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La Ascensión

Mario y Vehuel llegaron a la casa del pastor cerca de mediodía. Se trataba de una granja que ocupaba una gran extensión de terreno, situada cerca de un río, lo que le confería que estuviera salpicada de pequeñas extensiones de palmeras y otra vegetación característica de la zona. La granja estaba distribuida en pequeñas construcciones separadas entre sí; en una de ellas se guardaba el forraje, en otra las cabras y en otra los corderos. En la zona principal, de dos plantas, era donde la familia vivía. Había un cobertizo donde las mujeres curtían las pieles. Cerca, un horno servía para hacer pan.

Ambos contemplaron la granja desde una distancia cercana.

—Este será tu hogar durante las próximas jornadas —dijo Vehuel.

Mario observaba en silencio.

—Vamos, entremos —le animó Vehuel.

Recorrieron el pequeño trecho que los separaba de la casa. Un hombre salió a recibirles. Su aspecto era de complexión normal, más bien delgado; ataviado de una túnica que sujetaba a su cintura con un cordón; cubría su cabeza con una tela similar a la de la túnica.

—La paz sea contigo. Bienvenido a mi hogar.

—Que la paz te acompañe —le correspondió Vehuel.

—Pasad y permitidme que os reconforte con los alimentos que Dios nos ofrece.

Entraron a la casa. Varias mujeres se dedicaban a las tareas del hogar. Una de ellas puso sobre la mesa una vasija con agua y la esparció sobre unos cuencos de barro. Acto seguido depositó una torta de pan.

—Esta es mi mujer, Alaia, y mis hijas Yasmina, Esther y Selima —presentó. Se volvió hacia Mario colocándose la mano en el pecho—. Yo soy Nataniel.

Vehuel se acercó a Nataniel y le pasó el brazo alrededor de los hombros. Miró a Mario y le dijo:

—Nataniel es un hombre de nuestra orden cósmica. Su cometido en este mundo es vivir con discreción y proporcionarnos todo aquello que necesitamos. Su lealtad está por encima de todo.

—Me halagas señor —Nataniel, bajo la cabeza, ruborizado.

—Cuando hablas de esa orden cósmica —interpeló Mario—. ¿A qué te refieres exactamente?

—Somos los primeros que alcanzamos la luz, vigilamos los universos mucho antes que los Anunnakis. El cosmos es un ordenado sistema de universos en los que habitan muchas criaturas; nosotros cuidamos de que entre ellas se mantenga un equilibrio. Podemos precisar cuándo un mundo llega a su fin, porque conocemos las leyes que rigen los universos. Todo tiene un principio y un fin.

—Pero —interrumpió Mario—, tú hablaste de siete universos… ¿Hay más?

Vehuel asintió con la cabeza.

—Así es. Los siete universos de Gaia son mundos paralelos en los que el ensayo-error forma parte de la evolución. La Historia se repite en cada uno de ellos, pero existen matices que modifican el futuro. Este es el primer universo, un tubo de ensayo plagado de errores que se irán corrigiendo en cada uno de los demás, hasta llegar al último, en el que se alcance la evolución espiritual en su máxima expresión.

—¿Y después? —quiso saber Mario.

—Después —Vehuel inspiró hondo —la plenitud, la luz, la vuelta al origen.

—¿Todos?

Vehuel miró a Mario inquisitivo y sacudió la mano en el aire como quitando importancia a lo que iba a decir.

—Por supuesto. Cada uno vuelve al lugar de donde vino, pero en forma de energía. Sin embargo, no todas las criaturas de los universos recorren el mismo camino de vuelta. Los Anunnakis son grandes consumidores de energía y, en su escala evolutiva, deben alcanzar la perfección espiritual si desean regresar al Infinito. Ellos eligieron un día convertirse en dioses y habitar entre los mortales, pero deben saber que cuando un ciclo se abre, también debe cerrarse. La energía que mueve a los mortales viene del Infinito y ellos deben comprender que, aunque son seres muy evolucionados, su espíritu forma parte del cosmos y que, para volver a él, solo puede hacerse en forma de energía.

—¿Existen otros seres?

—Muchos. Unos evolucionan sin convertirse en falsos dioses y otros utilizan su poder evolutivo en su beneficio, interfiriendo en los ciclos espirituales de seres que usan fundas mortales.

