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7. El Cinchuelo y la montura en el potro


Jaime de la Puerta, jinete profesional y ganadero.


Tocaba sacar a «Soñador» para trabajarlo en el picadero circular, como era habitual en los últimos días. Le quité el cabezón en la cuadra y sujeto por el cuello le puse un filete un poco grueso. Era algo grande y sin riendas; el objetivo era que se familiarizara con él en la boca y se fuese acostumbrando. El serretón se lo puse en su sito, correctamente ajustado, no flojo, porque al tener movilidad puede producir rozaduras y si está demasiado apretado produce tensión y dolor, y siempre debidamente forrado, de tal manera que el contacto con la nariz era suave.

Sin salir de la cuadra, el señor Luis se acercó con una manta en la mano y me dijo:

–El potro está muy manso y acostumbrado a su cepillado diario. Puede que se sorprenda al verme la manta en la mano, pero la confianza que tiene en nosotros hará que nos observe con detenimiento.

Despacio, como si le pasara un trapo para quitarle el polvo del lomo, le pasó la manta, primero por el cuello, después por la espalda y al final por el dorso, todo con calma y sin brusquedad, siempre hablándole con buen tono de voz. Cuando el potro se dio cuenta tenía la manta encima cubriéndole todo el cuerpo; mi maestro se la quitaba y volvía a ponérsela varias veces y por ambos lados. El potro agachó la cabeza y cerró los ojos como si lo que sucedía en su entorno no fuese con él.

Acabando la lección mi maestro se retiró con la manta y me mandó que lo sacara a dar cuerda. Pasados unos minutos de trabajo al paso y trote, el señor Luis se acercó y me cogió la cuerda diciéndome:

–Desde este momento seré yo el que coja la cuerda para trabajar a los potros. Tú harás la función que he estado realizando yo, la de dar vueltas con el látigo, para que aprendas a medir la distancia y a saber colocarte según el aire en que se encuentre el potro.

–Maestro, ¡pero si dar vueltas para obligar al potro no tiene nada de difícil!

–Eso lo vamos a ver ahora mismo. De momento, el paso no es de la misma calidad que tiene cuando estoy yo detrás; rompe el ritmo y la fijeza. Mira aquí, se precipita y ahora disminuye el paso; dale que trote.

Al darle para que trotase tuve que hacer un gesto con el látigo, lo que hizo que el animal, en vez de salir tranquilo, diera un salto enérgico y precipitado.

–Dar cuerda, amigo Juan, es un arte. La cuerda y el trote son la madre de toda doma; sin estos ingredientes nada se conseguirá. En este caso, tu sitio es como el de un peón de albañil: tiene que estar siempre pendiente de que la mezcla esté en su punto, ni muy dura, ni muy blanda. Esto es igual: para que el potro adquiera equilibro, cadencia, ritmo, fijeza y soltura tienes que estar muy pendiente del trabajo y no descuidarte con una mosca que se te cruce.

–Esto no se sabe hasta que no se está dentro del circular y con un maestro como usted. Muchas gracias, le agradezco de corazón sus lecciones. –No supe cómo disculparme por mi ignorancia.

–Al paso puedes estar más cerca de mí, pero al trote, con separarte un poco y dar los pasos más ligeros es suficiente; a veces también se dan más ligeros y más cortos, y entonces el potro lo interpreta como que quieres que salga al trote. Nunca hagas el gesto de agacharte como si cogieses algo para que el potro salga a trotar, tampoco corras detrás de él; a la segunda vuelta se dará cuenta de que no le das y no se empleará y tú acabarás rendido. Si das cuerda solo, realiza un pequeño círculo y te mueves en el centro; debes permanecer como me encuentro en este momento, girando sobre tus pies.

–Me he dado cuenta de que era más importante saber activar al potro que sujetar la cuerda.

–No te confundas, ambas funciones son importantes; la una sin la otra es difícil ejecutarla correctamente. Por eso, la doma es cosa de dos: uno hace las veces de jinete y otras de ayudante, dependiendo de lo más efectivo que sea cada uno en cada momento. Al potro al principio solo con sujetarlo era suficiente, por eso yo no cogí la cuerda, porque hay que saber impulsarlo con el látigo para que rompa hacia adelante y no pierda el deseo de avanzar. Sin embargo, llegado este momento, donde el potro va a ser iniciado con el jinete arriba, es mejor que la cuerda la sujete yo, ya que tú serás el que te subas en él y yo debo hacerle la cara.

–Hacerle la cara, ¿qué es eso?

