Читать книгу El aprendiz de doma española - Francisco José Duarte Casilda - Страница 10
Оглавление5. El trabajo de un potro a la cuerda
Edgar Guerrero, profesor de doma holística y experto en etología.
La tarde del día siguiente, teniendo todo el trabajo realizado y cumplido el horario, mi maestro me mandó sacar el potro español para empezar a darle cuerda como parte de sus primeras lecciones. Con su cabezón de cuadra y una cuerda de unos siete u ocho metros de larga, me dirigía al picadero circular cuando mi maestro me mandó parar.
–Lo primero que tienes que hacer antes de empezar a trabajar un potro es, o bien en su cuadra o bien amarrado a una argolla del lavadero, limpiarle la suciedad que tiene de acostarse y cepillarle las crines y la cola para que no tenga viruta ni paja enredada. Esa es la primera doma de un potro. Con ello se obtienen a la vez mansedumbre y confianza en el jinete. Con este potro no tendremos problemas porque tiene mucha doma de cuadra, por lo que tendremos mucho adelantado cuando le pidamos que aprenda las lecciones de picadero. No será lo mismo cuando recojamos y empecemos con el cruzado, que está cerrero.
Cepillé al potro y seguidamente me coloqué en el centro del circular. Mi maestro cerró la puerta y se situó a mi lado indicándome lo siguiente:
–Bien, coge al potro del lado diestro por la pared y con la mano derecha, yo, a distancia prudente, haré que te siga, pero sin abusar para que no se te adelante. Si llegara el caso, tú lo paras y le impides que se cuele delante tuyo. Bien, pasadas unas vueltas le vas cediendo cuerda y te vas acercando al centro pero como en una espiral, que el potro siga pegado a la pared, yo detrás de la grupa y un poco también más en medio de los dos.
Sin darme cuenta le di un pequeño tironcito de la cara con la cuerda y el potro se paró mirándome de frente. Quise ponerme detrás, pero él me encaraba. Mi maestro me corrigió:
–¿Ves?, ese tirón no estaba mal, pero hazlo más leve, para que el potro sepa que está cogido por la cuerda y la respete. Si tiras fuerte, sucede esto: el potro se para y te mira como diciendo ¿qué ha pasado? Le has quitado el deseo de ir hacia delante, que es lo que queremos. Empecemos de nuevo y repitámoslo varias veces a ambas manos hasta que tome el picadero solo.
Cuando el potro hizo lo que señor Luis quería, una vez al paso y después un par de vueltas al trote a ambas manos, me mandó pararlo y dio por finalizada la lección. Entonces me dijo que tirase de la cuerda para que al sentir el leve tirón en el cabezón, el potro acudiese al centro, donde yo me encontraba. Fui a acariciarlo y el potro retrocedió, y entonces fue cuando mi maestro me dijo:
–Quieto, no te asustes. La culpa ha sido tuya; a los potros no se les puede acercar uno nunca «mudo». Hay que hablarles siempre, que ellos escuchen y entiendan el tono de voz; si esta es suave, dulce y sin un tono alto, a ellos les tranquiliza mucho, y si tus movimientos son suaves, nunca le cogerán por sorpresa.
Seguidamente le hablé «hola bonito, hoooolaaa, bien», y al estar a su lado lo acaricié con la mano suave y dándole una palmada en el cuello, que interpretó como un cariño. No fue un trabajo de más de quince o veinte minutos, cuando el señor Luis me indicó:
–Amárralo de nuevo en el lavadero; le echaremos un poco de agua fresca en las extremidades, nada más, porque no ha sudado para ducharlo por todo el cuerpo y tampoco hace calor suficiente para que se pueda secar rápidamente aunque le pasemos el fleje. Esto lo relajará y se irá acostumbrando a la ducha poco a poco.
–Maestro, ¿y solo en veinte minutos ya hemos trabajado al potro?
