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4. La elección de un potro para la doma española


Yeguada el Lolo, ganaderos y tratantes.


Al día siguiente, después de acabar con las tareas diarias, el señor Luis me presentó a varios potros de tres años. Primero soltó uno en el picadero circular y me dijo:

–¿Qué te parece este potro?

Yo lo miré detenidamente como el que tiene experiencia en saber cómo debe ser un buen potro. Al estar esperando una respuesta, le dije:

–Me parece un extraordinario ejemplar. Es muy bonito y le entra por los ojos a cualquiera, me gusta.

–Eso es lo que esperaba que me dijeses. Bien, Juan, lo primero que te tienes que preguntar a la hora de comprar un potro es para qué lo quieres; si es para el trato y obtener a cambio un dinero, este podría ser el ideal. No digo que sea un mal potro, pero lo que estamos buscando es un animal con futuro para la doma en alta escuela. Por tanto tenemos que fijarnos bien en muchos otros atributos. No quiero decir que un caballo bonito sea malo, ni tampoco que tenga que ser feo el animal deseado. Te cuento: el que sea bonito es muy importante, pero es solo algo superficial. Lo que tenemos que pedirle es que además tenga corazón, ganas de trabajar, escuche al jinete, y sobre todo cualidades para desempeñar las funciones a las que lo vamos a dedicar, es decir, tres buenos aires naturales, paso, trote y galope. De estos tres, el más importante es el galope, y este o lo tiene bueno o no lo tiene. Se podrá corregir un poco, pero nunca llegar a lo deseado. Si el animal no lo tiene de nacimiento, los otros dos aires, el paso y el trote, aparte de que tengan que ser buenos, si no lo son tanto siempre serán mejorables con el trabajo diario.

–Entonces, maestro, si un potro galopa bien, ¿los otros dos aires no tienen por qué preocuparnos tanto ya que con el trabajo mejoran?

–No, no te confundas; me explicaré mejor. No he querido decir que puedan ser malos, sino que pueden no ser de igual calidad, aunque siempre de nota alta. Si el paso es malo, será malo siempre; se corregirá, mejorará, pero nunca será un animal con el que el jinete pueda demostrar su trabajo de horas, días, meses y años. Un potro con un paso o trote defectuoso por mala conformación genética o enseñado mal desde el principio, o que adquiere vicios, nunca llegará a ser un animal que alcance notas altas en la competición.

–Entiendo. En realidad, tener un potro que reúna todas las cualidades deseadas debe ser muy difícil.

–Lo es, más de lo que te puedas imaginar. También son una caja de sorpresas. He llegado a tener potros a los que les puse todo el empeño con un buen adiestramiento y solo se quedaron en belleza. Pero créeme, cuando trabajas un ejemplar de esos que todo lo hacen con desgana, protestando, que son flojos y les molesta todo lo que el jinete les manda con las ayudas, sinceramente no encuentro la belleza por ningún lado. Al contrario; también he tenido potros que, si bien no han tenido la mejor belleza del mundo, pasan desapercibidos por su forma de ser tranquila, su carácter noble, que no transmiten tanto estando sueltos, en cuanto los empiezas a trabajar se transforman por su deseo de aprender y agradar. Cuando realizan un ejercicio de equitación, al tener cierta calidad en su ejecución, al animal ya lo ves bello, porque la calidad del ejercicio hace que lo veas con mejores ojos y al final a la vista de todo buen aficionado será el que todos desearían tener.

–Según lo que usted me está diciendo veo en este potro que su galope está algo descompensado, bracea demasiado de los anteriores y los posteriores los arrastra un poco más, aparte de que sus manos pegan lanzadas hacia adelante a una mano y sus patas a otra. ¿Eso también quiere decir algo, señor Luis?

