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1937

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10 de enero

Durante los últimos dos o tres meses se han producido unos cambios evidentes en la política exterior británica. En primer lugar, por los cuatro discursos de Eden en noviembre y diciembre pasado, y en segundo lugar, por el cambio de actitud del Gobierno británico con respecto a la cuestión española.

Empezaré por los discursos. Pero primero debería decir unas palabras sobre mi conversación con Eden del 3 de noviembre. Tuvimos una larga charla dedicada sobre todo al tema de España, pero en la que también tratamos otros asuntos internacionales. En cuanto a la cuestión española, yo critiqué la postura británica abiertamente, para luego decirle a Eden que sí, que existen graves desacuerdos entre nosotros. Pero no deberíamos darles más importancia de la que tienen. Deberíamos hacer lo posible por localizarlos, para que estos desacuerdos específicos tengan el menor efecto posible sobre las relaciones anglo-soviéticas en otras partes del mundo y en otras cuestiones importantes de la política internacional. No deberíamos olvidar que más allá de España existe todo un mundo: Europa, Oriente Medio, Extremo Oriente, la Sociedad de Naciones, etc. Hagamos todos los esfuerzos necesarios para asegurarnos de que se sigue la trayectoria señalada por el comunicado de Moscú, entregado a Eden al final de su visita a la Unión Soviética, ajustándonos lo más posible a ella en todas las esferas y con todos los problemas, teniendo en cuenta que se basa en el hecho de que no existe ningún conflicto de intereses entre la URSS y el Imperio británico en ningún lugar del mundo. Mientras tanto, ya se resolverá la cuestión española de un modo u otro.

Eden se mostró de acuerdo y prometió contribuir a que aquello se hiciera realidad. Luego hablamos de Alemania, de Italia, de la Sociedad de Naciones, etc. Fue entonces cuando me dijo que el Gobierno británico —en gran medida gracias a su insistencia— había decidido hacer un último intento por reavivar la Sociedad de Naciones y que últimamente había estado muy ocupado poniendo en marcha diversas iniciativas en dicha dirección. Yo respondí que todo eso estaba muy bien, pero que el factor más importante para contener las tendencias agresivas en Europa era una posición firme por parte de Inglaterra y Francia, y en particular de Inglaterra, frente a Berlín y Roma. Con una mueca de fingido horror, Eden exclamó: «No querrá que sea tan imprudente como Hitler, ¿no?».

«No hablo de imprudencia; hablo de firmeza», me defendí.

Seguimos discutiendo de asuntos de política general durante un rato. Observé que su mente no se detenía, que estaba buscando, si no ya soluciones, al menos recursos con los que poder llevar a término sus políticas.

/.../ Y luego llegaron los cuatro discursos que dio el ministro de Asuntos Exteriores. Analizando los discursos de Eden, definiría la actual posición del Gobierno británico así: la prolongada pasividad de Inglaterra frente a la agresión se ha acabado, al menos si se mantienen las líneas de actuación anunciadas por Eden; pero de momento no ha habido ninguna contraofensiva dirigida a los agresores. Hasta ahora se trata solo de una declaración de intenciones. En otras palabras, el Gobierno británico ha emitido un «pagaré» de gran relevancia a través de los discursos de Eden. El futuro dirá cómo van a liquidar ese pagaré.

Ahora unas palabras sobre la cuestión de España. A finales de octubre el Gobierno británico apostó claramente por la victoria de Franco. Esto se hizo evidente en el infame Comité de No Intervención. Es más, el propio Eden se atrevió a lanzar una temeraria declaración contra la URSS en el Parlamento. En respuesta a los ataques de la oposición por el hecho de que Alemania e Italia no observaran el principio de no intervención, perdió los nervios y dijo que esos dos países no eran los que más había que culpar en ese aspecto. Era evidente que la flecha apuntaba a la URSS. Se dice que esas palabras se le escaparon en un momento de enfado extremo, de acoso por parte de los diputados laboristas, y que después lamentaría amargamente su falta de contención... Quizá. Pero los hechos son esos.

Desde luego, la actitud del Gobierno británico ha cambiado a mejor. Ya en su discurso en Bradford (15 de diciembre), Eden declaró que «Inglaterra está muy interesada en la integridad y la inviolabilidad de España y de las posesiones españolas», mientras que en nuestra conversación del 21 de diciembre admitió sin más que la guerra española era «internacional», en referencia al desembarco alemán en Cádiz. Unos días más tarde, el 30 de diciembre, Burgin (viceministro de Comercio) me dijo abiertamente que Inglaterra en realidad debería estarle muy agradecida a la URSS por lo que estaba haciendo en España. En las últimas semanas he podido oír muchos comentarios similares. La conducta de Plymouth 1 en el comité también ha cambiado. Yo definiría la posición actual del Gobierno británico con respecto a España más o menos así: no respaldan a los republicanos, pero por otra parte han dejado de dar apoyo a Franco. Su posición se acerca a la de una neutralidad genuina, quizá con una cierta inclinación hacia Valencia. El Gobierno británico no quiere apoyar directamente a la República, pero está preparado para simpatizar con ellos si alguien más lo hace. ¡Algo es algo!


29. Maiski y su número 2, Kagan, saliendo del Foreign Office tras la reunión del Comité de No Intervención (23 de octubre de 1936).

¿Cuáles son los motivos de este cambio en la política exterior británica?

Yo señalaría cuatro elementos principales:

1) La cada vez mayor eficiencia militar británica, en particular en el campo de la aviación.

2) El acercamiento anglo-francés que, con la llegada al poder del Gobierno de Blum en Francia, se ha ido convirtiendo de hecho en una alianza anglo-francesa.

3) La actividad de la Unión Soviética en España, que demuestra que podemos ser un factor de peso en Europa occidental y que las fuerzas por la paz en esta parte del globo pueden contar con la URSS.

4) La creciente «impertinencia» de Alemania, que se toma la libertad no solo de mofarse abiertamente de Locarno, sino también de aumentar sus exigencias coloniales.

Por supuesto, sería peligroso hacerse ilusiones. Los ingleses están infectados hasta la médula con el veneno de la «conciliación» y la «política del equilibrio de poderes». Además, el odio de clase hacia la URSS sigue inamovible. Por otra parte, la situación actual impide que la City haga cualquier cambio drástico en la esfera política o económica. No sé si la política británica se mantendrá en el nivel actual (o en uno mejor), pero los cambios mencionados sin duda son interesantes, y no se pueden pasar por alto.

[En su empeño por presentar una imagen halagüeña, Maiski ocultó en su informe a Moscú lo contrariado que seguía Eden con la subversión comunista en España. De hecho, Eden había elogiado a Vansittart por su «excelente lenguaje directo» cuando Maiski le fue a ver el 6 de enero, quejándose de que este tendía a «suponer demasiadas cosas». No obstante, Maiski comunicó a Moscú por cable que Vansittart era del mismo parecer que él.]

16 de enero

El embajador japonés, Shigeru Yoshida, 2 me ha hecho una visita inesperada. /.../ Evidentemente, ha venido a tranquilizarme con respecto al impacto del pacto germano-japonés y, de paso, a demostrarme que no pertenecía a la escuela de pensamiento japonés más agresiva. Desde luego, ha sido muy franco. Se ha mostrado muy crítico con respecto a las acciones emprendidas por el Ejército y la Marina de su país, y me ha dicho que el pueblo japonés pagaría muy caras sus «estupideces». /.../

12 de marzo

El 4 de marzo, todos los jefes de misión diplomática presentaron sus credenciales al nuevo rey, Jorge VI. 3 El procedimiento fue simplificado y se realizó en masse. Todos los embajadores y enviados estaban alineados en orden de antigüedad en la Bow Room del Palacio de Buckingham. Se les hizo pasar uno por uno a la sala contigua, donde el rey los esperaba, le entregaban sus credenciales, intercambiaban unas breves consideraciones tal como exigía el protocolo y salían, dando paso a los que esperaban. El monarca dedicó dos o tres minutos a cada diplomático. Eden estaba presente en la ceremonia y prestó cierta asistencia, ya que el rey es taciturno y se azora fácilmente. También tartamudea. Toda la ceremonia discurrió sin incidentes. La única sorpresa, que causó cierto revuelo entre la prensa y entre la sociedad, fue el «saludo nazi» de Ribbentrop. Cuando el embajador alemán entró en la sala para saludar al monarca, levantó la mano derecha a modo de saludo, en lugar de hacer la reverencia habitual. Esta «novedad» ofendió profundamente a los ingleses y provocó una reacción adversa en los círculos conservadores. Acusaron a Ribbentrop de falta de tacto y lo compararon conmigo, un «buen chico» que saluda al rey como se debe, sin levantar un puño cerrado sobre la cabeza. 4

Para conocer a las respectivas esposas de los diplomáticos, el rey y la reina también han organizado un encuentro para el té de las cinco de hoy, al que han invitado a los jefes de misión y sus señoras. Ribbentrop ha vuelto a saludar al monarca levantando la mano, pero se ha inclinado ante la reina como es habitual. Las princesitas también estaban presentes: Elizabeth 5 y Margaret Rose, 6 ambas con vestidos rosa pálido y —era evidente— terriblemente emocionadas por estar presentes en una ceremonia tan «importante». Pero también mostraban una curiosidad infantil por todo lo que les rodeaba. Se apoyaban en un pie y luego en el otro, soltaban risitas nerviosas y perdían la compostura, para la evidente consternación de la reina. Lord Cromer 7 nos ha llevado a mi esposa y a mí ante la pareja real y hemos mantenido una charla bastante larga —yo con el rey y Agniya con la reina—. Las damas han charlado sobre todo de niños, mientras que el monarca me ha preguntado por el estado de nuestra Marina y del canal entre el mar Blanco y el Báltico. El rey ha expresado gran satisfacción cuando le he informado de que el acorazado Marat llegaría para la coronación.


30. Salida a una «fiesta de tarde» en el Palacio de Buckingham.

10 de abril

Repasando las relaciones anglo-italianas desde el final de la guerra de Abisinia, podemos distinguir dos períodos.

El primero, que ocupó prácticamente la segunda mitad de 1936, estuvo marcado por los intensos esfuerzos de ambas partes por recuperar la normalidad en las relaciones. Y había motivo para ello. Italia tenía interés en que Gran Bretaña «reconociera» sus conquistas africanas, en asegurarse la ayuda financiera de la City (esperanza que aún alberga) y en firmar un acuerdo con Gran Bretaña para la reducción de la presencia militar de esta última en el Mediterráneo. Londres, por su parte, tenía interés en ganar tiempo para rearmarse, mejorar su posición en el Mediterráneo, encajar una cuña en el emergente eje germano-italiano y, por último, ejercer cierta presión sobre Italia con respecto a la cuestión española.

En consecuencia, la prensa italiana ha cambiado considerablemente el tono con Gran Bretaña tras la guerra de Abisinia, y Mussolini incluso ha declarado solemnemente el 18 de junio de 1936 que «no hay ningún contencioso pendiente entre Italia y Gran Bretaña». La política italiana se mantuvo fiel a esa línea a lo largo de la segunda mitad del año pasado, y prueba de ello fue la conducta de Grandi 8 en el Comité de No Intervención. Siempre se ha mostrado incisivo e irascible con respecto a la URSS, pero comedido y considerado con Inglaterra.

