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ОглавлениеCapítulo 3
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Valencia, España, 21 de febrero de 2022
Venus acostumbraba, cuando le sobraba algo de tiempo, a pasar largas tardes en el gimnasio descargando importantes dosis de adrenalina. No tenía claro cómo actuar. Estaba inquieta y se sentía amenazada. Era evidente que había sido observada, utilizada y finalmente robada por alguien que no conocía, al menos conscientemente, y un importante vértigo le invadía. Pero ese carácter valiente que lo mismo la llevaba a escalar montañas que a enfundarse unos guantes de boxeo, le ayudaba a superar cualquier intento de intimidación. Era el momento de sacar ese lado Lisbeth Salander que la caracterizaba.
Por una parte, conocía bien el tedioso y farragoso proceso policial de denuncias, pues en su vertiente periodista le había tocado seguir de cerca ese mundo de burocracia e interminables interrogatorios. Pero no podía quedarse sin hacer nada. Necesitaba averiguar algo acerca de su extraño episodio, pero no quería pasar por todo el trámite al uso, así que recurrió a ese compañero de gimnasio, y eventual en su cama, que recientemente le había hablado de una palabra que nunca había oído antes, los otogramas.
Un otograma era una especie de huella dactilar de la oreja. En ambientes de policía científica ya era una realidad hacía años, aunque no se había popularizado demasiado. Su eficacia estaba sobradamente probada, pero ciertas luchas intestinas parecían no quererlo sacar del entorno experimental. Alsham Meissa se llamaba aquel compañero, y resultó ser de mucha más ayuda de la que inicialmente ella esperaba. Era inspector de la brigada de delitos tecnológicos y policía científica, una casualidad que Venus no conocía con detalle. Venus no podía ni imaginar lo que las capacidades de Alsham como hacker podrían ayudarla en un futuro, pero lo cierto es que pese a su aire un tanto friki y descuidado, se interesó de forma personal por el tema, soslayando ciertos permisos que habitualmente eran necesarios en estos asuntos, y enfocando la investigación de ese extraño robo mediante técnicas que Venus no sabía ni que existían. Alsham era conocido como Lemosky en la Dark Web6
De sus recientes días de trabajo ya solo le quedaba esa pequeña nota en la que había apuntado aquel código KO-12Rtj5-123S y unos filtros de procesado de imagen, que al parecer habían funcionado correctamente.
Los otogramas se estaban empezando a utilizar frecuentemente en el estudio de robos en viviendas particulares debido a lo común que era el hecho de que los cacos apoyaran la oreja en las puertas de las casas para comprobar si alguien se hallaba en su interior. Unos, los peores, precisamente para extorsionar a sus inquilinos, y otros, para actuar con mayor impunidad, sabiendo que nadie se encontraba en la vivienda. La verdadera utilidad del otograma, dado el escaso número de registros en la actualidad, era la posibilidad de ser empleado con cierto grado de éxito por comparación con fotografías e imágenes existentes. La simple comparación morfológica era el gran valor de esta técnica, algo que no se podía hacer con cualquier otro sistema de huella, como la dactilar, o el iris ocular, que por necesidad exigían un previo registro del sujeto a comparar. Alsham era un profundo estudioso del tema, e intuía que algo podría averiguar con el otograma extraído de la puerta de Venus. Ella, por su parte, mientras veía cómo aquellos dos compañeros de la brigada de la policía científica de su compañero, así como el propio Alsham, escudriñaban entre los posibles indicios que pudieran arrojar algo de información, se puso a hojear ese libro que había sacado de la biblioteca para conocer con detalle los fundamentos de la técnica en la que se basaban esos filtros de tratamiento de imagen, que al parecer habían extraído información adecuada de aquellas fotos difusas. Aquel libro hablaba de la Anamorfosis...
Alsham despertaba en Venus esa pequeña llama que le hacía subir algún grado la temperatura corporal de su organismo. Se conocían desde hacía tiempo, y ya habían contado algún que otro capítulo húmedo y nocturno, sin llegar a mucho más. Ambos se tenían cariño, pero tampoco se podía llamar amor a esa extraña relación que mantenían. Se habían dado alegrías mutuas, pero ninguno suponía para el otro esa razón de existir que dan en reclamar para sí los fieles amantes tradicionales.
