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1934

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[Maiski no empezó a escribir su diario de forma continuada hasta 1934, cuando las relaciones entre la Unión Soviética y Gran Bretaña habían tocado fondo. En julio de 1933, seis ingenieros británicos de la empresa Metro-Vickers fueron arrestados en Moscú acusados de sabotaje y espionaje. El juicio Metro-Vickers marcó el punto álgido de una batalla económica y diplomática, encendida aún más por el acuerdo comercial anglo-soviético firmado en 1930 por el Gobierno laborista, que los británicos consideraban perjudicial para sus intereses. El nuevo Gabinete conservador, que llegó al poder en 1931, obligó a los rusos a negociar un nuevo acuerdo más equitativo, pero las negociaciones se interrumpieron tras la acusación de los ingenieros británicos. La denuncia que hizo del tratado lord Simon, 1 entonces ministro de Asuntos Exteriores británico, redujo de algún modo el entusiasmo con el que emprendía Maiski su nuevo cargo.

Con Adolf Hitler ya firmemente instalado en el poder y reacio a reavivar el espíritu de Rapallo, parecía que la situación propiciaba una mejora de las relaciones con Gran Bretaña. La presencia de Litvínov en la Conferencia Económica Mundial de Londres, en junio de 1933, facilitó una reunión con Simon y el levantamiento de todas las medidas económicas punitivas impuestas a la URSS, que liberó a los ingenieros británicos. Se reiniciaron las negociaciones de un tratado comercial, y el 16 de febrero de 1934 se firmó un nuevo acuerdo que allanó el camino para la entrada de Rusia en la Sociedad de Naciones aquel mismo año.

En el ejercicio de sus tareas como embajador en Londres, Maiski siguió meticulosamente el ejemplo de Litvínov, quien ya en 1931 había advertido acerca de la amenaza nazi. No obstante, tardaría casi un año en convencer a Stalin de que la ascensión al poder de Hitler significaba que «a largo plazo la guerra en Europa sería inevitable». El giro formal de la política exterior soviética, de una posición militar aislacionista de «clase contra clase» a un sistema de seguridad colectiva en Europa y Extremo Oriente, se produjo en diciembre de 1933. Fue en respuesta a una iniciativa del ministro de Asuntos Exteriores francés, Paul-Boncour, 2 que deseaba potenciar el tratado de no agresión firmado con Moscú en 1932 con un pacto de asistencia bilateral. Fue él quien instó a la URSS a unirse a la Sociedad de Naciones (SDN). Litvínov accedió, pero presionó para que se firmara un pacto regional de defensa mutua en el marco de la SDN. Deseaba ver a la Unión Soviética, Bélgica, Francia, Checoslovaquia, Polonia, Finlandia y los estados bálticos incluidos en lo que los rusos llamaban «Locarno del Este». El objetivo del Pacto del Este era ampliar el Tratado de Locarno de 1926, que daba garantías a los países de Europa occidental pero dejaba vulnerables las fronteras del este.

Vansittart, 3 vicesecretario permanente de Asuntos Exteriores, era quien defendía esas mismas ideas en Gran Bretaña. Se había mostrado crítico con Simon, Anthony Eden 4 y Neville Chamberlain, 5 quienes defendían los acuerdos bilaterales con los países rivales como el mejor modo de preservar la paz y la estabilidad, lo que acabaría apaciguando las tensiones. El planteamiento estratégico de Vansittart, en cambio, a la vista del ascenso de Hitler al Gobierno, se basaba en la premisa de que Gran Bretaña podía mantener un equilibrio de poder tanto en Europa como en Extremo Oriente aliándose con la URSS, que a su vez podía mantener bajo control las aspiraciones expansionistas japonesas y alemanas al mismo tiempo. Criticaba la política emocional, y su aversión al comunismo no le impedía jugar la carta rusa, esencial en el juego por el poder, por lo que planteaba la seguridad europea basándola en la Triple Entente firmada antes de 1914 por Gran Bretaña, Francia y Rusia.

Así pues, Vansittart y Maiski adoptaron el papel de Casandra, dando voz a las premoniciones sobre las intenciones de Hitler. El matrimonio Vansittart conoció a Maiski y a su esposa en una recepción en el Palacio de Buckingham en 1933. Ambas parejas acabarían encontrándose con frecuencia, ya que Maiski y Vansittart no solo compartían una visión política, sino que también establecieron un vínculo literario y cultural basado en la admiración mutua por Heine, Lérmontov y Kant. Tan pronto acababan hablando de la actuación del Ballet Ruso de Vasili de Basil en el Covent Garden como de la última producción de la Santa Juana de George Bernard Shaw en la embajada rusa. 6 No obstante, lo que realmente los unió fue la clarividente convicción de que la Alemania nazi suponía una amenaza formidable para Gran Bretaña y la Unión Soviética. Ambos compartían igualmente la creencia en la importancia de las relaciones personales dentro de la diplomacia, algo manifiesto en la práctica de Vansittart, recogida en todo el diario de Maiski, de filtrar información como forma de ejercer presión pública, un método que Maiski enseguida dominaría a la perfección. «Es curioso —observaba Dalton— 7 que dos observadores tan diferentes corroboren sus planteamientos respectivos en tantos aspectos». La ascensión al poder de Chamberlain, por su parte, propició el «ascenso» de Vansittart a principios de 1938 al nuevo puesto de «primer asesor diplomático», especialmente creado para la ocasión, lo que le apartó de la política, privando a Maiski de un importante aliado en el Ministerio de Asuntos Exteriores en un momento crucial.