–Efectivamente; me alegro de que te hayas dado cuenta de ese detalle. El potro lleva galopando un rato y va desunido; eso quiere decir que galopa a la mano derecha pero con el pie izquierdo. Si fuese un potro con clase y cualidades, él solo se habría cambiado para su comodidad. Eso ya nos quiere decir que siempre tendrá dificultad a la hora de realizar los cambios de pie cuando llegue el momento, y esa falta ya se la habíamos visto en el galope. Esto no significa que el potro sea malo, nada de eso, sino que simplemente que lo desechamos por no reunir lo que deseamos de él. Sin embargo, puede llegar a ser un gran caballo de paseo, romería o incluso de enganche y lucimiento; todo animal tiene su sitio en algún lugar de este campo tan amplio que es la equitación. Algún día, cuando adquieras más conocimientos sobre la materia, sabrás reconocer y entender, cuando veas a un aficionado a caballo, que lo que para ti no vale para el dueño es lo mejor del mundo, porque el animal desempeña la función para la que su dueño lo quiere. Por eso nunca digas que un animal no sirve; piensa simplemente que puede no estar en el sitio correcto.

Seguidamente, el señor Luis me mandó sacar otro potro que ya conocía por meterlo a diario en el caminador. Lo solté en el picadero circular y, recordando la conversación anterior, vi en él todo lo referente a un potro tranquilo y noble. Sus tres aires naturales me parecieron, dentro de mi ignorancia, los más correctos y, mirando a mi maestro, dije:

–Señor Luis, este potro podría tener lo que usted me ha comentado que debe reunir un potro para la doma, ¿pero, no está falto de clase?

–Ese es otro gran error que cometen muchos aficionados: confunden clase y temperamento con nervios. Este potro tiene clase para dar y vender, lo que sucede es que no se la ves por su carácter noble y pacífico. Sin embargo, los que dices ver con clase, tienen un miedo histérico a todo lo que les rodea, y esos animales deben ser desechados porque solo te acarrearán problemas y disgustos. Ojo, debes saber diferenciar los nervios de ese potro, dependiendo del nivel de trato que tenga con el hombre, porque lo mismo es realmente miedo lo que tiene, pero miedo a lo desconocido por su estado salvaje y no por haber tenido contacto con el hombre. Ese miedo le hace tener nervios, pero unos nervios que con el trabajo diario se transformarán en calma y confianza.

–¿Podría ser este potro un futuro caballo de alta escuela?

–Podría ser, sí, pero eso no lo sabremos hasta que empecemos a trabajarlo y estudiarlo día a día. Son muchos los que prometen y pocos los que llegan; la mitad se quedan en el camino, pero eso lo averiguaremos echándole encima horas y profesionalidad.

»Aquí quiero aclararte un detalle que muchos no entienden, y es que algunos amigos te pedirán que los acompañes para comprar un potro y les ayudes a elegir. Nosotros podemos decir cómo es superficialmente, si tiene buenas extremidades, buen dorso, buen cuello, sobrehuesos en las cañas, vejigas en los corvejones, buen ojo, buen pelo, y sobretodo que no se le vean síntomas de enfermedad. Pero si es propenso a cólicos, por ejemplo, eso no lo sabe nadie; solo el dueño y el veterinario que lo trató. Nunca puedes afirmar con seguridad que será algo en el futuro porque las cualidades que ese animal lleva dentro solo se sabrán cuando empieces a trabajarlo en el picadero. Pero no es nuestro caso –dijo señalando al potro que estaba suelto en el picadero redondo– ya que este está criado en la ganadería y lo conozco desde que nació. Bien, ya tenemos un potro para enfocarlo en alta escuela. Ahora vamos a casa de un amigo que reside cerca; tiene unos potros muy buenos y puede que escojamos alguno para la vaquera.

Como dijo mi maestro, escogimos un potro español de la ganadería para la alta escuela, porque, según él, son los mejores para realizar los ejercicios de máxima reunión, y el potro escogido rozaba la perfección física, tenía una preciosa capa castaña, sus extremidades y tendones eran fuertes, finos y con unos cascos bien conformados y aplomados, el dorso corto, algo dulce, pero que es lo aconsejable, ya que estos suelen moverse bien y son cómodos. Los que lo tienen recto son muy rígidos y producen resistencia al trabajo y los demasiados hundidos, llamados ensillados, son muy flojos y tienden a tener dificultades a la hora de realizar los ejercicios en dos pistas. No sabía a qué se refería, pero eso me lo dijo en aquel momento y con el tiempo comprendí su explicación. También tenía un cuello arqueado como los cisnes, la garganta fina y la cara acorde a su volumen, orejas vivas y atentas a todo, la grupa fuerte y redonda con una pequeña caída en la cola, que según me dijo el señor Luis era síntoma de fuerza y le haría de buen eje y tener capacidad de equilibrio para soportar los ejercicios superiores cuando llegase el momento. También lo adornaba una bonita y espesa cola que junto con las crines le daban un toque de belleza.