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Valencia, octubre de 2022
Sagitta sabía que había que seguir los movimientos de Rigel con detalle. ¿De verdad era cierto eso que solo se podía invadir la memoria de los mayores, o era consecuencia de la absurda obsesión de un joven acomplejado emperrado en saber algo de su padre? Para Bootes Sagitta era muy sencilla esa investigación. El espionaje tecnológico era, sin duda, su especialidad tras muchos años infiltrándose en redes remotas de empresas de la competencia, pinchando conversaciones telefónicas y extrayendo, en definitiva, información catalogada como sensible de fuentes de información que se pensaban seguras. Intuía que Rigel ocultaba algo. Ya desde las primeras discusiones, en las que se le había negado el apoyo en determinadas líneas de investigación, parecía ir por su cuenta.
Hacía falta un equipo mucho más multidisciplinar que el que Etamin Mintaka había montado para el proyecto KOS. Inicialmente había servido para apoyar sus investigaciones, pero ahora hacían falta muchas más teclas para convertirlo en una realidad aplicable, funcional y creíble. Ahora que parecía estar tan cerca, solo importaba una pronta recuperación de la inversión, y sacar producto cuanto antes para los directivos del laboratorio que lo financiaba. Rigel sabía que para eso hacían falta muchos detalles que parecían obviar los gerifaltes de oficina venidos a más que no conocían, ni por asomo, la complejidad de asimilar la interacción entre una neurona y una célula efectora, responsable de los impulsos nerviosos. El único nervio que les importaba era el de ver unos bolsillos cada vez más llenos. No era difícil de entender que fueran necesarios auténticos expertos del procesamiento de la imagen cuando se quería analizar las señales procedentes de un cerebro del que se conocía ya bastante, pero que aún era y será por mucho tiempo un gran desconocido.
Los expertos que Rigel demandaba no eran precisamente esos diseñadores con aire bohemio que le habían llevado. Lo que realmente hacía falta eran los creadores e investigadores de esas herramientas, no a los grafistas que las empleaban, para deformar logotipos, o inventar efectos de lo más lustrosos. Pero la inversión ya resultaba excesiva para Etamin Mintaka y sus secuaces que ya estaban hartos de los caprichos de ese genio excéntrico.
Pero Rigel tenía sus propios medios para encontrar lo que quería. Siempre lo había hecho un poco así... a su modo. Y si esos obtusos jefazos de oficina no le daban los recursos que buscaba había medios alternativos para encontrarlos. El tema era atractivo y diferentes investigadores de empresas como QCMTX, AWSDX y otras, ya habían dado muestras de estar interesados en colaborar con Rigel. Si Mintaka Labs no lo veía necesario, habría que hacerlo de forma más personal. Rigel se había cansado de nadar en un río cuya corriente sabía que no podía remontar.