Al mismo tiempo, algunos sectores del Gobierno británico han promovido enérgicamente una política de apaciguamiento con respecto a Italia (hasta donde se lo han permitido las circunstancias, y en especial la hostilidad de la oposición hacia Mussolini). El Gobierno británico se ha encontrado con muchas dificultades internas, pero Vansittart ha estado muy activo, y la costumbre de los ingleses de aceptar los faits accomplis ha facilitado el avance del Gabinete hacia la «normalización» de las relaciones.

Las tendencias y los esfuerzos de ambos bandos desembocaron en un acuerdo de caballeros firmado el 2 de enero de 1937.

No obstante, los tres meses siguientes, que podrían considerarse el segundo período, trajeron consigo una amarga decepción a los partidarios del acercamiento anglo-italiano, por diversos motivos. El primero fue que, al tiempo que firmaban el acuerdo de caballeros, los italianos desembarcaron con su «cuerpo de voluntarios» en Cádiz, una fuerza que alcanzó entre ochenta mil y cien mil efectivos a finales de marzo. Aunque el acuerdo no mencionaba directamente la guerra de España, la iniciativa italiana fue percibida en Ingla - terra como un engaño. Eso socavó de inmediato los ya precarios cimientos de la «normalización».

/.../ En resumen, las relaciones anglo-italianas ahora están tan tensas que hablar de «normalización» sería una broma de mal gusto. El último mes, el Gobierno italiano protestó en cuatro ocasiones al británico por la conducta de la prensa inglesa.

En conjunto, teniendo en cuenta las relaciones de Gran Bretaña con Alemania y con Italia, la actual política exterior británica está más cerca de nuestras posiciones que nunca. Pero ¿durará? Es difícil de pronosticar. Por supuesto, Eden está dispuesto a avanzar en esa dirección, pero ¿tendrá la posibilidad de hacerlo? No estoy seguro. No estoy seguro siquiera de que pueda conservar su actual posición mucho tiempo, ya que difícilmente podrá considerar a Baldwin y a Chamberlain como aliados en una lucha decidida contra el fascismo y la agresión.

16 de abril

Eden nos ha invitado a mi esposa y a mí a almorzar en el Savoy. Los comensales eran un grupo variopinto: el ministro de Coordinación de la Defensa Inskip, 9 el mariscal del cuerpo diplomático Clive, el embajador chino, el austríaco y otros; en total veinticinco personas. Yo era el invitado de honor.

En el almuerzo, la esposa de Eden no ha dejado de quejarse de lo ocupada que estaba y, sobre todo, de las prisas con las que había que hacerlo todo. Ni un momento para reflexionar, o para tomar aliento. Todo se mueve a una velocidad de vértigo, y te encuentras atrapado en una vorágine de la que no hay escapatoria. ¡Cierto, nuestros padres y abuelos vivieron tiempos mejores! Todo era más tranquilo y reposado. Había tiempo para dar un paseo, leer un libro o para pensar. «¿Por qué no nacería yo en esa época?», suspiraba la señora Eden.

Después del almuerzo he hablado con su esposo. Nuestra conversación se ha centrado en España. Entre otras cosas, Eden me ha dicho que en septiembre y octubre del pasado año el Gobierno británico ya acariciaba la idea de conceder derechos de beligerante a ambos bandos. El Almirantazgo insistía particularmente en ese punto. Eden se oponía porque no quería llevar la contraria a Francia, que no lo aceptaría nunca por motivos de política nacional. Da un gran valor a los estrechos vínculos que han establecido con París. Después de que Alemania e Italia reconocieran a Franco, se hizo aún más difícil conceder el reconocimiento de beligerancia, ya que parecería un reconocimiento parcial de Franco y tendría graves repercusiones en Inglaterra. De momento, Eden está consiguiendo mantener la posición actual del Gobierno, que no reconoce derechos de beligerante a Franco.

Con respecto a la cuestión española, Eden se encuentra en una posición muy complicada: a juzgar por las apariencias, a Inglaterra no le importa qué bando venza, porque, al final de la Guerra Civil, España estará extremadamente debilitada y tendrá que empezar a buscar dinero, que solo puede encontrar en Londres o en París. La libra es más poderosa que los cañones. Por eso, al Gobierno británico no le preocupa demasiado el resultado de la guerra española. Por otra parte, Eden tiene un miedo terrible a que Inglaterra se pille los dedos con España, ya que, según él, es una trampa mortal para cualquiera que quiera meter la nariz en sus asuntos. Les pasó a Napoleón, a Wellington y ahora a Mussolini. El prestigio de Mussolini era mucho mayor antes de su aventura española que en la actualidad. Y a menos que se apresure a salir de España, acabará mal.

En este punto, Eden ha añadido, con una sonrisa pícara. «Ustedes están llevando su campaña con respecto a España brillantemente: hacen lo que consideran necesario sin meterse en líos. Incluso mantienen esa imagen de completa inocencia». Yo he respondido en el mismo tono: «Ahora hasta Ribbentrop ha dejado de quejarse a gritos por la presencia de un gran ejército soviético en España». «¿Un ejército, dice usted? —ha exclamado él—. Les han dado a los españoles algo mucho más importante que un ejército, especialmente que un ejército como el italiano». Yo he sonreído socarronamente y he añadido: «El Comité de No Intervención ha declarado que la participación de la URSS en la guerra de España no está demostrada».

18 de abril

Los Vansittart han venido a almorzar. Ha sido un almuerzo à quatre, con una conversación bastante franca. Vansittart está convencido de que, tras la coronación, se reestructurará el Gobierno, Baldwin dimitirá, Chamberlain ocupará su puesto y, probablemente, Simon se convertirá en el canciller de la Hacienda Pública. Eden conservará su puesto. Cuando le he preguntado por la política exterior de Chamberlain, V. ha dicho que en general no cambiará, pero que de algún modo quedará mejor definida. En cuanto a la posición frente a Alemania, se considera que Chamberlain está bien. Bueno, ya veremos. Soy algo escéptico con respecto a las afirmaciones de V. Recuerdo que en la primavera de 1935 también intentó tranquilizarme con respecto a Hoare, y ya sabemos cómo acabó...

Según V., está creciendo en Inglaterra el sentimiento anti-Alemania y anti-Italia. En este aspecto, el cambio de postura de The Times es bastante revelador. Hasta Lothian se muestra cada vez más desconfiado con respecto a Alemania. Parece que las probabilidades de que se firme un nuevo Pacto de Locarno son muy escasas. /.../

21 de abril

Eden y su esposa han venido a cenar a la embajada. Había muchos diplomáticos, personajes públicos y otros invitados. En conjunto, todo ha salido bien.

Tras la cena he mantenido una larga conversación con Eden sobre la comisión para la resolución del conflicto sirio (entre Francia y Turquía), la actuación de Inglaterra en la agencia para la conferencia de desarme convocada para mayo, y la próxima coronación. España, naturalmente, ha ocupado la mayor parte de nuestra discusión, y Eden, a mi modo de ver, ha mostrado un optimismo injustificado. Estos son mis argumentos:

Alemania está cada vez más decidida a abandonar España. Esa misma tendencia crece en Italia, donde la «guerra española» es cada vez menos popular. Es más, Abisinia les está costando una gran cantidad de dinero y esfuerzo. Según informaciones británicas, la situación interna en Italia es cada vez más difícil. Mientras tanto, «la aventura española» (palabras literales de Eden) sigue requiriendo nuevas y mayores inversiones por parte de Mussolini en dinero, armas y hombres, lo cual le resulta inaceptable. De ahí la conclusión: Mussolini busca un «puente de oro» para salir de España, y alguien tiene que construirle ese puente. Esa es la misión actual del Comité de No Intervención. Si Alemania e Italia abandonan España, podría esperarse que la guerra española acabara en otoño. ¿Cómo? Es difícil de decir. Eden está a favor de un acuerdo entre los dos bandos españoles y de la formación de un gobierno interino con Franco y Largo Caballero. 10 Hablaba con simpatía, aunque con ciertas reservas, sobre la ensoñación planteada por Churchill en la sesión de la Cámara de los Comunes del 13 de abril.

Si las expectativas de Eden se materializaran (y eso espera), quedaría expedito el camino para tratar los grandes asuntos europeos a principios de invierno. Sobre todo porque el armamento británico habrá aumentado considerablemente para entonces, mientras que las dificultades internas de Alemania e Italia se habrán incrementado.

Yo le he mostrado mi desacuerdo y he criticado su idea. En particular, le he expresado mi convicción de que Mussolini no va a marcharse de España tan fácilmente. Es algo que percibo en cada una de las sesiones del Comité de No Intervención. Eden se ha mantenido en sus trece y al final ha dicho: «Ustedes los soviéticos, siempre tan pesimistas. Ven peligro por todas partes, incluso donde no lo hay».

«Pero ¿no observa que de cada diez veces solemos acertar en nueve?», he replicado.

Eden se ha reído, pero en ese momento ha venido su esposa a despe - dirse.

[Maiski no hace referencia en el diario a los enfrentamientos armados en Barcelona, entre el 3 y el 7 de mayo, que condujeron a la destitución de Francisco Largo Caballero y al nombramiento del procomunista Juan Negrín como jefe del Gobierno. Aunque tenía ciertas reservas sobre el nuevo Ejecutivo, Maiski acabaría hablando bien de él en sus memorias. En su opinión, «demostró ser mucho más efectivo en el seguimiento de la guerra, y mostró una estabilidad poco habitual en aquellos tiempos tan agitados». No obstante, afirma que su afinidad con la Unión Soviética fue el principal motivo que llevó a Hitler y a Mussolini a decidir «acabar con todos los sistemas de control de un plumazo», mientras que el bombardeo del Deutschland simplemente les sirvió de excusa para hacerlo.] 11

9 de junio

He ido a ver a Vansittart. /.../ Le he dicho que últimamente he observado un giro en las relaciones anglo-germánicas. Le he señalado una serie de hechos: el traslado de Phipps de Berlín a París; el nombramiento de sir Nevile Henderson, 12 ferviente germanófilo, como embajador en Berlín en lugar de Phipps, que no es del agrado de Hitler; la amplia cobertura que ha hecho la prensa inglesa del envío de personal médico a Gibraltar en avión para prestar ayuda a los marineros heridos del Deutschland; y por último, los discursos de Henderson en Berlín durante la presentación de credenciales y especialmente en la cena organizada por la Anglo-German Society. 13 Todo ello daba que pensar. Le he hecho notar, en particular, que el último discurso de Henderson ha causado «estupor» en Moscú, por no mencionar otras emociones más concretas. V., por supuesto, ha intentado persuadirme de que no ha cambiado nada, de que todo está como antes. Pero eso no es más que «correr sin moverse del sitio». /.../

[El giro hacia «la política de apaciguamiento» se convirtió en motivo de valoraciones enfrentadas en el Narkomindel y en la embajada en Londres. Particularmente cuando Chamberlain se mostró decidido a gobernar el Foreign Office (FO). Hoare endureció su postura, quejándose de que «el FO tiene tantos prejuicios contra Alemania (e Italia y Japón) que inconscientemente imposibilitan, una y otra vez, cualquier conciliación europea». Aquello parecía confirmar la creciente opinión de que el Gobierno británico tenía intención de lavarse las manos con respecto a España, permitiendo que Alemania e Italia derrotaran a los republicanos. Consciente de la decepción cada vez mayor que suscitaba la política británica en Moscú, Maiski admitió que ya no le tranquilizaban tanto las afirmaciones de Eden acerca de que «mientras ocupara su puesto» no habría cambio de política.