—¿Cómo nosotros? Es decir, ¿cómo los humanos?

Vehuel asintió en silencio.

—¿Te refieres a seres que secuestran a humanos y los inducen? —añadió Mario.

—Sí. Esos seres necesitan comprender algunos procesos celulares de los humanos, y por eso hurgan en vuestros procesos biológicos. También están encargados de elaborar un banco de datos genético que arroje información sobre la evolución y las relaciones sorprendentes entre humanos.

—¿Y por qué lo permitís? —interpeló Mario.

—La evolución espiritual no debe tener injerencias externas. Su naturaleza energética debe ser asumida por todos los seres.

Nataniel había escuchado la conversación en silencio y consideró que el mortal nunca acabaría de entender el trasfondo. Así que interrumpió diciendo:

—Perdonad señor, pero es hora de comenzar a instruir a Mario en sus habilidades.

—Así es. Gracias Nataniel —hizo un ademan a Mario—. Será mejor que nos preparemos.

Los días siguientes fueron muy duros para Mario. Se levantaba, entrenaba, comía, volvía a entrenar, y así hasta que caía rendido cada noche. Vehuel era un maestro implacable, pero sus enseñanzas convirtieron a Mario en un enemigo muy poderoso para hacer frente a Amon. El último día, Vehuel le puso a Mario la mano en el hombro y le dijo:

—Estás preparado. Ahora todo depende ti.

De pronto se oyó un alboroto. Las mujeres corrían hacia una figura que se acercaba, cuando se encontraron se abrazaron.

—Ahí está Nebo, a ver qué nuevas trae.

—¿Por qué están todos tan contentos de su llegada? —preguntó Mario.

—Nebo es como un padre para las hijas de Nataniel. Las chicas lo adoran.

Mario observó cómo Nebo llegaba a donde Nataniel le esperaba y se fundían en un abrazo; luego buscó con la mirada y cuando descubrió a Vehuel se dirigió hacia ellos. Éste le recibió con un abrazo.

—Ven, entremos en la casa y me lo cuentas todo.

Entraron y la mujer de Nataniel le ofreció agua fresca que bebió sediento. Al terminar, le pidió más a Alaia y ésta vertió en el cuenco. Cuando se sació se pasó el dorso de la mano por la boca y miró a Vehuel. Se sacó de entre las ropas un trozo de piel curtida en el que había dibujado con una rama quemada una especie de mapa. Lo extendió sobre la mesa y se dirigió a Vehuel.

—Aquí —comenzó señalando con el dedo—, es donde los hombres de Marduk han llevado el oro. Es una cueva que hay en el interior de la montaña. Al principio me resultó muy difícil entrar porque la vigilancia era excesiva, pero con el tiempo se relajaron. Al norte de la montaña hay un río que desaparece bajo tierra. El día que entré en la cueva pude ver una especie de rueda moledora, el oro se molía y era arrastrado por el agua hasta llegar a una especie de pileta en el que era retenido, después pasaba a una oquedad que habían construido en la piedra. Cuando llegó Marduk a los tres días, arrojó sobre el polvo de oro, sacos de un polvo blanco que reaccionaba con el oro y lo convertía en una arenilla blanca que después se lavaba. Lo que quedaba se guardaba en cofres y se cerraba con candados.

—Dios mío —la cara de Vehuel o decía todo— Lo ha hecho. Ha conseguido el Ormus.

Vehuel se puso de pie y volvió a mirar el mapa.

—¿Solo hay esa entrada?

—Solo esa. El Ormus sigue allí dentro.

—Dime —Vehuel apartó la mirada del mapa y miró a Nebo—, ¿cómo es la cueva por dentro? Descríbeme hasta el menor detalle.

—Bueno, es bastante irregular. La altura varía entre un punto y otro. Por ejemplo, desde donde fluye el agua hasta donde ellos llevan a cabo el proceso no puedes erguirte, pero después la altura se hace mayor hasta alcanzar los cinco metros, tal vez más. El río fluye de una oquedad, después vuelve a desaparecer y aparece más abajo, junto a un oasis.

—¿Podemos desviar el río antes mucho antes de ocultarse bajo la superficie? ¿Hay en su recorrido algún estrechamiento?

—Lo hay, río arriba, incluso hay un pequeño barranco por donde podría discurrir una vez desviado.

