Читать книгу Coma: El resurgir de los ángeles - Frank Christman - Страница 9

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El Encuentro

Mario no comprendía lo que le estaba ocurriendo. Después del accidente se vio a sí mismo tirado sobre el asfalto. Oía a los que estaban junto a él, atendiéndole, cómo se esforzaban por salvarle la vida. Estaba allí, de pie. Intentaba hablar y no le salían las palabras. Oyó cómo el médico hablaba por el teléfono solicitando urgente un helicóptero. Lo vio llegar y como introducían su cuerpo. Oyó al médico decirle al que se había quedado junto la ambulancia, que se verían en La Fe. Iba a subirse a la ambulancia cuando notó que alguien le cogía por el brazo. Se revolvió asustado. ¿Cómo era posible? Ante él, un extraño ser le sonreía.

—Ven conmigo.

—¿Quién eres? —dijo Mario—. Pero, si nadie me oye, cómo tú sí puedes.

Mario se fijó entonces en él. Era mucho más alto que él. Vestía una especie de funda transparente, o qué demonios era aquello; una luz brillante cubría su cuerpo, sin embargo, el traje que llevaba no dejaba ver el interior. Su pelo rubio y lacio, casi platino, le caía por debajo de los hombros. Sus ojos eran indescriptibles; se podía adivinar el iris y la pupila. La esclerótica, la parte blanca del ojo, era como fuego. Por lo demás, era bastante parecido a un ser humano.

—Puedes llamarme Haniel y soy tu acompañante.

—¿Mi acompañante? —respingó Mario—. Si eres mi acompañante…, ¿por qué no estás en ese helicóptero?

—Ese no eres tú —contestó enigmático Haniel.

—¿Qué quieres decir?

—Ese es tu cuerpo mortal. Ahora estás fuera de él, en otro plano. Sigues estando vivo, pero sin energía. Estás atrapado en una dimensión intermedia, ni muerto ni vivo. Y lo que es peor, estamos aquí porque un espíritu malvado te ha llevado a esta situación.

—Pero… ¿por qué?

—Hace tiempo invocaste a un espíritu malvado y, desde entonces, estás bajo su influencia.

—Pero… —Mario recordó la Güija—, después fuimos a la Iglesia y comulgamos.

—De verdad crees que la iglesia tiene el poder de limpiar el alma —Haniel esperaba una respuesta y al ver que no la obtenía continuó—. La iglesia es la vergüenza del universo. Un simple hombre, investido de un falso poder, es incapaz de entender los poderes del cosmos, ni de los que viven del engaño. Esto, a la iglesia, le viene muy grande.

Mario escuchaba incrédulo. No entendía nada.

—Entonces… ¿Qué hacemos?

—Ven conmigo —le cogió de la mano—. Cierra los ojos. Te dolerá menos.

Mario cerró los ojos. De pronto se precipitó. No pudo evitar abrir los ojos. Por qué había dicho que dolería menos. No dolía nada.


Mientras tanto, en el Hospital donde estaban operando a Mario, su cuerpo comenzó a tener convulsiones.

—Pero…, ¿qué está pasando? —dijo uno de los cirujanos que lo estaban interviniendo—. ¡Sujetadlo!

Tras unos segundos, las convulsiones cesaron.

—Pero, ¿qué demonios ha ocurrido? —volvió a preguntar el mismo cirujano— Dame una lectura de las constantes.

—Todo está en orden —dijo una de las enfermeras que se ocupaba de los monitores.

—Bueno —dijo el cirujano jefe sorprendido—, continuemos.


Casi al mismo tiempo que cesaban las convulsiones, Mario y Haniel entraron en una especie de espiral que tenía un centro, lo cruzaron y entraron en una estancia dominada por el color blanco. No había rincones, ni líneas de transición, nada. Mario notó que Haniel le tocaba el cuello y se sumergió en la más absoluta oscuridad.

Cuando volvió a tener percepción de lo que ocurría a su alrededor, se vio sobre una rueda, estaba bocabajo, a un metro de lo que parecía el suelo. Junto a él, había varias personas que le estaban manipulando toda la zona de la columna vertebral. Tenía los brazos extendidos y las piernas separadas. Era como el hombre de Vitruvio.