Maiski advirtió a Moscú el 3 de junio que los británicos estaban intentando saltarse el Comité de No Intervención buscando cerrar acuerdos con Alemania, Italia y Francia por separado, un «pacto de cuatro potencias en la práctica». Atribuyó los cambios en Gran Bretaña a su incapacidad de apartar a Italia del recién establecido «eje» germano-italiano tras la guerra en Abisinia. Por tanto, «no se sentía inclinado a dar mucho valor» a los gestos de apertura mostrados a Berlín, ya que esperaba que Hitler se inventara «nuevos trucos» en España o en otros lugares de Europa, lo que pondría fin al acercamiento anglo-germánico. Stalin, no obstante, fue más cauto que su embajador en Londres. Frente a un Hitler enfurecido, tras el bombardeo del crucero Deutschland por los republicanos el 29 de mayo de 1937, les comunicó a los comunistas españoles que era «inaceptable que los aviones bombardearan barcos italianos o alemanes, y que debían prohibirlo».

Ahora Maiski seguía la línea de Moscú y buscaba poner fin a la «supuesta» neutralidad de los estados democráticos, y se inclinaba por usar la retirada temporal de Alemania e Italia (tras el incidente del Deutschland) como medio para que «el comité quedara enterrado en los archivos históricos con el mínimo jaleo y las mínimas discusiones». No obstante, a diferencia del Kremlin, siguió siendo un firme defensor de prestar ayuda directa y efectiva a los republicanos.]

16 de junio

Hoy he llamado a Titulescu, 14 que se aloja, como siempre, en el Hotel Ritz, y que está igual de deslumbrante, escandaloso, seguro de sí mismo e imprudente como siempre.

Titulescu lleva más o menos una semana en Londres. Ha conseguido ver a Chamberlain, Eden, Vansittart, Churchill y a muchos otros altos cargos.

/.../ Titulescu va diciendo más o menos las mismas cosas a todos: la paz en Europa y la integridad del Imperio británico dependen de si se consigue formar a tiempo un frente de paz encabezado por Inglaterra, Francia y la URSS. Si se hace, todo irá bien. Si no, la humanidad en general y Gran Bretaña en particular tendrán que asistir a una tragedia en dos actos: el acto 1 es la creación de una Mitteleuropa por parte de Alemania, y el acto 2 es la destrucción del Imperio británico por parte de la Mitteleuropa. Los británicos deberían decidir qué quieren y hacerlo de forma urgente.

/.../ Titulescu también ha observado que en Inglaterra han aumentado considerablemente los sentimientos germanófilos desde su última visita a Londres en marzo de 1936.

1 de julio

CONVERSACIÓN CON LLOYD GEORGE

Mi conversación con Lloyd George (en su casa de campo) ha empezado por España. Me ha preguntado por las últimas noticias del Comité de No Intervención. Yo le he hecho una descripción detallada de la situación que se ha creado tras la reunión del subcomité el 29 de junio. Los gobiernos británico y francés propusieron rellenar el hueco creado en el órgano de control con la retirada de Alemania e Italia con una fuerza conjunta anglo-francesa. Ribbentrop y Grandi accedieron a comunicar la propuesta a sus gobiernos para que la considerasen, aunque con sus «comentarios preliminares» ambos delegados dejaron muy claro que el plan franco-británico era inaceptable para Alemania e Italia. La siguiente reunión del subcomité tendrá lugar el 2 de julio, y se espera que Ribbentrop y Grandi traigan las respuestas definitivas de sus gobiernos a la propuesta franco-británica. A juzgar por la reacción de los delegados alemán e italiano en la reunión del 29 de junio, y teniendo en cuenta los comentarios de la prensa germana e italiana tras el encuentro, estoy seguro de que ni Alemania ni Italia aceptarán las propuestas hechas por Gran Bretaña y Francia. La situación puede llevar a un punto muerto y al fracaso de todo el sistema de no intervención. Para valorar correctamente la situación, no habría que olvidar que Hitler y Mussolini ya han llegado a la conclusión de que la guerra de España, que tanto se ha prolongado, debe acabar lo antes posible. Con esa idea en mente, quieren lanzar un órdago en un futuro cercano para asegurar la victoria de Franco. Tras la eliminación del frente vasco, Franco debería concentrar sus fuerzas y sus aviones en la ofensiva sobre Madrid. Al mismo tiempo, los barcos italianos y alemanes que recorren el litoral, controlado por los republicanos, podrían orquestar un nuevo «incidente» e iniciar las hostilidades contra el Gobierno español como represalia. Así, oprimiendo la República por tierra y por mar, alemanes e italianos esperan acabar aplastando al Gobierno español y derrotar a su ejército. A la vista de este plan, el comportamiento de Ribbentrop y Grandi en la última reunión del subcomité queda absolutamente claro. Alemania e Italia intentan conseguir abolir el control naval para tener las manos libres en sus acciones contra los republicanos. Ahí es donde radica el mayor peligro de la situación.

Lloyd George ha escuchado atentamente la información que le he transmitido, y enseguida ha estado de acuerdo en que el plan germano-italiano que le he señalado parecía perfectamente realista. «Se ha alcanzado un momento crítico en el transcurso de la guerra española —ha añadido Lloyd George—. Los próximos días asistiremos al final de toda la campaña en España. ¿Qué se puede hacer para evitar la derrota de los republicanos?». Se ha quedado pensando y luego, como si le llegara de pronto la inspiración, ha empezado a trazar su plan. Toda la oposición (tanto laborista como liberal) debería dejar claro al Gobierno que lucharán hasta el final para no reconocer derechos de beligerante a Franco. Está seguro de que eso es factible. Pretendía quedarse unos días más en su casa del campo, pero a la vista de lo extraordinario de la situación se marchará a Londres mañana y se reunirá con los líderes de los otros partidos de la oposición para concretar los pasos que hay que tomar. «Me disgusta profundamente —ha dicho Lloyd George— que el Partido Laborista, al hacer campaña a favor del Gobierno español, parta de los intereses de la “democracia” y apele a los instintos liberales de la población británica. Están pasando por alto lo más importante. Son los conservadores quienes están en el poder, y por mucho que griten a los cuatro vientos el peligro que supondría para la “democracia” la victoria de Franco, a los conservadores no les va a afectar. ¡Seamos serios! A los conservadores les importa un bledo la democracia. Tendría más sentido y sería más efectivo apelar a sus intereses imperiales. Esos argumentos convencerían hasta a los más recalcitrantes. Por ejemplo, ayer hablé en un mitin en Walton, donde la abrumadora mayoría del público era conservadora. Al principio se mostraron muy hostiles cuando ataqué al Gobierno por la cuestión española. Gritaron, silbaron e intentaron hacerme callar. Entonces les pregunté: “¿Son ustedes patriotas o no lo son?”. Eso produjo un efecto inmediato. Proseguí: “¿Quieren que gane Franco? ¿Quieren que los alemanes y los italianos se hagan con España? Díganme, ¿queda algo en ustedes del espíritu de Canning, 15 Palmerston, 16 Disraeli 17 y Gladstone 18 cuando crearon nuestro imperio?”. Cuanto más hablaba yo, más callado se quedaba el público. Cuando acabé hubo un gran aplauso. Creo que toda la oposición, en su campaña en apoyo del Gobierno español, debería subrayar concretamente los cruciales intereses imperiales británicos».

/.../ Luego he recuperado el asunto de la posible reacción del Gobierno británico. En cuanto he mencionado la palabra «gobierno», Lloyd George prácticamente ha dado un brinco en su asiento. «¿Gobierno? —ha preguntado, sarcástico—. ¿De verdad es un Gobierno? Es más bien un conjunto de mediocridades, un grupo de afeminados desesperados. ¿Tienen voluntad? ¿O arrojo? ¿Pueden proteger nuestros intereses? Han heredado un rico legado de sus antepasados, pero lo están gestionando muy mal, y me temo que lo despilfarrarán. Son unos malditos cobardes. ¡No es cobardía sino arrojo lo que hace falta para construir y proteger nuestro Gran Imperio!».

He observado que en el horizonte democrático europeo ahora mismo no se ven muchos personajes de gran talla.

«Tiene usted toda la razón —ha exclamado Lloyd George—. ¿Dónde están las grandes figuras? La democracia europea está en época de carestía. /.../ No tiene sentido mirar a Inglaterra o a Francia. Baldwin, Chamberlain, Blum o Chautemps... 19 ¿para qué sirven? Tienen que enfrentarse a unos individuos realmente relevantes y poderosos: Hitler y Mussolini. Esos dictadores fascistas no son tontos. Son tipos duros y usan métodos duros: fuerza, impertinencia e intimidación. Pero actúan, son vigorosos y enérgicos, y sus países los siguen. ¿Son lo suficientemente buenos nuestros ministros como para defender nuestros intereses frente a los dictadores? ¿Son capaces de eso? ¡En absoluto! Si Winston Churchill fuera primer ministro, sabría cómo lidiar con los dictadores, pero a los conservadores les aterra admitir a Churchill en el Gobierno. De modo que tenemos a unos afeminados tratando con hombres de acción como Hitler y Mussolini. Qué lástima que ambos sean fascistas y opuestos a la democracia. Pero hay que admitir que son hombres con fuerza. ¿Se imagina lo que podría ocurrir si, por ejemplo, Eden negociara con Mussolini? Sin duda, Mussolini lo dejaría como un felpudo. Eso es exactamente lo que ocurrió con ocasión de la guerra de Abisinia. Su Stalin es otra cosa. Es un hombre grande y decidido. Tiene un puño de hierro, puede impresionar a los dictadores y es perfectamente capaz de plantar cara a Hitler y a Mussolini. Los nuestros son una verdadera desgracia. Fíjese en Chamberlain: un individuo estrecho de miras, limitado y sin nada que ofrecer. Un pescado tieso, así es como lo describí durante los recientes debates en el Parlamento. /.../ El “plan maestro” de Chamberlain se reduce a lo siguiente: hacer las paces con Alemania e Italia durante el año que viene y firmar un pacto a cuatro. En cuanto a Europa central y sudoriental, Chamberlain está dispuesto a conformarse con las vagas promesas de no agresión de los dictadores. A su país lo dejan fuera de la combinación europea, a su suerte. Si consigue todo eso, Eden querrá elecciones. Les dirá a los votantes: “Mi Gobierno y yo mismo hemos resuelto el problema insoluble del apaciguamiento europeo. Ahora todo va bien. ¡Voten tory!”. Después de ganar las elecciones, se asegurará el control de su partido cinco años más. La invitación a Neurath para que visitara Londres fue cosa suya». /.../

«No obstante —ha añadido Lloyd George—, le diré con franqueza que nuestra oposición, la laborista en particular, no es mucho mejor que el Gobierno. De hecho, es peor y más débil. La oposición no tiene ni líderes ni programa, ni energía, ni espíritu de lucha».

