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Capítulo 5

25

Mallorca, España, 11 de febrero de 2022

Cerca de cuatro horas habían pasado desde el ingreso de Acrux Deneb tras aquellas puertas del hospital. Rigel se había identificado como yerno en el formulario de registro de entrada, pues pensaba que así tendría que dar pocas explicaciones. Ya tendría tiempo de aclarar los detalles más adelante, pero por el momento había servido para que le llamaran cuando sonó aquella voz por los altavoces de la sala de espera:

—Familiares de Acrux Deneb. Acudan a sala 2.1.

Rigel se dirigió hacia allí, tras consultar con el personal de recepción, con la duda de si habrían podido salvar a aquel hombre cuyo pasado tanto le inquietaba.

Le atendió una joven doctora, de nombre Diana, que le recibió de forma distante, pero elegante:

—Verá, Sr. Bader, su suegro está en un estado muy delicado, parece haber sido víctima de una intoxicación por dretanol. Por la dosis y su edad, ya estaría en el otro barrio si hubiera pasado una sola hora más, disculpe que le sea tan franca. Su pronóstico es grave, aunque pensamos que puede remontar. Podría ser un intento de suicidio, si fuera él mismo quien ingirió voluntariamente el compuesto o...

Rigel la interrumpió.

—O un intento de homicidio, claro.

—Efectivamente. Debemos informar a la brigada policial para que estudien el caso. Es el protocolo. Usted, como familiar y al habernos notificado, debe prestar declaración y permanecer aquí hasta que acuda el inspector. No creo que se demore más de una hora...

—Bueno, mi vuelo salía en un par de horas, pero ya intuía que iba a tener que anularlo. Muchas gracias, doctora. ¿Está consciente el viejo?

—No —contestó ella. —las próximas horas serán vitales para conocer su evolución. El daño metabólico ha sido importante, pero la fortaleza general de su suegro puede influir positivamente en su recuperación.

—¿Y puede tener afectación cerebral?

—Es muy pronto para decir algo sobre ello. De momento, lo importante es que salga. La forma en que lo haga lo veremos en las próximas horas. Ahora le tengo que dejar. Como le decía, hemos informado a la brigada y en un rato estará aquí el inspector Sancho para hacerle unas preguntas. Debe aguardar en la sala de espera.

Rigel ya se empezaba a arrepentir de haber esgrimido la excusa de aparecer como yerno, pero respondió afectuosamente a la doctora:

—Muchas gracias, doctora. Por favor, infórmeme de cualquier novedad que tengan. En el formulario de registro está mi número de móvil. Por cierto, realmente no es mi suegro, aunque es una larga historia...

—Así lo haremos. Cualquier cosa estará al tanto. Descanse en cuanto pueda. Se le ve fatigado. – dijo cordialmente la doctora.

Mientras volvía a la sala de espera del hospital, recibió la llamada de aquel doctor David López, compañero ocasional de su viaje a Noruega:

—Rigel. ¿En qué lío te has metido? He estado hablando con los médicos del Clínico y ese amigo tuyo parece que ha montado una buena. Tiene todo el aspecto de un intento de suicidio con 'dretanol'.

—Acabo de hablar con la doctora—le aclaró Rigel

—Ah. Ok. Supongo que te habrá dicho lo del... —y su voz se entrecortó al perderse la señal del móvil. Intentó remarcar varias veces sin éxito, mientras desde la sala de espera vio aparecer a dos hombres que rápidamente parecieron reconocerle:

—¿Sr. Bader?

—Supongo que son ustedes de la brigada policial.

—Le habla el inspector Sancho, creo que ya está al tanto de lo de su suegro.

—Verá agente, realmente no es mi suegro. – quiso no engordar más la mentira viendo los derroteros que estaba tomando el asunto.

Rigel trató de resumirle un poco la historia del proyecto KOS, la casualidad de haber encontrado a Acrux Deneb en aquella isla en la tienda de aeromodelismo, su visita posterior, y la extraña intoxicación que había sufrido aquel viejo artesano.

