Читать книгу El aprendiz de doma española - Francisco José Duarte Casilda - Страница 8
Оглавление3. Origen de la doma española
Ezequiel León, jinete profesional. Caballo PRE «Cateto V».
Pasaban los días y yo progresaba adecuadamente en mis labores de mozo de cuadra según me indicaba mi maestro. Las noches de cena, como de costumbre eran largas y bonitas tertulias sobre el mundo del caballo. Uno de esos temas en una ocasión fue el de quién y de dónde sería el primer hombre que se subió a lomos de un caballo. Lo mismo ese detalle importa poco, pero mi maestro siempre me decía que para saber a dónde queremos ir es importante saber de dónde venimos, y esta fue su reflexión al respecto:
–Amigo Juan, me gustan tus inquietudes; eso es bueno, pero te diré que no alcanzo tan lejos. Tenemos que tener presente que no se sabe a ciencia cierta y con exactitud cuándo y en dónde se inició la domesticación del caballo. Cada territorio del planeta conocido tenía su propia forma de tratar al caballo a la vez. Todo esto data de entre los siete mil y los tres mil quinientos años antes de Cristo; por lo tanto tenemos un margen de otros tres mil quinientos años en los que nadie puede decir exactamente dónde se inició el proceso de convivir hombres y caballos. Los expertos, en base a los restos arqueológicos y las pinturas rupestres encontradas en cuevas, no se ponen de acuerdo en cuanto al lugar donde el hombre empezó lo que posteriormente podría llamarse «doma», teniendo en cuenta que al principio el caballo se utilizó como animal de carga, sustituyendo a los perros, y posteriormente para tirar de los carros cuando el hombre inventó la rueda. Hace miles de años que hombre y caballo conviven juntos. En esas épocas, todos los habitantes de la Tierra eran nómadas; por tanto señalar un lugar exacto de dónde fue el principio de la doma sería algo atrevido. Las tribus que habitaban la Península Ibérica cuando llegaron los romanos eran mayoritariamente de origen indoeuropeo. Estos se supone que traerían consigo caballos y se cruzarían con los que posiblemente existían ya en la península. Lo que sí está claro es que a los romanos los habitantes de estas tierras no se lo pusieron fácil, ya que eran hábiles jinetes expertos en defenderse en guerrillas bien organizadas. Sus caballos eran pequeños y ligeros, aparecían y desaparecían como por arte de magia, atacaban y se volvían en un palmo de terreno, lo que hacía que el enemigo se desorientara de tal forma que temía combatir contra los íberos que iban a lomos de sus afamados caballos.
–Pero al final fueron derrotados por los romanos, a pesar de que estos tenían un ejército prácticamente solo compuesto de infantería –le dije intrigado por conocer su versión.
–Cierto, pero esa es otra historia. Sabrás que muchas tribus prerromanas estaban enfrentadas entre ellas, lo que el enemigo romano supo aprovechar para debilitar a los habitantes de la Península Ibérica. Pero tampoco fue todo tan fácil; les costó casi doscientos años hacerse con el control de todo el territorio. Los íberos se enfrentaron a los romanos con una forma de montar similar a lo que con los siglos pasaría a llamarse «a la jineta», pero para sorpresa de estos, cuando quisieron expandir el imperio por tierras partas se encontraron con unos enemigos fuertemente protegidos por un ejército de caballos recubiertos con armaduras y mallas. Estos se llamaban en aquella época «catafracto», y su función, a diferencia de las encontradas en la Península Ibérica, era que entraban en combate directo arrollando a las fuerzas enemigas. He querido situarme en esta época de la historia para que no te líes mucho, ya que tanto una forma de montar como la otra ya se utilizaban en siglos anteriores, y esto sería hablar de antes de Cristo.
–¿Entonces la monta a la jineta es la nuestra y la monta a la brida importada? –pregunté queriendo saber si en España siempre tuvimos una forma propia de montar.