A poco más de media hora de carretera con el coche llegamos a un lugar donde, según mi maestro, encontraríamos un potro para la vaquera. Era donde un tratante, un gitano de pura cepa. Al verse con mi maestro los dos se saludaron con un fuerte apretón de manos.

–¡Qué tiempo sin verte, amigo Luis!

–¿Qué tal, compadre Manuel? Parece que los años no pasan por ti, siempre estás igual –Y señalándome a mí, le dijo:

–Mira, te presento a Juan, un chico aficionado a los caballos y que ha entrado a trabajar en la yeguada. Juan, este es don Manuel Santos

–¿Qué tal, Juan? –me dijo a la vez que me tendía la mano para saludarme–. Me alegro de que al fin alguien haya sacado de su refugio al bueno de Luis. –Y volviendo al maestro, añadió–: ¿Y qué os trae de bueno por mi humilde casa?, si se puede saber; ya sabes que mi casa es la tuya.

–Muchas gracias, amigo Manuel. Mira, veníamos para ver si tenías un buen potro para la vaquera. Quiero que Juan aprenda y me he acordado de que tú siempre has tenido fama de tener los mejores potros de toda la zona por tu buen ojo clínico a la hora de comprar.

–Muchas gracias, Luis, se agradece. Mira, precisamente tengo tres potros y lo mismo te puede valer alguno de ellos. Vayamos a verlos.

Pasamos a la parte trasera de su vivienda donde pudimos contemplar tres potros de tres años cada uno. Estaban bien de carnes y cerreros; solo se dejaban tocar un poco la frente cogiéndolos por una cuerda que arrastraba de los cabezones.

–Llevan aquí una semana. Sueltos del campo los encerramos en una mangada y en el cepo les puse el cabezón con este trozo de cuerda para poder cogerlos, después los embarqué en dirección a mi casa y aquí están. Todos los días los cojo por el trozo de cuerda y les acaricio la cara; ya se dejan tocar un poco. Estaban cerreros del todo, pero no se les ven malas acciones. ¿Y bien, qué me dices de ellos? –dijo el señor Manuel con todo el entusiasmo de querer hacer un trato.

–Me gustan, son buenos potros. Me suenan sus hechuras, ¿puedo saber de dónde proceden?

–Claro hombre, se los he comprado a don Agustín Delgado. Creo que tú conoces la genética de estos potros; si no recuerdo mal, las madres le fueron compradas a don Gregorio Pérez, pero son cruzados. El padre es un anglo-árabe, pero no puedo decirte nada más, solo que son muy buenos potros y que no encontrarás otros así en toda la comarca.

Después de repasarlos detenidamente, y hacerles moverse de un lado para otro en sus tres aires naturales, ya que por su estado de cerreros no se les podía hacer nada más, el señor Luis dijo:

–Bien, ya están vistos. ¿Podría ver la documentación de los potros? –Y, mirándome, sin que el señor Manuel Santos se diese cuenta, me guiñó un ojo. Entendí en ese momento que alguno de los potros le había gustado y que no quería dar muestras de interés.

Cuando el señor Manuel se retiró a por los papeles, mi maestro me dijo que había uno que le atraía más que los otros dos, y quería comprobar la documentación para saber si coincidía con lo que él sospechaba. En ese momento me explicó, para darme una lección:

–Cuando vayas a comprar un potro nunca muestres demasiado interés o necesidad; es lo que suelen aprovechar los tratantes para sobrevalorar el producto. Has estado demasiado emocionado; debes controlarte y nunca preguntes al que va contigo si le gusta lo que ves, porque le obligas a hablar delante del propietario. Si son cosas negativas, a nadie le gusta que alguien hable mal de sus animales delante suyo. Y por el contrario, si es lo que buscas, no está mal decir virtudes, pero con moderación; el precio que tiene pensado pedir el dueño puede variar por una frase o una pregunta mal interpretada.

»Y, de estos tres potros ¿cuál te gusta más?

–Los tres me gustan, pero puesto a elegir, quizás ese –le dije señalando al más grande.