Tras su explicación, el inspector simplemente dijo:


—Pues Sr. Bader, tenemos un problema, o mejor, tiene usted un problema.

26

Solventado el problema de aquella metomentodo, ya solo había que centrarse en aquel muchacho. Parecía evidente que no cuadraba dentro de la organización estricta y sistemática de Minius Labs. Aquel chico, brillante en sus orígenes, había convertido a KOS en algo personal y parecía claro que su labor había tocado a su fin en la organización. Ya habían sacado de él lo que necesitaban. Su labor la continuarían los excelentes profesionales con los que contaba Minius Labs. Etamin Mintaka lo solía decir:

—Hay que aprovechar el instante del genio, pero convertir ese instante genial en producto no es cosa de divos.

Veía ahora a Rigel como una amenaza para el proyecto, pues esas ideas suyas acerca de las capacidades perdidas de encriptación del cerebro en la avanzada edad no le parecían más que simples excusas para desviar los recursos del laboratorio hacia sus intereses personales y obsesivos en la búsqueda de un padre perdido.

La decisión estaba tomada, Rigel era un estorbo que estaba ralentizando de forma absurda la creación del Trakysgek U234. Debía quitarse de en medio, o mejor, quizá, debían quitarle de en medio. Cómo aquel hombre lo hiciera no era mucho de su incumbencia. Sagitta era resolutivo, y si había que pulsar alguna tecla roja o tensar alguna cuerda para conseguir su objetivo sin que él lo supiera, no pondría especiales problemas.

La llamada fue clara:

—Bootes. Quiero a Bader fuera ya. Aunque no lo quiero fiambre. Aún nos puede ser útil, pero ha de ser tratado… Podías aprovechar su estancia vacacional en Mallorca para hacerle ver que sobra en Minius Labs. Tómate unos días y aprovéchalos, pero no vuelvas a cometer el error de pasar los gastos a través del servicio. ¡No sabes lo que he tenido que hacer para ocultarlos! ¡Por Dios, Bootes, otro error así y el que estarás fuera serás tú! De paso, averigua qué diablos hace allí, y porque se ha llevado material del equipo.

—Así lo haré, pero jefe, espero que algún día recompense mis riesgos... ¿Tengo límites con Bader?

—Joder, Bootes, los límites de tu sentido común, que ya veo que es escaso. ¿No sabes asustar para invitar a que alguien abandone sus absurdas obsesiones? Ese chico aún nos puede servir pues su conocimiento del proyecto aún lo veo aprovechable. Mételo en un asunto de drogas, o cualquier mierda que se te ocurra para tenerlo controlado y si es posible, entre rejas, pero prefiero no tener que ir a un funeral de un trabajador de Minius Labs... ¿Me has entendido, o te hago un croquis?

—Cristalino9, jefe. —dijo Bootes Sagitta.

27

Valencia, marzo de 2022

Tras aquellas primeras piedras, siguió escarbando en la oscuridad de su gruta como si tuviera la certeza de que aquel ruido que escuchaba era la única vía para reencontrarse con un ser vivo. Esas pequeñas piedras cada vez iban haciéndose más grandes, primero del tamaño de huevos de codorniz, luego de huevos de gallina, pero todos los dolores de Venus desaparecieron cuando tras mover unos fragmentos de roca vio entrar un pequeño rayo de luz que hizo recobrar todas las fuerzas que había dejado enterradas en su caída a la gruta. Como loca, pero dosificando sus esfuerzos, se había dado cuenta que la gruta era un pequeño laberinto que desembocaba en la ladera de aquella cruel montaña. Su rodilla, de repente, pareció olvidar los dolores, y aquel rulo que había sido su almohada hacía unas horas, se convertía ahora en el martillo con el que lenta, pero eficazmente, iba ensanchando el pequeño camino que le acercaba a la salvación. Si conseguía salir con vida de allí, ya sabía en qué caja guardaría aquella piedra a la que había bautizado como Pequeña.