–Yo diría que sí, pero claro, después cuando nos invadieron los musulmanes del Norte de África también tenían una forma de montar similar y eso hizo que se afianzara más en nuestras raíces. Por eso no se puede calificar a una forma de montar como pura y propia, ya que todas a lo largo de los tiempos se han ido enriqueciendo las unas de las otras. Pero yo también tengo mi propia teoría, y es que lo mismo son los propios musulmanes los que se pudieron enriquecer de nuestra forma de montar y no nosotros la suya. En fin, eso lo dejo para que saques tus propias conclusiones.
–Lo de la jineta lo tengo medio claro, pero, ¿cómo llegó la monta a la brida a la península? –pregunté queriendo indagar y saber más.
–Medio claro; eso es tener más dudas que cuando empezaste. Mira, te lo aclaro. Recuerda que aquí se montaba a la jineta desde mucho antes de la llegada de los romanos; estos adaptaron su caballería para el imperio. El tener un caballo fino, brioso y temperamental es lo que hizo que se mantuviera este tipo de monta, ya que el jinete lo dominaba con las piernas y tenía las manos libres para la lanza, la espada, tirar flechas, o cualquier otra cosa que tuviese en sus manos. Eran jinetes independientes, por lo que tenían que valerse por sí mismos. Dominaban a sus caballos de tal manera que podían ponerlos a todo galope y pararlos para cambiar de sentido solo con las piernas y el gesto del cuerpo. En batalla contra otro jinete los caballos se volvían y revolvían con los toques de las piernas mientras el jinete podía deshacerse del enemigo con su espada y, si corría peligro, solo tenía que indicarle que salir era del campo de batalla y se ponían a salvo gracias a su eficaz forma de cabalgar. Generalmente, al carecer de estribos, su posición era con las piernas más recogidas y semidobladas, para poder de esta forma tener más sujeción sobre el animal. Con la llegada del estribo siglos más tarde mejoró el poder estar más equilibrado sobre el caballo al poder apoyarse en él.
–Duda aclarada, maestro. También le pregunté sobre la otra forma de montar, a la brida.
–La monta a la brida llegó al norte de la península con los visigodos. Con los siglos posteriores se fue incorporando al ejército cristiano para combatir a los musulmanes. También tuvieron una fuerte influencia con la llegada de las Cruzadas, donde esos ejércitos de la Edad Media eran arrolladores en el ataque. Sus caballos eran pesados y dirigidos con las manos, ya que las piernas las tenían estiradas por las armaduras que portaban y apoyadas en el estribo con espuelas muy largas por la dificultad que tenían en dar a los costados de sus cabalgaduras.
–Pero en toda esta historia que me ha contado no acabo de entender cómo acabaron incorporándose las dos formas de montar a nuestra actual monta española, si eran tan diferentes la una de la otra –exclamé, sorprendido de que mi maestro supiese tanto sobre nuestra historia ecuestre.
–Esto no se produjo de la noche a la mañana, sino que fue un proceso lento, aunque con pasos muy firmes y positivos. Mira, Juan, los Reyes Católicos conquistaron el Reino de Granada de la siguiente forma: Fernando el Católico tenía su arrolladora caballería montada a la brida, heredada del Reino de Aragón, también llamada monta «a la estradiota», o «a la guisa», nombre derivado de los reinos de Nápoles y Francia. La reina Isabel la Católica tenía transformada su caballería a la jineta, también conocida como «a la bastarda», un poco más refinada, introduciendo elementos ecuestres de la monta a la brida, por ser la mayoritariamente utilizada por el pueblo llano y los jinetes de la plebe tras conquistar el Al-Ándalus dos siglos antes. Con la conquista de Granada, no solo se unificó la actual España, sino que también lo hicieron las dos formas de montar que había en la península. Posteriormente, los caballeros cristianos eliminaron sus pesadas armaduras, pero no su forma de ir a caballo, mientras que los nobles aprendieron el arte de la equitación en las escuelas creadas para estos menesteres. Realizaban juegos y torneos como forma de diversión y estatus social. El ser caballero entre la nobleza se medía por sus habilidades ecuestres y para ello también se dedicaban a lancear toros y lidiarlos en las plazas de los pueblos, lo que requería una monta más específica como era la monta a la jineta. De esta forma se unificó lo que vendría a llamarse la famosa monta española en todo el continente europeo, ya que nuestros caballos y nuestra forma de montar se fueron expandiendo por todos los países, donde era requerida por reyes y nobles.