–Amigo Juan, los potros son como los niños: si lo cansamos y le obligamos a correr más de lo que puede, aparte de que no sabe qué es lo que está haciendo porque no estaríamos enseñándole qué es lo que queremos de él, corremos el riesgo de que el próximo día tenga miedo al trabajo. De lo que se trata es de que el animal sea el que nos pida estar en el circular y que cuando te vea con el cabezón en la mano ponga la cara y no se revuelva en la cuadra poniéndote la grupa por miedo a lo que le espera de nuevo.
Una vez hubimos terminado, cogimos el coche para ir a recoger al potro cruzado. El señor Manuel ya tenía la documentación preparada para poder traerlo a la finca.
A pesar de estar relativamente cerca de donde adquirimos el potro, el mejor medio de transporte era un van enganchado a un vehículo; este no es más que un carro o remolque perfectamente equipado para el desplazamiento de caballos.
Al potro, al estar relativamente cerrero y tener solo un cabezón de cuadra del que arrastraba una pequeña cuerda, mi maestro decidió ponerle una cuerda algo más larga para poder controlarlo y hacer que entrase en el van sin riesgo de que se lastimara.
Con un poco de paciencia, dejándolo solo en un corral y apartado de sus compañeros de manada, el señor Luis le puso la cuerda más larga y decidió darle unas vueltas en el corral.
–Cuando quieras lo entramos en el van –dijo el señor Manuel Santos.
–Esperaremos un poco, amigo Manuel. Cuando lo trajiste fue metido en una mangada y entró junto con sus hermanos de manada en el camión y posteriormente los bajaste por el embarcadero que tienes para los animales. Pero nosotros traemos este remolque, que por suerte es bajo, pero él se ve solo y apartado de los demás, y quiero que su primera experiencia no le traumatice, o de lo contrario siempre recordará la mala vivencia pasada y eso será un problema cuando tengamos que viajar con él. Estaré el tiempo que haga falta, el suficiente para que el potro decida entrar por sí solo.
Teniendo el van colocado justo en la puerta del corral con la puerta abierta, mi maestro, sin dejar de dar vueltas, le iba engañando de tal manera que teniendo cierta aproximación al van lo paró y dejó que lo oliese. Entonces le impidió que se fuese del lugar; lo más que hacía era retroceder. A mí me mandó ponerme detrás para que si retrocedía fuera solo lo suficiente, pero nada más. Al ser cerrero, mi maestro repitió el ejercicio varias veces; le daba para atrás y hacía que lo acompañase adelante hasta la puerta del van. El potro se paraba y olía. Pasado un momento, empezó a dar síntomas de curiosidad y querer ver qué era lo que había más allá de la puerta del van, ya que mi maestro entraba y salía de él con frecuencia y naturalidad.
Una de las veces, el señor Luis tiró del potro como dándole a entender que lo acompañara. El potro se resistió, pero a la presión se quedó inmóvil. Seguidamente mi maestro aflojó la cuerda y al verse libre de presión el potro dio un paso adelante, aunque se le impidió que diese más. Los potros son como los niños: a veces sienten curiosidad por algo, y si les impides ver lo que hay dentro, su curiosidad aumenta.
Sin dejar de hablarle y acariciarlo, mi maestro se acercó a él y dándole la espalda se introdujo en el van. El potro lo siguió, pero al poner el casco de su mano por primera vez en el van retrocedió; solo sintió un leve tirón de la cuerda para que retrocediera lo justo. Poniéndose cerca del potro de nuevo, el maestro repitió la jugada, pero en esta ocasión el potro entró hasta dentro; eso sí, tengo que decir que al otro lado del van había una ventana abierta para que viese luz; la claridad es importante.
Tardamos más de una hora en completar este proceso, pero, como decía mi maestro, las primeras experiencias, tanto si son malas como si son buenas, no se olvidan, y se trata de que tarde en subir al van lo mismo que en entrar en su cuadra.
De regreso a casa, pregunté:
–Estaba pensando que los potros no tienen nombre, ¿cómo los llamaremos?