/.../ Le he preguntado a Lloyd George qué impresión había sacado de su visita a Alemania el año pasado. Él se ha animado y me ha dicho: «Fui a ver a Hitler y tuve una larga charla con él. Me sorprendió ver que era un hombre nada pretencioso, modesto y bastante bien educado. Se puede debatir con él e intercambiar opiniones tranquilamente. Sin embargo, tiene un punto sensible: el comunismo. Cada vez que Hitler mencionaba el comunismo o a los comunistas de inmediato se alteraba y le cambiaba de pronto la expresión: los ojos se le encendían con un fuego siniestro y los labios empezaban a temblarle convulsivamente. Varias veces intenté hacerle entender que estar en malas relaciones con la URSS solo podía poner a Alemania en desventaja. Pero eso no le impresionaba. Volvía a gritar, sacando espuma por la boca, sobre el comunismo y la amenaza comunista. Realmente cree que ha sido llamado a este mundo para cumplir una misión especial: salvar la civilización occidental y aplastar la hidra del comunismo. Después de todo lo que vi en aquella reunión, estoy completamente convencido de que nunca accederá a firmar ningún tipo de tratado con la Unión Soviética, ni estampará su nombre junto a la firma de Stalin en un documento internacional».

/.../ Ese fue el fin de nuestra conversación, y regresé a Londres.

[En la reunión del Comité de No Intervención del 2 de julio, Ribbentrop propuso que se reconocieran derechos de beligerante a «ambos bandos» de la guerra de España. Luego planteó que ambos beligerantes tuvieran el derecho a establecer un bloqueo marítimo de su enemigo. Maiski criticó duramente esta propuesta. «Darle derechos de beligerante al general Franco —afirmó— significaría poner al Gobierno legítimo de la República Española y al general rebelde /.../ al mismo nivel de legalidad». Finalmente se llegó a una solución de compromiso, impulsada por los británicos, a pesar de las propuestas soviéticas, que pese a no conceder derechos de beligerante, eliminaba las patrullas marítimas que realizaban hasta aquel momento Gran Bretaña y Francia.]

27 de julio

CONVERSACIÓN CON EDEN

Tiempo atrás, Eden me había propuesto que fuera a verlo a la Cámara de los Comunes. Me había dicho que estaba a punto de tomarse unas vacaciones de tres semanas (pero sin salir del país). Lord Halifax actuaría en su nombre durante su ausencia.

/.../ Eden ha empezado con Extremo Oriente. Esta misma mañana ha recibido noticias alarmantes de Pekín. Parece que su optimismo inicial era injustificado. Los acontecimientos en China están dando un giro muy serio y los japoneses podrían entrar en Pekín en cualquier momento.

/.../ Luego Eden ha pasado al tema de España. Ha dejado claro que de ningún modo quería imponer su opinión a la URSS, pero aun así ha anunciado que le gustaría compartir su punto de vista sobre la última sesión del subcomité (26 de julio). En esa sesión, yo había afirmado de manera categórica que al Gobierno soviético le resultaba imposible reconocer los derechos de beligerante de Franco. Eden entiende nuestros motivos perfectamente bien, igual que entiende que todo el movimiento de no intervención pende ahora de un hilo. Plymouth, por su parte, cayó en un profundo pesimismo tras la sesión de ayer y prácticamente ya no cree que sea posible llegar a algún acuerdo. Es muy probable que la no intervención se quede en nada. No obstante, a Eden le parece que sería mejor, en todos los aspectos, que la ruptura de las negociaciones se produjera como resultado de la negativa de Italia y Alemania a evacuar los «voluntarios», y no por la rotunda negativa de la URSS a conceder derechos de beligerante a Franco. De hecho, Ribbentrop y Grandi declararon ayer que en principio estaban dispuestos a discutir la evacuación de los «voluntarios». Nosotros declaramos que, por principio, no podíamos reconocer los derechos de beligerante a Franco. Si la no intervención se viene abajo, será a nosotros a quienes se culpe, no a los alemanes ni a los italianos, aunque Eden no está seguro en absoluto de que germanos e italianos estén dispuestos a retirar a sus «voluntarios» de España. No entiende muy bien por qué deberíamos ponerles las cosas fáciles a Italia y a Alemania. ¿No sería mejor para nosotros, para Gran Bretaña y para Francia que el Gobierno soviético accediera a la segunda fórmula británica? Y si no nos gusta demasiado la fórmula británica, ¿por qué no podríamos decir al menos que evacúen a todos los voluntarios primero y luego veremos? Si los italianos y los alemanes —tal como creemos firmemente— no van a retirar sus tropas de España de ningún modo, ¿para qué arriesgarnos? El asunto no progresará hasta el tema de los derechos de beligerante. Por otra parte, si la cuestión de los «voluntarios» se queda en nada, la responsabilidad no recaerá ya en la URSS, sino en Alemania e Italia, que de hecho son las responsables de las dificultades con que nos encon - tramos.

/.../ Eden me ha hablado con su habitual tono de gran sinceridad, pero su gran preocupación por proteger nuestra imagen me resulta algo sospechosa. Así que he empezado a discutirle animadamente. He desarrollado nuestra postura de base sobre el asunto de los derechos de beligerante y le he explicado que no estamos dispuestos a concedérselos a Franco. He subrayado que durante los últimos diez meses hemos estado intentando coordinar nuestras acciones con las de Gran Bretaña y Francia para la no intervención. No siempre ha sido fácil, pero hemos aceptado hacer ciertos sacrificios a la vista tanto de la situación española como de otras consideraciones políticas generales. Pero todo tiene su límite, y en este caso el Gobierno soviético ha llegado a una frontera que no puede cruzar. Eden me ha escuchado con mucha atención y me ha dicho que entendía nuestra postura perfectamente, pero me ha pedido de todos modos que le transmita el contenido de nuestra conversación al camarada Litvínov. Yo le he prometido hacerlo.

Mientras le planteaba mi postura a Eden, le he mencionado que al menos están luchando unos cien mil extranjeros en el bando de Franco, entre ellos ochenta mil italianos y entre diez mil y quince mil alemanes, junto a un mínimo de treinta mil a cuarenta mil marroquíes. Ha fingido sorpresa al oír esas cifras. Por lo que él sabe, había cincuenta mil italianos a principios de marzo, de los cuales entre diez mil y quince mil han vuelto a su país, heridos o enfermos. Por tanto, según sus cálculos, actualmente el número de italianos no supera los treinta y cinco mil o cuarenta mil. No es una cifra decisiva para Franco, y Eden argumenta que si presionáramos un poco a los italianos, quizá accederían a retirar a los «voluntarios». Yo le he respondido con algunas consideraciones irónicas sobre las fuentes de su información. ¿No son las mismas fuentes que no han conseguido determinar el calibre de los cañones que amenazan actualmente a Gibraltar? (El día anterior, Churchill, Lloyd George y otros habían criticado duramente a Eden por el hecho de que alemanes e italianos hubieran llevado baterías de doce pulgadas a las proximidades de Gibraltar, desde donde dominaban tanto la fortaleza como el Estrecho. En respuesta a tales acusaciones, lord Cranborne afirmó que las baterías en cuestión no suponían peligro para Gibraltar, y que no se sabía el calibre exacto de las piezas de artillería.) He insistido en que las cifras que le he dado son las más bajas que tengo, y que me han llegado otros cálculos, según los cuales el número de «voluntarios» en el bando de Franco era mucho mayor. Eden parecía bastante confundido, y me ha dicho que pediría que comprobaran de nuevo las cifras para estar seguro. Al final ha añadido: «Si sus cifras son correctas, gran parte de lo que no estaba claro, ahora sí lo está. En ese caso, estoy de acuerdo con usted en que, desde luego, italianos y alemanes no retirarán a sus “voluntarios” de España».

Cuando hemos concluido nuestra conversación sobre la última reunión del subcomité, yo le he preguntado a Eden qué haría Gran Bretaña si las negociaciones de no intervención terminaran en nada. Primero ha dudado, pero luego ha recuperado la compostura y ha respondido que, en ese caso, a su modo de ver (ha subrayado que era su opinión personal), el Gobierno británico tendría tres opciones: 1) Mantener la política de no intervención independientemente de lo que hagan otros países. Eso significaría que Gran Bretaña no le vendería armas ni al Gobierno español ni a Franco. Esta decisión tendría sus pros y sus contras. La ventaja sería que así Inglaterra se acercaría a Estados Unidos en materia de exportación de armas, y eso caería muy bien en el país. La desventaja sería el desacuerdo con Francia, y lo que menos desearía él, Eden, sería poner en peligro las excelentes relaciones que hay ahora entre Londres y París. Él valora mucho estas relaciones y las considera una prioridad. Es más, esta decisión sin duda implicaría dificultades internas para el Gobierno, dado que la prolongación de la no intervención sería mejor para Franco que para el Gobierno español. Por tanto, los ataques de la oposición se prolongarían y se intensificarían. 2) El Gobierno británico reanuda el libre comercio de armas y se las vende exclusivamente al Gobierno español, como gobierno legítimo del país. La oposición estaría contenta, pero los conservadores no lo aceptarían, ya que en ese caso la Armada británica tendría que organizar convoyes para proteger los barcos británicos en ruta a los puertos republicanos. Estas acciones parecerían a todas luces una intervención a favor del Gobierno español. 3) El Gobierno británico retoma el libre comercio de armas y se las vende a ambos bandos, reconociéndoles a ambos derechos de beligerante.

Eden no lo dijo con tantas palabras, pero por su tono, sus gestos, etc., era evidente que la tercera opción le parecía la más práctica y deseable. Le pregunté por qué era tan importante vincular la recuperación del libre comercio de armas con la concesión de derechos de beligerante al Gobierno español y a los sublevados. Eden hizo referencia a diversos precedentes históricos, pero estaba claro que el principal motivo era otro: el Gobierno británico no quería hacer ningún movimiento que favoreciera solo a Valencia. Si las circunstancias obligaran al Gobierno a permitir las exportaciones de armas a los republicanos, Franco debía ser compensado por ello con el reconocimiento como beligerante. Eden intentó endulzar la píldora argumentando que en todo caso la tercera opción sería buena para el Gobierno español: Franco no tiene dinero y no está en disposición de comprarle armas a Inglaterra, pero el Ejecutivo español tiene dinero y puede comprar lo que quiera. Es cierto que, al obtener derechos de beligerante, Franco podría atacar Valencia más de lo que puede ahora, pero eso no tendría gran importancia porque, con el fin de la no intervención, la frontera franco-española se abriría y la entrega de armas a los republicanos se haría desde Francia o a través de ella.