–Pero a día de hoy, ¡es difícil saber si la doma española tiene más de monta a la brida o a la jineta! –Quizás era una pregunta difícil para poder entender su respuesta, pero me lo aclaró de tal forma que según pasaba el tiempo y mi aprendizaje como jinete se afianzaba, como en la doma de un potro, fui comprendiendo sus palabras.
–Difícil es según como lo miremos. En un principio las cosas estaban muy definidas y bien fusionadas. La buena equitación es el resultado de la buena unión de ambas montas. Te diré que un caballo, para que esté presto y atento a las ayudas, tiene que tener una buena doctrina de las piernas. Aquí es donde aparece la monta a la jineta, con la diferencia de que la colocación de las piernas está modificada, es decir, van algo menos recogidas. Este tipo de monta se conserva en nuestros días en la doma de campo, el rejoneo y el acoso y derribo.
–Y la antigua monta a la brida, ¿dónde se conserva y se aprecia más hoy en día?
–Como te he contado, la monta a la brida era arrolladora; hoy en día se podría apreciar perfectamente en los caballos de los antidisturbios de la Policía. Estos están perfectamente protegidos y actúan en conjunto ante incidentes donde su participación es de gran utilidad, prestando un gran servicio.
–Ahora que usted lo dice, es cierto, pero, respecto a la doma, ¿dónde encaja la monta a la brida?
–Respecto a la monta a la brida te diré que un caballo, aparte de que esté presto a las piernas, que son las que mandan, tiene que estar en la mano, que es la que dirige, y ahí es donde aparece la otra variante, y de esta gran fusión surgió la monta española: a tener un caballo en los pies y en las manos del jinete se le conoció mundialmente como equitación española o alta escuela. La influencia que tuvo sobre la monta a la brida fue que la mano se suavizó, ya que estos eran jinetes que montaban caballos más pesados y tenían una mano muy dura; las piernas estiradas también se recogieron un poco, los bocados se redujeron en favor del animal y las espuelas a no tener necesidad de usarlas tan grandes. También el caballo que se utilizaba era el español, un animal fino, caliente y de temperamento dócil y presto a la doma. Los arneses, así como las cabezadas y las monturas, también tuvieron modificaciones, pero siempre en un alto porcentaje de monta a la jineta.
–Esta historia que usted me está contando supongo que la sabrán todos los jinetes que se dedican a la doma, porque yo de historia sí sabía algo por lo que aprendí en el colegio, pero estos detalles sobre el origen de la doma española me eran totalmente desconocidos.
–Amigo Juan, no todos los aficionados y caballistas que te encuentres a lo largo de tu vida sabrán muchas de las cosas que yo te cuente. Desgraciadamente tengo que decirte que en España, en lo que al caballo se refiere, se ha escrito poco y leído mucho menos. Todos los conocimientos han ido pasando de padres a hijos, o bien han sido comunicados por maestros a nobles y a los hijos de estos. Pero no quiero decirte con esto que no haya nada en las bibliotecas, que lo hay, y muy buenos tratados de equitación escritos por españoles, pero siempre fuimos muy amigos de lo extranjero y adaptamos lo de fuera como si no fuera nuestro, cuando fuera no se ha hecho otra cosa más que copiar nuestras raíces y costumbres ecuestres.
