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¿QUÉ IZQUIERDA ALTERNATIVA QUERÍA CONSTRUIR Y CÓMO LA CONECTABA CON EL CRISTIANISMO EMANCIPADOR?

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En la cita inicial de este libro, tomada de Marx a contracorriente, Francisco Fernández Buey declara explícitamente que el cristianismo emancipador es un elemento importante para la construcción de una izquierda alternativa. A lo largo de todo este libro presenta las razones de esta convicción.

El tipo específico de marxismo y de comunismo que defendía favorecía el encuentro práctico y la interculturalidad entre el ámbito político y el ámbito cristiano emancipador. Piensa que el derrumbe de las izquierdas tradicionales obliga a un intenso diálogo entre todas las personas, culturas y organizaciones que desean que otro mundo sea posible, dado que «hay que rediscutir prácticamente todo». Según él, estamos en un momento prepolítico, en el que lo prioritario es construir una cultura alternativa de fondo y lograr que arraigue entre amplios sectores de la población. Por eso, es necesario difundir una «conciencia excedente» ecologista (Rudolf Bahro) y multiplicar las «necesidades radicales» no capitalistas (Agnes Heller) a fin de crear movimientos de masas que sean la base social para una política realmente alternativa. Como carecemos de esta cultura, salvo en grupos muy reducidos, son imposibles cambios sociales profundos, aunque existan condiciones objetivas para impulsarlos. Fernández Buey destaca la capacidad del cristianismo emancipador para construir una subjetividad basada en el «hambre y la sed de justicia» proclamada en el Evangelio, y crear estilos de vida personal y comunitaria que son muy importantes para lo que Agnes Heller llamaba la «revolución en la vida cotidiana».

Además de este trabajo cultural, en la línea gramsciana de la reforma intelectual y moral, hay que trabajar en la elaboración programática. Considera que las personas, los movimientos y las comunidades de base inspiradas en el cristianismo emancipador hacen una valiosa aportación para ese quehacer. Su inserción en el mundo de los empobrecidos y de los trabajadores precarios, su participación muy elevada en el ecologismo de los pobres, su activismo en las luchas sociales, la existencia de cristianas feministas, su presencia en los cinco continentes —muy importante para un nuevo internacionalismo— los convierte en un sujeto colectivo relevante para la formulación del programa de una izquierda alternativa.

Michael Löwy, que es el principal intelectual marxista del ecologismo anticapitalista, mantiene estas ideas, como puede verse en su libro Cristianismo de liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas. Boaventura de Sousa Santos, un intelectual muy vinculado al Foro Social Mundial, ha afirmado que «el papel que la religión desempeña en los grupos sociales que combaten la globalización neoliberal es impresionante»61. Hay que tener en cuenta que, según una encuesta realizada por la Secretaría Internacional de este foro en 2005, nada menos que el 68,5 % de los delegados y participantes en el mismo se declaran «personas religiosas»62.

Un nuevo laicismo para construir la izquierda alternativa

Fernández Buey, inspirado en su maestro Valentino Gerratana63, da bastante importancia a esta temática para la construcción plural e intercultural de este tipo de izquierda, como podremos ver en el libro. ¿Qué tipo de laicismo ha de propugnar esta más allá de la necesidad imperiosa de instaurar un Estado laico? Él defendía este tipo de Estado, se oponía a las posiciones eclesiales que no lo deseaban, y criticaba el catolicismo jerárquico, dogmático y conservador. Ahora bien, consideraba que había que ir más allá. Tanto las izquierdas como las culturas y las religiones, tenían que desarrollar un laicismo hacia dentro. Con este término quiero condensar, con mayor o menor fortuna, una de las dimensiones de la concepción de nuestro autor sobre esta temática. Pienso que el sentido de mi afirmación aparece, más allá de su expresión, en estas interesantes declaraciones de Manuel Sacristán:

Colletti ha sido un representante muy característico de un marxismo cientificista en el sentido de un marxismo entendido como teoría científica. En mi opinión, es obvio que el marxismo no es eso, que el marxismo es una tradición del movimiento emancipatorio moderno, del movimiento obrero. Si hay que hacer analogías peligrosas, y es muy peligrosa la que lleva a decir que el marxismo es un sistema científico, es la ciencia; puestos a hacer analogías me parece mucho menos falsa la ideología según la cual el marxismo es una religión obrera. Me parece mucho menos falso decir que el marxismo es una religión que «el marxismo es una ciencia». Porque una religión tiene numerosos elementos de conocimiento científico […] el marxismo ha sido y es mucho más una religión que una ciencia. Esto es obvio; es obvio para cualquiera que tenga dos ojos y quiera mirar. La aplastante mayoría de los militantes marxistas han sido fieles de una religión; no han sido cultivadores fríos de unos teoremas, en absoluto64.

Fernández Buey se consideraba un «comunista laico»; es decir, alguien que no defendía un marxismo cientificista ni una izquierda ideológica65, cosmovisional, dogmática y excluyente de culturas emancipadoras religiosas. Utilizando un término de Luis Gómez Llorente, se inscribía en lo que este autor denominaba «laicismo inclusivo»66. En este tipo de laicismo le influyó mucho el PCI liderado por Togliatti en su evolución de partido exclusivamente marxista a partido laico en el que confluían culturas marxistas de diverso signo y otras culturas revolucionarias y emancipadoras cristianas, ecologistas, feministas y pacifistas.

Como se podrá leer en diversos capítulos, rechaza el «laicismo cínico». Con este término se refiere a las corrientes de izquierda, especialmente el PSOE, que encubren con la defensa de un tipo de laicismo su carencia de políticas verdaderamente socialistas y su orientación social liberal. También critica algunas formas de laicismo excluyente de toda religión e Iglesia propugnadas por algunas asociaciones laicistas e izquierdas políticas. Debajo de esas formas existe una antirreligiosidad primaria incapaz de distinguir la diversidad de formas de religión y de cristianismo, lo cual impide un análisis complejo de los modelos emancipadores presentes en las religiones de liberación y su relevancia para la construcción de una izquierda alternativa. También critica el «laicismo hiperracionalista». Desde una perspectiva histórica expuso en las conversaciones con Jaume Botey que la declaración de Azaña, en la que afirmó que España ha dejado de ser católica «fue un error político importante […] Lo que empieza siendo una constatación sociológica acaba siendo una declaración normativa, política».

Él piensa que «la revitalización del laicismo pasa ahora por propugnar la mezcla, el acercamiento entre tradiciones de liberación distintas». Desea que esta sea «la forma que adopte la corriente laica del comunismo». En esta afirmación constato de nuevo la influencia del PCI con su defensa de una cultura della contaminazione y del contagio como seña de identidad del laicismo, especialmente en la relación con el mundo cristiano de izquierda, que es el contexto en el que surgió este término. Esa contaminazione también había que realizarla con otras culturas emancipadoras, especialmente con el ecologismo y el feminismo.

Considera «desaforada y fuera de lugar la polémica sobre laicismo y religiosidad» en organizaciones en las que ateos, agnósticos y personas religiosas luchan por objetivos sociopolíticos comunes. Desde esta perspectiva, me refiero a un laicismo hacia dentro como cultivo de la cultura de la tolerancia activa que se diferencia de la tolerancia pasiva por desarrollar el sentido del límite de las propias convicciones, la autocrítica de las mismas, el reconocimiento de sus insuficiencias y la actitud dialógica para aprender de otras culturas y tradiciones emancipadoras. Para nuestro autor, el diálogo laico «es siempre previo a las definiciones políticas propiamente dichas».

Es significativo que en el capítulo 1 de este libro Fernández Buey declare que «los responsables de la enseñanza pública no han entendido la importancia social del estudio de la historia de las religiones». Igual que se oponía a la enseñanza confesional de la religión, también se alejaba y no compartía las tesis de los defensores de las campañas basadas en «la religión fuera de la escuela». De nuevo, esta afirmación revela la importancia que le daba al conocimiento de los hechos religiosos para una cultura ciudadana integral, especialmente en el seno de la izquierda alternativa.