[Tras su nombramiento como primer ministro en mayo de 1937, Chamberlain se apresuró a quitarle la iniciativa a Eden y siguió su propia política exterior. Esperaba recuperar las buenas relaciones con Italia integrándola en un pacto a cuatro con Alemania y Francia. Maiski se había reunido por vez primera con Neville Chamberlain, entonces canciller de la Hacienda Pública, el 16 de noviembre de 1932. Aunque este se mofaba del «pequeño judío repugnante pero listo», los primeros contactos de Chamberlain con Maiski no dieron muestra de la animosidad que se instalaría entre ambos más tarde. El contraste entre la actitud de Chamberlain con el embajador italiano, Grandi, y con Maiski —a los que vio el mismo día—, reflejado en una carta a su hermana, es de lo más revelador: «Mi entrevista con Grandi parece haber dejado una buena impresión en Italia y veo que ahora han “revelado” que le envié una carta personal a Mussolini /.../ Mi entrevista con Maiski fue a petición suya y sin duda lo hizo como reacción, para que quedara constancia. Pero en realidad no tenía nada que decir».]

29 de julio

CONVERSACIÓN CON CHAMBERLAIN

Hacía tiempo que tenía pensado hacer una visita oficial al nuevo primer ministro, 20 siguiendo la costumbre inglesa. /.../ Me ha recibido en su despacho de la Cámara de los Comunes hoy, 29 de julio. Consciente de que estaba muy ocupado, he decidido no perder tiempo y coger el toro por los cuernos. Antes de visitarle ya tenía información de que las líneas generales de su política exterior se basarían en un pacto a cuatro bandas, y especialmente en la mejora de las relaciones entre Gran Bretaña y Alemania. Quería comprobar si era cierto y preguntarle directamente cuáles eran, en su opinión, los mejores métodos para alcanzar el «apaciguamiento» de Europa.

Chamberlain, que evidentemente no se esperaba una pregunta así, ha vacilado y me ha mirado sorprendido o azorado. Luego ha dado inicio a su respuesta, articulando las palabras lentamente y quedándose sin habla en alguna ocasión. «No puedo sugerir un atajo para alcanzar ese resultado. El apaciguamiento de Europa es una misión complicada y lenta. Exige mucha paciencia. Cualquier medio y cualquier método que se demuestren efectivos son buenos. Cualquier oportunidad disponible hay que explotarla». El primer ministro ha hecho una pausa, ha reflexionado y ha continuado: «Creo que resolver satisfactoriamente la cuestión española podría ser el primer paso en dirección hacia el apaciguamiento de Europa. España es ahora mismo el centro de atención. Lo que allí suceda puede generar muchas complicaciones y conflictos en Europa. Si la guerra española no acaba pronto o al menos no se localiza, cabe esperar perturbaciones más graves en Europa en un futuro próximo. Hay que afrontar el tema de España: es un requisito previo para el apaciguamiento de Europa». Le he preguntado a Chamberlain qué quería decir con la expresión «resolver la cuestión española». Chamberlain ha hecho otra pausa, ha reflexionado y ha respondido: «A mi modo de ver, la resolución de la cuestión española quiere decir convertir el enfrentamiento que tiene lugar en España en algo exclusivamente español. Espero que consigamos que sea así. ¿Con su ayuda, puedo suponer?». Yo acepté el desafío y le dije que la misma idea es la que prevalece en la política del Gobierno soviético en relación con España. Pero ¿cómo va a alcanzarse ese objetivo? No es ningún secreto que hay un gran ejército italiano y numerosos destacamentos de especialistas alemanes —pilotos de aviación, artilleros, pilotos de tanques, etc.— luchando en el bando de Franco. ¿Cree Chamberlain que los italianos y los alemanes están dispuestos a retirar a sus «voluntarios» de España? Yo lo dudo. La labor desarrollada en el Comité de No Intervención durante once meses me hace ser escéptico. Mientras tanto, es precisamente la evacuación de los «voluntarios» lo que está ahora mismo en el centro del problema de la no intervención.

Chamberlain no ha respondido enseguida. Primero ha mirado por la ventana, y luego, al techo, antes de arrancar, lentamente: «No hay duda de que Mussolini tiene muchas ganas de ver una España fascista. Hace solo dos días, Grandi me transmitió un mensaje personal de Mussolini en el que me aseguraba que Italia no tenía ninguna ambición territorial con respecto a España, pero al mismo tiempo afirmaba que Franco tiene que ganar. En opinión de Mussolini, la victoria de Franco es necesaria para evitar que España se convierta en un “Estado bolchevique”. Si Franco pierde, el triunfo del comunismo en España es, según dice, inevitable, y eso es algo que Italia no puede aceptar. Yo no estoy de acuerdo con la apreciación de Mussolini. No creo que los comunistas pudieran imponerse en España ahora mismo, cualesquiera que sean las condiciones. Pero eso es lo que piensa Mussolini. No obstante, no pierdo la esperanza. No creo que el jefe del Estado italiano haya dicho su última palabra. Tenemos que actuar con prudencia y paciencia. Abandonará su posición actual y luego podremos persuadirlo para que retire a los legionarios italianos de España». Yo le he dicho: «Ojalá tenga razón. Mi Gobierno estaría encantado si su previsión se hiciera realidad. Desgraciadamente, aún no he visto ningún indicio alentador en esa dirección». A pesar de todo, Chamberlain se ha mantenido en sus trece, y me ha repetido que debemos ser prudentes y pacientes.

Luego el primer ministro me ha preguntado qué pensamos nosotros sobre el conflicto español y cuál es la postura de la Unión Soviética. Yo le he dado las explicaciones correspondientes y he subrayado nuestro deseo de eliminar la intervención y convertir el conflicto español en un asunto puramente español. Fieles a nuestros principios, nosotros también deseamos asegurar «el derecho de la autodeterminación nacional» para el pueblo español. Nuestra intención no es instaurar el sistema comunista, ni ningún otro, en España. El pueblo español debe decidir por sí mismo su forma de gobierno. Pero intentamos, en la medida de lo posible, evitar cualquier tipo de intervención extranjera en los asuntos internos españoles. En nuestra lucha por asegurar el derecho español a decidir su destino de forma independiente, siempre hemos intentado coordinar nuestras acciones con las de Gran Bretaña y Francia. En los últimos once meses ha habido desacuerdos en algunos asuntos prácticos relacionados con el problema español, y habrá más desacuerdos en el futuro. Espero, no obstante, que estas diferencias no se exageren y que no entorpezcan los esfuerzos conjuntos de la URSS y de Gran Bretaña para reforzar la paz. Chamberlain ha escuchado mi exposición con gran atención y evidente simpatía, pero después ha quedado claro que él la había entendido a su manera. El primer ministro ha dicho: «Mussolini quiere establecer un Estado fascista en España, y ustedes no quieren que eso ocurra. Nos encontramos con dos extremos. Gran Bretaña intenta mantener una posición intermedia entre ustedes y Mussolini». Yo he objetado que estaba dando una imagen falsa del estado real de las cosas. De hecho, Mussolini quiere establecer un régimen muy determinado en España —fascista—, mientras que la URSS no espera establecer ningún tipo de régimen particular, sea socialista, comunista o de cualquier otro tipo. Lo único que desea la URSS es que todas las demás potencias dejen a España sola y le den la oportunidad de establecer de forma independiente el régimen que deseen las masas populares del país. Hay una gran diferencia entre la postura de Italia y la de la URSS. En ese punto, Chamberlain ha tenido que aceptar que, efectivamente, había una diferencia, y que esta era notable. Ha expresado su aprobación a nuestra posición y ha añadido que, en esencia, es muy próxima a la de Gran Bretaña. «Desgraciadamente —ha continuado—, me temo que no podremos resolver el problema español muy pronto, y sin eso es difícil pensar en cualquier medida seria que nos acerque al apaciguamiento real de Europa».

/.../ Luego el primer ministro ha hecho una pausa y ha pasado a otro tema. «Me inquieta una idea en particular: la Europa de hoy está llena de miedos y sospechas. Los países y los estados no confían unos en otros. En cuanto una potencia empieza a armarse, otra empieza a sospechar que esas armas van dirigidas en su contra y también se rearma para combatir la amenaza, real o imaginaria. /.../ Harán falta muchos años para apaciguar Europa. Pero al menos podríamos dar el primer paso hacia la creación de una atmósfera más benevolente en nuestra parte del globo, ¿no cree?». Le he preguntado a Chamberlain qué tenía en mente exactamente. El primer ministro ha respondido. «Junto con la cuestión española, hay una segunda cuestión, primordial y urgente: la alemana. Yo considero que es muy importante conseguir que los alemanes pasen de frases generalistas sobre “tener” o “no tener”, cuyo significado real nadie entiende, a una discusión práctica y formal de sus deseos. Si pudiéramos sentar a los alemanes a la mesa de negociaciones y, lápiz en mano, repasar todas sus quejas, sus pretensiones y sus deseos, sería mucho más fácil eliminar tensiones, o al menos aclarar la situación actual. Entonces sabríamos qué es lo que quieren los alemanes, y también sabríamos si es posible satisfacer sus demandas. Si fuera posible, haríamos un esfuerzo para conseguirlo; si no, tomaríamos otras decisiones».

/.../ La conversación me ha dejado con la impresión general de que Chamberlain baraja seriamente la idea de un pacto de cuatro potencias y organizar la seguridad occidental, y que está preparado para hacer considerables concesiones a Alemania e Italia a fin de conseguir su objetivo. No obstante, si en el transcurso de los acontecimientos se hiciera evidente que el acuerdo con esos dos países resulta imposible o que el precio que Inglaterra tendría que pagar por ese acuerdo es inaceptable, adoptaría una postura mucho más firme frente a las potencias fascistas de la que tenía Baldwin. 21

1 de agosto

Extremo Oriente está que arde. Es difícil prever las consecuencias, pero pueden ser inmensas.

En cuanto los japoneses lanzaron una ofensiva cerca de Pekín, a mediados de julio, el embajador chino en Moscú preguntó qué pensábamos hacer. Estaba particularmente interesado en saber si estábamos dispuestos a intervenir por separado o junto con las otras potencias. M. M. [Litvínov] respondió que no intervendríamos separadamente, pero que si se nos proponía una démarche conjunta, lo discutiríamos.

/.../ El ministro chino de Economía, K’ung, 22 que ha llegado hace poco a Inglaterra desde Estados Unidos, me visitó el 23 de julio, acompañado de Quo Tai-chi. 23 K’ung, un tipo robusto y vigoroso de unos cincuenta años, con gestos decididos y modales toscos, no perdió tiempo pidiéndonos que ayudáramos a China: señaló, con bastante torpeza, que la toma de Pekín por parte de los japoneses no sería más que el preludio del ataque a la URSS. /.../ K’ung también me dijo que en Alemania, antes de su visita a Estados Unidos, habló con los líderes del régimen y observó que Göring era claramente antisoviético, mientras que Schacht, 24 en cambio, era un «sovietófilo», y que Hitler, según decía a causa de la charla de dos horas con K’ung, empezaba a acariciar la idea de que quizá fuera posible la normalización de relaciones entre Alemania y la URSS.