–Es una lástima que teniendo este tesoro único en el mundo y bebiendo todos de nuestras fuentes no sepamos exportarlo como se debe. Siempre he oído hablar de la monta a la inglesa o de la monta western, pero la monta española no se oye tal como usted, maestro, me la está explicando –le dije algo preocupado.
–El problema de saber historia y a la vez domar un caballo es que cuando cuentes algo muchos te dirán que más montar a caballo y menos explicar. Ese ha sido el problema que ha tenido la cultura ecuestre en España: nadie se ha preocupado en decir las cosas como son, y como lo típico era el «cada maestrillo tiene su librillo», no tenían la mente abierta para adquirir nuevos conocimientos de formas de montar de escuelas provenientes de otros países, o de compartir su sabiduría con los que estaban perdidos en las labores de su afición ecuestre. Los antiguos jinetes decían que el mejor libro era el caballo. No les faltaba razón, pero también leer es necesario. En los libros está reflejada la sabiduría de jinetes anteriores; en ellos se cuenta cómo deben hacerse las cosas y evitar cometer los errores que ellos en su día cometieron.
Dimos la tertulia por terminada. Era hora de irse a dormir. Al día siguiente, como de costumbre, empecé con la rutina de las labores de mozo de cuadra y a mover a los potros y a los sementales en el caminador. El día transcurrió con normalidad. Al caer la noche de nuevo, y como siempre, me dirigí a la casa del señor Luis para cenar juntos. En la mesa de la cocina encontré una nota que decía que esa noche tenía que ausentarse y que no le esperara para cenar.
Después de cenar me puse a dar vueltas por la cocina y a ver utensilios antiguos que colgaban de las paredes adornando el lugar. Me paré en una puerta que siempre estaba cerrada, pero con la llave puesta. Lleno de curiosidad la abrí y entré tras encender la luz. Mi asombro fue tan grande al ver lo que había en aquella habitación que tardé unos segundos en reaccionar y poder curiosear lo que lleno de telarañas y polvo allí se tapaba. Pude contemplar una estantería plagada de trofeos. Limpié un poco para leer lo que ponía en las placas. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo; trofeos y medallas de campeonatos y concursos nacionales de doma vaquera y alta escuela. Había medallas de oro, plata y bronce; predominaban las de oro. Los trofeos igualmente de primeros puestos. Por sus fechas pude sacar la conclusión de que eran de los comienzos de estas disciplinas. Las paredes estaban repletas de fotografías de caballos realizando diferentes números de doma; los había castaños, negros, alazanes y tordos en todas sus variedades de tonalidades, más oscuros, más claros, de diversas edades y niveles de doma. Pero lo más llamativo de las fotografías era que en todas ellas aparecía el mismo jinete: un hombre joven, alegre, delgado y que encima del caballo parecía una estatua, el centauro más perfecto que jamás había contemplado. En mi casa tenía muchas revistas donde aparecían jinetes a caballo, pero haciendo memoria ninguna de las fotografías se asemejaba a la de aquel jinete de estampa inigualable. Cogí un cuadro, limpié el polvo y acerqué la vista a la imagen para poder observar más de cerca al jinete, pues para mí era todo un misterio saber de quién se podía tratar. De pronto sentí que el corazón me explotaba. El cuadro se me escapó de las manos y cayó al suelo rompiéndose. Me agaché y recogí los trozos de cristal y los deposité en la basura para tirarlos. Después, sin el cristal observé de nuevo la imagen del jinete de la foto. No cabía duda: era don Luis García, mi maestro, en sus años de juventud. Me acerqué a la chimenea, aticé la candela para que no se apagara y le añadí otro trozo de leña de encina. Tenía decidido esperar a mi maestro; quería que me aclarara aquel descubrimiento y me dijese quién era realmente. Estaba eclipsado mirando la foto al calor de la lumbre cuando llegó.
–Hoy has descubierto más de lo esperado, ¿verdad, Juan? –me dijo una voz desde la puerta.