Varias entrevistas y apariciones públicas le habían granjeado cierta justificada reputación en los ambientes científicos y tecnológicos que veían sin duda en los estudios de Rigel y sus compañeros un avance importantísimo en el entendimiento de la memoria y el cerebro. Sus publicaciones le habían puesto en contacto con investigadores de las más importantes universidades del mundo, así como de alguna de las empresas más influyentes del sector. Pero de todas esas entrevistas, había una que le había marcado especialmente. Aquella que le hizo esa bella y atrevida joven periodista, indagando en aspectos bastantes técnicos acerca de la conformación de las imágenes en la mente. Desde aquella simpática entrevista que se publicó en aquel noticiero local del metro, seguía habitualmente aquellas reseñas firmadas por Venus R. Su belleza y actitud le habían sorprendido y cautivado. Aquella lejana tarde de octubre les había abandonado en agradable charla. La noche les había sorprendido en la terraza de un viejo barecillo del centro histórico de la capital del Turia dejando su conversación un tanto inacabada. No se habían vuelto a ver desde entonces, pero Rigel intuía que quizá Venus podría ayudarle... El periodista debía ser por naturaleza curioso, pero ella además sabía de transformaciones TFTs aplicadas al estudio de la imagen, lo que para un friki del calibre de Rigel era un atractivo más a sumar a las cualidades de aquella guapa periodista. Quizá tuviera que recurrir a ella profesionalmente para seguir con sus planes…
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Mallorca, España, 11 de febrero de 2022
El anciano Acrux parecía vivir una lucha interior entre relatar los detalles de historias que había tenido ocultas mucho tiempo o revelar información que pudiera delatar algo de su oscuro ayer lejano. Rigel intuía que estaba a punto de conocer detalles de un pasado anhelados desde hacía mucho tiempo, y difícilmente podía controlar su emoción. Pero no quería dar un solo paso que pudiera incomodar a aquel hombre y sutilmente cambiaba de tema, preguntándole curiosidades intrascendentes sobre esas maquetas que tan meticulosamente construía. ¡Quizá pueda ganarme su confianza y acepte someterse a alguna prueba de extracción!, pensaba Rigel, (así llamaban al proceso de registrar esas imágenes en soportes digitales), pero sabía que no sería fácil convencer a aquel hombre para que abandonara, aunque fuera solo unos días, su tranquila vida en aquel paraíso balear, y más aún si el objetivo era indagar en los secretos ocultos de alguien que, al parecer, no estaba del todo orgulloso de un pasado que se adivinaba complicado. Tenía que ser muy cauto con las acciones y las palabras y más aun viendo que aquel Sr Deneb conservaba la memoria muy lúcida. Rigel se sorprendía y entusiasmaba con el detalle con que, de vez en cuando entre comentarios sobre acrobacias aéreas y cosas por el estilo, rememoraba aspectos de su vida pasada. Si aceptara someterse a una extracción podría ser, sin duda, algo único. Lo que Rigel siempre había soñado.
—Tu padre y yo fuimos trabando cierta amistad. Aunque él no lo sabía ya nos habíamos cruzado en las alturas, gracias a un episodio que se dio a conocer como el caso Charlie Brown, pero eso ya te lo explicaré… Mi afición aeronáutica me hizo escribir una carta a Adolf Galland pues sabía del respeto que mutuamente se tenían. ¿Ud. sabe quién era Adolf Galland?
—No tengo la menor idea. —Negó Rigel categóricamente.
Acrux Deneb prosiguió. —Fue un general de la Luftwaffe alemana y un as de la aviación de aquella época. Una especie de Barón Rojo para los que adoramos el aire. Decidí ponerles en contacto, ya que había leído las muestras de admiración que mutuamente se habían prodigado. Nadie allí salvo yo sabía quién era Douglas Bader. No tenía claro que pasaría entre ambos. Pero pensé que debía hacerlo.
En ese momento alguien entró por la puerta de la tienda haciendo sonar ese conocido chivato. Acrux Deneb lo oyó desde la trastienda en la que se hallaba con Rigel y, bruscamente, decidió cortar la conversación. Parecía como si ese sonido le hubiera hecho volver a una realidad en la que nada le perturbaba.
—El deber me reclama —dijo en tono cordial —y me temo que hoy tengo obligaciones que no puedo dilatar. Quizá quiera volver otro día y seguimos hablando. Nunca se sabe la historia que se oculta detrás de cada una de estas maquetas. Seguro que alguna le gustará.
Rigel se dio cuenta que algo había apagado de forma abrupta esa llama de los recuerdos que Acrux Deneb parecía reavivar, pero no quiso insistir pues se sentía satisfecho de haberle conocido y pensaba que poco a poco iría indagando en todos los secretos que aquel enigmático anciano conservaba en su memoria.