–Los nombres siempre me ha gustado ponérselos por algún motivo o situación. ¿A ti cuál te gusta para este cruzado?
–Podría ser «Campero», ya que lo destinaremos a la doma vaquera, y es una doma de campo.
–Me parece buen nombre. ¿Y al español, cuál?
–Siempre soñé con tener un caballo español como ese. ¿Qué tal «Soñador»?, porque en realidad todo esto es un sueño.
–Genial, ya tenemos a los dos potros bautizados.
Llegamos a las cuadras y sin problema descargamos a «Campero» y lo metimos en la cuadra que ya le teníamos preparada. Parecía más grande y fuerte, por sus aires y movimientos rítmicos y elegantes, pero era debido a que los potros cerreros se crecen cuando se encuentran en sitios que desconocen. Mi maestro me dijo que pasados unos días y con la calma de haberse habituado a su nuevo hogar suelen menguar o aparentar su alzada real.
Llegó el momento de sacar a «Campero» de su cuadra para enseñarle su primera lección. Era totalmente diferente a «Soñador»; tenía mucho temperamento y vivo, se movía como un rayo. El señor Luis me ayudó a sacarlo de la cuadra y atado a la argolla del lavadero le pasamos un cepillo por las crines y el dorso, pero no por limpiarlo, sino para que aceptara ser acariciado y que el acercamiento del hombre no le diera temor, que viese en nosotros como que le estábamos protegiendo y no maltratando.
–Juan, desátalo y lo llevas al centro del circular; intentaremos repetir la misma lección que con «Soñador» pero con la diferencia de que este potro necesitará desahogarse, estirar las patas y respingar. Le cuesta más seguirte, ¿ves que se para y que cuando le enseño por detrás el látigo da una pequeña lanzada? Pues cuando te siga sin titubear y con decisión será cuando podamos decir que ha aprendido a ir de cabestro.
–Maestro, ¿toda la vista que se tenga es poca, verdad? Sus reacciones me descolocan a mí también y no sé si andar, parar o correr, ja, ja, ja, ja.
–Cierto, en cualquier descuido se puede tener un percance. Te diré que cualquiera que te vea pensará que lo que tienes es miedo al potro, cuando lo que tú estás haciendo es tener precaución, que no es lo mismo. Todo el cuidado que se tenga al principio en el adiestramiento de un potro es poco. Siempre hay una primera vez y esa primera vez es primordial para la evolución del ejercicio y el proceso de doma.
–Ya he aprendido que esto no es correr, pero ¿qué hacemos los tres aquí dentro dando vueltas con el potro?
–Él desconoce el terreno, es su primera vez. No nos conoce a nosotros tampoco. Si tenemos que perder unos días para que se familiarice con el ambiente, los perderemos, porque en realidad lo que estamos es adelantando terreno para cuando empecemos a pedirle algunas exigencias, como aprender a ir a la cuerda realmente.
Al cabo de unos veinte minutos, el potro nos buscaba e iba detrás nuestro. Nosotros hacíamos como que lo ignorábamos, pero sin perderlo la vista, ya que al ser un animal cerrero, al asustarse o asombrarse por cualquier cosa podría dar una lanzada y saltar por encima de nosotros, sin darnos tiempo a reaccionar.
Durante unos días repetimos la misma operación con ambos potros; eran buenos alumnos y aprendían rápido. Estando en el circular con «Soñador», le dije al señor Luis:
–Maestro, ¿cuándo les pondremos la montura?
–¿Te has dado cuenta, Juan, de que hoy junto al cabezón le hemos puesto también un serretón?
–Sí, pero la cuerda la sigue teniendo en la argolla del cabezón, y no en la anilla del serretón, que tiene colocada justo por encima de la nariz.