Su primer encuentro significativo tuvo lugar durante un almuerzo ofrecido por Vansittart en honor a Maiski el 21 de junio de 1934, al que también asistió Simon. Refiriéndose al ministro del Interior, lady Vansittart le susurró al oído a Maiski: «Creo que es mi vecino de la izquierda el que le está creando problemas. ¿Es así?... ¿Por qué no iba usted a poder tener una conversación franca con Van?». Su indiscreta intervención llevó a una serie de encuentros los días 3, 12 y 18 de julio (descritos en el diario) que propiciarían una asociación duradera y, eventualmente, el deshielo de las relaciones anglo-soviéticas, lo que facilitó a su vez que Litvínov pudiera imponer en Moscú la idea del frente común para la seguridad colectiva.]

12 de julio

Vansittart me ha llamado para informarme del resultado de la visita de Barthou. 8 Los británicos están muy satisfechos con el resultado. El Gobierno británico ha prometido apoyar el esquema del Pacto del Este, así como el proyecto de un pacto de garantía franco-soviético complementario, pero con la condición esencial de que Alemania pueda participar en el pacto en la misma medida que Francia y la URSS. Simon hablará de ello en la Cámara mañana. Los embajadores británicos en Berlín y Varsovia han recibido instrucciones de recomendar («de modo cordial») la participación en el Pacto del Este, y el embajador británico en Roma ha recibido instrucciones de pedir al Gobierno italiano que apoye la iniciativa británica.

Yo he expresado mi satisfacción por el informe de Vansittart y he prometido informar al Gobierno soviético del deseo de los británicos de incluir a Alemania en el pacto de garantías. /.../

18 de julio

Hoy he informado a Vansittart de que el Gobierno soviético está dispuesto a aceptar a Alemania como miembro del pacto de garantías franco-soviético en igualdad de condiciones. Vansittart se ha mostrado muy satisfecho y ha prometido asegurarse de que la prensa le daría una amplia cobertura al tema. Sería bueno que el Gobierno soviético también hiciera pública esta decisión. De este modo desaparece la única objeción de Alemania al Pacto del Este. Si aun así Alemania declina la propuesta, serán ellos los únicos responsables cuando otros países sospechen de sus intenciones.

He consultado sobre la recepción de las démarches británicas en Berlín y Varsovia, de las que Vansittart me informó el 12 de julio.

V. me ha respondido que Neurath 9 se mostró frío y hostil, y Beck... 10 distante. Ambos, no obstante, prometieron «estudiar el asunto». De momento no ha habido respuesta por su parte.

Luego V. me comunicó una vez más el deseo del Gobierno británico de mejorar las relaciones anglo-soviéticas. «Ya se observa cierta mejora —dijo Vansittart—, pero no veo motivo por el que este proceso no deba avanzar significativamente». A la URSS le preocupa la actitud de Gran Bretaña con respecto a Alemania y Japón, pero Simon definió la posición del Gobierno británico para con el primero en la Cámara el 13 de julio (yo asentí y dije que su discurso fue bien acogido en nuestro país). /.../

De todos modos, V. tiene una queja personal sobre la conducta de la prensa soviética, que con cierta frecuencia acusa a Gran Bretaña de poner a Japón y a Alemania contra la URSS. /.../ Pero lo deseable sería evitar acusaciones directas de que Gran Bretaña se está preparando para la guerra contra la URSS, algo que solo apoyaría la causa de los elementos hostiles al rapprochement anglo-soviético en la prensa y en el Parlamento («sobre todo porque esas sospechas son absolutamente infundadas»).

Yo respondí que, aunque simpatizaba plenamente con los sentimientos e intenciones de V., el siglo XIX sin duda había dejado un gran lastre, mientras que el período soviético se había caracterizado por la incesante lucha de Gran Bretaña contra el joven estado de los obreros y los campesinos. ¿Era de extrañarse, pues, si las masas habían acabado considerando a Gran Bretaña como su enemigo? /.../

9 de agosto

Me puse en contacto con Vansittart para despedirme antes de irme de vacaciones, y él aprovechó mi visita para que tuviéramos una charla seria sobre política.