Desde su perspectiva internacionalista, considera que la noción de laicidad ha sido elaborada en un mundo occidental desde la cultura ilustrada europea. Ahora es necesario repensarla para un mundo globalizado en el que en la mayoría de países las religiones están muy vivas, no hay secularización y la laicidad sigue siendo muy importante para contrarrestar y evitar los fundamentalismos e impulsar las libertades civiles.

Las señas de identidad de la izquierda alternativa

Para quienes llevamos muchos años leyendo los libros de Fernández Buey, sus artículos y las revistas mientras tanto, El Viejo Topo, Viento Sur y Noticias Obreras esta identidad está muy clara: una izquierda roja, verde y violeta67. Roja porque recoge de forma heterodoxa y libre lo mejor de las tradiciones de las cuatro internacionales obreras. Verde porque la ecología, especialmente la que denominaba ecología política de la pobreza —algo parecido a lo que Joan Martínez Alier llama ecologismo de los pobres y Jorge Riechmann ecologismo descalzo— es un tema absolutamente central; tanto que en uno de los textos sobre José María Valverde afirma que una razón para seguir declarándose comunista marxista es la ecología. Violeta por la relevancia que tienen los feminismos y los valores de sus culturas y sus prácticas.

Considera que los sindicatos mayoritarios y las izquierdas socialista y comunista son insolventes y están desfasadas para introducir los cambios sociales, económicos y ecológicos que la superación del capitalismo necesita. Especialmente destaca la carencia de internacionalismo. Por estas razones él se centró más en la izquierda social, salvo la época en la que estuvo en IU, mucho después de abandonar el PSUC. Su campo de actuación fueron los movimientos sociales, especialmente los internacionalistas68. Pensaba que había que aprender de ellos para construir una izquierda alternativa. Los sectores para formarla iban, según él, desde la izquierda del PSOE y de la UGT hasta el anarquismo pasando, claro está, por esos movimientos. Su aproximación a la tradición libertaria fue incrementándose con el paso de los años.

No fue un intelectual quimérico, ni se centró exclusivamente en la elaboración de un pensamiento ético-político profundo para ofrecer un soporte cultural a la izquierda alternativa. También trabajó en el ámbito programático69 y algunas de estas propuestas aparecen en el libro. En esta obra he seleccionado tres entrevistas y una carta que considero que sintetizan bien su pensamiento sobre esta temática y otras relacionadas con ella.

Marxismo heterodoxo y comunismo ecologista para la izquierda alternativa

A la hora de pensar la construcción de una izquierda roja, verde y violeta, Francisco Fernández Buey no podía dejar de ser lo que era: un marxista gramsciano heterodoxo. Los mejores conocedores de su obra, Salvador López Arnal y Jordi Mir, lo califican como un «marxista lascasiano y leorpardiano»70. Lo primero por lo que se puede leer en varios capítulos de este libro y lo segundo por la corrección del optimismo de Marx desde el pesimismo del poeta Leopardi que le descubrió John Berger, uno de sus autores preferidos. Pensaba que Marx debía seguir siendo leído en el siglo XXI como un clásico. En un capítulo de este libro presenta una interesante forma de leer a Marx.

El talante libertario y crítico que tenía influyó en su lectura laica, profana y transgresora de Marx y otros marxistas71. Sobre el Marx de 1840-1850 afirma que «ha escrito cosas con las que no estoy de acuerdo». Estaba en contra de un marxismo cosmovisional y afirmaba que el «marxismo del teorema y del economicismo» estaba en crisis. Siempre rechazó el marxismo cientificista. En esto como en tantas otras cosas coincidía con la interpretación de Marx y del marxismo que hizo su maestro72. Javier Muguerza supo interpretar bien que «para Sacristán, el marxismo era un pensamiento a horcajadas del neopositivismo y el existencialismo. El neopositivismo, al identificar ciencia y racionalidad, convertía en irracionales las decisiones últimas que inspiran la praxis social humana»73.

Repensó el marxismo desde los nuevos problemas en el sistema-mundo, especialmente la destrucción ecológica, y desde la crisis de civilización en las sociedades capitalistas avanzadas74. Coincidía con Sacristán en que «el marxismo es un intento de vertebrar racionalmente, con la mayor cantidad posible de conocimiento y análisis científico, un movimiento emancipatorio»75.