Le costó algo más de tres horas conseguir una apertura suficiente en la que cupiera su cuerpo. Al sacar la cabeza comprendió rápidamente la causa de aquellos ruidos que le habían salvado la vida. Una pareja de buitres había decidido albergar su nido familiar en aquel saliente de la montaña. Venus miró aquellas crías con un aire de agradecimiento como el paciente mira al doctor que le alivia sus males. Allí mismo se percató de que el descenso no iba a ser sencillo, máxime en el estado en que se encontraba su pierna. Ahora que de alguna forma había vuelto a la vida, también había recobrado los pesares de esta, y el dolor era uno de ellos. Pero se veía con fuerzas.

No podía haber llegado hasta ese punto, para quedarse ahora a medio camino. Su mente estaba acostumbrada a dominar el pánico y sabía que, si actuaba de forma calmada, podría realizar el descenso, pero debía reponer sus fuerzas, y no se le ocurría otra forma que recurrir a sus pequeños salvadores. Hizo de tripas corazón y cogió primero dos huevos que aún no habían roto con los que recuperó algo de proteínas y calmó un poco su sed. Pero evidentemente, no era bastante. Se quedó algo más de veinte minutos estudiando los pasos que daría en el descenso y dándole vueltas a todo lo que le había pasado. Empezó a pensar que todo lo que le había ocurrido desde la recepción de aquel maldito sobre era muy raro. Ahora que el mundo la pensaba desaparecida, quizá era la ocasión de seguir de incógnito. Pero eso ya lo maduraría al llegar abajo. Lo primero es lo primero, pensó, concentrándose en emplear cada uno de sus debilitados cinco sentidos en bajar la ladera a la que había desembocado, tras su andanza por la gruta de los olvidos.

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Mallorca, España, 11 de febrero de 2022

—Sr. Bader, tendrá que acompañarnos a comisaría.

El inspector Sancho había presentado una serie de pruebas que podían involucrar a Rigel en la tentativa de homicidio. Un cheque de 45.000 € a nombre de R. Bader con letra inequívoca de Acrux Deneb encontrado en la chaquetilla que llevaba el viejo era bastante sospechoso. Pero, además, la llamada de un vecino alarmado, avisando a la policía tras ver como se colaba un tipo similar a Rigel por un ventanuco en la casa del viejo Acrux Deneb, le habían situado en el centro de todas las sospechas.

El inspector Sancho trataba de calmarlo, al ver su estado de excitación.

—Simplemente le tenemos que tomar declaración. Será un momento. No parecen pruebas suficientes para retenerlo, aunque supongo que no podrá abandonar la isla. En cualquier caso, es un asunto que deberá decidir el juez Palao. Es un hombre muy cabal.

Rigel le explicó la razón de su abrupta entrada en la casa de Acrux Deneb, y aunque el inspector Sancho parecía creerle, le explicó que dadas las circunstancias era una medida de precaución que debían tomar. Rigel, que ya estaba asumiendo la necesidad de quedarse unos días más en la isla, vio si de alguna forma podría aprovechar su estancia y le preguntó al inspector:

—Ya que me he de quedar unos días, ¿Podría hacer un estudio iKos del viejo Deneb en el hospital? ¿Estoy acusado de algo?

—Técnicamente no, el juez lo decidirá, lo que dudo es que los médicos le dejen investigar con un viejo en ese estado.

—El sistema que utilizamos no afecta en absoluto en la intervención clínica del sujeto, sería muy importante para nuestro estudio. Si pudiera interceder por mí, Sr. Sancho.

Rigel había conectado con ese hombre que por alguna extraña intuición parecía confiar en él, pese a las llamadas insistentes de aquel vecino que deseaba incriminar a aquel joven a toda costa. Mientras Rigel recapitulaba los instantes previos a la entrada en la casa, recordó aquella sombra con la que se había cruzado instantes antes de entrar, y con la que había tropezado junto a la puerta.

De pronto todo le pareció muy extraño y le preguntó al inspector.

—¿Tienen identificado al vecino que me vio entrar en casa del viejo Deneb? Me gustaría hablar con él, aunque fuera bajo su presencia, inspector. Sin duda creo que detrás de esas llamadas debe haber algún interés oculto más allá de un supuesto civismo altruista.