Mario se fijó en el suelo, era como un gran espejo, le devolvía su imagen. La rueda tenía siete radios de un color platino brillante. Mario descansaba sobre ella, pero había una particularidad, su “cuerpo” estaba integrado entre los radios, solo las zonas donde no descansaba, se podían percibir los radios. Lo que más le llamaba la atención era que nada sujetaba la rueda. Estaba como suspendida en el aire. Y otra cosa, no distinguía su sexo. Sus atributos habían desaparecido. Eso le preocupó.

Las personas o los seres que lo habían estado manipulando desparecieron como absorbidos por una pared invisible. De pronto la rueda comenzó a girar con una peonza trazando una ondulación que, finalmente, quedó quieta en posición vertical. Dio ciento ochenta grados y quedó enfrentado a Haniel.

—¿Que me habéis hecho? —se enfrentó Mario a Haniel—. Dónde están mis…, mis genitales.

—En esta dimensión no los necesitas. Solo tu cuerpo mortal necesita reproducirse.

—¿Y la espalda?

—Verás, te hemos arreglado un poco.

Mario dio un respingo.

—Tranquilo —continuó Haniel—. Te hemos desconectado el cordón de plata, solo mientras estés atrapado en esta dimensión, el vínculo con tu cuerpo mortal ha sido cortado. Si no lo hubiéramos hecho, todas tus nuevas experiencias repercutirían sobre tu cuerpo y sufriría. Ahora, tu cuerpo mortal ha entrado en un profundo coma y eso nos da libertad para vencer a Amon.

—¿Amon? —se extrañó Mario—. ¿Quién es?

—El demonio que invocasteis cuando hicisteis la Güija.

—Era Satán —corrigió Mario.

—Satán es un nombre inventado por la iglesia —aclaró Haniel—. Amon es hijo de una hija de Enlil, ese a quien llaman Yahveh. Le gusta sembrar la duda y la ira entre los mortales. Puede manipular la mente humana y llevar a los humanos a cometer asesinatos. Amon fue el que manipuló al soldado romano que clavó la lanza en el costado de Jesús. Después, la lanza pasó de mano en mano hasta que unos arqueólogos alemanes la descubrieron y se la entregaron a Adolf Hitler.

Haniel alargó la mano y la rueda fue bajando hasta posarse sobre el suelo.

—Ya puedes dejar el anillo. Da un paso al frente.

Mario dio un paso al frente. Fue como separarse de una tela de araña. Cuando se liberó, la rueda desapareció.

—Escúchame atentamente —Haniel caminó hacía Mario y se detuvo frente a él—, esto tienes que hacerlo solo. Al desafiarle en aquel juego, abriste un pasillo por el que te obliga a seguirle por los siete universos. En algunos de ellos, Amon tiene un gran poder. No puede hacerte daño, ahora no, ya no tienes vínculo con tu yo mortal y, es ese cuerpo, el que él necesita para poder acceder a ti. Ahora eres energía, puedes moverte por los universos a través de tu portal. Amon te perseguirá allá donde vayas e intentará vencerte para ocupar tu cuerpo. Pero con una particularidad, es una persecución hacia delante. A pesar de ser tú el perseguido, te convertirás en perseguidor. Él marca las reglas, sabe que te ayudaremos.

—¿Y cómo puedo encontrar esos pasillos?

Haniel extendió la mano y apareció la rueda.

—Este será tu portal para acceder a esos mundos. Para abrirlo, extiende la mano y ordena que se abra con la mente. Lo mismo para cerrarlo. Amon no puede cruzarlo, pero si te alcanza antes de hacerlo, quedarás atrapado en ese universo. La clave estará en obligarle a ser el primero en abrir el portal.

—¿Voy a estar siempre solo? —preguntó desalentado.

—Viajaré hasta la Casa del Principado y despertaré a los ángeles. Son siete seres muy poderosos que ocuparán, cada uno, un universo. Ellos estarán contigo. Los conocerás al salir del Portal. Debes procurar que los portales se abran al aire libre y, a ser posible, que haya follaje. Tienes que conseguir vencer a Amon con sus mismas armas, hazle creer lo que no es y oblígale a saltar a otro universo. Cada vez que abandone un universo, ya no podrá regresar. Tú lo perseguirás y los ángeles que estén contigo te acompañarán y cruzarán el portal. En cada universo que entréis, los ángeles se irán sumando en cada salto, preparándose para la batalla final. En esa batalla, yo estaré contigo también. Tú, yo y los siete ángeles del principado estaremos en esa batalla donde la finalidad, si vencemos al demonio, será recuperar tu cuerpo mortal. Y una cosa más, estará alguien muy especial.