Consideraba que el marxismo es una forma de pensamiento con intencionalidad política que busca llevar a la práctica una moral que constituye su núcleo más profundo76. Él prefería más al Marx ético-político que al Marx economista. Valoraba mucho lo que escribió en su etapa de madurez que transcurre entre 1870 y 1880. En esa década rectifica posiciones anteriores, se abre a nuevas temáticas y pone las bases para que no se lea el primer volumen de El capital como un método de aplicación inflexible y dogmático para todo. Ese Marx maduro que se centra en el análisis concreto de la situación concreta es con el que se identifica.

En las conversaciones con Jaume Botey que aparecen en el capítulo 17 afirma que «para mí, Gramsci ha sido el marxista por antonomasia»77. Afirmó que este «hizo una lectura de Marx filológicamente no adecuada»78. Había una incompatibilidad muy profunda entre la defensa de Gramsci del marxismo como cosmovisión completa y autosuficiente y el tipo de marxismo antiideológico propugnado por él y Sacristán. Ellos consideraban que era irrealizable un marxismo como concepción general del mundo, de la sociedad y del hombre. Por eso, cada vez se abrieron más a culturas y a autores no marxistas. En este sentido, recuerdo los debates que mantuvimos cuando redactaba mi tesis sobre Gramsci y yo defendía a los austromarxistas, especialmente a Max Adler, por su intento de vincular filosofía kantiana y marxismo liberado del materialismo dialéctico79. Él no estaba de acuerdo con esta tesis y siempre defendía una concepción del marxismo como praxeología racional y, sobre todo, como moral. Es interesante tener en cuenta que José Luis Aranguren publicó en 1968 El marxismo como moral. Un análisis comparado de las coincidencias y divergencias entre la interpretación de este y las de Fernández Buey y Sacristán, desde el enfoque realizado por Jacobo Muñoz80, es muy conveniente para pensar qué marxismo necesita la izquierda alternativa en el siglo XXI.

También pienso, como nuestro autor, que el pensamiento de Gramsci es el que mejor puede inspirar la construcción de una izquierda roja, verde y violeta. Considero que esta ha de ser capaz de actualizar cinco ideas-eje gramscianas: la creación de hegemonía en la sociedad civil, la difusión de una reforma intelectual y moral, la organización de una cultura de masas antagónica a la capitalista, la articulación de un sindicalismo consejista y el impulso de un nuevo internacionalismo81.

Por lo que escribe en este libro, podemos saber que tanto para él como para Sacristán, el comunismo era mucho más central que el marxismo. En el apartado 10 del capítulo 4 hay una buena síntesis de la utopía comunista que habría que construir en el siglo XXI. Esta cuestión del comunismo específico de Fernández Buey desborda los límites de esta Introducción y requiere un estudio detallado de todos sus textos sobre este asunto82. Unidos a los centrados en su concepción de la izquierda y en su interpretación de Marx, que aparecen en las notas 67, 69 y 71, constituirían un libro bueno y necesario.

En los últimos años de su vida se consideraba «comunista ecologista» y «comunista libertario». Nunca fue estalinista, criticó el bolchevismo realmente existente en la URSS y apoyó un comunismo de consejos obreros y campesinos83. La dimensión libertaria de su comunismo era una de las razones que le unían tan profundamente a Simone Weil. Irónicamente decía que los comunistas eran ya muy pocos, pero merecía la pena, en plena época de defensa de la biodiversidad, que existiera esa «subespecie de los comunistas» en proceso de extinción. Ellos seguían defendiendo la necesidad de superar el capitalismo e ir construyendo una sociedad ecológica, justa, feminista y, claramente, poscapitalista.

Pensaba que el comunismo tenía que ser un elemento más de la izquierda alternativa, dado que mantiene la tensión para superar el capitalismo como forma de explotación, destrucción de la naturaleza y alienación de las personas y los pueblos. Nunca afirmó que la izquierda roja, verde y violeta tuviera que ser exclusivamente comunista. Era necesario que estuviera formada por culturas emancipadoras diversas y tenía que elaborar programas de acción con diferentes sujetos y movimientos.

Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador

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