En primer lugar, V. me anunció que en respuesta a nuestra démarche del 3 de agosto (hecha por Kagan durante mi visita a Escocia), el Gobierno británico daría apoyo de buen grado a la solicitud de admisión de la URSS a la Sociedad de Naciones, y que aceptaría la invitación de la Sociedad. /.../

«Así pues —prosiguió V.—, muy pronto seremos miembros del mismo “club”. —V. se refería a la Sociedad de Naciones—. Me alegra mucho. Ahora mismo me resulta difícil pensar en ningún problema internacional que pudiera crear serias divisiones entre Gran Bretaña y la URSS. El mismo devenir de los acontecimientos y la lógica de las cosas impulsan a nuestros países a acercarse, tanto en Europa como en Extremo Oriente. Tenemos la misma opinión sobre el lugar de origen de la amenaza que se cierne sobre el mundo, y también sobre cómo debería afrontarse el peligro, en muchos sentidos. Nuestras charlas, serias y francas (especialmente la primera, del 3 de julio) han contribuido en gran medida a definir nuestras respectivas posiciones y a un mayor entendimiento. Pero esto no es más que el principio. El hecho de que el Gobierno británico haya dado apoyo al Pacto del Este y que ahora esté dispuesto a respaldar el ingreso de la URSS en la Sociedad de Naciones es la mejor prueba del significativo cambio en las relaciones anglo-soviéticas».

/.../ «Durante sus vacaciones —me dijo V.—, sin duda verá al señor Litvínov. Dígale, por favor, que con el fin de mejorar nuestras relaciones sería deseable evitar cualquier incidente vejatorio. Piense, por ejemplo, en el caso Metro-Vickers o en la disputa por las minas de oro del Lena. 11 Estos casos quizá no sean cruciales per se, pero siempre es peligroso excitar pasiones entre las masas inglesas que mejor sería no inflamar. También es importante que la prensa de ambos países actúe con discreción. Ahora que Gran Bretaña y la URSS van a ser miembros del mismo “club”, resultaría raro que empezáramos a acusarnos mutuamente de hacer trampas o que nos apuntáramos con la pistola por debajo de la mesa». 12 /.../

Al final le pregunté a V. qué sabía del Pacto del Este. Me dijo que Alemania y Polonia guardaban silencio. Eso no puede durar mucho. Ambos gobiernos han tenido tiempo suficiente para «estudiar» el asunto del pacto. Debe exigírseles una respuesta directa. Si no llega la respuesta, Francia y la URSS deberían actuar. Sería peligroso retrasar la firma del pacto. En general, últimamente la posición de Hitler ha sido cada vez más enigmática. Tras la muerte de Hindenburg 13 se ha convertido en el dueño de Alemania. ¿Qué es lo que quiere? ¿La guerra o la paz? Austria debería ser la piedra angular. El tiempo lo dirá. Hasta ahora, Hitler se ha ajustado a la receta de Alicia en el país de las maravillas: «Mermelada mañana y mermelada ayer, pero nunca hoy». Eso es la paz para Hitler. Siempre la promete para mañana, pero nunca para hoy.

Nos despedimos cordialmente y quedamos en vernos dos meses más tarde, a mi vuelta a Londres.

[Maiski era un ávido viajero, y dejó Inglaterra para iniciar un interesante periplo de tres meses a través de la tan admirada cuna de la civilización occidental (Italia, Grecia y Constantinopla) antes de volver a la Unión Soviética. Poco antes de su regreso a Londres, Maiski tuvo dos días de charlas intensas con Stalin y Litvínov sobre la evolución futura de la política exterior soviética, que le convencieron plenamente de que Stalin «ya mostraba de manera clara la misma superioridad mental sobre sus colegas que había tenido Lenin 14 en el pasado». Ya de vuelta en Londres, intentó transmitir fervientemente el mensaje de que la URSS había abandonado su dinámica revolucionaria, aunque el Foreign Office no hizo caso a aquellas aseveraciones, que mostraban «hasta dónde estaban dispuestos a llegar (el Gobierno soviético) con el fin de ganarse su favor. /.../ Lo habrán dicho guiados por la conveniencia más que por la convicción». No obstante, el miedo a que rusos y alemanes acercaran posiciones animó al Foreign Office a responder en sentido favorable a la apertura soviética.]

4 de noviembre

En el Observer de hoy, Garvin 15 ataca duramente la exigencia de Japón de establecer la paridad naval con Gran Bretaña y Estados Unidos. Visto desde la perspectiva del imperialismo británico, su argumentación tiene mucho de cierto. Garvin saca la conclusión siguiente: si resulta imposible el acuerdo entre Japón, Estados Unidos y Gran Bretaña, debe buscarse el acuerdo entre Estados Unidos y Gran Bretaña (contra Japón). /.../

El mismo número del Observer trae noticias de Calcuta, donde Gandhi, 16 cansado y desilusionado, se retira y dice que el Congreso indio, compuesto casi exclusivamente por políticos altamente pragmáticos, está dispuesto a reconciliarse para reformar la Constitución india que preparan los británicos, y a aprovechar los cargos y los cómodos puestos de trabajo que generará. El «idealismo impracticable» de Gandhi obstaculiza a estos políticos. Por eso están encantados de ver que se retira...

