutica. Con los años se había dedicado al pirateo informático y a turbios asuntos que le habían puesto en contacto con aquel directivo de laboratorio, con el que había conseguido poner en jaque a aquel magnate de los negocios, el mismísimo Luyten Minius. Su aspecto característico descomunal y algo albino, le hacían infundir ese miedo que tanto les gusta despertar a los hombres de poder medrado sin esfuerzo.

Etamin Mintaka disfrutaba con la idea de despertar temor en sus adversarios y Bootes Sagitta era el perfecto partenaire para acompañarle en su tarea de convertir a Mintaka Labs en la mayor fábrica de control de la voluntad del planeta…

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Valencia, febrero de 2022

Con su flamante tableta electrónica, Venus podía conectarse a su ordenador desde cualquier lugar y comprobar las evoluciones que aquellos complicados filtros software producían sobre esas extrañas imágenes que empezaban a obsesionar a su incesante mente. Con aquel sonido característico su tableta le informaba que algo pedía su atención desde aquel remoto equipo informático en su hogar, y no pudo evitar mirar con detalle aquel reclamo, pese a encontrarse en plena clase de 'grafismo e ilustración'.

El proceso de una de aquellas imágenes había concluido y las formas se adivinaban infinitamente más claras y diáfanas, por lo que sin duda se concluía que aquellas imágenes se habían forjado en la mente de un ser humano con casi total seguridad. El filtro con el que se habían procesado era el resultado de los estudios más avanzados en tecnologías de decodificación de señales biométricas. Pero Venus ni por asomo hubiera imaginado que efectivamente fuera ya una realidad el procesado de señales procedentes de la mente humana. La emoción le hizo abandonar el aula y saltarse aquella aburrida clase, y regresar a su casa para comprobar, in situ, los avances obtenidos. Con inquieta zozobra atravesó la ciudad, en su vieja bicicleta holandesa traída de su último viaje a Breda, sabiendo que algo muy especial se escondía dentro de aquel viejo portátil.

Algo no iba bien. Al llegar al portal de su casa, alzó la vista hacia su ventana y la cortina que diariamente pasaba en la ventana de aquel balcón, no estaba en su sitio. Era una sencilla costumbre que Venus adquirió como medida básica de alarma ya que unos años de soledad le habían hecho ser cautelosa y previsora. Subió con tiento y algo de miedo para comprobar que sus peores sospechas se iban a confirmar. Al abrirse la cancela del ascensor observó la puerta entreabierta de su vivienda, y el corazón le dio un vuelco. Entró con valentía, tratando de hacer ruidos que alertaran de su presencia a quien pudiera estar dentro, pero ya nadie se encontraba en el interior de aquel pequeño, pero funcional y bonito estudio.

Un rápido reconocimiento confirmó las sospechas que su instinto le advirtió al llegar al portal. Solo echó a faltar dos cosas, el sobre con aquellas misteriosas fotos y su pequeño portátil. Pero ¿quién diablos había sido? Quien fuera que hubiera estado allí hacía tan solo unos minutos, justo el tiempo que se tardaba en llegar desde su facultad, debía ser la misma persona que le había mandado las fotos…, pensó Venus. Pero ¿cómo podía ese alguien conocer con tanto detalle las inquietudes de una simple estudiante? ¿qué mente podía ser tan enrevesada como para meterla en aquel asunto, sin ni siquiera preguntar, para ahora sacarla de ese modo?

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Mallorca, España, 11 de febrero de 2022

Rigel no pudo evitar preguntarle directamente a aquel viejo artesano lo que le inquietaba tremendamente. Pese a todo sabía que debía ser prudente y decir las palabras adecuadas pues la coincidencia de cinco letras tan solo podría no ser más que simplemente eso, una mera coincidencia. Se acercó al mostrador, y simplemente preguntó: ¿conoció usted a Douglas Bader? El semblante de aquel anciano pareció no inmutarse, pero sus manos dejaron caer dos minúsculos tornillos sobre la mesa de trabajo, repleta de infinitas piezas con las que completaba sus maquetas. Se giró hacia él y con cierto aturdimiento preguntó:

—¿Quién es usted?

Al oír esas palabras comprendió que aquel hombre sin duda sabía de quien estaba hablando, y de ninguna forma deseaba importunarlo con sospechas que pudieran inquietar a aquel viejo artista cuyo pasado podía ser dudoso. Así, rápidamente quiso tranquilizarle:

—Soy su hijo. Llevo buscando años a alguien que me pueda hablar de él.

Aquellas palabras produjeron estupor en el semblante de aquel viejo artesano. Sorprendido y ligeramente emocionado, con una expresión difícil de explicar, aquel hombre intentó levantarse a duras penas, guiándole hacia una estancia interior de aquella pequeña tienda de aeromodelismo.

—Pase aquí dentro, por favor— Le dijo con cierto gesto de afecto.

—¿Cuántos años tiene usted? — Le preguntó Acrux Deneb a Rigel mientras buscaba algo en una vieja estantería de aquella pequeña habitación. La inquietud de Rigel iba tornándose en emoción al tiempo que se desesperaba con la parsimonia con la que aquel anciano ejecutaba cada movimiento.

