Читать книгу Coma: El resurgir de los ángeles - Frank Christman - Страница 10
ОглавлениеEl Regreso
El avión aterrizó en el aeropuerto de Madrid a las tres de la tarde. Sara y Lupe recogieron el equipaje y pasaron por los controles del aeropuerto. Después, cogieron un taxi hacia la estación de Atocha, donde subieron al AVE que iba a Valencia. Tuvieron que viajar en preferente al no haber plaza. El tren llegó a Valencia dos horas más tarde. Finalmente, un taxi los trasladó a la casa que compartía con su hermano. Era una casa construida después de la guerra por sus abuelos. Estaba situada en el Cabañal; sus padres la reformaron un año antes de tener el accidente. Estaba conformada por un bajo y la planta superior. Sin ser demasiado lujosa, estaba decorada con mucho gusto.
Sara pagó al taxista y buscó la llave en su bolso. Cuando la encontró abrió la puerta y las dos mujeres entraron. Sara dejó las maletas en el suelo y abrió las ventanas de par en par, la luz penetró en la estancia dejando al descubierto un mobiliario cubierto por sábanas.
—Ayúdame, Lupe. Quitemos las sábanas.
Fueron quitando todas las sábanas y amontonándolas en el suelo. Cuando acabaron, Sara se quedó mirando el gran mueble sobre el cual se exhibían fotos de la familia. Sara cogió una en la que aparecía con su hermano. Debía tener quince años. Ambos disfrutaban de la playa en pleno verano. Sara rompió a llorar y Lupe acudió a consolarla. Sara se abrazó a ella incapaz de contener el llanto, mientras, Lupe, le mesaba los cabellos.
—No llores pequeña, todo se va a arreglar —aseguró Lupe mientras cogía la foto y la examinaba atentamente—. ¡Cielo Santo! Yo he visto a este chico.
Sara la miró interrogante.
—No es posible. Nunca ha ido a Estados Unidos.
—Lo he visto, estoy segura; lo vi en la casa de San José. Estaba parado en la acera frente a la casa. Me acuerdo porque me extrañó su inmovilidad, parecía una estatua, fue el día que llegaste de la oficina con la noticia, yo estaba en el jardín tendiendo.
—Pero ¿no dices que solo puedes ver a los muertos? Si Mario está vivo…
—Algo debe haber ocurrido.
—Vale, sigamos recogiéndolo todo o esta noche dormiremos en el suelo. Necesitamos descansar.
—Y comer —indicó Lupe—. ¿Dónde podemos comprar comida?
—Hace mucho tiempo que no vengo por aquí. Antes había una tienda de comestibles cerca, pero por esta vez, miraré por Internet algún supermercado que tenga servicio a domicilio. Así nosotras podemos poner un poco de orden en la casa. Pero antes voy a llamar a Luisa y decirle que estamos aquí.
Sara llamó a Luisa. Sonaron varios tonos, pero no contestó.
—Debe estar ocupada. Le enviaré un WhatsApp.
Encendió el portátil y buscó un híper con servicio a domicilio. Llamó por teléfono y encargó una lista. Lupe le iba indicando aquello que necesitaban, lo más imprescindible.
Después de tres horas tenían la casa casi habitable.
—Creo que ya podemos pasar la noche —dijo Sara—. Ama, deja ya la cocina, vamos a subir a arreglar los dormitorios.
Se disponía a subir las escaleras cuando sonó el timbre de la puerta. Sara la abrió. Era el repartidor del supermercado.
—¿Sara Cruz? —preguntó un joven uniformado.
—Sí, pasa.
—Tengo el encargo en la furgoneta. Un momento.
El joven fue a la furgoneta y, con una carretilla, regreso con toda la compra.
—¿Dónde lo dejo?
—Al fondo está la cocina.
El chico entró con el encargo y lo dejó todo sobre la mesa de la cocina. Sacó un dispositivo electrónico.