Miré sorprendido, pues no esperaba que alguien estuviese en la puerta y, con la fotografía en la mano, le pregunté:
–¿Usted no es un simple mayoral, verdad? Me dijo que se había criado en estas tierras. Esas medallas, trofeos y fotografías colgadas en la pared tienen muchas historias detrás.
El señor Luis García se acercó a mí lentamente, se sentó a mi lado, de tal manera que el calor de la lumbre también le llegara, alargó una mano, cogió la fotografía, la miró fijamente, y me relató lo siguiente:
–No te mentí. En estos momentos soy un simple mayoral. Tú nunca me preguntaste sobre mi vida anterior, y es más, sí, me crié en estas tierras; mi padre era el guarda de la finca y mi madre el ama de llaves. En un accidente de tráfico murieron los dos cuando yo apenas tenía ocho años. El padre de don Gregorio me crió como a un hijo suyo y me enseñó a ser hombre realizando las labores ganaderas con las ovejas y los cerdos para aprender el oficio y a la vez pagar mi sustento y estudios. Pero mi gran ilusión eran los caballos. En el cortijo siempre había habido ganado caballar de raza indefinida, probado en el trabajo diario, que producía mulas para las labores agrícolas. Aprendí a arar, sembrar, trillar, y sobre todo a recoger los melones y las sandías con los serones, a recoger los haces de trigo con las cangallas para ser trillados en las eras y cuando era la época de las sacas del corcho, yo era, por mi juventud, el «aguaó», es decir, el encargado de ofrecer agua con una mula y unas aguaeras con cántaros llenos de agua fresca para calmar la sed a los corcheros. Estas labores, lo creas o no, me han sido de gran utilizad, labores que por cierto muy pocos caballistas de hoy en día conocen.
–¿Pero qué aportan esos conocimientos a la doma? –le dije a mi maestro, no encontrando encaje a todo eso.
–Más de lo que nadie se pueda imaginar. Ten presente que para poder realizar estas labores, el animal ha de estar la mayor parte del tiempo suelto, obedeciendo a la voz del arriero, que es como se llama la persona encargada de estar con estos animales. Los hombres de campo me enseñaron a tener a las yeguas y a las mulas quietas para aparejarlas, echarles sus cargas correspondientes, subir y bajarme de ellas, a que anduviesen mucho y bien por campos y veredas, a conocer cuáles eran trabajadoras incansables o cuáles protestaban en el trabajo; dicho de otra forma: a ser psicólogo, saber entenderlas, lo que actualmente se conoce con el nombre de etología, que es la ciencia que estudia el comportamiento de los animales en su medio natural, algo que parece que es importado, cuando realmente de siempre en la Península Ibérica el hombre y el caballo han tenido un vínculo especial, un vínculo de confianza mutua y fiel colaboración. Las yeguas que daban un servicio leal a su arriero y se veía que se empleaban con corazón eran destinadas a la reproducción, yeguas que estando sueltas en la manada nunca rehusaban a la presencia del hombre cuando se acerca a ellas con una jáquima en la mano y se la ponía. De un salto se montaba a pelo en su lomo y se la llevaba al cortijo sin renuncia ni protesta alguna. Yeguas que por su buena base de doma y confianza mutua nunca se rebelaban ni mostraban dificultad para abandonar a las compañeras de manada.
»Aquí quiero aclararte, Juan, que nunca subestimes a nadie. El que menos te imagines te puede dar una lección magistral, como puedan ser los arrieros, personas de clase humilde y trabajadora que heredan su sabiduría de padres a hijos desde siglos y que en sus conocimientos incluyen, no solo el trato con una recua de mulas donde se mezclan los animales y solo con nombrarlas por su nombre saben cada una a quién están llamando, sino que también tienen experiencia en hierbas medicinales haciendo de fenomenales veterinarios, y cómo no, también poseen conocimientos de talabartería, realizando buenas albardas y aparejos. En los principios de la doma vaquera en las pistas, las monturas eran grandes, bastas y pesadas, por ser realizadas por estos artesanos. Posteriormente pasaron a ser realizadas por guarnicioneros y fueron más livianas y cómodas, tanto para el caballo como para el jinete, ya que la función principal de las antiguas monturas no era el uso que se les dio posteriormente. Te he resumido un poco lo que aportan estos conocimientos, pero ten presente que es solo el principio para poder llegar a ser un buen potrero. Aunque esto te lo explicaré más detalladamente sobre el terreno cuando estemos trabajando un potro.