—Haremos esto —dijo Vehuel—, desviaré el río y evitaré que siga discurriendo bajo tierra. Una vez desviado no podrán seguir procesando el oro. Mientras tanto, vosotros os enfrentaréis a Marduk y sus hombres y evitaréis que abandonen la cueva, destruyéndola si es preciso.

—Una cosa más —añadió Nebo—, el grueso de los hombres se concentra en el oasis y están preparados para incorporarse a la pelea.

Vehuel miró a Mario.

—Tú destruirás la cueva. Usa tu báculo, puedes hacerlo, pero antes provocarás que la niebla proteja a nuestros hombres para que puedan sorprender al ejército de Marduk.

—¿Y cómo voy a hacer eso?

—Usa tu báculo para bajar la temperatura en el entorno del oasis y…

—El agua que se evapora se condensará provocando la niebla —adivinó Mario.

—Exacto —contestó Vehuel sonriendo.

—¿Puedo hacer eso?

—Puedes hacer lo que te propongas —contestó Vehuel mirándolo fijamente.

Vehuel caminó unos pasos y se volvió mirando a todos. Sus caras reflejaban preocupación.

—Bueno —dijo Vehuel mirándolos—, ese es el plan. A ver si sale como queremos. Nebo reúne a los hombres y ponlos al corriente de todo. Partimos esta noche.


Las luces del alba despuntaban cuando llegaron a una distancia prudencial del lugar. A los lejos, entre las palmeras que dibujaban el oasis, se podían apreciar las hogueras. Desde su posición elevada, Vehuel observaba todos los detalles gracias al poder de su visión.

—Hay algo que no encaja —dijo pensativo.

—¿Qué te preocupa? —quiso saber Mario.

—Fíjate en la cueva, debería estar iluminada por las antorchas, sin embargo, no se observa actividad.

Mario miró con detenimiento la cueva.

—Puede que estén más adentro. Mira —Mario señaló la entrada de la cueva—, parecen cofres apilados.

—Hemos de darnos prisa —Vehuel miró a Mario—. Recuerda, tienes que destruir a Amon. Espera mi señal.

Mario asintió. Vehuel hizo una señal a Nebo e inicio el ascenso hasta que se perdieron en la oscuridad. Se volvió y miró a los hombres que le acompañaban.

—Vosotros conmigo —dijo a los que tenía más cerca—, el resto ya sabéis lo que tenéis que hacer. Tomad posiciones y ceñiros al plan.

Mario descendió de la colina por el lado norte y el resto se dirigieron hacia el oeste para tomar posiciones. Uno de los hombres que acompañaba a Mario le agarró del hombro y lo empujó tras una roca. Mario le miró preguntándole con la mirada. Mardoqueo, que así se llamaba, se llevó un dedo a los labios y señaló hacía arriba. Mario sacó la cabeza con cuidado y observó que había un vigilante. Mardoqueo desenfundó su cuchillo e hizo señas para que no se moviera. Con sigilo rodeo al guardia por detrás, se irguió, le atrapó la cabeza y le cortó el cuello con el cuchillo, después se agachó y limpió el cuchillo con las ropas del muerto, hizo una señal a Mario para que le siguiera. Cuando Mario pasó junto al muerto no pudo evitar mirarlo. Mardoqueo se dio cuenta y le dijo:

—Vamos señor, no pierdas el tiempo, pronto amanecerá.

Mario se hizo invisible y salió al descubierto. Utilizó el báculo y bajó la temperatura. Vio como los hombres de Marduk se abrigaban como podían. Después regresó junto a Mardoqueo y se hizo visible. Cuando llegaron a las inmediaciones de la cueva se protegieron detrás de unos arbustos. La claridad se abría paso. De repente, un fuerte estruendo sacudió la tierra, la montaña tembló y comenzaron a caer rocas desde la cima. Alguien dio la voz de alarma. Mario se levantó diciendo:

—Nos toca a nosotros. ¡Vamos!