–Es sensibilizar al caballo de tal manera que ante cualquier imprevisto o defensa que quiera realizar pueda respetarme y así evitar que pase a males mayores, como defenderse o botarse.

–Y, ¿cómo se consigue eso?

–El serretón es muy criticado, pero por aquellos que desconocen su correcto funcionamiento. También es usado incorrectamente por muchos domadores, que es por lo que se ha creado mala fama ya que estos «domadores» tienen caballos con las narices dañadas. No es fácil de explicar cómo se consigue, ya que esto requiere tacto y muchos años de experiencia, y precisamente por eso he cogido la cuerda.

–¡Yo no veo que usted haga algo diferente a como yo tenía cogida la cuerda!

–¿Tú crees? Mira, cógela y dime qué sensaciones percibes en tus manos, y ten presente que solo la he tenido un momento.

Tomé la cuerda en mis manos y me situé en el centro intercambiándonos los puestos. Fue increíble, no me pesaba en la mano, el potro parecía suave; en otras ocasiones me habría tirado hacia fuera, pero en esta ocasión estaba fijo, y con un leve movimiento para notar su nariz en mis manos a través de la cuerda, la giró levemente hacia dentro sin perder el deseo de avanzar. Fue algo diferente, distinto y una sensación, como bien me comentaba mi maestro, difícil de explicar. Le entregué la cuerda al señor Luis con un gesto en el rostro que lo decía todo, entre no saber si reír o poner cara de asombro.

–El mismo tacto ecuestre del que muchos hablan se encuentra en el saber dar cuerda correctamente, igual que un masajista suavemente con sus manos te quita una contractura. Así se realiza esta técnica, sensibilizando al potro, haciendo que ceda a tu presión. La doma es todo presión-cesión, tú presionas y él cede; si esto no ocurre es porque el animal aún no está preparado, bien física o psicológicamente.

El saber que ese tacto y esa sensibilidad se aprenden con los años de experiencia me hizo sentirme más relajado, porque parecía magia.

Antes de finalizar, mi maestro dirigió al potro a una pared. Sujetándolo con la cuerda y colocándolo lateralmente me indicó que me acercase como cuando me montaba en la yegua, pero agarrando solo un poco de crines con la mano izquierda.

–Bien, Juan, quiero que des pequeños saltos con los dos pies juntos al lado del potro, pero suavemente al principio, que llames su atención pero que te mire con la confianza y la duda de no saber qué es lo que estás haciendo. Esto es para que cuando te eches encima suyo, el animal no se sorprenda. Empieza por el cuello y te vas desplazando suavemente por la espalda, para acabar teniendo la cruz del potro a tu izquierda, por lo que tendrás el dorso del animal junto a tu cuerpo.

Siempre hablándole y acariciándolo, fui alternando los saltos durante varias sesiones. Al ver al potro tranquilo, mi maestro dijo:

–Ahora intenta echar tu pecho sobre el dorso del potro, eso es; es normal que te resbales para abajo. Inténtalo de nuevo e intenta quedarte arriba dos o tres segundos, lo suficiente para que el animal se dé cuenta de tu peso y a la vez no le dé tiempo a reaccionar e intentar hacerte bascular por la incomodidad de algo nuevo sobre su lomo. Seguidamente te deslizas hacia el suelo refregándote contra su cuerpo; eso hace que le quites las cosquillas que pueda tener y a la vez el trabajo corporal lo relaja. Bien, como la lección ha sido positiva, por hoy es suficiente, mañana un poco más. Toma el potro, lo duchas, lo secas y a la cuadra.

–Maestro, ¿por qué lo hacemos sin la montura? ¿No sería mucho mejor con ella puesta?

–Este trabajo lo iremos haciendo intercalando ambas cosas, por un lado a pelo y por otro con la montura. Cuando acepte al jinete y la montura por separado todo será mucho más sencillo; la doma es como hacer un puzle, al final juntamos las piezas. Si el potro hiciese algo, sería mucho más fácil para ti deslizarte al suelo, y sobre todo, también nos da la posibilidad de saber qué ha hecho que se mueva. Si tuviese la montura y el jinete a la vez nos costaría más conocer el motivo de su asombro.

Igualmente intentamos el trabajo con «Campero». El filete y el serretón no me fue difícil ponérselos, pero cuando el señor Luis apareció con la manta en la mano fue tal su sorpresa que reaccionó tirando hacia atrás. Gracias a que estaba sujeto por el cabezón de cuadra por el cuello solo di un tirón seco y regresó de nuevo para adelante. Mi maestro se le acercó hablándole y acariciándolo. Le enseñaba la manta y dejaba que la oliese. Pero con gesto descarado, el potro no se fiaba de ella; parecía como si fuese a comérsela. Nos llevó un poco más de tiempo. El animal sudaba por la tensión producida al ver la manta, pero sumiso y confiado dejó que la manta se posase en su dorso. No dejaba de mirarla y sus orejas eran un continuo moverse a todos lados. A los pocos segundos mi maestro se la retiró, y sin hacerle caso al potro, se apartó y se fue.