–Dentro de lo bueno es a mi parecer el más inferior. Fíjate, es largo de cañas, lo que se suele decir, lejos de tierra, y si buscamos un potro para la vaquera, tiene que estar pegado al suelo y los neumáticos ser firmes y sólidos; no me convence al lado de los otros. Pero mira ese, el castaño –me dijo señalando a uno de ellos–; la cruz la tiene muy destacada pero el nacimiento del cuello es bajo, el equilibrio nunca será bueno y siempre tenderá a volcarse y pesar en la mano; además, el dorso es un poco largo.

–Entonces nos queda el tercero, ese alazán.

–Sí, y es lo que quiero ver en la documentación. Es el que mejor constitución tiene; además, me recuerda a uno que tuve en mis comienzos.

Acercándose el señor Manuel Santos con la documentaciones de los potros, se la entregó a mi maestro, que seguidamente les echó una ojeada. Intercambiaban opiniones sobre quién era quién en cada documento y al final, entregándole los papeles al tratante Santos, le pidió precio por la compra de uno.

–¿Por cuál estás interesado, amigo Luis?

–Me interesa el más grande, ¿cuánto vale? –le dijo como manifestando deseos de comprarlo.

Yo me quedé sorprendido por la elección, ya que lo había descartado cuando estábamos los dos solos. El gitano le pidió una cantidad que de entrada parecía excesiva. El señor Luis le dijo que no estaba dispuesto a gastarse tanto dinero y seguidamente le pidió precio por otro potro, en este caso uno de capa negra y calzado de las cuatro patas.

–Por ese pido lo mismo; mira que su capa y sus calzas iguales son muy demandadas y obtendré buenos beneficios. No puedo quitarle nada al precio que te he pedido por cada uno de los dos.

–Entonces no me queda más remedio que quedarme con ese mediano y de capa alazana; se ve por su pelo largo y descolorido que ha estado mal alimentado y ha tenido parásitos. Eso sí, si me lo dejas a buen precio.

–Mira, amigo Luis, nos conocemos de toda la vida y sabes que no te engaño. Sé que eres un gran jinete y quiero que tengas un buen potro. Yo los he cogido a buen precio y por tanto este te lo dejo a la mitad del precio que te he pedido por uno de estos hermanos de camada.

–Está bien, me quedaré con este, pero con una condición: me lo tienes que dejar unos días en la finca para que lo pueda probar y ver si reúne las cualidades que espero de él. Si por lo contrario no nos gusta, te lo devolvemos. Tú ganarás el trabajo que le haya realizado al potro y el mantenimiento; mira que no es el que más me ha agradado.

–Trato hecho –dijo el buen tratante, y estrechándose las manos los dos, dieron el trato por cerrado.

De regreso a la finca le comenté a mi maestro si no hubiese sido mejor dejar una señal por la compra del potro.

–Amigo Juan, la palabra de un hombre va a misa, y el apretón de manos del señor Manuel tiene tanta validez o más que un papel firmado, aunque no te fíes nunca de otra persona. Hoy en día, las palabras se las lleva el viento; por eso siempre es mejor un documento firmado, y ante testigos para curarse en salud. Es una pena tener que llegar a estos extremos, pero hay muchos que se dedican a la picaresca y el engaño.

–Entonces, ¿cómo se asegura que mañana vengamos a por el potro y no se lo tenga vendido a otro cliente?

–Cuando dos personas se conocen y se respetan, esa palabra está por encima de todo el oro del mundo. Crearse una buena reputación y que la gente confíe en ti cuesta mucho; nadie se arriesga por un trato a echar a perder todo lo que ha costado una vida conseguir. Igualmente se conoce a los que van mal por la vida; esos se cierran las puertas ellos solos.

–Entiendo, maestro, pero lo que sí he aprendido ha sido la lección que me ha dado: cómo preguntó por los otros dos potros y dejó el que le interesaba para el final, haciendo como que no tenía interés por él. Y cuando revisó la documentación del potro se confirmaron sus sospechas.