—Firme aquí, por favor.
Sara firmó y el joven abandonó la casa. Iba a cerrar cuando vio llegar a Luisa.
—Luisa —saludó Sara abrazándose a ella—, qué alegría verte. Estás guapísima.
Luisa sonrió agradecida.
—Que zalamera eres.
—Pasa.
Luisa entró y se paró en el centro de la estancia mirando a su alrededor.
—Veo que no pierdes el tiempo —Luisa iba a seguir hablando cuando reparó de la presencia de Lupe saliendo de la cocina.
—Esta es Lupe. Me ha acompañado desde que llegué a California.
Lupe le alargó la mano y Luisa se la estrechó.
—Encantada. Sara me ha hablado mucho de usted.
—Tutéame, por favor, me horroriza que me tomen por una señora mayor.
—Desde luego —accedió Lupe—. Sara, mientras tú hablas con tu amiga voy a ordenar las habitaciones.
—Gracias Lupe, te lo agradezco. Tengo que ponerme al día.
Lupe sonrió y se encaminó hacia las escaleras.
—Ven —propuso Sara a su amiga, sentándose en el sofá—. Cuéntame, ¿qué novedades hay?
—Fui hace dos días al hospital —empezó Luisa—, no hay nada nuevo y, sí lo hay, a mí no me lo cuentan.
—Iré mañana a verlo y hablaré con los médicos. ¿Puedes acompañarme?
—Claro. Me tomaré el día de asuntos propios.
—¿Dónde trabajas?
—En el ayuntamiento. En el departamento legal.
—Al final lo conseguiste —observó Sara mirando a su amiga con simpatía—. ¿Te licenciaste en Derecho?
—Sí y luego oposité.
—Estoy muy orgullosa de ti —Sara se abrazó a su amiga—. ¿Te has casado?
—Tengo pareja. También es abogado. Trabaja en un importante bufete de Valencia.
—¿Tienes hijos? Perdona, parece que te estoy interrogando.
—No, no —la disculpó Luisa—, de momento queremos viajar y divertirnos. No estamos preparados para una vida de responsabilidad.
—Entiendo.
—¿Y tú? —ahora era Luisa la que quería saber cosas—. ¿Algún novio, pareja?
—Nada serio. El trabajo me absorbe todo el tiempo. ¿Te quedas a cenar?
—Mejor otro día. Diego me espera en casa. Hablaré con él y podemos quedar para el viernes. Si te parece.
—Hecho. ¿Os espero el viernes?
—Está bien, se lo diré.
—¿A qué hora nos vemos mañana?
—Sobre las nueve estará bien. Nos vemos allí, ¿vale?
—Vale —Sara se levantó y se abrazó a Luisa—. Te estoy muy agradecida Luisa. Has estado ahí cuando nadie podía estar. Eres una gran amiga.
—Serás tonta. ¿Para qué están las amigas? —se dirigió a la puerta y, antes de abrirla, se volvió—. Bienvenida, hasta mañana.
—Hasta mañana —contestó Sara levantando una mano.
A la mañana siguiente, Sara llegó con Lupe y esperó a Luisa en la entrada. No tardó en llegar. Se dieron sendos besos y Luisa saludó a Lupe con simpatía.
—Tenemos que ir a la Unidad Asistencial de Pacientes Críticos —cogió a Sara del brazo—. Solo el nombre da miedo, ¿verdad?
—En efecto —a Sara le cambió la cara.
Cuando llegaron a la Unidad caminaron hasta el mostrador.
—Hola, buenos días —saludó Luisa—. Hemos venido a ver a Mario Cruz. Ella es su hermana.
—Ya era hora que viniera algún familiar —la enfermera lo dijo sin levantar la vista del ordenador.
A Sara le invadió la cólera y no pudo contenerse.
—Escúcheme, “señora”. Usted no está aquí para expresar su opinión. Y menos sin conocerme. Así que le agradecería que se guardara sus comentarios y me dijese dónde está mi hermano.