Pero antes de despedirse le pidió hacer una prueba simple de registro. Era el sistema más básico que habían testeado y no siempre funcionaba, pero Rigel se resistía a irse con las manos vacías de recuerdos. Así, le acercó al viejo artesano un terminal móvil iPhone XiV, al que le había acoplado una especial carcasa metálica que según le indicó actuaba de forma similar a los electrodos en los antiguos electrocardiógrafos. Le dijo que asiera fuertemente la carcasa, y que tratara de concentrarse durante unos segundos en los instantes que él entendiera que tenía más vivos en su memoria. Acrux accedió, sorprendido de que aquel aparato pudiera indagar de alguna forma en su memoria con el simple tacto de sus manos. En algo más de unos segundos terminaron la prueba. No parecía haber dado resultado, pero viendo que aquel anciano se mostraba un poco inquieto, Rigel decidió no insistir. No quería poner en riesgo esa relación que, de forma inesperada, acababa de nacer, ahora que tenía un hilo del que poder tirar.
Se despidió, mientras el viejo le acompañaba hacia la salida, al tiempo que dejaba abierta la posibilidad de un nuevo y próximo encuentro.
—¿Le importaría que me acercara mañana, señor Deneb, y me cuenta alguno de esos secretos que dice que guardan sus aviones? —dijo con cierto miedo.
—Será un placer, pero le aviso que mañana estará Markis, mi asistenta, ya la conocerá... es un poco especial, en fin, Ud. siempre será bienvenido aquí. —Y con un gesto, que sorprendió a Rigel gratamente, Acrux le dio un abrazo cordial mostrándole un afecto sincero, más allá del que se esperaba de dos hombres que se acaban de conocer. Finalmente se retiró, mientras aquel anciano artesano atendía al joven que acababa de entrar en la tienda.
16
Valencia, marzo de 2022
La perspectiva visual que tenemos de las cosas que miramos, con frecuencia se rige por mecanismos mucho más complejos que los que a priori se pudiera pensar. La anamorfosis únicamente se solía utilizar para mostrar deformaciones de imágenes con fines artísticos o cómicos. Pero algo parecía demostrar que el uso de diferentes panorámicas anamórficas en el espacio euclídeo tridimensional era especialmente importante para plasmar en un plano la información que se extraía con el sistema ideado por Rigel. Venus había probado con esos filtros experimentales de forma absolutamente casual, y sabía de su conocimiento gracias a uno de esos congresos que en su oficio de periodista le había tocado cubrir. Pero esa curiosidad incesante había hecho que aplicara un filtro anamórfico de procesado a esa imagen que sin duda era la piedrecita que faltaba en esa tremenda pirámide que Rigel y sus compañeros de KOS estaban construyendo.
Mientras ella leía y analizaba de forma inconsciente las bases de un proceso que podría cambiar el mundo, Alsham Meissa terminaba de recoger los indicios que podían aportar información relevante sobre aquel robo. Le comentó a Venus la necesidad de guardar la galería de imágenes que tuviera en su móvil, así como en cualquier dispositivo de almacenamiento que tuviera, como discos duros, etc. para poder hacer comparativas otográficas, que así llamaban a las pruebas con las que encontraban probabilidades de que un otograma correspondiera a un determinado sujeto. A primera vista, nada importante parecía haber desaparecido salvo ese portátil y el enigmático sobre. Estuvo repasando sus cosas y ni sus herramientas de escalada ni los útiles de buceo habían sido tocados, al menos a simple vista. Eso la tranquilizaba un poco, ya que se avecinaba una escalada por los Picos de Europa, que llevaba preparando algún tiempo, y que no quería perderse de ningún modo. Todas sus cosas parecían estar tal y como las había dejado tras su última aventura subiendo el Aneto por la cara norte, aunque unas marcas en un mosquetón le llamaron la atención, pero no le dio más importancia. Algún golpe mal dado habría causado aquella ligera decoloración.
Tras casi dos horas de inspección recogieron sus cosas. Alsham le preguntó amablemente si quería que la acompañara esa noche, pues ese tipo de experiencias suele producir una lógica inquietud, pero ella recurrió a su habitual fortaleza y rechazó el cortés ofrecimiento de su amigo.
—Al menos —, le dijo Alsham —coge estos paquetitos. Son unos polvos de mis amigos de narcóticos. Ante cualquier situación que no veas clara, juntas los polvos de ambas bolsitas y los soplas sin inhalar sobre tu atacante. Es el narcótico más potente que existe y dormiría a un elefante en menos de veinte segundos. Considéralo como un regalo.