Corrieron hacia la entrada de la cueva; varios hombres salían de ella cargados con cofres. Mario levantó su báculo y dijo las palabras que Vehuel le había enseñado, apuntó con el hacia el techo de la cueva y un rayo salió del báculo provocando un gran estruendo cuando impactó contra la cúpula de la cueva. Grandes rocas cayeron sobre los que huían, aunque algunos pudieron escapar. Mardoqueo y su compañero se enfrentaron a ellos y, con gran destreza, los mataron con sus rudimentarias armas. La cueva se había venido abajo, pero no del todo, había quedado un espacio entre las rocas caídas. Mario apuntó de nuevo hacia la parte superior de la cueva, justo encima del espacio que había quedado, pero en ese momento una fuerte luz, venida del interior, hizo saltar las rocas y proyectarlas justo donde se encontraban. Una de las rocas iba a caerle al compañero de Mardoqueo. Mario se tiró sobre él y lo tiró al suelo al tiempo que con su báculo dibujaba un círculo que materializó un escudo que protegía a ambos. Cuando dejaron de caer rocas sobre ellos, miraron hacia la cueva. Marduk avanzaba entre el polvo y portaba una vara negra brillante. Se detuvo a unos pasos de Mario.

—¿De veras creías que te ibas a salir con la tuya? —observó Marduk presuntuoso.

Mario no respondió. Con su báculo golpeó la tierra con todas sus fuerzas, el suelo pareció abrirse bajo sus pies. Marduk perdió el equilibrio y soltó su báculo. Mario apuntó con el suyo a la cabeza de Marduk y dijo:

—Vuelve al infierno.

Un rayo salió del báculo e impactó sobre Marduk. Su piel se fue oscureciendo y secando hasta convertirse en polvo negro que fue empujado por el viento. Vehuel llegó en aquel momento. Mario tenía el rostro desencajado. Vehuel le pasó la mano por la nuca y le obligó a mirarle.

—Bien —le dijo—, pero esto no ha acabado. Mira.

Mario se dio la vuelta y observó que se abría un portal sobre el oasis, de su interior la abominable figura de Amon apareció, parecía sentado sobre su gran cola, miraba furioso, pero inmediatamente miró hacia abajo y se posó sobre el suelo. Su ejército había formado dos círculos concéntricos con el intento de evitar que Amon pudiera ser obstaculizado.

Amon se posó sobre el suelo mientras Vehuel y Mario corrían hacia él. Amon se acercó a una especie de altar formado por los troncos de dos palmeras cortadas y sobre ellos, el tronco de otra palmera cortada longitudinalmente. Era un improvisado altar que Amon pensaba utilizar para hacer su conjuro. Dos hombres depositaron sobre él un cofre del que sacaron unas vasijas, cuando acabaron pusieron otro que contenía el polvo de oro. Amon cogió el polvo de oro y lo introdujo en las vasijas, añadió agua y sacó unas piedras negras, introdujo las piedras en la solución de las vasijas y empezó a salir una especie de humo azulado. Mientras, Vehuel y Mario, junto a sus hombres, pugnaban por abrirse paso.

Fue una lucha encarnizada. No querían usar sus báculos por temor a provocar una reacción negativa, ya que Amon estaba realizando un conjuro alquímico, y desconocían su impacto. Cuando consiguieron abrirse paso, Amon los miraba sonriente con la vasija en la mano, vacía. Una luz de un azul oscuro parecía salir del cuerpo de Amon. Aquella luz se concentró sobre la cabeza de Amon y empezó balancearse de derecha a izquierda. Amon se irguió entonces y su figura alcanzó varios metros. La luz fue bajando entonces envolviendo toda su imponente figura y, conforme iba bajando, su aspecto iba cambiando. Envuelto entre una nube oscura, pareció desatarse una tormenta en el interior que obligó a todos a dar varios pasos atrás. La nube comenzó a disiparse y ante ellos apareció una figura humana.

Vehuel miró a Mario y dijo:

—Hemos fracasado.

—No solo habéis fracasado —dijo Amon—. Miradme, ahora mi poder no tiene límites.

Mario, llevado por la desesperación, le lanzó un rayo desde su báculo, pero no consiguió alcanzar a Amon, que respondió lanzándole otro que Vehuel neutralizó con el suyo.

—Observa mortal —dijo Amon soltando una carcajada—, observa mi ascensión.

Amon comenzó a elevarse hasta desaparecer.


Hacía dos días de la ascensión de Amon y ni rastro de él. Habían vuelto a la casa de Nebo y la sensación era de abatimiento ante el fracaso. Esperaban impacientes el regreso de Amon y su salto a otro universo. Mario paseaba por la estancia como una fiera enjaulada. Vehuel le dijo:

—¿Por qué no te tranquilizas? Ve a dar un paseo.