/.../ Hoy he recibido la visita de Quo Tai-chi. Me ha dicho que ha visto dos veces a Eden y que ha insistido en la participación de la URSS en una acción conjunta en Extremo Oriente. Eden, no obstante, ha declinado su petición, argumentando que eso solo complicaría la situación. Quo tiene la impresión de que Eden simplemente tiene miedo de Alemania e Italia. /.../ Según Quo, Henderson, embajador británico en Berlín, está intentando convencer a Dodd, 25 embajador estadounidense en Alemania, para hacerle un préstamo conjunto anglo-americano a Hitler. Por otra parte, en las conversaciones que ha mantenido con los líderes nazis, ha expresado su opinión de que Gran Bretaña acabaría aceptando la anexión de Austria y Checoslovaquia por parte de Alemania con un «planteamiento federal». ¡Hijo de perra!

10 de agosto

Ha venido a verme Masaryk. De lo que me ha contado, señalaré lo siguiente. 1) El otro día le preguntó directamente a Vansittart cuál es la actitud británica con respecto a la «política rusa» de Checoslovaquia, y en particular frente al pacto checo-soviético. En Europa está extendida la opinión de que Inglaterra desaprueba esa política y, en particular, el pacto. ¿Es eso cierto? Vansittart le respondió que era absolutamente falso. Teniendo en consideración la situación actual en Europa, Gran Bretaña entiende, e incluso aprueba, las relaciones actuales entre Checoslovaquia y la URSS. 2) Masaryk define la actitud británica frente a Checoslovaquia de este modo: Gran Bretaña no es indiferente al destino de Checoslovaquia; incluso simpatiza con Checoslovaquia como bastión de la democracia en Europa central; pero su simpatía es tibia y no cabe esperar una respuesta enérgica por parte de Londres si Checoslovaquia se viera en peligro. A mí me parece que la descripción que hace Masaryk de la situación es correcta. 3) Vansittart y el Foreign Office en general están descontentos con el flirteo del primer ministro con Mussolini. Creen que el terreno no está listo aún para un acuerdo y, sobre todo, les molesta que Chamberlain haya dejado completamente de lado al Foreign Office en sus intentos por alcanzar un entendimiento con Italia.

23 de agosto

He visitado a Vansittart /.../ En general, V. estaba muy pesimista, en particular en lo relacionado con Extremo Oriente y el Mediterráneo. Las cosas empeoran cada vez más, el peligro está cada vez más cerca, y sin embargo no se están tomando medidas reales para combatirlo. ¿Hacia dónde se dirige el mundo?

V. me ha hablado con amargura sobre el hecho de que las complicaciones internacionales les han estropeado las vacaciones a todos este año. Él mismo tiene que quedarse en Londres permanentemente. Eden sí está de vacaciones, pero en Inglaterra, y solo tres semanas, haciendo viajes a la capital de vez en cuando. Hasta el primer ministro ha tenido que interrumpir sus vacaciones y convocar una reunión extraordinaria del Gobierno.

Esta es la primera vez desde el inicio de la guerra que el primer ministro no ha podido disfrutar de sus vacaciones en paz. 26 ¡A esto hemos llegado!

He escuchado a V. y me he sonreído por dentro: ¡ojalá el único problema fuera quedarse sin vacaciones!

12 de septiembre

Gran Bretaña y Francia, sobre todo, patrullarán el Mediterráneo... La inseguridad de las rutas navales del Mediterráneo se debe sobre todo a una circunstancia: la negación de los derechos de beligerancia... El evidente sinsentido de seguir hablando de Valencia como «el Gobierno de España» se ha convertido en una amenaza para la paz en Europa. (Observer, 12 de septiembre de 1937)

El Observer de hoy ha dado cuenta de la «conferencia antipiratería» de Nyon. El artículo no es en absoluto preciso. No obstante, una cosa es cierta: hemos jugado bien esta ronda. Hemos jugado al enroque en el ajedrez de Europa. La preocupación del Observer demuestra que nuestra flecha hizo diana.

[Al recibir información del NKID sobre los ataques piratas a barcos soviéticos, Maiski presentó una propuesta al Comité de No Intervención el 5 de mayo, para que nombrara una comisión de expertos especial destinada a tomar medidas prácticas contra la piratería. En septiembre de 1937, Gran Bretaña y Francia convocaron una conferencia en Nyon (Suiza), a la que asistieron Gran Bretaña, Francia, la URSS, Turquía, Bulgaria, Grecia, Yugoslavia, Rumania y Egipto. La conferencia acabó con un acuerdo firmado el 14 de septiembre en el que se encomendaba a Gran Bretaña y Francia la vigilancia del Mediterráneo. Una victoria temporal para los rusos que, a finales de 1937, se encontraban cada vez más aislados en el comité y en la escena internacional en general.]

27 de octubre 27

¡El primer «plan quinquenal» de mi destino como embajador en Inglaterra ha llegado a su fin! /.../

Desde entonces han pasado cinco años. ¡Y qué años! /.../ Una idea me atraviesa la mente, como un rayo: ¿cuánto tiempo pasaré aquí? ¿Qué veré? ¿Qué viviré? ¿Y qué me deparará el futuro? /.../

16 de noviembre

Hoy Agniya y yo hemos asistido al «banquete de Estado» ofrecido por Jorge VI en honor del rey Leopoldo de Bélgica, que ha venido para una visita de cuatro días. Ha sido un banquete como cualquier otro: ciento ochenta invitados, toda la familia real, miembros del Gobierno, embajadores (pero no enviados diplomáticos) y varios notables británicos. Hemos comido en platos de oro, con cubiertos de oro. La cena, a diferencia de la mayoría de las cenas inglesas, estaba muy buena (se dice que el rey tiene un cocinero francés). Dos docenas de gaiteros escoceses han entrado en el comedor durante la cena y han rodeado las mesas varias veces, llenando las bóvedas del palacio con su música semibárbara. Me gusta esa música. Tiene algo de las montañas y los bosques de Escocia, de tiempos seculares, del pasado primordial del hombre. La música de gaita siempre ha tenido un extraño efecto excitante sobre mí, arrastrándome a algún lugar lejano, a campos abiertos y vastas estepas donde no hay ni personas ni animales, y donde uno se siente joven y valiente. Pero he visto que la música no ha sido del gusto de muchos invitados, que la han encontrado dura, penetrante e indecentemente fuerte para ese ambiente de solemnidad y refinamiento palaciego. Leopoldo ha sido uno de los comensales contrariados...

Tras los discursos de Jorge VI y Leopoldo, que han proclamado la inquebrantable amistad entre sus estados, los invitados han pasado a los salones contiguos y nosotros, los embajadores, nos hemos reunido en la que llaman «Bow Room», donde se encontraban los dos reyes, ministros y algunos altos funcionarios de la corte. Las damas estaban en una sala vecina con la joven reina y la anciana reina madre. Aquí, una vez más, todo ha sido como siempre en los «banquetes de Estado»: primero los reyes han hablado entre ellos, mientras los embajadores cubrían las paredes como caros «muebles diplomáticos». Luego lord Cromer y otros cortesanos han empezado a revolotear entre los invitados y han guiado a los «pocos afortunados» que iban a tener el privilegio de contar con la «mayor atención» de un rey u otro. Leopoldo ha conversado con Chamberlain, Hoare, Montagu Norman (gobernador del Banco de Inglaterra) y, de entre los embajadores, con Grandi, Ribbentrop y Corbin. 28 Había una evidente complicidad con el «agresor» y el colaborador del agresor.

Naturalmente, yo no tuve ese honor: hoy en día la URSS no está de moda, especialmente en las más altas instancias del Partido Conservador. Al embajador japonés Yoshida, que merodeaba por un rincón, tampoco le han invitado a presentar sus respetos. No es de extrañar: ¡actualmente los cañones japoneses disparan sobre el capital y el prestigio británicos en China...!

Al final me he cansado de ese aburrido espectáculo y estaba ya pensando en escabullirme a los otros salones, donde podía ver a muchas personas interesantes que conozco. Pero en ese momento se ha producido una gran conmoción en la Bow Room. He levantado la vista y he podido ver lo que ocurría.


31. Ha nacido una amistad, pese a las reticencias de Chamberlain.

Lord Cromer ha aparecido procedente de una sala vecina, llevando a Churchill hasta Leopoldo y presentándolo al rey. Jorge enseguida se ha unido al grupo. Los tres han charlado animada y prolongadamente; Churchill gesticulaba ostentosamente y los reyes se han reído a carcajadas. Luego la audiencia ha llegado a su fin. Churchill se ha apartado de los reyes y se ha cruzado con Ribbentrop, que se ha puesto a charlar con el famoso «come-alemanes». Al momento se ha formado un grupo a su alrededor. Yo no he oído lo que decían, pero desde la distancia he visto que Ribbentrop, como siempre, estaba pontificando con suficiencia sobre algún tema, y que Churchill respondía con bromas, provocando las risas de la gente que los rodeaba. Luego ha sucedido lo siguiente: ante la mirada de todos los presentes, y en presencia de ambos reyes, Churchill ha cruzado la sala, ha llegado hasta mí y me ha estrechado la mano con decisión. Hemos iniciado una conversación animada y larga, en cuyo transcurso el rey Jorge se nos ha acercado y le ha hecho un comentario a Churchill. Ha dado la impresión de que Jorge, preocupado por la inexplicable proximidad de Churchill al «embajador bolchevique», ha decidido rescatarlo del «demonio de Moscú». Yo me he hecho a un lado y he esperado a ver qué pasaba después. Churchill ha terminado su conversación con Jorge y ha vuelto a mi lado para continuar con el diálogo interrumpido. Los encopetados aristócratas que nos rodeaban estaban atónitos.

¿Qué tenía que decirme Churchill?

Me ha dicho enseguida que considera que el «pacto anticomunista» va dirigido en primer lugar contra el Imperio británico y contra la URSS solo en segunda instancia. Le otorga gran importancia a este acuerdo entre los agresores, no tanto por el presente como por el futuro. Alemania es el principal enemigo. «La principal tarea para los que defendemos la causa de la paz —ha añadido— es mantenernos unidos. Si no, estamos condenados. Una Rusia débil supondría el peor peligro para la causa de la paz y para la inviolabilidad de nuestro imperio. Necesitamos una Rusia fuerte, muy fuerte». En ese momento, bajando la voz y como si quisiera mantener el secreto, Churchill empezó a preguntarme qué pasaba en la URSS. ¿No habían debilitado nuestro ejército los últimos acontecimientos? ¿No habían mermado nuestra capacidad para soportar las presiones de Japón y de Alemania?

«¿Puedo responder con una pregunta? —le he dicho—. Si un general desleal al mando de un ejército es sustituido por un general honesto y de confianza, ¿supone eso debilitar o reforzar un ejército? Si el director de una gran fábrica de armas resulta estar implicado en un sabotaje y es sustituido por un director honesto y fiable, ¿supone eso debilitar o reforzar nuestra industria militar?». He seguido en esa línea, desmantelando los cuentos de viejas que tan populares se han hecho aquí sobre el efecto de la «purga» en la situación general de la URSS.