/.../ ¡Gandhi! Tengo el libro Lenin und Gandhi, de Fülöp-Miller, publicado en Viena en 1927. El autor dibuja a ambos líderes con considerable talento, yuxtaponiéndolos como «dos “personajes cumbre” de nuestro tiempo, de altura similar». Hace siete años esta comparación solo les habría parecido absurda a los comunistas, y quizá a alguno de los más perspicaces representantes de la burguesía europea. Pero ¿ahora? ¿Quién de entre las filas de los intelectuales burgueses se atrevería a comparar a Lenin y Gandhi? Hoy en día, cualquier hombre, aunque sea un enemigo, ve que Lenin es un Mont Blanc que ha hecho historia, una cumbre radiante de referencia en la milenaria evolución de la humanidad; mientras que Gandhi no es más que un castillo de naipes que ha brillado con una luz de dudosa entidad durante unos diez años para luego desintegrarse rápidamente, para caer en el olvido unos años más tarde, en la papelera de la historia. Así es como el tiempo y los acontecimientos separan los metales preciosos auténticos de sus imitaciones baratas.

[En lo que hoy en día sería una práctica de rutina, pero algo bastante infrecuente en la década de 1930, Maiski se encargó de cultivar relaciones con los propietarios y directores de los periódicos más destacados, en especial los más conservadores. Su intensa correspondencia con Garvin, personaje cercano a lord y lady Astor 17 y director del Observer, es un llamativo ejemplo. Maiski informaría a Garvin, a veces de un modo sutil y otras muy directamente, sobre temas que le parecían lo bastante importantes para que se hablara de ellos en el periódico.]

10 de noviembre

Anoche asistí a la cena anual del alcalde. 18 El 9 de noviembre es un gran día en la vida de la City. Los alcaldes de Londres son nombrados este día, desde tiempos inmemoriales. /.../ El Lord Mayor Show, ceremonia medieval, se desarrolla por las calles de la ciudad, y por la noche se ofrece un suntuoso banquete para los nobles en el Guildhall, al que asisten entre quinientos y seiscientos invitados. Los jefes de las misiones diplomáticas también están incluidos en la lista de invitados, pero... en primer lugar, se los invita sin sus respectivas esposas (aunque los nobles ingleses sí acuden con sus ladies) y, en segundo lugar, no todos los jefes de misión reciben este honor; solo los embajadores y los dos jefes de misión más antiguos.

La ceremonia de la noche es de lo más curiosa. El nuevo alcalde y su esposa —el actual lord alcalde 19 es viudo, por lo que iba acompañado de su hija— están en un pequeño estrado en el extremo de la larga sala de la biblioteca del Guildhall. Una bonita alfombra de color rojo oscuro, por la que van entrando los invitados, se extiende desde la entrada de la sala hasta el estrado. Un heraldo vestido de estilo Tudor anuncia en voz alta el nombre de cada invitado, que debe recorrer toda la alfombra con paso regio, subir al estrado y darle la mano al lord alcalde y a su esposa. Luego se aparta, situándose a la derecha o a la izquierda del anfitrión, dependiendo de su posición y su rango. Poco a poco va concentrándose a ambos lados de la alfombra una gran cantidad de invitados que examinan a cada recién llegado. Siguiendo la costumbre, los invitados más destacados son recibidos con aplausos. El volumen de los aplausos varía notablemente en función del estatus y la popularidad del invitado. Una vez que han llegado los últimos invitados se forma la procesión ceremonial. Los trompeteros abren el cortejo vestidos con atuendos medievales, seguidos por el city marshal, jefe de la guardia municipal, y el confesor del lord alcalde. Luego llega el portador de la maza a la izquierda, seguido del lord alcalde, vestido con un sombrero y una túnica de cola larga; después, el primer ministro (MacDonald) con el portador de la espada a la derecha y, tras ellos, la esposa del primer ministro (en este caso su hija Ishbel) 20 y la esposa del alcalde. /.../ Toda la procesión recorre lentamente la galería pictórica del Guildhall y rodea el salón de banquetes hasta que sus miembros ocupan por fin su puesto en la mesa. Entonces empieza el «festín», que se inicia con la obligatoria sopa de tortuga, que a mí me parece bastante indigesta...

En conjunto, la escena impresiona por lo intenso de su colorido y por su solemnidad medieval. No es de extrañar: el programa y el menú del banquete llevan en la portada un grabado de la carta del rey Juan del 9 de mayo de 1215 que reconocía el derecho de los barones a elegir cada año a su acalde, que debía ser leal al rey, modesto y apto para el gobierno de la ciudad, y que debía presentarse ante el rey, o ante su juez supremo en ausencia del monarca, inmediatamente después de su elección.