—¿Quieres que lo vigile? —preguntó Nebo a Vehuel mientras Mario salía.

—No, iré yo.

Mario se dirigió a las afueras del pueblo, camino sin rumbo fijo hasta que se sentó a la sombra de un árbol. Se quedó pensando en la gran oportunidad que habían dejado escapar. Hundió su cara entre sus manos y se restregó los ojos. Una voz le hizo reaccionar.

—¿Se encuentra bien, señor?

—Sí, gracias —Mario miró con curiosidad al niño que tenía enfrente—. ¿Quién eres?

—Le he estado observando. Parece triste.

—¿Por qué crees eso?

—Le he visto llorar.

—Es que… No lo entenderías.

—Tal vez no —dijo el niño—, o tal vez sí.

Mario lo miró con interés, en la segunda frase le había cambiado la voz. Volvió la cabeza al oír unos pasos. Era Vehuel.

—Mario, aléjate de él.

Mario miró otra vez al niño. Seguía siendo un niño, pero esta vez sus ojos eran diferentes, eran rojos como el fuego y sus pupilas eran reptilianas, profundamente negras. Se levantó como movido por un resorte y dio varios pasos atrás. El niño miró a Vehuel y dijo:

—Aquí llega el perdedor.

—Me preguntaba cuándo aparecerías —dijo Vehuel—, ¿ahora apareces como un niño inocente?

—Como un niño sí, inocente no —Amon cambió de aspecto, esta vez adoptó la figura de un hombre normal pero sus ojos eran los de un demonio.

—Esto no ha terminado —anunció Vehuel apuntando con su báculo a Amon—. Prepárate Mario.

—¿En serio esperáis vencerme?

—Pronto lo sabremos. Ahora Mario —gritó.

De los dos báculos salieron sendos rayos que se concentraron en Amon, pero éste reaccionó creando un escudo defensivo. Sin embargo, la fuerza del ataque de Vehuel y Mario era superior y estaba debilitando el escudo de Amon que perdía terreno. Amon supo que no podría vencerlos y con una mano dibujó un círculo abriendo un portal.

—Seguidme si podéis, hasta el próximo encuentro.

Amón penetró en el portal y desapareció. Los rayos cesaron y Mario cayo rendido al suelo. Vehuel le dio la mano para que se levantará y cuando se puso en pie le dijo:

—Ahora sí que hemos perdido. Volvamos a la casa y preparémonos para saltar al siguiente universo.

—¿Tienes idea de a dónde puede haber ido?

—No, pero pronto lo sabremos. Regresemos.

Volvieron, y se despidieron de Nebo con un abrazo.

—Despídenos de Nataniel.

Ya en la calle Vehuel miró al cielo. El calor era insoportable y una luz muy brillante se mostraba amenazante.

—Será mejor que cojas a tu familia y busques a Nataniel, él sabrá a dónde ir. Esconderos en una zona alta donde haya cuevas y esperad a que todo pase. Proveeros de comida y llevad animales que os den leche. Tal vez no sobreviváis. Os dejo en manos del Infinito.

—Así lo haremos. Suerte.

Mario se abrazó a Nebo.

—Ten mucho cuidado.

—Y vosotros.

Estaba anocheciendo. Se dirigieron al lugar donde se habían enfrentado a Amon. Cuando llegaron. Vehuel le dijo:

—Sea donde sea donde saltemos, búscame. Juntos encontraremos a Anael.

—¿Anael?

—Es el ángel que nos espera al final del salto. Recuerda, no hables con nadie hasta que nos encontremos.

Mario asintió con la cabeza.

—Escucha Vehuel, tengo una necesidad imperiosa, como si algo me estuviese llamando con mucha fuerza, tal vez sea mi hermana, no sé. Pero tengo que ir —imploró Mario— ¿Lo entiendes?

—Desde aquí es imposible —dijo Vehuel acariciando su barba pensativo—, Tendríamos que dar el salto desde aquí para no perder el rastro de Amon, una vez en el universo al que saltemos, hablaremos con Anael y trazaremos un plan. Sígueme.

Vehuel abrió su portal y Mario hizo lo mismo. Ambos penetraron y desaparecieron.

Coma: El resurgir de los ángeles

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