–Así es. Mira, el potro se está acostumbrando al cabezón, y ahora que nos encontramos en el centro del circular, le cambiamos el mosquetón y se lo ponemos en el serretón, para que empiece a saber respetar y caminar con la cuerda en la nariz, ya que será de donde se le domará. Estos animales por naturaleza respetan el serretón en la nariz porque está demostrado que cada cultura y forma de adiestrar está unida a la de sus caballos. Por ejemplo, a los caballos alemanes y americanos les cuesta más aceptar y ceder al mando del serretón; sin embargo, en esos países, el adiestramiento solo con filete les funciona mucho mejor que a los nuestros, aunque también hay que tener en cuenta que la finalidad de nuestra doma requiere el uso del serretón, por eso se ven pocos caballos en nuestra doma española correctamente domados, por no haber sido adiestrados con los principios de la equitación española, el desuso del serretón o el no saber utilizarlo correctamente.
El potro se puso más tieso y sin yo moverme del centro; el señor Luis le obligaba a emplearse enseñándole el látigo en el trote; según me dijo, era para saber si empujaba con los cuartos traseros y soltaba las espaldas en cada tranco; si esos trancos eran uniformes y cadenciosos, y a la vez con buen ritmo, no perdería el equilibrio.
–Me ha sorprendido el potro, parecía bobo pero ¡anda lo que tenía escondido! –le dije sorprendido de ver como se movía el potro a la cuerda.
–¿Ves, Juan? Hoy le he obligado un poco más, solo para que se entere de qué va esto y también porque el trabajo diario que le hemos realizado días atrás ha servido para que se ponga fuerte y la mente se centre en la educación.
Terminamos de trabajar a «Soñador» y no le volví a preguntar cuándo le pondríamos la montura. Sacamos a «Campero»; era sorprendente lo diferentes que eran los dos, pero el señor Luis sabía sacar provecho a cada potro, aplicando un programa de entrenamiento distinto a cada uno, pero con la finalidad de que los dos acabaran buscándolo pues se encontraban a gusto a su lado. Eso fue lo que más me sorprendió de todo, y me lo demostró con «Campero».
El potro se había entregado a nosotros, quiero decir que ya se dejaba acariciar por todos lados y permitía que lo sacaran de la cuadra al circular sin problema, iba a la cuerda, y cuando lo llamaba, se acercaba al centro, que era donde yo me encontraba. Eso sí, todo con el cabezón; al serretón no le había llegado el momento.
–¿Te das cuenta, Juan, de que el potro, cuando tenemos que sacarlo para que venga a la cuerda, se queda aquí quieto con nosotros? Eso es bueno, que no sea él el que se quiere ir como mecanizado. En la doma los animales tienen siempre que esperar las órdenes. Mira, lo voy a soltar del todo para que dé vueltas él solo y nosotros quietos en el centro dando vueltas como si una cuerda invisible nos uniera con él.
El potro, cuando se vio suelto empezó a correr y dar saltos de alegría: galopaba, trotaba, se cambiaba de mano cuando le parecía. Al poco, cuando se relajó, mi maestro empezó a trabajarlo como si tuviese la cuerda y de pronto me dijo:
–¿Te das cuenta? Quiere venirse con nosotros. Eso el primer día era impensable. ¿Qué te parece? Pero yo le insisto en que dé unas vueltas más, para que no se acostumbre a dar cuatro vueltas y a la cuadra. Cuanto más lejos esté de nosotros en el circular mucho mejor, porque si se cierra mucho las espaldas sufrirán y podría lesionarse; el equilibrio natural en los tres aires lo adquiere en libertad. Aquí, Juan, es donde se pasa la mayor parte del tiempo un jinete. Observando el comportamiento de estos animales se aprende mucho de ellos, y sobre todo a conocer los defectos que puedan tener. Por eso pedí traérmelo, para poder probarlo, y ahora te puedo decir que nos quedamos con él.
–Hasta hoy no lo había decidido. Pero ¿qué es lo que le ha visto para decidirse?