–Maestro, ¡pero estos trofeos y medallas no son de un arriero! –le seguí insistiendo señalando de nuevo la fotografía.
–Fue posteriormente, cuando me llegó el momento de realizar el servicio militar, y gracias a los contactos que don Gregorio tenía, que pude pasar tiempo en el Ejército rodeado de caballos, en la escuela de equitación militar, donde aprendí todo lo relacionado con las labores de un mozo de cuadra. Ningún oficial les decía a los soldados nada referente a la doma de los caballos; también es cierto que muchos soldados estaban solo para cumplir el tiempo reglamentario del servicio militar. Pero mi caso era distinto. Todas las tardes, en mi tiempo libre me acercaba a ver cómo los oficiales daban clases de equitación a los suboficiales. En un principio eran algo reacios a mi presencia, pero pensando que era solo un soldado aburrido no me dijeron nada. Pasaron los días hasta que un comandante se acercó a mí y me preguntó si me gustaban los caballos. Me cuadré para saludarlo como correspondía a su rango y le dije que mi ilusión era saber montar bien algún día y domar un potro como los que veía en aquellas sesiones diarias.
El señor Luis se quedó callado y, mirando cómo las llamas se apagaban por el consumo de la leña, cogió varios leños de la candela y los juntó para que ardieran hasta llegar a hacerse cenizas y continuó:
–El comandante me invitó a que fuese su ayudante, pero para mi asombro no fue lo que yo esperaba, que era trabajar un potro para adiestrarlo, sino montar un caballo viejo y retirado de la competición que él tenía para sus nietos. Según le dábamos cuerda con la montura puesta, estando yo siempre callado y con el respeto que se merecía al estar en el Ejército y ante un superior de aquel rango, me dijo: «Luis, lo primero que tienes que aprender es a montar bien; no se puede adiestrar un potro si tú no eres el primero en estar adiestrado. No solo tienes que conocer las herramientas para que un potro progrese adecuadamente; también tienes que saber montar y caerle bien al caballo, y eso no es otra cosa que una perfecta colocación de cuerpo, piernas y brazos, adquirir equilibrio y saber acompañar a tu cabalgadura en el movimiento». Y dicho esto estuve el resto del servicio militar adquiriendo un asiento correcto, realizando a veces ejercicios de volteo y montando sin estribos ni riendas.
»Cuando empecemos a adiestrar a un potro, tú tendrás que aprender a montar una de las yeguas que tenemos en la manada, que es ideal para que adquieras confianza y tu experiencia se vaya plasmando en el potro. De lo contrario, con tu inexperiencia provocarías que el potro no avanzase por culpa de tu tensión en el lomo del joven animal, al no haber adquirido el equilibrio que necesitas.
–¡Lo que me resulta extraño es que su comandante se prestara a enseñarle a montar bien a caballo!
–También yo se lo pregunté, y tuve la gran suerte de que me eligió para formar parte de un proyecto que él estaba desarrollando y quería saber si funcionaría antes de darlo a conocer a sus superiores. Él aprendió a montar con un profesor francés, maestro de una de las mejores escuelas de equitación de Francia. Después del éxito conseguido conmigo, y ver la utilidad para el Ejército, esta forma de montar se implantó en las academias militares.
–Pero una vez finalizado el servicio militar, ¿usted qué hizo?