* * *

En el banquete de ayer hubo algunos momentos interesantes.

/.../ Cuando, buscando mi asiento, me encontré a dos sillas de distancia de mi destino, de pronto me llamó la atención una voz que hablaba en ruso. Levanté la cabeza y vi la escena siguiente. Al otro lado de la mesa, justo enfrente de mí, una mujer alta de cabello gris con un vestido de seda gris azulado y una capa de encaje amarillento hacía gestos, muy airada. Tenía un rostro bastante agradable, pero en aquel momento estaba congestionado. A su lado había dos personas que no parecían saber qué hacer: una muchacha de verde y un respetable caballero de cabello gris con un traje de terciopelo y una estrella en la solapa. Oí que la mujer exclamaba histérica, en ruso: «¡No puedo sentarme aquí! ¡No puedo!».

El respetable caballero le susurró algo al oído en un intento por calmarla, pero sin éxito. «¡No me sentaré aquí! ¡Me voy!», seguía exclamando la obstinada dama.

La joven de verde reordenó las posiciones de la mesa y situó a la dama a dos sillas de distancia de donde estaba yo. La dama se calmó un poco, pero volvió a encenderse cuando me vio a punto de sentarme y gritó, con el rostro inflamado: «¡Tiene las manos manchadas de sangre!».

Lancé una sarcástica mirada a la agitada señora y me puse a hablar tranquilamente con mi vecina. La señora se dejó caer en su asiento y movió un jarrón con un gesto airado para que no pudiera verla al otro lado de las flores.

En el transcurso de la conversación le pregunté a mi vecina, que resultó ser la esposa del concejal Twyfold, el apellido de la señora que acababa de montar aquella escena.

«Oh —dijo—, es lady Kynaston Studd. 21 Su marido, sir Kynaston Studd (el caballero del traje de terciopelo), fue concejal, y alcalde durante un año; luego se retiró. Él es rico, y ella es una princesa rusa. Se casaron durante la guerra».

Entonces mi vecina añadió, con intención: «Lady Studd es una mujer encantadora, pero a veces propensa a la crispación».

¡Qué forma más elegante de decirlo! ¡Qué inglés! El marido de la princesa rusa, sin duda atónito por la conducta de su esposa, hizo un esfuerzo especial por mostrarse particularmente amable conmigo (también él al más puro estilo inglés) e incluso brindó a mi salud. Mientras tanto, su testaruda esposa, algo sonrojada por el vino, parecía haber alcanzado un compromiso entre «justicia y compasión». Apartó el jarrón que nos separaba y me escrutó con una insolencia nada disimulada...

15 de noviembre

Hoy he asistido a la cena ofrecida por la Worshipful Company of Stationers and Newspaper Makers, antiguo gremio de papelería e imprenta de seiscientos años de historia.

Esperaba ver en la cena algún uniforme antiquísimo, pero no fue así. Fue una cena como cualquier otra, con la inevitable sopa de tortuga, y solo los vitrales de las ventanas en arco remitían al pasado. No, miento: también estaba la Loving Cup, pero eso ya lo había visto en los banquetes del lord alcalde. Sin embargo, alguno de los invitados sí tenía ese aire que recordaba a la Edad Media. A mi derecha estaba sentado lord Marshall 22 (importante editor y exalcalde de Londres), ¡quien declaró muy orgulloso que llevaba cincuenta y cinco años en el gremio!

«¿Es hereditaria la pertenencia al gremio?», le pregunté, algo perplejo.

«No —me respondió lord Marshall—, no lo es. Me inscribí en el gremio en cuanto empecé como aprendiz en mi profesión».

Resultó que mi vecino ya tenía setenta años. A mi izquierda estaba sentado lord Wakefield, 23 gran industrial del petróleo, prominente filántropo y concejal del ayuntamiento. También tiene unos setenta años (¡compañero de escuela de Marshall!). Este venerable notable del Imperio británico me dijo que unos treinta años atrás (¡un período muy inglés!) había planeado una visita a San Petersburgo y que incluso había comprado los billetes cuando, de pronto, en el último momento, recibió un telegrama que decía: «Plaga en Rusia». Naturalmente, decidió no viajar. ¿Quizá fuera ahora el momento...? Yo le animé a que lo hiciera.

«Dígame —prosiguió, pasándose la mano por la frente, como si de pronto recordara algo—. Parece que tienen ustedes a un hombre... Lenin... ¿Realmente es tan listo?».

«Le puedo asegurar que lo era —respondí, sonriendo—, pero desgraciadamente murió en 1924».

«¿Murió? —Wakefield pareció decepcionado—. ¿De verdad...? No tenía constancia».

¡Así de bien informada está la más prominente burguesía inglesa sobre la actualidad soviética!

¡Realmente recuerda a la Edad Media...!