–He observado que no es tímido, defecto grave porque esos no atienden al trabajo y actúan a destiempo; no es cobarde, síntoma de que no le dan temor las adversidades; no es perezoso, lo que evita que tengamos que estar siempre obligándolo a realizar algún trabajo; no es impaciente, es decir, que no es inquieto y espera a que le mandemos, como al darle cuerda; no es vengativo: cuando le hemos corregido, él ha escuchado y no se ha rebelado contra nosotros; y sobre todo no se le ve malicia alguna, como es reservarse la fuerza y no emplearse. Aunque no te confundas: algunos se emplean, pero huyendo del trabajo, y se defienden mientras las fuerzas les aguanten.
–Entonces, ¿estas cualidades internas nos evitarán problemas en un futuro para una buena y bonita equitación?
–Espera, tranquilo, no corras tanto; durante la doma aparecerán problemas, eso está claro, pero con una buena base y un potro que colabore, los problemas se superan. De no ser así, es decir, si se salen con la suya, se pueden producir graves consecuencias.
–¿Cuáles son esas consecuencias?
–Es muy pronto para explicártelo pues esas cosas se dicen en el momento, pero te daré un adelanto. Por ejemplo, al salir al campo se pueden espantar de algo desconocido y negarse a pasar; si no pasa ya tienes un resabio. Si lo adquiere como vicio, se defenderá y al final acabará entablado, es decir, duro de un lado. Normalmente estos problemas suelen aparecer por dos motivos: por la inexperiencia del jinete y por falta de corazón y fuerza del animal.
–Por eso me dijo usted que siempre se debe ser muy cuidadoso las primeras veces que se realice algo con el caballo en todas las facetas de la doma.
–Exactamente; por un mal momento se puede echar por tierra el trabajo de un año. Recuerda esto que te voy a decir y que es muy importante.
El señor Luis cambió de mano al potro para que anduviere en sentido contrario; siempre procuraba que estuviese trabajando el mismo tiempo a ambas manos para que las dos espaladas se musculasen por igual y no una más que la otra, y siguió contándome.
–Cuando un potro hace algo mal es por tres motivos: porque no sabe, porque no puede o porque no quiere. Si no sabe, es sencillo: hay que enseñarle. Si no puede, es cuestión de no obligarlo más de lo que sus cualidades alcanzan. Pero si sabe y puede pero no quiere, amigo Juan, ahí es donde reside el éxito o el fracaso de un caballista.
–¿Y qué es lo que se debe hacer en estos casos?
–Amigo Juan, está feo decirlo, pero ahí es cuando un jinete se juega la vida. Los animales prueban siempre, a veces para no trabajar, y si se dan cuenta de que se salen con la suya, al día siguiente más, hasta que llega el día en que no quieren trabajar y se defienden. Eso les ha ocurrido a todos los jinetes del mundo; algunos progresan por repetición pero nunca sentirán la sensación de tener un caballo domado. Aquí es donde reside la grandeza de nuestra doma española: en ese sometimiento que es decirle al animal que es el jinete el que piensa y el caballo el que ejecuta, no hay más.
–¿Me está hablando de pegarle al animal?
–No, no es eso lo que he querido decir. Pegar es maltratar; yo me refiero a una corrección. Ten presente que el caballo posee una gran memoria; por lo tanto sabe cuándo, cómo, por qué y de qué manera le estás castigando. Le das a entender por qué le has castigado en el momento justo en que se lo ha merecido, lo paras y si lo acepta lo acaricias y seguidamente lo ignoras; verás cómo acabará aceptando. Si le castigas pasado el momento, todo será en vano, ya que él jamás comprenderá el porqué de ese castigo, lo que le ocasionará ciertos trastornos mentales que le afectarán en otros aspectos incluso ajenos al motivo principal.
–Maestro, ¿no cree que hoy nos hemos pasado de tiempo con «Campero»?