–Le dije a mi comandante que lo que más me gustaba era la doma española en sus dos variantes: doma vaquera y alta escuela, y que los conocimientos adquiridos por él los pondría en práctica si algún día tenía oportunidad. Y esa oportunidad llegó. Cuando regresé a la finca de don Gregorio y le conté a su padre los conocimientos adquiridos en equitación se interesó por que su hijo aprendiese a montar, ya que también tenía afición por montar a caballo, él como disfrute y yo más interesado en lo profesional.
»Contrató a un viejo vaquero retirado de una de las más afamadas ganaderías bravas. Este vaquero me enseñó todos los entresijos de la auténtica monta a la jineta, que ya te comenté en su día, y que es como yo la interpreto y conozco. Fue en una época en la que se empezaron a realizar exhibiciones y ejercicios camperos en las ferias de los pueblos. Entonces unos pocos se reunieron para reglamentarla y poder hacerla como deporte y surgió la doma vaquera federada. Los conocimientos adquiridos de mi maestro de vaquera junto con el asiento y posición aprendidos en el Ejército fueron lo que hizo que ganase esos trofeos que has visto, pero sin perder el aire de montar a la vaquera. Eso nunca se debe perder, y es lo que quiero que tú aprendas. Si pones de tu parte empeño y dedicación, los frutos aparecerán como por arte de magia.
–Maestro, estoy deseando empezar, pero una cosa más, y finalizo para irnos a la cama; no quiero ser un pesado y es tarde, ¿cómo aprendió usted la alta escuela?
–La alta escuela, como la vaquera, es una variante de nuestra monta española, por lo que la base hasta cierto nivel es exactamente la misma, es decir, la baja escuela. No se puede realizar una buena alta escuela sin una buena base de baja escuela. Después las cualidades del animal son las que te hacen llevarlo hacia una disciplina u otra. Yo la baja escuela la tenía dominada por años de aprendizaje para alcanzar una buena doma vaquera, y los aires de alta escuela los aprendí de otro gran maestro de la equitación en España. Después de mis triunfos en las pistas de vaquera, este gran jinete me invitó a pasar un tiempo en su casa. Intercambiamos conocimientos, yo aporté mi vaquera y él su alta escuela, aprendida de unas de las mejores escuelas de equitación que existen en el mundo y que radica en la ciudad de Viena. Pero ten presente que en España hay muy buenos caballistas, algunos autodidactas y otros con conocimientos adquiridos en un sitio u otro, pero la mayoría tienen un denominador común, que es el arte. El arte que los españoles tenemos no existe en otro país. Aquí siempre ha habido y habrá grandes jinetes y maestros de equitación.
»Pasado un tiempo y habiendo cosechado todos los triunfos que has constatado tanto en una como en otra disciplina decidí regresar a la finca donde nací y, con el apoyo de don Gregorio, compramos la yegua que te dije y creamos la yeguada. Y esta es la historia. Aquí sigo, retirado de toda vida social.
–Perdone, maestro, pero tengo una duda y no me puedo ir a la cama sin preguntársela antes: ¿no cree usted que la doma ha evolucionado desde su retirada de la competición a como se realiza actualmente?
–Depende del punto de vista desde el que se mire; la tradición no está reñida con el progreso, pero evolucionar no es modificar. Me explico: la vaquera es arte y tradición. Se puede mejorar, porque todo es mejorable; es el progreso, pero siempre desde sus directrices. Cuando el arte se reglamenta y se modifican ciertos aspectos desgraciadamente pierde su sello de identidad, los jinetes pierden su personalidad y se convierten en meros imitadores. Si pasado un tiempo y adquiridos los conocimientos que yo te pueda transmitir decides participar en concursos, te encontrarás, por la forma de interpretar la doma, con ciertos jinetes y jueces que no estarán de acuerdo con tus actuaciones por desconocimiento o desuso. Pero ahora a la cama; mañana nos espera un largo y duro día.