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IX
ОглавлениеLos pasos se acercaban y decidí ocupar el puesto de Sebastián. No era algo agradable, pero si la directora tenía razón, entonces saldría como un muerto.
Saqué el cuerpo de Sebastián lo más rápido que pude, lo coloqué debajo del escritorio donde pasaban los maestros y yo ocupé su lugar dejando el miedo con él.
La profesora Rosa llegó al lugar, pero no alcanzó a verme.
Se acercó al ataúd.
Los padres de mi compañero terminaban de hacer los trámites para llevar el cuerpo de su hijo y darle el último adiós.
Como eran gente de dinero todo fue tan rápido. No hubo inconvenientes.
Solo quedaba la amenaza de cerrar el lugar por lo sucedido.
La profesora Rosa empezó a caminar hacia el ataúd, con la intención de ver una vez más a su alumno y despedirse de él, darle el último adiós. Bien podía hacerlo después, ¿cuál era el afán de acercarse? ¿Acaso alcanzo a verme?
Me asusté.
La maestra continuaba caminando hacia mí, me iba a descubrir.
Estaba cerca del ataúd, alzó su mano para levantar la tapa, pero no la abrió, más bien la aseguró.
—Estamos listo señor, cuando usted ordene—interrumpieron los sirvientes del padre de Sebastián.
—Muy bien, vámonos —ordenó.
Cargaron la caja, y la profesora Rosa se alejó para dar espacio a los hombres.
Pusieron la caja en un vehículo y arrancaron rumbo a su mansión.
Yo me encontraba feliz y al mismo tiempo preocupado. Iba a ser libre, pero a dónde iría. A buscar a Carla, pero ¿A dónde? Ni siquiera sabía si aún seguía con sus padres o si la familia se había mudado a otra ciudad.
Llegamos al destino, me bajaron, me pusieron en un cuarto y me dejaron solo. En ese momento quise abrir la caja, pero no se abría, empujé y nada. Comencé a desesperarme y las ideas pasaban por mi cabeza rápidamente.
¿Y si me entierran vivo?, me dije.
De qué me iba a servir todo lo que hice.