Ella aceptó aquella extraña arma y se despidió afectuosamente de Alsham, pero en cuanto se quedó sola comprendió que no iba a ser una noche sencilla. A su habitual insomnio debía añadir una horrible sensación de haber sido investigada. Quien fuera que lo había hecho, podía seguir haciéndolo, y eso ahora sí le asustaba. De forma intuitiva decidió coger un especial almanaque en el que ella guardaba todas las entrevistas y artículos en los que había participado en los dos últimos años, llamó a una compañera suya con la que solían compartir experiencias y fue con ella a pasar la noche. Mientras montaban la supletoria en la que dormiría Venus, su amiga le iba proponiendo asuntos en los que era consciente que Venus había participado y que quizá no hubieran sentado bien, como aquella investigación en la SGAE, o aquellos turbios asuntos que despertó sobre tramas inmobiliarias en playas de la Costa Brava, o quizá aquel artículo de las inas, en el que hablaba de las drogas de diseño en el mundo de los gimnasios. En fin, había muchos asuntos que podían ser motivo de insidia para gentes sin escrúpulos. Venus decidió repasar su almanaque desde el principio. Quizá algo le llamara la atención.
17
Mallorca, España, 12 de febrero de 2022
Tan solo le quedaba un día de estancia allí. Sabía que tenía que convencer a aquel hombre para que le acompañara. Rigel lo había buscado mucho tiempo, y tenía en su mano realizar las primeras pruebas reales de extracción. Hasta ahora se habían conseguido formas básicas, representaciones y símbolos que asimilaban lo que debía hacer el cerebro comparándolo con interacciones más conocidas, como las del nervio óptico. Pero ahora estaba a las puertas de poder realizar una prueba con éxito que además le interesaba desde un punto de vista personal.
Llegó a la puerta de aquella tienda, e intuyó que algo no iba bien, pues encontró la verja de celosía bajada a una hora en la que la actividad comercial debía permanecer activa. Escrutó por entre la verja esperando hallar algo de movimiento dentro de la tienda, pero no se vislumbraba actividad alguna por allí. ¿Qué diablos podía haber pasado? Rigel no disponía de mucho tiempo, se acercó al comercio que colindaba con el de Acrux Deneb y le preguntó a la dependienta si sabía la causa de que no estuviera abierta la tienda de maquetas, a lo que ésta le comentó que era la segunda vez en diez años y que el día anterior parecía haber cerrado precipitadamente tras la visita de un cliente. Además, apostilló:
—El Sr. Acrux ni siquiera me dijo su tradicional frase de despedida. Todos los días se despedía diciendo: 'que la noche te traiga una nueva ilusión con la que nazca el día'. Parecía un poco aturdido.
Rigel preguntó: —¿Sabe dónde vive? Necesitaría verlo antes de volver a la península.
Ella le explicó que vivía a escasos cincuenta metros de la tienda y le dio detalles de cómo llegar. Rigel se dirigió hacia allí sin tener claro qué hacer, pero firmemente decidido a quemar sus últimas naves en el intento.
Llegó a aquella vivienda de planta baja y llamó al único timbre, tras tropezarse con un hombre que de forma algo nerviosa parecía venir directamente de su interior. No había ninguna etiqueta en el buzón postal, pero Rigel estaba convencido que esa era la vivienda de Acrux Deneb, pues por un pequeño ventanuco que se hallaba entreabierto adivinaba la forma de un cuadro en el que se intuía una escena bélica entre aviones antiguos. Muy del estilo de aquel anciano. No contestó nadie a la llamada. Rigel lo volvió a intentar, pero de nuevo nada ni nadie respondió a su llamada. Miró a ambos lados de la calle y, tratando de evitar ser visto, dio un salto que le permitió pasar medio cuerpo por el ventanuco que colindaba por la puerta. La extrema torpeza en asuntos de acción de Rigel le hizo caer al otro lado golpeando su cabeza con un pequeño mueble, protagonizando una escena de chiste, que de seguro le hubiera hecho reír, de no ser por lo delicado de la situación. El golpe le dejó por unos segundos algo aturdido, aunque se levantó y empezó la búsqueda de algún indicio que le pudiera ayudar a encontrar a aquel anciano. Y no solo encontró un indicio...