–Maestro, este tiene genio. ¿Por qué se ha retirado del potro con la manta en la mano y dándole la espalda?

–Si te has dado cuenta, los dos potros son totalmente diferentes el uno del otro. Eso no óbice para que durante el proceso de la doma se igualen y que el que más atrasado esté ahora más adelante aventaje al otro. «Campero» se ha sorprendido de la manta, pero con paciencia y tiempo hemos conseguido que la acepte. Es normal, es algo desconocido para él; recuerda que su doma empezó aquí con nosotros mientras que «Soñador» tenía doma de cuadra desde el destete. Estos historiales marcan mucho a los animales y tenemos que tenerlo siempre presente.

»Le quité la manta y me retiré sin hacerle caso porque es el mismo gesto que hacemos cuando le echamos de comer pienso en el pesebre cuando lo cepillas; eso le hace pensar que es algo normal y natural de lo que no tiene que temer. Durante los próximos días repetiremos el trabajo y verás cómo acepta la manta como algo que forma parte de su cuerpo.

En la cuerda lo trabajamos igualmente. Como con «Soñador», el señor Luis cogió la cuerda y yo el látigo para activarlo y hacer que se empleara en el picadero. Le dimos durante poco tiempo, ya que habíamos empezado en la cuadra con la manta y a mi maestro no le gustaba abusar de los potros. Dirigimos al animal a la pared y repetí la misma jugada. El señor Luis me dijo que eso se llamaba «tantear un potro». Curiosamente, fue lo opuesto a lo ocurrido con la manta: no se movió y aceptó mis saltos y el echarme de barriga en su dorso.

–¿Y cómo es que no se ha movido al verme saltar a su lado y sentirme en su dorso?

–Los potros tienes estas cosas; lo mismo no se ha movido por la impresión producida por la manta, lo que le ha podido ocasionar lo que decimos «venirse abajo», como cuando a las personas les baja la tensión; o bien lo acepta sin más, y puede que pasados unos días se dé cuenta y reaccione como si fuese la primera vez. Eso desconcierta mucho a los jinetes, pero con los potros suceden estas cosas; por eso nunca debes bajar la guardia y confiarte.

–Es bueno saberlo. ¿Lo ducho, lo seco y lo entro en la cuadra?

–Sí, su trabajo ha terminado por hoy.

Durante unos días el trabajo fue el mismo, hasta que con toda naturalidad aceptaban que de un salto pudiese echarme de barriga sobre ellos y les hiciese andar un poco. Fue estando con «Soñador» cuando mi maestro me dijo:

–Hoy ha llegado el momento de que te subas a horcajadas, porque ya tienes habilidad con la yegua, y de lo que se trata es de hacer un trabajo corporal, igual que cuando te refriegas en el potro por el dorso. Suavemente le tocas con la pierna derecha la grupa, siempre hablándole, como le hemos hecho por los dos lados. Al ver tu pierna con su ojo derecho no debería asombrarse.

Una vez subido en el potro y sin dejar de acariciarlo y hablarle con buen tono de voz, mi maestro me mandó bajar y repetir la misma operación varias veces. Estando una de las veces arriba, me indicó que estuviese prevenido porque le haría andar unos pasos conmigo encima. Al principio le costó un poco y los pasos eran entrecortados. Cuando dio una vuelta entera al circular con mi maestro teniéndole cogido por la nariz, respetándole el animal perfectamente, lo paró justo donde me había subido y me mandó bajar. Una vez en el suelo lo acaricié y quiso restregarse en mí porque le picaba el sudor. Según mi maestro, eso era bueno, porque era síntoma de que estaba aceptando el trabajo con naturalidad y sin miedo.

El siguiente potro en trabajar fue «Campero». Repetimos la misma operación, siempre a pelo, aunque en esta ocasión la situación fue totalmente diferente. Cuando me subí a ahorcajadas en él, al sentir mi peso en su dorso se sorprendió de tal manera que dio unas encogidas. Yo me agarré como un gato para no caerme, lo que provocó que al sentirse presionado diese un salto de huida. El señor Luis lo sujetó con la cuerda por la nariz, dándole unos toques para que al tener que respetar la serreta la huida no fuese a más, y se puso delante impidiendo que se fuese del sitio donde yo me había montado. El potro hizo como una especie de quiebro y al descolocarme me descabalgó, pero me deslicé por su espalda sin soltarme de las crines.