Churchill me ha escuchado con la máxima atención, aunque de vez en cuando meneaba la cabeza en señal de desconfianza. Cuando he acabado, ha dicho: «Es muy reconfortante oír todo eso. Si Rusia se vuelve más fuerte, y no más débil, todo va bien. Repito: necesitamos una Rusia fuerte, ¡la necesitamos mucho!». Luego, tras un momento de pausa, ha añadido: «Ese Trotski es todo un demonio. Es una fuerza destructiva, y no creativa. Yo estoy firmemente con Stalin».

Le he preguntado a Churchill qué pensaba sobre la próxima visita de Halifax a Berlín. Churchill ha esbozado una sonrisa burlona y ha dicho que consideraba que el viaje era un error. De ahí no saldrá nada; los alemanes se limitarán a arrugar la nariz aún más y considerarán la visita como una señal de la debilidad de Inglaterra. No es útil ni para Inglaterra ni para la causa de la paz. Pero al menos Halifax es un hombre honesto y no sucumbirá a cualquier plan «desgraciado», como traicionar a Checoslovaquia o darle vía libre a Alemania en el este. ¡De todos modos, no debían haberse tomado la molestia ni de hacer la visita!

Churchill me ha estrechado la mano y me ha propuesto que nos veamos más a menudo.

[Halifax aceptó una invitación de Alemania como «Maestro de Caza de Middleton» para asistir a una exposición internacional de caza en Berlín, en el transcurso de la cual mantuvo una larga conversación con Hitler. Mientras tanto, Maiski se enteró por Lloyd George, el 21 de noviembre, de que la reconciliación con Alemania se había convertido en el principal objetivo de Chamberlain, aunque ello supusiera sacrificar España, Austria y Checoslovaquia, y aunque fuera contra la voluntad declarada de Eden. No obstante, la popularidad de Eden le impidió a Chamberlain retirarlo del cargo, ya que seguramente se convertiría en el núcleo de una potente oposición.]

18 de noviembre

[Maiski incluyó en su diario un borrador de una carta sin fecha dirigida a Litvínov, de la que reproducimos unos fragmentos.]

Aunque la reacción al pacto anticomunista en Inglaterra ha sido claramente negativa, eso no significa que las conclusiones prácticas inmediatas extraídas por la élite del Partido Conservador en el Gobierno sigan un recorrido próximo al de nuestra política. Más de una vez le he informado de los planes de política exterior de Chamberlain: quiere alcanzar a toda costa un acuerdo con Alemania e Italia para conseguir algún tipo de «seguridad en Occidente» y luego presentarse a las elecciones como el «apaciguador de Europa», para consolidar el poder de su partido los próximos cinco años. Eden está en contra de esta política, a la que atribuye poca visión de futuro y que considera una afrenta a todos los principios de la Sociedad de Naciones. Que hay una discordancia entre el primer ministro y el ministro de Asuntos Exteriores sobre la línea general de la política británica está fuera de duda. No obstante, Eden no es un personaje de suficiente peso, con la independencia y determinación necesarias como para oponerse a la línea de Chamberlain. /.../ A pesar de sus desacuerdos con el ministro de Asuntos Exteriores, el primer ministro sabe bien que Eden quiere hacer carrera y que, en último extremo, podría «aguantar» con él. Eden no es de piedra, sino más bien de fina arcilla, que cede fácilmente entre los dedos de un hábil artesano.

Volviendo a los planes de Chamberlain, cada vez estoy más convencido de que está dispuesto a llegar muy lejos para llevarlos a cabo. Está dispuesto, por ejemplo, a sacrificar España. Está dispuesto a aceptar la hegemonía alemana en Europa central y sudoriental, siempre que no tome una forma demasiado odiosa. Huelga decir que no movería un dedo para ayudar a la URSS en caso de ataque por parte del bloque fascista. En general, Chamberlain aceptaría pagar un precio muy alto en Europa a cambio de la «seguridad occidental». Solo dos asuntos, me parece a mí, podrían hacer que Chamberlain dejara de ceder ante los agresores y que reaccionara: las colonias y el dominio inglés de los mares; pero incluso en el caso de las colonias estaría dispuesto, parece, a buscar un acuerdo con Hitler. (No he mencionado un ataque directo a Gran Bretaña —o el problema de Bélgica y Holanda—, porque la actitud de cualquier hombre de Estado británico ante una amenaza así sería obvia.) La posición de Chamberlain también ha afectado a la respuesta del Gobierno británico respecto al pacto anticomunista. En lugar de adoptar una postura tranquila y expectante, si no una oposición activa, el Gobierno de Londres ha decidido enviar a Halifax a Berlín apenas cuatro días después de la firma del protocolo de Roma. /.../

[Las tres nuevas oleadas de purgas del Narkomindel empezaron a finales de 1937, adquirieron fuerza tras la Conferencia de Múnich y alcanzaron su apogeo con la destitución de Litvínov a principios de mayo de 1939 y la posterior limpieza del Comisariado del Pueblo para Asuntos Exteriores. El despliegue del terror de Estado tenía el objetivo de infundir miedo a la población y asegurar la obediencia a través de la violencia. Los historiadores aún están muy divididos en cuanto a los motivos del terror. Puede que se debiera a la predisposición ideológica de una «utopía en el poder», y que supusiera la continuidad de las percepciones leninista y estalinista del terror como útil herramienta de control; habría sido una reacción espontánea a las cambiantes circunstancias históricas, que pusieron en primer plano, naturalmente, la personalidad de Stalin como instigador y acosador; o, en un plano más amplio, podría atribuirse al miedo de los líderes a perder su posición dominante o incluso la vida.

El factor constante en los episodios de terror, tal como ha demostrado de forma convincente el historiador ruso Oleg Khlevniuk, era el miedo de Stalin a la formación de una «Quinta Columna» ante un probable estallido de la guerra con la escalada del nazismo. La intensificación del terror coincidió con la creciente tensión internacional y la amenaza de la guerra, y se vio amplificada con las experiencias de la Guerra Civil española. Las lecciones que se desprendían de ese conflicto eran que la agitación social causada por la guerra podía generar traiciones en casa, algo que había que cortar de raíz.

Stalin estaba decidido a acabar con las viejas camarillas y, sobre todo, a eliminar las lealtades a dos bandas: para con él y con otras figuras destacadas de las diversas instituciones del partido y del Estado. El Comisariado del Pueblo para Asuntos Exteriores era especialmente vulnerable, ya que el reclutamiento de personal destacado lo efectuaban en persona Chicherin y Litvínov de entre una comitiva de cosmopolitas políglotas y de mentalidad independiente, en muchos casos intelectuales revolucionarios de tiempos de los zares. El cosmopolitismo, en particular, suponía la contaminación a través del contacto directo con el seductor ambiente burgués. Los viejos cuadros debían ser sustituidos por una nueva generación de líderes, carentes de «una conciencia exacerbada de su propio valor, entregados al servicio revolucionario», que debían su ascenso a Stalin personalmente.

Al menos el 62 % de diplomáticos y altos cargos de la vieja guardia del comisariado fueron eliminados, mientras que solo el 16 % conservó su puesto, ya que el Narkomindel estaba plagado de agentes del NKVD infiltrados. La tremenda purga y los instintos básicos de supervivencia enfrentaron a unos diplomáticos con otros, tanto secreta como públicamente. Por otra parte, estaba la terrible imagen del Terror en el extranjero, nada desdeñable. Maiski estaba alarmado por la ejecución del segundo de Litvínov, Krestinski, 29 que fue reemplazado por Potemkin, astuto y ambicioso diplomático que se mostraba «adulador y complaciente» en presencia de Litvínov, pero que cuando este no miraba dejaba claro ante cualquiera que sería capaz de ser al menos tan buen comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores como él.

«El invierno pasado y este verano —se lamentaba Maiski a su hermano— han sido muy movidos en el plano de los asuntos internacionales, y eso me ha afectado significativamente a la salud. Es más, este año he estado de media un 50 % más ocupado que el anterior. /.../ Con el tiempo eso me ha ido haciendo mella en los nervios, en la capacidad de atención y —en conjunto— en mi trabajo diario». Esta referencia indirecta a la tensa situación es típica del estado de depresión contenida extendido por el cuerpo diplomático soviético de toda Europa en un momento en que la represión empezaba a extenderse al Narkomindel. La cautela estaba claramente a la orden del día, como refleja perfectamente la escasez de entradas en el diario de Maiski durante la segunda mitad de 1937. Un comentario indiscreto o un arrebato emocional podría ser fatal para un diplomático en caso de que se le imputara; sin embargo, la necesidad de expresarse y de manifestar su empatía le resultaban prácticamente irresistibles. Una carta de amor escrita por Maiski a Agniya en su aniversario de bodas aparece llena de alusiones a la fragilidad del futuro y a la necesidad de disfrutar del fugaz momento... y sobre todo del pasado. A modo de prólogo lleva dos versos del portentoso poema «Un año nuevo», de Anatoli Nekrásov:

... Y lo que una vez tomamos de la vida el destino no puede arrebatárnoslo. ¡Querida, amada y siempre algo loca Agneshechka! El poeta tiene razón. No sé qué nos deparará el futuro, pero los quince años que hemos pasado juntos son nuestros, y eso nadie lo puede cambiar. En memoria de estos quince años que, a pesar de alguna sombra ocasional, han sido años de amor, vida, lucha y movimiento /.../ acepta por favor este modesto regalo de mi parte. En cuanto al futuro /.../ sigamos adelante, con amistad y buen humor, hacia nuestras «bodas de plata».

No es de extrañar, pues, que cuando llegó el momento de sus vacaciones de verano, Maiski estuviera decidido a evitar pasar por Moscú de camino al balneario. Litvínov también estaba viniéndose abajo por la presión: disfrutó la cura que se concedió en Checoslovaquia, y aún más los cinco días libres que pudo tomarse antes de la reunión de la asamblea de la Sociedad, cuando recorrió Austria y Suiza intentando no pensar en las nubes de tormenta que se iban formando en el panorama internacional y en «otras cosas desagradables». Ahora protegía a sus embajadores reuniéndose con ellos en Ginebra. Maiski, al que un año antes no le había permitido asistir a la asamblea, fue esta vez bienvenido, pero al mismo tiempo recibió instrucciones de retrasar sus vacaciones en Rusia y de permanecer en su puesto. Dos destacados miembros de la delegación soviética en Londres, el agregado militar Putna y Ozerski, jefe de la delegación de comercio, habían sido retirados de sus puestos y ejecutados. El veterano primer secretario de la embajada, Kagan, también había sido llamado a Moscú, como muchos otros diplomáticos experimentados, claramente para evitar que «se aclimataran demasiado a determinados países». En la prensa de Londres corrían abundantes rumores sobre la inminente retirada del propio Maiski.

Ya era bastante duro seguir una política equilibrada en tiempo de purgas; pero igual de duras le resultaban a Maiski las constantes peticiones de explicaciones por parte de amigos y enemigos. Tal como observó Beatrice Webb, «se muestra reservado sobre los arrestos y los rumores de arrestos; justifica algunos, niega otros». Observó que Agniya, cuyo cuñado acababa de ser arrestado y enviado a un gulag, estaba «cansada y, creo yo, deprimida», y se preguntaba «si Maiski durará mucho como embajador en Inglaterra /.../ Los pobres Maiski, qué vida deben de estar llevando!». Agniya, en efecto, sufrió una crisis de nervios, de la que no se recuperó parcialmente hasta inicios de 1938.]