—¿Qué sabe usted de su padre, joven? — le preguntó mientras acercaba una vieja banqueta hacia un armario lleno de libros. Rigel se sinceró:

—Recuerdo muy vagamente su figura. Murió siendo yo un niño, y solo he podido leer la enorme lista de condecoraciones que consiguió en la guerra.

—¿Y cómo ha dado conmigo, si no es indiscreción?

Mientras aquel hombre bajaba una pequeña caja, escondida entre los libros de aquel armario, Rigel le explicó pormenorizadamente su viaje a Mauthausen, sus notas de aquel diario, y la casualidad del cuadro en la puerta de la tienda. Había indagado durante años en la figura de su padre, ese héroe de guerra tan distinguido que hasta había conseguido el honorífico galardón de Sir del imperio británico, y le confesó su sincera y noble intención de, simplemente, saber los detalles de la vida de un padre al que no había tenido la oportunidad de conocer.


Estas palabras, dejaron pensativo a Acrux, que meditó algún tiempo sus palabras, dejando entrever en sus ojos una manifiesta emoción.

—Verá hijo. No estoy muy orgulloso de mi pasado, ustedes no podrían entender lo que nos tocó hacer a gente como yo. Dudo que haya nadie en el mundo que viera morir a tanta gente como me tocó ver a mí... — y tras el lapso de un meditado segundo continuó con pesar — … ni que tuviera que matar a tanta. Para muchos fui un verdugo, pero para unos pocos fui su salvador. Decidir a quién debía ayudar era quizá demasiado para un simple cartero al que le volvían loco los aviones.

Rigel comprendió con rapidez que efectivamente aquel hombre era quien había firmado en aquel diario del campo de concentración. No quería interrumpir, aunque le asaltaban mil dudas.

—Entiendo —dijo con semblante de comprensión.

Con muestras de estar revolviendo en el baúl de los recuerdos más hirientes de su vida, aquel viejo continuó su soliloquio.

—Allí nadie conocía a su padre, joven, salvo este entusiasta del aire —dijo al mismo tiempo que hacía un claro gesto con el pulgar de su mano derecha.

—Reconocí esos emblemas del Spitfire, e inmediatamente supe quién era. En mi trabajo tenías que seleccionar muy bien... Ahora no se puede entender lo poco que vale una vida desde los cómodos asientos de una oficina de Berlín.

Rigel no sabía bien si aquel hombre trataba de justificar un pasado oscuro o, por el contrario, se estaba confesando ante alguien que había tocado una pieza un tanto vulnerable de su memoria. Mientras Acrux Deneb abría la caja, se sentaron en dos pequeños y viejos sillones de la trastienda, al tiempo que prosiguió:

—Como sabrá, su padre fue derribado, pero salvó la vida y llegó a aquel campo de muerte y exterminio. Yo debía hacer lo de siempre: marcado, etiquetado, asignación de barracón y con el tiempo, cuantos menos días mejor —dijo mirando al infinito—, certificar su muerte. Pero sus emblemas y aquella mirada desafiante enseguida me llamaron la atención. Poco me costó saber de los logros de aquel piloto sin piernas... Y decidí intentarlo.

—Intentar, ¿El qué? —escrutó Rigel.

—Huir con él de aquel infierno —dijo mirándole a los ojos fijamente, pero sin verlo, como si estuviera reviviendo uno de los momentos claves de su vida.

12

Valencia, 9 de mayo de 1324

—Pase, don Diego —dijo aquel hombre recibiéndole cordialmente. —Supongo que se habrá extrañado que le hiciera venir, pero tenemos un asunto delicado que necesitamos sea gestionado con la mayor discreción.

Tener amigos hasta en el infierno, era probablemente, una de las mejores cartas de presentación de Diego. Aunque ya se conocían, y el respeto y simpatía entre ambos era evidente, su relación con Luis Ferrer (primer Síndico del tribunal de las Aguas de Valencia) era aún ligera e incipiente. Luis Ferrer había sido guarda de acequia durante años, y su carácter templado y conciliador le habían llevado a granjearse el respeto de la comunidad regante de la época. Su sentido común y su elegante forma de comunicarse, le habían permitido adquirir cada vez más protagonismo en la sociedad civil del momento, llegando a convertirse en una figura de prestigio y respetada por todos los nobles de la zona. En muchas ocasiones, las disputas entre vecinos necesitaban resolverse con la palabra justa antes que, con el filo de la espada, y a la hora de lidiar entre ellas don Luis Ferrer era capaz de actuar con criterio y serenidad, transmitiendo con sano juicio unas sentencias que solían ser ejemplares.

Diego y Luis habían coincidido, como miembros de la incipiente burguesía valenciana, en varias recepciones que se habían organizado con motivo de la asistencia del rey Jaime II. De todos era ya conocida la excelente red de contactos de don Diego de Losada. Ello le permitía urdir complejas tramas que igual servían para hacer llegar una carta al rey de Francia, que para conseguir una prostituta para el noble de turno que le pagaba gustosamente la adecuada comisión. No en vano era conocido como El Conseguidor. La única laguna en las credenciales de presentación de Don Diego de Losada era precisamente su hermano Guzmán, que recientemente había sido capturado y encarcelado por las tropas reales. Quizá algo relacionado con este último fuera la causa que le había llevado a recibir esa extraña visita.

KOS, grabado en las piedras

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