* * *

Desde el año pasado, el presidente (o Master) del gremio es el príncipe de Gales. 24 Nuestro «amigo» el arzobispo de Canterbury 25 hizo un brindis muy ocurrente en honor al príncipe (hay que decir que el arzobispo se convierte en un gran orador en las cenas), y el príncipe respondió como es costumbre. Entonces todo el mundo pasó a la sala de fumar. Allí, el príncipe, que consideraba que era su deber intercambiar un par de comentarios agradables con todos los diplomáticos presentes, me sorprendió bastante al iniciar una larga e inesperadamente seria conversación conmigo. En primer lugar, me preguntó si yo debía dar muchos discursos. Cuando le felicité por el suyo, él, algo incómodo, se puso a hablar de los mejores oradores ingleses, pasados y presentes. Nombró al difunto lord Birkenhead, 26 al general Smuts 27 y a Lloyd George, 28 pero no a MacDonald. Del primer ministro dijo, con una leve mueca: «Ya sabe, no es exactamente...». /.../ Luego pasó a la política exterior, extendiéndose en el tema de la amenaza de la guerra y de la complicada situación internacional, para concluir finalmente que nadie quiere la guerra, ni Inglaterra, ni Francia («¡ellos solo tienen que perder!»), ni siquiera Alemania. Yo expresé mis dudas sobre las intenciones pacíficas de esta última, así como de las de Japón. El príncipe no hizo objeciones, pero se puso a exponer con gran énfasis que Inglaterra solo busca la paz, y que las ideas militaristas son ajenas al espíritu de la nación británica. /.../ Yo, por mi parte, manifesté que la política exterior soviética era una política de paz, y que me alegraba oír de boca del príncipe de Gales que Gran Bretaña tenía el mismo objetivo. Observé, no obstante, que las fuerzas de la guerra estaban mucho mejor organizadas, especialmente los fabricantes de armas, de modo que la amenaza de un conflicto armado era realmente seria. /.../ Hacia el final de nuestra conversación me preguntó por mi pasado, así que le describí mi carrera en la diplomacia. Entonces me preguntó: «¿Dónde aprendió usted inglés?». Le respondí que durante cinco años, entre 1912 y 1917, había vivido en Inglaterra como émigré político. El príncipe se rio y exclamó: «¡Y ahora es usted el embajador! Es un ejemplo claro del tiempo en que vivimos. ¡Es una época asombrosa!». 29

Nuestra charla duró entre diez y quince minutos. El príncipe y yo estábamos de pie en el centro de la sala de fumadores, mientras un montón de más de doscientos notables británicos y diplomáticos estupefactos, con el arzobispo de Canterbury a la cabeza, nos rodeaban intercambiando miradas y murmullos.

16 de noviembre

A la vuelta de mis vacaciones visité a Eden. No pensaba discutir de asuntos serios, pero nuestra conversación se desvió por sí sola hacia temas de actualidad política. Los más importantes:

1) Eden dijo, literalmente: «En este momento no existen conflictos entre Gran Bretaña y la URSS en ningún lugar del mundo. Por el contrario, tenemos un interés común de gran importancia: el mantenimiento de la paz. Ustedes necesitan paz para completar su gran experimento, y la necesitan para el desarrollo y el crecimiento del comercio. Eso crea unas condiciones favorables para mejorar las relaciones anglo-soviéticas».

2) A Eden le agradó mucho saber que no habíamos abandonado nuestros esfuerzos por firmar el Pacto del Este. Me aseguró que hablaría del asunto con Beck en Ginebra (Eden se va a Ginebra mañana para asistir a la sesión del Consejo de la Sociedad de Naciones).

3) Las charlas entre Eden y Ribbentrop 30 tuvieron un carácter completamente superficial. Eden se muestra muy escéptico sobre la posibilidad del regreso inminente de Alemania a la Sociedad de Naciones. Es posible que Hitler no desee la guerra, pero todo lo que sucede en Alemania apunta claramente a que sí. Por eso Alemania es la principal amenaza de guerra en la actualidad.

/.../ Eden me invitó a pasar a verle a su vuelta de Ginebra.

[La descripción de la reunión con Eden es típica de los métodos subversivos que adoptaría Maiski a lo largo de todo su período como embajador para transmitir a Moscú sus propias ideas, pero atribuyéndoselas a sus interlocutores. Se convirtió en el único modo efectivo de operar a finales de la década de 1930, cuando imperaba el Terror. En este caso, aunque se la atribuyó a Eden, la idea de que Litvínov asistiera a la sesión de la Sociedad de Naciones fue una petición personal de Maiski. Esperaba así conseguir que Eden y Litvínov se reunieran y acercaran sus posturas aún más, aumentando así el distanciamiento entre Eden y Simon.]