Al entrar en una habitación colindante se dio de bruces con la razón de que aquella verja de celosía de la tienda estuviera bajada. Un sentimiento de pesar recorrió la cabeza de Rigel pues el cuerpo inerte de Acrux Deneb yacía en un camastro. No parecía respirar. Las esperanzas de un primer éxito de iKos parecían esfumarse.
18
Valencia, año 1324
Guzmán de Losada siempre había sido el hermano díscolo de la familia. Demasiadas ocasiones había recurrido a su hermano para evitar las consecuencias de sus actos y de su afición al alcohol. Pero esta vez había sido demasiado. En estado absolutamente ebrio había desafiado las huestes reales a su paso por Valencia e incluso había soliviantado a la bella aspirante a princesa, Leonor de Sicilia, cuando se disponía a presentarse ante don Pedro el Ceremonioso. Algo más de seis hombres habían hecho falta para tumbar a uno de los antiguos caballeros más fuertes de la región, y quizá hubiera sido necesario alguno más si su estado no hubiera sido tan etílicamente calamitoso. Pero la muerte desgraciada de un guardia real había sido su sentencia. Ni siquiera las buenas dotes diplomáticas de su hermano ni sus inmejorables relaciones le habían permitido evitar inaugurar la celda que recientemente se había creado en uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad de Valencia. Las recién estrenadas torres de Serranos serían su destino durante algo más de cinco años si nada lo impedía. Guzmán y Diego mantenían una relación lejana pero cordial. Desde que Guzmán había enviudado hacía algo más de un año, nada le hacía sentar la cabeza, sumiéndole en un estado de continua euforia de alcohol, y desatendiendo las necesidades de una hija de dos años, que vivía en la casa de su tío. Diego de Losada se había erigido como el padre virtual de la pequeña Isabel desde que su padre parecía haber perdido el tino y la templanza que años antes le habían hecho convertirse en el guerrero más valeroso y laureado de las tropas del rey Alfonso IV.
Precisamente la última batalla que libró había sido el origen de su desgracia, pues, aunque había triunfado como de costumbre en el campo de batalla, su vuelta a casa le había hecho comprender el horrible sabor de la palabra venganza cuando algunos soldados itinerantes de las tropas enemigas habían aprovechado la desesperación de la derrota para dar un último zarpazo a las tropas del rey Alfonso incendiando algunas de las casas de las aldeas rivales. Su mujer y la pequeña Leonor, de tan solo dos meses habían muerto asfixiadas sin que nadie pudiera hacer nada por ellas. Tan solo Isabel, había conseguido salvar su vida cuando a gatas había llamado la atención de una vecina. El golpe había sido letal para Guzmán, que desde entonces ya no encontraba razón alguna para poner su vida en peligro por una estirpe que nunca le devolvería lo que perdió.
Diego era comprensivo con su hermano, y trataba a su sobrina como si de su hija se tratara, intentando dulcificar la figura de su padre, que tras el tremendo trauma de tener que recoger los cuerpos sin vida de su mujer y su pequeña hija no había conseguido recuperar la cordura pareciendo un alma en pena errante y deschavetada. La afrenta real solo podía ser enmendada o perdonada por el mismo Rey y los tentáculos de Diego no llegaban tan lejos. Lo había intentado, pero en el noble arte de la diplomacia, don Diego de Losada sabía bien que un paso mal dado y una palabra de más podía suponer rápidamente la pérdida de varios cargamentos de su mercancía. Subir a una montaña cuesta horas, bajarla, si caes, apenas unos segundos... Decía continuamente para sus adentros. La frialdad y la templanza eran las piedras guía sobre las que edificaba una forma de actuar que permitía asegurar los pasos con los que avanzaba sin que su vida se deshiciera, como lo había hecho la de su hermano Guzmán a causa del odio y la maldad humana.