1 de diciembre

En octubre, el «Cliveden Set» se mostró especialmente animado y activo. Se reúnen en el salón de lady Astor y tienen el Times y el Observer como portavoces. Las figuras clave en esta camarilla son lady Astor, Garvin, Geoffrey Dawson 30 (director de The Times) y Lothian. Este último parece haber tenido vacilaciones últimamente, pero aún no ha roto con el Cliveden Set. Dawson se muestra particularmente activo.

El grupo de lady Astor tiene una potente representación en el Gobierno: la mayoría de «los viejos», incluidos Hoare, Simon, Halifax, Kingsley Wood 31 y Hailsham. 32 Hoare es el ministro de «Cliveden» con un papel más activo. Odia a Eden y quiere ocupar su lugar. Chamberlain, como primer ministro, intenta ser neutral, pero básicamente comparte las actitudes y puntos de vista de «los viejos».

El programa de «los viejos» prácticamente se resume en esto:

Un acuerdo con Alemania e Italia (al menos en forma de un pacto a cuatro), incluso a costa de grandes sacrificios: Alemania tendrá vía libre en Europa central, oriental y sudoriental; España saldrá perdiendo; a Hitler se le concederán ciertas compensaciones coloniales.

/.../ Luego viene lo que muchos llaman, con una sonrisa, la Conspiración de Cliveden.

Estas son las fases de la «conspiración».

Los «conspiradores» se reúnen en la casa de campo de lady Astor, en Cliveden, durante todo el mes de octubre. Elaboran un «plan» de acción general para cambiar las líneas generales de la política británica de un modo decisivo, orientándola hacia el Pacto de las Cuatro Potencias y hacia el acercamiento con Alemania. Hoare desempeña un papel destacado. Halifax y Kingsley Wood son participantes activos.

El periódico The Field le envía a Halifax una invitación para que asista a la feria de caza mundial que se celebrará en Berlín en noviembre. Los «conspiradores» deciden aprovechar la ocasión y organizan una «reunión privada» entre Halifax y Hitler. Simon y Hailsham están de acuerdo. Chamberlain da su visto bueno sin implicarse personalmente. Nevile Henderson (el embajador en Berlín) comprueba el terreno yendo a ver a Hitler. Y Hitler accede a reunirse con Halifax. Eden y Vansittart se oponen frontalmente desde el principio, pero no pueden evitarlo.

A principios de noviembre, antes de la firma del pacto tripartito anticomunista en Roma (el día 6), llega desde Berlín un programa preliminar para las discusiones, evidentemente preparado por Göring, a través de Henderson. Lo que sigue es la esencia del «programa».

[Adjunto a esto hay un artículo publicado en el Manchester Guardian del 24 de noviembre de 1937 que muestra la esencia del «programa de orientación» propuesta por Göring. Gran Bretaña consentiría la reforma del Estado checoslovaco siguiendo el modelo federal suizo; los Sudetes adquirirían un estatus similar al de un cantón suizo y se comprometerían a no dar ninguna ayuda diplomática, política o militar a Austria.]

Una vez más, Eden y Vansittart se oponen categóricamente al viaje de Halifax, especialmente a la luz del «programa». Chamberlain observa que las demandas alemanas «van demasiado lejos», pero piensa que aun así Halifax debería ir. ¿Por qué no hablar con Hitler igualmente? Eso no puede hacer ningún daño. Se produce un largo tira y afloja en el Gobierno. Eden, que se ha ido a la conferencia de Bruselas el 1 de noviembre, regresa el día 5 para el fin de semana e intenta impedir una vez más la visita de Halifax. Vuelve a Bruselas el día 8. La cuestión de la visita de Halifax queda sin resolver.

El 10 de noviembre, en ausencia de Eden, los «cuatro grandes» (Chamberlain, Halifax, Hoare y Simon) aceleran la decisión de la visita de Halifax a través del Gobierno, y Halifax viaja a Alemania el 16 de noviembre. Eden protesta y amenaza con dimitir (pero no dimite).

/.../ Hitler y Halifax se reúnen en Berchtesgaden. Hitler le da un discurso a Halifax y este escucha, haciendo únicamente preguntas o acotaciones ocasionales. Hitler habla en términos generales y relativamente modestos. Pide el reconocimiento del derecho de Alemania a tener colonias sin ninguna compensación y el derecho a resolver sus relaciones con los países de Europa central de forma bilateral, y sugiere que estaría dispuesto a volver a una Sociedad de Naciones «reformada» con ciertas condiciones. Halifax manifiesta que el Gobierno británico no siente animadversión hacia Alemania y que admite la posibilidad de ciertos cambios en Europa central, pero solo por medios pacíficos y con el consentimiento de Francia. En la conversación prácticamente no se hace ninguna mención a la URSS y al comunismo.

Halifax regresa a Londres el 22 de noviembre, bastante desanimado. Chamberlain también está decepcionado. Pero Eden se alegra y organiza una cena para algunos de sus amigos en un restaurante el día 22 (tal como me contó Masaryk). La señora Eden está encantada y anuncia alegremente que los nubarrones que se cernían sobre su esposo se han dispersado. En nuestra conversación del 26 de noviembre, Harold Nicolson 33 confirma que el desenlace de la visita de Halifax ha reforzado la posición de Eden. No obstante, el peligro no ha pasado, ya que Chamberlain sin duda intentará llegar a un entendimiento con Alemania otra vez.

/.../ ¿Cuáles son mis conclusiones? Las siguientes:

La «Conspiración de Cliveden» evidentemente ha sufrido una derrota. El intento de cambiar la dirección de la política exterior británica ha fallado. La política sigue siendo la que era; es decir, una retirada ante el agresor, débil, vacilante y zigzagueante; pero al menos no una política de alianza con el agresor a expensas de terceros países.

Chamberlain ha aprendido una buena lección. Eden ha reforzado mucho su posición. Evidentemente, el primer ministro tendrá que «reforzar» su postura en un futuro próximo.

/.../ Conclusión final: ¡tenemos que estar alerta!

[En septiembre de 1937, el Gobierno de la Segunda República se trasladó de Valencia a Barcelona. El traslado le permitió ganar fuerza sobre los anarcosindicalistas de Cataluña. Stalin, no obstante, fue advertido por sus agentes de que en las masas de Barcelona imperaba el derrotismo y que solo deseaban la paz. Los asesores aconsejaban adoptar una línea pragmática y alejarse del fervor revolucionario.

Con las feroces purgas, la supervivencia personal de Maiski había quedado vinculada al éxito de la seguridad colectiva, para la cual eran vitales los extraordinarios contactos que había hecho en Londres. Era un ejercicio de equilibrio extremadamente delicado: tenía que maniobrar entre la necesidad de proporcionar a Moscú una evaluación objetiva de los hechos y la necesidad de mantener viva la perspectiva de una alianza con Occidente. Maiski no compartía en absoluto la idea de que a la Unión Soviética le estaban imponiendo el aislamiento por la fuerza. Le rogó a Litvínov que buscara un acuerdo. Intimidado por Stalin o —más probablemente— siguiendo sus propias convicciones, el desafiante Litvínov hizo caso omiso a los ruegos de Maiski, argumentando que «a veces preferimos estar aislados que aceptar las malas acciones de otros, así que no nos asusta el aislamiento». No obstante, cuando Maiski recurrió a la carta del «aislamiento» para despertar la preocupación en Londres por el proyecto de un pacto de cuatro potencias, fue severamente reprendido por provocar «un nerviosismo y una angustia innecesarios». Por el momento, Maiski siguió perseverando para intentar conseguir la colaboración con Eden, e incluso obtuvo la aprobación personal de Stalin.]

12 de diciembre

Hemos pasado el fin de semana con los Webb.

/.../ Beatrice nos ha contado la divertida historia del matrimonio de Bernard Shaw.


32. Bernard Shaw es recibido en la embajada.

Corría el año 1908. Shaw no ganaba más de seis libras a la semana y vivía en el campo, con los Webb. Era un libertino, siempre tenía líos de faldas, y las «novias» del escritor montaban escenas que creaban continuos problemas a los Webb. Por ejemplo, algunas de las novias abandonadas de Shaw culpaban a Beatrice de las frívolas traiciones de su amante. Estaban celosas de ella y le montaban escenas de indignación y desesperación. Al final, Beatrice se cansó de todo aquello y decidió que Bernard tenía que casarse.

En aquel momento crítico, Beatrice recibió la visita de su vieja amiga de estudios Charlotte Townsend. Charlotte no estaba casada y desde la muerte de su padre tenía una renta anual de cinco mil libras. Charlotte decidió instalarse con los Webb. Beatrice le advirtió de los dos hombres que allí vivían, Shaw y Graham Wallas 34 (el conocido escritor fabiano). Charlotte no tenía nada en contra. Beatrice, al hablarle de sus proyectos de matrimonio a Sidney, su marido, le dijo que le parecía que Charlotte, por su carácter y sus gustos, se llevaría mejor con Wallas (también él era soltero) que con Shaw. Para su sorpresa y alegría, Charlotte y Bernard se hicieron grandes amigos en tres días. Tuvieron una historia tempestuosa y vertiginosa, pero Shaw no quería casarse porque, ¿cómo iba a casarse él, un pobre, con una mujer acaudalada?

En aquel tiempo, los Webb estaban a punto de ir a Estados Unidos. Beatrice fue a hablar con Shaw y le dijo, llanamente: «O te casas inmediatamente o te vas de mi casa. Si te quedas aquí mientras nosotros no estamos, tu relación será demasiado evidente para todo el mundo y nos acarreará grandes pro blemas».

Shaw se negó a casarse, se fue al día siguiente y se instaló en una buhar dilla en Londres. Charlotte también se marchó. Se fue a ver Roma. Los Webb partieron a Estados Unidos.

Un tiempo más tarde, cuando ya estaban en Estados Unidos, los Webb recibieron un telegrama de Wallas diciendo que Shaw se estaba muriendo (Shaw tenía tuberculosis y la vida en la buhardilla se estaba cobrando su precio). La noticia alarmó a los Webb, y a punto estuvieron de volver a Inglaterra. No obstante, al día siguiente recibieron un segundo telegrama de Wallas que los sorprendió enormemente: Bernard se había casado con Charlotte.

Los Webb estaban perplejos. La aclaración llegó más tarde. Wallas, primero, le había enviado un telegrama a Charlotte, notificándole que Shaw estaba enfermo. Charlotte volvió corriendo a Inglaterra e instaló a Shaw en una villa espléndida. Hizo venir a los médicos e inició un tratamiento a conciencia. Entonces Bernard le dijo a Charlotte: «Si esto es así, tenemos que casarnos. Debe de ser el destino». Se casaron aquel mismo día. Bernard y Charlotte siguen viviendo juntos. Shaw tiene ochenta años, y Charlotte, ochenta y dos.

El cuaderno secreto

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