La enfermera levantó entonces la visa del ordenador y miró a Sara. La enfermera iba a contestar cuando una voz se oyó desde una habitación que había detrás.
—Discúlpese inmediatamente con la señorita —un hombre apareció por la puerta—. O tendré que tomar medidas contra usted.
El hombre miró a Sara.
—Hola, Sara.
—Le pido disculpas —terció la enfermera sofocada.
—Disculpada queda. Luis…, pero, ¿qué haces tú aquí? —miró a Luisa—. No me habían dicho nada.
—No sabía nada. Te lo juro —observó Luisa con cara de sorpresa.
Luis salió y dio dos besos a Sara. Se volvió a Luisa e hizo lo mismo.
—Acompañadme, vamos a mi despacho.
Caminaron tras él hasta llegar a una puerta con un cristal opaco.
—Sentaos, por favor —Luis reparó entonces con Lupe.
—Esta es Lupe —la presentó Sara al darse cuenta—. Ha venido conmigo desde California.
Lupe le tendió la mano y Luis se la estrechó.
—Así que estás en Silicon Valley —dijo Luis—. No me sorprende, en el instituto ya apuntabas maneras.
—Pues anda que tú —Sara estaba sorprendida—. Debes ser muy importante aquí.
—Solo soy un jefe de equipo —sonrió halagado—. El lumbreras, es el jefe de la Unidad. Escúchame Sara, tu hermano no ha estado desatendido en ningún momento, me he encargado personalmente. Su estado es muy complicado. Si fuera religioso diría que está en manos de Dios.
—Y…, ¿si no lo fueras? —preguntó Luisa.
—Si no lo fuera, que no lo soy, diría que no está aquí; no sé dónde estará, pero aquí no.
El silencio se hizo el dueño del tiempo.
—¿Podemos verlo?
Luis miró el reloj.
—Os acompaño a su habitación y os dejo a solas un momento con él. Yo tengo que pasar unas visitas. Cuando acabe vuelvo.
Entraron a una sala previa a la habitación.
—La habitación está bajo el protocolo de aislamiento —Luis señaló unas estanterías— Tendréis que colocaros esta protección encima de la ropa. La cabeza y los pies también. Y poneos las mascarillas. No le toquéis ¿de acuerdo?
—De acuerdo —contestó Sara.
Luis salió y las tres mujeres se pusieron las protecciones. Cuando estuvieron listas, Sara cogió el pomo de la puerta. Se volvió mirándolas buscando su aprobación.
—¿Listas? Vamos allá.
Sara abrió la puerta. La habitación estaba en penumbra. Cuando vio a su hermano se cubrió la cara con las manos. Estaba sobre la cama rodeado de vías y tubos, extremadamente delgado. No pudo evitar un gemido. Luisa que había entrado tras ella soltó un grito de sorpresa y se llevó las manos al pecho. Le faltaba el aire. Lupe entró y se quedó parada. Un escalofrío le atravesó el cuerpo. Se quedó mirando el rincón y se llevó la mano a la boca.
—Dios mío —sollozó sin dejar de mirar el rincón.
Las dos mujeres se volvieron mirándola.
—¿Qué ocurre ama? —preguntó Sara—. ¿Qué ves?
—Han estado aquí.
—¿Quiénes? —conminó Sara—. Ama, mírame, ¿quién ha estado aquí?
—Tu hermano —a Lupe apenas le salía la voz—. Pero no ha estado solo.
—¿Qué quieres decir con que no ha estado solo? —Sara estaba confundida—. Explícate.
—En esta habitación han ocurrido cosas. Tu hermano ha venido a visitarse, pero se ha encontrado con una presencia maligna que le ha retado.
—Oh, Dios mío —a Luisa estaba a punto de darle un infarto.
—¿Qué ha pasado después? —quiso saber Sara—. Dímelo ama, por favor.