23 de noviembre

Han empezado las «funciones» relacionadas con la boda real. Hoy nuestro decano, el brasileño Oliveira, 31 ha celebrado una recepción para que el cuerpo diplomático «conociera al duque de Kent 32 y a la princesa Marina». 33 Hacia las seis de la tarde, todos los jefes de misión se han reunido en la residencia del decano, relativamente pequeña, acompañados por sus respectivas esposas. /.../ La feliz pareja ha llegado a las 6.30, acompañada por los padres de la novia. La emoción iba en aumento en la sala. Silencio, murmullos acallados, damas que lanzaban miradas curiosas... Al final aparecieron los invitados, precedidos por el decano y su esposa. Marina me pareció encantadora, mucho más de lo que aparecía en los periódicos; tenía una exuberante melena rubia, el cutis rosado y ojos brillantes. Delgada y refinada. Un diplomático me dijo más tarde que tendrían que haber fusilado a sus fotógrafos por cómo la habían desgraciado en las fotos. ¡Y tenía razón! El duque de Kent tampoco está mal: alto, delgado, con un rostro bastante agradable. Va algo encorvado y parece muy tímido. En cualquier caso, es el más atractivo de los hijos del rey. En conjunto, desde el punto de vista físico y fisiológico, hacen una buena pareja. Los padres de la novia —el príncipe Nicolás de Grecia 34 y su esposa (una princesa rusa, 35 creo)— parecen terratenientes de provincias de pocos recursos...

El decano hizo un breve discurso de bienvenida en inglés y ofreció a los novios una gran sopera de plata y dos ensaladeras también de plata en nombre de todo el cuerpo diplomático. (Ahora recuerdo que recibí una carta del decano notificándome que el coste del regalo era de trescientas libras, de las que mi parte eran seis.) Las firmas en facsímil de todos los jefes de misión que contribuían al regalo están grabadas en el interior de la sopera, y mi nombre está entre las primeras. Llama inmediatamente la atención al mirar dentro. ¡Seguro que a Marina le hará mucha gracia! Me temo que quizá eso le quite el apetito. /.../

27 de noviembre

¡La segunda «función» de la boda real!

Una gran recepción vespertina en honor de Marina en el Palacio de Buckingham. Más de ochocientos invitados, incluidos todos los jefes de misión. Y además toda una «brigada» de miembros de la realeza: toda la familia real (el rey 36 y la reina, 37 el príncipe de Gales, el duque de York 38 y su esposa, el duque de Kent, el hijo menor, John; la llamada «princesa real», es decir, la hija del rey, con su marido; solo faltaba el duque de Gloucester, 39 que actualmente está en Australia), así como el rey de Dinamarca 40 y su esposa, el rey de Noruega 41 y su esposa, el príncipe regente Pablo de Yugoslavia, 42 la princesa Juliana de Holanda 43 (la heredera), etc. También había una gran cantidad de príncipes de diversas nacionalidades, incluido Cirilo Vladímirovich Románov 44 (¡«emperador de todas las Rusias»!), acompañado por su esposa y su hija Kira, 45 que era una de las ocho damas de honor de la novia. A eso hay que sumar un número interminable de princesas (griegas, yugoslavas, etc.)...

El procedimiento fue el siguiente: todos los embajadores y representantes de los países cuyos jefes de Estado estaban presentes en la boda formaron, de acuerdo con su antigüedad, un semicírculo en el salón redondo del palacio, mientras que al resto de representantes y chargés d’affaires los situaron en el salón alargado contiguo. Los representantes de la nobleza inglesa y de la alta burguesía se reunieron en grupos en las otras salas. Un largo y deslumbrante cortejo de miembros de la familia real emergieron de la sala de la esquina adyacente al salón redondo. En primer lugar, el rey y la reina británicos pasaron frente a una hilera de embajadores con sus respectivas esposas, estrechándoles la mano a todos ellos e intercambiando comentarios con algún invitado elegido. Entre estos últimos estaban nuestro decano (en virtud de su rango) y Matsudaira 46 (¡a los ingleses les dan miedo los japoneses!). La pareja real pasó del salón redondo a la sala contigua, donde estaban los representantes, pero no se pararon ante cada diplomático, limitándose a hacer reverencias a derecha e izquierda. Las parejas de reyes extranjeros (daneses, noruegos, etc.) siguieron su ejemplo, al igual que el resto de la familia real británica. Todos nos dieron la mano y sonrieron educadamente. /.../ De hecho, eso no es del todo cierto: hubo excepciones. La madre de Marina pasó ante Agniya y ante mí demostrando su indiferencia y sin saludarnos. ¡Bueno, sobreviviremos sin su saludo! Dos o tres viejas brujas arrugadas, feas como un pecado, salieron de la sala de la esquina y vacilaron un momento, murmurando algo entre ellas y mirando en nuestra dirección, antes de decidirse a pasar directamente a la sala de los representantes, pasando de largo ante la hilera de embajadores. ¡El embajador soviético las había asustado! También había algunas damas y algunos caballeros, con sus cintas y sus diademas, que se trabaron al verme e inmediatamente se echaron atrás. Debió de ser obra de Cirilo y su séquito. En conjunto, mi presencia en la recepción real fue una desagradable decepción para un determinado grupo de invitados. /.../

* * *

Lady Astor me agarró por banda. Llevaba un bonito vestido de terciopelo verde y estaba tan animada y llena de energía como siempre, por lo que destacaba entre tanto descuido y tanto deterioro.