—No sé si podré —dijo Mario—. Estoy asustado.

—Podrás, claro que podrás. Eres un ser poderoso. ¡No sabes cuánto! Una cosa más, no esperes encontrar un universo diferente cada vez que cruces el portal. El mundo donde hagas el salto es el mismo en otro universo, solo cambia el escenario.

—No entiendo.

—Será el mismo escenario, el mismo mundo paralelo, pero diferente época y universo.

—Me estás diciendo que voy a cruzar a un escenario del pasado, o del futuro, sin poder controlarlo.

—Eso es exactamente lo que quiero decir.

Mario se le quedó mirando.

—Bien. ¿Dónde comenzará todo?

—Ve a la habitación del hospital donde está tu cuerpo, Amon estará allí, escondido entre las sombras. Intentará provocarte, pero no podrá, ya no posees emociones humanas. Cuando se dé cuenta, saltará a otro universo.

—¿Cómo sabré dónde va?

—Lo sabrás por el punto del salto, abre el portal en el mismo punto que lo haya hecho él y te llevará a donde haya ido. No te puedo decir cuál será. Recuerda, Amon necesita vencerte para absorber tu energía y poseer tu cuerpo. No puedes, no debes permitirlo. Es de suma importancia que no lo consiga. El universo no puede permitirse perder a una de sus almas.

Mario estaba callado escuchando a Haniel. No lograba comprender como iba a hacer todo lo que le pedía. Éste leyó sus pensamientos.

—No estás solo —le dijo poniendo una mano sobre su hombro—. El Infinito está contigo. Venceremos. Después de decir aquello, Haniel desapareció.


Mario cerró los ojos y al momento se vio en la habitación donde su cuerpo descansaba. Se miró a sí mismo. Estaba en una cama rodeado de aparatos. Un tubo se le introducía por la laringe. En ambos brazos, sendas vías introducían en su cuerpo todo lo necesario para mantenerle con vida. No sentía ninguna emoción al verse tan desvalido e indefenso.

—Hola, mortal —sonó una voz de ultratumba—. Volvemos a vernos.

Mario miró al lugar de donde procedía la voz. De un rincón oscuro vio aparecer una sombra que se difuminaba para más tarde adquirir consistencia. Mario lo miró.

—Así es, Amon, volvemos a encontrarnos. ¿O debo llamarte nieto de Enlil?

—¡Oh!... Veo que has conocido a Haniel. Sin embargo, estás aquí, solo. ¿Qué ha pasado? ¡No me lo digas! Te ha abandonado. Si es que estos angelitos son todos iguales, unos cobardes.

Ahora podía ver mejor al ser. Tras la sombra difuminada, en constante movimiento, se podía apreciar una cara de lagarto, cuando se movía arrastraba una cola, repugnante. Se puso junto al cuerpo de Mario y lo miró.

—Mírate, tan desvalido; si quisiera, ahora mismo podría poseerte. Pero no es a él a quien quiero, te quiero a ti —Amon puso una especie de mano sobre la cabeza del cuerpo de Mario—. ¿Qué crees que pasaría si le arrebatara la vida?

—Eso no entra en tus planes —le contestó Mario con seguridad—. Además, puedes hacer lo que quieras con este mortal. No me importa.

Tras aquella sombra aparecieron dos ojos llenos de fuego. Amon se acercó a Mario y lo miró con aquellos terroríficos ojos. Ahora podía distinguir mejor sus facciones. Daba miedo.

—Vaya —dijo Amon alejándose hacía el rincón—, después de todo, tu ángel te ha ilustrado, ha roto tu vínculo con el cuerpo mortal. ¿Quieres jugar? ¡Juguemos!

Amon desapareció dejando tras de sí un círculo de fuego. Mario miró a su cuerpo. No sintió nada. Avanzó hacia el lugar donde Amon había desaparecido, extendió la mano y se abrió el portal. En aquel momento se abrió la puerta y entró una enfermera. Se acercó a la cama y comprobó que todo estaba bien. Se llevó las manos a la nariz, el olor era nausebundo.