–Es familiar de ese al que te dije que se parecía en hechuras. Hace años le vendimos unas yeguas a don Agustín Delgado. Esas yeguas no eran de procedencia española pura como las que tenemos actualmente en la yeguada; eran de las que anteriormente se encontraban en la finca y don Gregorio las quitó para introducir las puras con carta. Esas yeguas eran sufridas, duras, resistentes y con un carácter inigualable. Los potros que se trabajaron a la vaquera, cuando aprendí del vaquero que te conté, eran hijos de esas yeguas y de sementales árabes, ingleses y anglo-árabes. Los hijos de estos últimos eran los mejores a mi gusto, los famosos tres-sangres, predominando la sangre española por parte de las madres. Este potro es nieto materno de la que mejores productos dio, y su madre era hija de uno de nuestros mejores sementales, por lo que la madre debe ser buena, y el padre es un anglo-árabe que ya tiene productos contrastados en varios deportes, y eso es sinónimo de calidad. Además he visto en su genealogía un abuelo que fue padre de uno que yo domé y con el que obtuve mis mayores éxitos en vaquera. ¿Qué más quieres que te diga?

–Nada, maestro, si ya lo ha dicho todo. Estoy totalmente sorprendido, pero esto que usted ha hecho para comprar este potro, ¿lo hacen todos los jinetes de vaquera?

–Actualmente ya se están preocupando más por conocer los orígenes, pero falta mucho para que los ganaderos críen el auténtico caballo de vaquera. En otros deportes, como el salto y la clásica por ejemplo, se han utilizado ejemplares que dieron la talla en el deporte; en vaquera hoy en día se ve mucha variedad de razas y cruces, y eso también tiene dividida a la afición. Antiguamente se decía que el bueno era el que servía, pero eso era un error a medias; quiero decir que si después no se conservaban los genes de los productos que eran buenos se perdían, y vuelta a empezar. Mira, este potro que hemos comprado, si sale como espero, nos dará menos trabajo de lo que otro cualquiera elegido al azar hubiera podido ocasionar, porque su genética hará que colabore con nosotros en el adiestramiento.

–Veo que insiste usted mucho en el físico y la genética en el momento de elegir un animal para trabajar para la doma. Cuando yo vivía en el pueblo miraba a los potros y me imaginaba que todos podían valer si sabías domarlos. ¿Tan importante es?

–Te voy a dar una explicación de manera que lo entenderás fácilmente. Mira, la equitación es un arte, y en este caso el jinete es el artista. Cuando ves una escultura perfecta, piensas que es obra de un gran escultor, o sea de un artista, pero sin un buen bloque de mármol de calidad le hubiese sido imposible realizarla, es decir, contaba con la herramienta ideal para poder plasmar su arte. La equitación es un arte, donde el jinete es el escultor que a base de pequeños golpes de martillo y cincel va moldeando la figura que es el caballo. Sin un buen caballo, el artista nunca podrá plasmar sus conocimientos en el arte de la equitación por muchos conocimientos que tenga sobre la materia. Si pretendemos llegar a hacer una buena obra de arte, lo primero que necesitamos son los ingredientes apropiados. Tú tienes los animales adecuados y un maestro a tu lado para guiarte en el camino correcto, pero aún hay más: aparte de perseverancia y no tirar la toalla, tienes que tener cualidades, talento y capacidad suficiente para sentir al caballo y saber transmitir esas sensaciones. Si tú no tienes cualidades de artista, nada ni nadie hará de ti un gran jinete.

–¿Y cómo o cuándo sabré si tengo esas cualidades que dice que debo tener?

–Con mis explicaciones podrás llegar a ser un buen jinete, domar caballos, realizar exhibiciones y ser considerado un gran caballista por los de tu entorno. Pero ser un artista de la equitación requiere un gran tacto ecuestre, mucha sensibilidad e introducirse en la mente del caballo. Esas cualidades no serán alabadas por los aficionados al caballo, pero sí serán reconocidas y admiradas por los profesionales que te vean trabajar, por tu forma exquisita y natural de interpretar la equitación; esa naturalidad dentro de la calidad es donde destaca el buen tacto ecuestre, y solo lo sabrás cuando hayas alcanzado dicho nivel. Es algo que tienes que averiguar por ti mismo; es una sensación difícil de explicar que muchos buscan y pocos encuentran.

Llegamos a la finca y preparamos la cena en silencio. Mis pensamientos estaban en lo vivido ese día, en todo lo que el señor Luis me había contado, en lo complejo que es el mundo del caballo y lo simple que parece cuando se desconoce el oficio.



El aprendiz de doma española

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