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IV

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Yo no valía nada en esa casa, tirado en cualquier esquina y sucio. Si quería cambiarme debía hacerlo yo mismo. Solo mi prima Carla, que tenía ocho años, me ayudaba y me estimaba un poco, aunque creo que era un sentimiento que se acercaba más bien a lástima.

Carla era la única que se preocupaba por mí y gracias a ella sobreviví en esa casa.

A esa lástima que ella sentía, le puse un nombre.

Ese día de mis cinco primaveras, subí al cuarto de mi tía Carlota a robarle dinero, pues comprendí que esa era mi única salida y mi única manera de conseguirlo.

No tenía opciones.

Había aprendido la manera de hacerlo, otra enseñanza de los programas televisivos.

Abrí la puerta del cuarto muy lentamente pues no estaba seguro si había salido.

Entré muy despacio, evitando hacer ruido, tratando de no hacer escándalo, me asomé y miré a mi tía recostada en su cama y junto a ella un hombre que no era su esposo. Me acerqué un poco más para mirarle la cara al tipo y pude ver que se trataba del mejor amigo de don Arnulfo, don Nicolás.

Lo que pasa frente a tus ojos no puedes verlo, pero sabemos que la verdad siempre sale a flote. Por más que trates de esconderla, por más que pienses que nadie te ve, sabemos que te están viendo y nada queda oculto y todo lo pagamos en esta vida.

Don Nico como le decían todos, siempre llegaba a comer a la casa y todos lo adoraban y aún más don Arnulfo que siempre hablaba bien de él. Decía que Nicolás era su mejor amigo y por eso lo consideraba como a un hermano.

Ese día comprendí porque mi tía nunca se enojaba cuando llegaban borrachos a casa, más bien ella los atendía y llevaba rápido a don Arnulfo a la habitación para que descansara y luego ella llevaba a don Nicolás a la otra habitación y se quedaba con él unas horas y luego volvía donde su esposo. También comprendí por qué mi tía siempre invitaba a don Nicolás cuando sus hijos estaban en la escuela y su esposo en el trabajo y se la pasaban metidos en el cuarto. Yo no decía nada pues no lo entendía, pero ese día comprendí lo que en verdad sucedía.

Mi tía era como las malas de las novelas. Esas mujeres que engañan a sus maridos y se las dan de santas. Esas mujeres sin corazón que solo piensan en el dinero. Como la primera mujer que existió en el mundo. Como esa mujer que comió el fruto prohibido. La que llevo al hombre a la perdición. Al adulterio.

Odiaba a mi tía, debo confesarlo. Y se me había presentado la oportunidad de vengarme.

Una idea paseaba por mi mente, me gustaba y por primera vez sentía un deseo. Un deseo que empezó a invadirme cada vez con más intensidad.

Narcosis

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