Era un lugar mágico. Sobre el cielo, siete soles, cada uno de ellos situado de manera que nunca hubiera oscuridad, compartían el espacio con siete lunas que mantenían la estabilidad de un mar siempre en calma. Altas montañas de las que fluían ríos que recorrían frondosos valles. Haniel apareció junto a un sendero que conducía a una enorme casa construida con grandes bloques de piedra. Caminó por aquel sendero, su cuerpo había cambiado, ya no vestía aquel traje, era pura energía.

Llegó junto a la puerta. A la derecha del umbral, un bloque sobresalía de los demás. Puso la mano y lo empujó suavemente. El bloque se desplazó hacía dentro dejando a la vista un sello. Lo giró en el sentido de las agujas del reloj y la puerta se abrió. Entró, la puerta se cerró tras él, a ambos lados había unas antorchas, cogió una y la prendió. Se acercó a una especie de pedestal sobre el cual, la figura de un ángel, con la mano extendida, le invitaba a adentrarse.

Haniel llegó a una artesa, introdujo la antorcha e inmediatamente el fuego se propagó por diversos canales que fueron alumbrado la estancia. Dejó la antorcha y cogió una vara de unos dos metros, cilíndrica, estaba labrada con relieves, excepto los cuarenta centímetros de uno de los extremos. En el centro, un gran círculo sobre el cual había siete tronos. Estaban situados sobre un grabado que representaba los siete universos. De cada uno de ellos, una línea iniciaba el trazado que convergía en un orbe situado en el centro. Los siete universos estaban unidos entre sí mediante otro trazado; era exactamente igual que la rueda.

Sentados en los tronos, siete figuras, con las manos apoyadas en los brazos del trono, con el tronco erguido y los ojos cerrados, permanecían inmóviles. Haniel caminó al centro del círculo, miró al suelo, un orificio del mismo diámetro que la vara se hundía a sus pies. Puso la vara al borde del orificio y miró a las figuras, después miró hacia arriba y dijo:

—Por el poder que me ha conferido el Infinito —Haniel bajo la mirada al agujero, encaró el extremo liso de la vara y, al mismo tiempo que la introducía con fuerza, gritó—, yo os ordeno que despertéis.

Sus palabras fueron acompañadas por un gran trueno que hizo estremecer los cimientos. Cuando todo se calmó, las figuras parecieron tomar un aspecto luminoso, cada una de un color, pero todas dentro de una escala de colores puros. Del suelo brotaron siete báculos que los ángeles cogieron. Se levantaron, eran tan altos como Haniel.

—¿Por qué motivo nos despiertas? —dijo uno de ellos.

—Os necesito. Uno de los nuestros, Mehiel, que alimenta el cuerpo de un mortal llamado Mario, está amenazado por uno de los demonios más poderosos. Un nieto de Enlil llamado Amon. Mario está atrapado en los siete universos y ha sido retado por el demonio. Cada uno de vosotros deberá ir a un universo y ayudarle. Amon es muy cauteloso y no se dejará sorprender. Si se ve perdido, dejará ese universo y saltará a otro. Si lo hace, debéis saltar con Mario y uniros al que, de vosotros, ocupe ese universo. Iréis sumando fuerzas con cada salto y, si no conseguís vencerle en esos universos, nos uniremos todos en el último. Allí le venceremos. Si Amon nos venciera, mataría el cuerpo mortal de Mario y el Infinito perdería a uno de sus más valiosos ángeles, y el sector oscuro del cosmos ganaría un mortal que aumentaría su poder en el universo Gaia. No podemos permitirlo.

Haniel levanto la vara sobre su cabeza y los siete ángeles unieron la punta de sus báculos a la vara.

—Sea como dices —sentenció uno de los ángeles.

Un trueno ensordecedor surgió de la unión de los báculos. Cada uno de los ángeles se elevó atravesando la cúpula de la estancia. Haniel dejó la vara donde estaba y cogió la antorcha. La puso donde estaba y el fuego que iluminaba la estancia se extinguió. Haniel apagó entonces la antorcha. Abrió la puerta y la cerró tras él, giró el sello y se alejó, desapareciendo por el camino.

Coma: El resurgir de los ángeles

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