–Quédate a su lado –me dijo mi maestro mientras acortaba la cuerda y se acercaba más al animal–. Pega otro salto y arriba de un bote; ahora es cuando se tiene que enterar de que el jinete se tiene que subir y él no moverse. Si se sale con la suya la próxima vez nos dará más problemas.

De un salto me subí en su dorso y el animal no se movió para nada; eso sí, el ojo lo tenía más vivo y atento que nunca, pero la gran habilidad del señor Luis con la cuerda hizo que no se moviese. Eso era tener la cara hecha, respetando y cediendo a la presión de la mano.

–Muy bien, acaríciale y agárrate, que va a andar contigo arriba. Eso es, ¿ves? Si llega a tener la montura y te caes no hubieras podido deslizarte a causa de los estribos. El potro prácticamente no ha hecho nada; otros se lían a botarse y eso sí que es peligroso, tanto para el jinete como para el proceso de doma. El animal ha estado pendiente de ti nada más. Si lo haces con la montura las primeras veces y sacas un pie del estribo, entre tu equilibrio, los estribos bailando en la montura y los toques míos de la nariz haríamos que el animal tuviera deseos de escaparse a toda costa. –Esto me lo estaba contando según el potro le seguía por el lateral del picadero al paso; yo no dejaba de acariciarlo y hablarle.

–Lo que ha sucedido hoy es un gran adelanto en su proceso de adiestramiento al no haberse salido con la suya y haber finalizado con el jinete dando una vuelta por el picadero.

Llegado al lugar donde me había montado, lo acaricié y me bajé. Lo paseé un poco y acabamos la lección.

Al día siguiente fue una repetición de lo mismo, como un resumen si los animales se portaban bien. Y fue lo que sucedió, fue una sesión de confianza.

Les dimos un día de descanso, repitiendo lo mismo, hasta que un día mi maestro dijo de poner el cinchuelo. «Soñador» parecía el más dócil y por eso siempre era el primero.

–Bien, Juan, sujeta al potro, de tal manera que él sepa que lo tienes cogido, mientras le pongo el cinchuelo. Observa que se lo ajusto cuando observo que él no tiene aire en los pulmones, ni muy flojo para que se le pueda mover, ni muy apretado para que la presión no le produzca encogidas provocándole algunos botes.

El potro dio cuerda con el cinchuelo perfectamente; ni se enteró de que lo llevaba puesto. Pero como mi maestro me decía, nunca bajes la guardia, porque lo que hoy no ha hecho puede que mañana lo haga.

Cuando le tocó el turno a «Campero», la cosa cambió. Al darle cuerda sintió la cincha y salió dando lanzadas. Mi maestro le dio un poco de cimbreo a la cuerda de tal manera que, al llegarle a la nariz, la respetase, pero sujetando y relajando alternativamente, ya que esa es una parte sensible, lo que provocó que estuviese atento a la nariz, desviando la atención de la cincha, y que acabase trotando de modo parejo, pero con más energía. Yo no dejaba de hablarle para calmarlo y una vez conseguida la regularidad en el trote, mi maestro dejó la cuerda que solamente utilizaba para que el animal supiese que tenía que respetarla.

Finalizó dando cuerda a las dos manos perfectamente, pero como por su forma de emplearse estaba sudando un poco más de lo habitual, el señor Luis me dijo:

–A veces no está mal que los potros tengan estas reacciones, pues sacan todo lo que tienen dentro. Ahora se le ducha, se le seca y a la cuadra. Este seguro que esta noche piensa en el trabajo de hoy. Los animales también tienen que saber que no todo es recreo; si de vez en cuando un día se aprietan en el trabajo no sucede nada. Son ellos; nosotros no les hemos obligado para nada, y eso los potros lo entienden bien.

No sé el tiempo que estuvimos alternando la cincha, la manta, montándome a pelo, cuerda con el serretón, cuerda con el cabezón, y en libertad. Pero el día que les pusimos la baticola, lo más que hicieron fue encogerse un poco. El pecho petral, la montura y las riendas de atar se los tomaron con naturalidad. Con los estribos también dudaron un poco, pero fue lo último que se les puso. Llega un momento en que aceptan todo. Los primeros arreos son siempre los más difíciles y es lo que les cuesta más aceptar y superar; una vez conseguido solo es cuestión de tiempo y constancia diaria.


El aprendiz de doma española

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