–¿Tú crees? Él está a gusto suelto; piensa que el resto del día está encerrado en su cuadra. Esto para él no es trabajar, sino un recreo, aunque en realidad forme parte de nuestro programa de entrenamiento. Él sabe que en estos momentos está mejor que en la cuadra, pero su instinto le dice que se quiere venir conmigo y que le lleve dentro, ya que es la rutina que le hemos inculcado estos días. Mira, verás.
El señor Luis se acercó lentamente al potro estando totalmente suelto y, haciendo el mismo gesto que cuando tenía la cuerda se acercó, lo acarició, se giró y dio unos pasos lentos. De pronto el potro, creyéndose atado por la invisible cuerda, lo siguió por todo el circular. Con una indicación, mi maestro me mandó abrir la puerta y, cuando estaba abierta, se dirigió a la cuadra del potro y este, sin dejar de seguirlo, entró tras él. Me quedé con la boca abierta; no sabía qué decir. El señor Luis, cerrando la puerta de la cuadra, me dijo:
–¿Te das cuenta, Juan, de lo que se consigue por las buenas con la confianza mutua y sabiendo hacer las cosas en el momento justo? Los caballos tienen su propio lenguaje y signos que muchos ignoran por no querer escucharlos. Ellos mandan señales y esas señales son las que yo he comprendido que me decía cuando estaba suelto.
–¿Me está tomando el pelo? ¿Cómo que mandan señales?
–Claro, mira, ellos mueven las orejas, señal de estar atentos; bajan la cabeza, como diciendo ya me quiero ir contigo; en el circular las vueltas cada vez se cierran más, señal de que espera que lo llames; y quizás la más importante de todas, chascan con la boca y sacan la lengua, señal de que esperan de nosotros la aprobación de que los protegeremos, ya que ellos, animales herbívoros, también son animales de manada y buscan nuestra compañía, que les brinda protección. Todo esto está muy bien, pero ellos no entienden eso de que tú te subas a su lomo y tengan que hacer lo que les pidamos; eso es otra historia que, aprovechando esta base, podremos conseguir con mucha más comodidad sobre la confianza mutua.
Pasaron varios días repitiendo la misma rutina, pero intercalando los trabajos. Un día suelto, un día de descanso, otro día cuerda con el cabezón y otro día con el serretón; ese día solía ser el más didáctico y donde más se presionaba a los potros, ya que, como me decía mi maestro, era la antesala a ponerles la montura. El alternar el trabajo hacía que trabajasen con alegría y no se mecanizaran por repetición pues les obligaba a fortalecer la mente y estar siempre pendientes de nosotros.
Fue entonces cuando el señor Luis me comentó que era el momento de castrar a «Campero». Le pregunté por qué y él me contestó:
–El potro tiene tres años, es joven y al ser cruzado y a la vez destinarlo a la vaquera es mejor tenerlo castrado. Es absurdo domarlo entero para castrarlo después. Si se castra ahora pondrá más atención, no se desconcentrará, como suele ser habitual en los sementales. Pero sobre todo su físico se transformará en la típica jaca vaquera. Se puede comparar con un toro y un buey: se feminizan, su cuello se pone más fino, al desaparecer las hormonas masculinas que se acumulan en ese lugar, y las grupas se les ponen más anchas y redondas. Incluso los movimientos suelen ser más cadenciosos y menos temperamentales.
–¿No perderá fuerza al castrarlo?
–Eso no es cierto, al contrario. Con el trabajo diario y la gimnasia acabará poniéndose tan fuerte como otro caballo cualquiera. Es más, me atrevería a decir que incluso más fuerte, ya que utiliza la fuerza cuando se requiere, al contrario que muchos sementales, que se desgastan por la influencia de otros animales a su alrededor.
Al día siguiente el señor Luis llamó al veterinario que realizaba los servicios en la finca y «Campero» fue castrado. Tras unos días de reposo, paseos, tratamientos medicinales y agua templada en la ingle para hacer bajar la inflamación, volvió a la rutina diaria en el circular.