—El demonio se ha ido, por aquel rincón. Tu hermano le ha seguido. Pero no sé todavía cómo. Es como si alguien le estuviera prestando ayuda.
—¿Quién? —a Sara casi no le salía la voz, estaba aterrada.
Lupe cerró los ojos y alargó la mano para que dejará de presionarle. Al cabo de un rato, los abrió, miró a Sara con una sonrisa tranquilizadora.
—Un ángel —Lupe lo dijo con esperanza—. Ahora, todo está en manos de Dios.
Sara miró a Luisa y ésta le devolvió la mirada. Ambas volvieron a mirar a Lupe.
—Está en buenas manos —las tranquilizó—. Aunque el peligro continúa.
El rostro de Sara pareció relajarse, aunque persistía en él la preocupación.
—Y ahora…, ¿qué hacemos? —preguntó Sara con la mirada perdida.
—Lo que tengamos que hacer —Lupe hablaba sin apartar los ojos del rincón—, no podemos hacerlo aquí. Te lo explico cuando lleguemos a casa.
Sara se acercó a la cama y miró a su hermano. Estuvo tentada a darle un beso, pero recordó que Luis le había advertido que no lo tocara. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y se llevó la mano a la boca, cubierta por la mascarilla.
—Si me oyes —Sara le hablaba al oído—, si estás en algún lugar luchando por tu vida, sé fuerte, no decaigas. Te quiero, todos te queremos. No dejes que nada ni nadie te doblegue.
—Vámonos —Sara se incorporó y caminó a la salida y las dos mujeres la siguieron.
Entraron en la sala de contención y se quitaron las protecciones. Cuando abrieron la puerta de salida, Luis las esperaba.
—¿Cómo ha ido? Bueno, perdonadme, es una pregunta retórica que hago continuamente. Lo siento.
—Me hago cargo —lo disculpó Sara—. En realidad, ha sido frustrante. No me esperaba encontrarlo tan…, apagado.
—Mientras esté recibiendo cuidados, a nivel biológico y físico, puede estar años. El problema es que…, bueno, no sé cómo decirlo.
—Habla claro Luis —le conminó Sara.
—No es muy ortodoxo lo que voy a decir y si me oyeran decirlo me tacharían de loco. Creo que Mario necesita ayuda… —se quedó en silencio unos segundos—, espiritual…
—No —intervino Luisa—, realmente no es muy ortodoxo viniendo de un médico.
Luis sonrió. Casi enseguida quedó serio.
—Durante estos últimos años he visto cosas… inexplicables —continuó Luis—, cosas que están por encima del entendimiento y la naturaleza humana. Por eso estoy abierto a explorar otras experiencias.
—Luis, ¿por qué no te vienes a mi casa a cenar el viernes? —propuso Sara—. Luisa estará también. No sé si tu novia, mujer o pareja, estará en sintonía con esto que acabas de decir, pero si lo está, puede acompañarnos. Piénsalo. Sin compromiso. Gracias por haber atendido tan bien a mi hermano. Te espero el viernes, si puedes.
—Tengo mujer y dos hijos. Ella es mucho más abierta que yo a estos temas y le encantaría asistir. No sé, el problema son los niños. Pero hablaremos con mis suegros para ver si se los quedan esa noche. No te aseguro nada. Hablaré con mi mujer y lo que ella decida.
—Perfecto —Sara se despidió de Luis con dos besos en la mejilla. Abrió el bolso y sacó una tarjeta—. Este es mi número; cuando sepas algo me llamas y gracias de nuevo. Sabiendo que estás aquí me voy más esperanzada.
—Quédate tranquila —dijo Luis. Se volvió hacía Luisa y le dio dos besos. Lo mismo hizo con Lupe—. Bueno, tengo que seguir con las visitas. Adiós.
Adiós —dijo Sara. Se quedó mirando cómo se perdía por el pasillo. Miró a Luisa y a Lupe—. ¿Nos vamos?