—Indagaré, señor Bader. Ahora, desde la comisaría, realizaremos las pertinentes averiguaciones.

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Valencia, marzo de 2022

Mirkaf Baham se quedó impactado por aquel gorro rojo. Aquel efecto visual de la película de Spielberg (La lista de Schindler10) le parecía sencillamente genial. Conocía de sobra el tema, pues tantos años trabajando en la única biblioteca de aquel condado en New Hampshire le había permitido leer y documentarse ampliamente sobre el tema. Aquella catástrofe de la Soah. El holocausto...

Pero aquel año 1994, un año justo después de que aquella película fuera tan aclamada, su vida había dado un giro radical. Aquella fundación que el mismo Spielberg había creado le había permitido abandonar ese trabajo de bibliotecario que, a pesar de ser cómodo, le estaba matando poco a poco en vida. Aquella fundación necesitaba un experto documentalista, pues grabar y conservar los testimonios de testigos y supervivientes de aquel Holocausto, no era evidentemente una labor que se debiera hacer sin tener la experta y reputada visión de un hombre con la dilatada y vasta experiencia como la que tenía Mirkaf. Cerca de cincuenta mil vídeos habían sido registrados, visualizados, clasificados y etiquetados en lo que se había convertido el almacén gráfico multimedia más grande acerca del holocausto judío. Todos los días recibía algún correo electrónico, testimonio o manuscrito que podría afectar la sensibilidad de cualquier bien nacido, pero la historia que le contaba aquel R. Bader parecía desvelar una tremenda escena olvidada entre los muros de aquel campo de Mauthausen.

La pregunta directa que le hacía al final del escrito era clara:

«cualquier testimonio de Mauthausen entre octubre y noviembre de 1944, especialmente de los días 7-9 de noviembre, serían de incalculable valor para mi estudio. Se despide cordialmente... R. Bader»

La petición era sencilla, encontrar esa información quizá no lo era tanto, pero aquella carta había conseguido despertar el interés de Mirkaf.

30

Valencia, 9 de mayo de 1324

—Supongo que no puedo decir que no sin faltar a la defensa del honor de los Losada. Pero créame que mi deuda y compromiso será para con usted, don Luis. Nada le deberé a la Iglesia. Me gustaría que esto quedara claro. No venderé mi alma a ninguna secta …

—Es justo. Entonces, ¿puedo aceptar tu palabra como promesa de que no revelarás lo que te diré a nadie que no sea con el fin de salvaguarda o custodia de nuestro secreto?

—Mi palabra es suya. Puede confiar en mí.

—Bien, no te aburriré demasiado, pero conviene que sepas de dónde nace esto que te voy a contar. No necesito que creas que sea verdad. Pero dado que me has dado tu promesa, es justo que conozcas las razones por las que te lo confiamos.

Como supongo imaginarás, es fruto de una situación muy compleja y he de reconocer que cierta incapacidad por nuestra parte nos ha llevado a recurrir a ti. Pero trataré de explicarlo desde el principio. Como sabrás, las dichosas cruzadas han sido durante los últimos dos siglos impulsadas por la Iglesia para intentar recuperar Tierra Santa. Las guerras necesitan soldados y la Iglesia ha tenido que pagar muy caro todos los recursos que ha destinado a ellas. Normalmente se pagaba a los mercenarios con tierras, condados, y bienes materiales de diversa índole. Las batallas ganadas eran con frecuencia el despertar de saqueos cuantiosos con los que los vencedores se cobraban los riesgos adquiridos en la disputa. Pero con la llegada de las derrotas, no fue fácil empezar a pagar ni a los mercenarios, ni a aquéllos que llenos de fe luchaban por la gloria de su Dios. Hubo que recurrir a aquello que los cruzados valoraban más. Aquello por lo que muchos luchaban y los símbolos con los que la cristiandad se anunciaba y presentaba.

Las leyes del mercado y la obsesión por el poder, de todo tipo, también llegó pronto a aquéllos que debían proteger la esencia del mensaje de Jesús.

KOS, grabado en las piedras

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