«¡Acabo de tener una buena pelea con Kira!», exclamó, con gran entu - siasmo.

«¿Por qué motivo?», pregunté yo.

«¡Bueno, naturalmente, por la URSS! Intentaba demostrarle que se equivocaba y que ustedes, los malditos bolcheviques, son buena gente».

«¡Imagino cómo le habrá sentado eso a Kira!», bromeé.

«No se ría —replicó ella. Y al momento me agarró del brazo y me arrastró tras ella, diciendo—: Venga, le presentaré a Kira. ¡Quiere verle!». /.../

No me costó poco esfuerzo soltarme y desaparecer entre la multitud.

¡Qué mujer más loca!

[Las memorias de Maiski, particularmente en su edición en ruso, orientadas como estaban a reivindicar la política soviética en vísperas de la guerra, presentan un retrato siniestro y en muchos casos objetivamente impreciso de lady Astor. Sí muestran lo fascinante que le parecía a Maiski la glamurosa y ocurrente dama estadounidense que, en 1919, se convirtió en la primera mujer parlamentaria —una diputada conservadora que defendía la causa soviética (tras una visita a Rusia y una reunión con Stalin en el Kremlin en 1931)—. Era evidente que Maiski se sentía atraído —aunque no se dejaba engatusar— por la «pequeña, delgada y elegante dama con aquel cabello oscuro ligeramente ondulado, un rostro pequeño y expresivo y unos ojos animados y astutos» que la convertían en «la personificación de la constante inquietud». Maiski la visitó con frecuencia en su versallesca mansión de Cliveden (Buckinghamshire), incluso después de 1937, cuando se convirtió en una meca para defensores de la conciliación como Chamberlain, Halifax, 47 Hoare 48 y otros, que pasaban allí largos fines de semana.]

29 de noviembre

Por fin se celebró la boda real. Desde las primeras luces del alba, e incluso desde la noche anterior, Londres parecía estar inundada de gente. Hasta medio millón de personas de todas partes del país se dirigieron a la capital.

Muchos extranjeros acudieron del resto de Europa. Las calles por las que iba a pasar el cortejo real se llenaron a reventar, con una multitud que ya había salido a la calle la noche anterior para ocupar los mejores sitios. La multitud se componía sobre todo de mujeres. Por lo menos yo no vi a ningún hombre en el trayecto desde la embajada hasta la abadía de Westminster. Algunos periódicos también lo señalaron (entre ellos el Manchester Guardian). Se colocaron grandes tarimas en varios puntos de paso, con asientos que se alquilaban entre una y diez guineas. La ciudad, y en particular el centro, fue llenándose gradualmente de banderas, festones y banderolas con retratos del novio y la novia; y por la noche la ciudad se llenó de luces. En otras palabras, no se escatimó nada. La boda se convirtió en todo un acontecimiento nacional.

/.../ En esta ocasión me vi obligado a asistir a la ceremonia de la boda, en la abadía de Westminster. Así lo decidieron en Moscú. Era la primera vez que asistía a un servicio en la iglesia desde mis tiempos de estudiante, ¡hacía treinta y tres años! Es bastante tiempo.

El cuerpo diplomático se sentó a la derecha de la entrada, y los miembros del Gobierno, a la izquierda. A Simon lo tenía enfrente, en el lado opuesto. MacDonald cantó diligentemente los salmos durante el servicio, Baldwin bostezaba agotado, mientras Elliot 49 simplemente dormitaba. Churchill 50 parecía muy conmovido y en un momento determinado incluso me pareció que se secaba los ojos con un pañuelo. Henderson 51 cantó Dios salve al Rey con extraordinaria energía. Toda la realeza se reunió a la derecha y a la izquierda del púlpito, y el espacio restante quedó abarrotado con representantes de la aristocracia y grandes empresarios. Un coro vestido de blanco ocupaba un lugar destacado en lo alto, donde sonaba el órgano, llenando las altas bóvedas de la catedral con las melodías de Bach, Händel y Elgar.

Mi aspecto en la iglesia provocó un intercambio de miradas y murmullos entre los diplomáticos y los miembros del Gobierno. /.../ Mi vecino, un ministro nepalí, 52 llamaba mucho la atención: en la cabeza llevaba un tocado de oro con grandes diamantes y rubíes, y una enorme «cola de gallo» encima. El conjunto resultaba bastante divertido; pero en aquel momento el representante nepalí sin duda llevaba decenas de miles de libras sobre la cabeza.

1 de diciembre

¡Un desastre terrible! El camarada Kírov 53 ha sido asesinado en el instituto Smolny de Leningrado. ¿Quién le habrá matado? ¿Con qué motivos? ¿Quién habrá enviado al asesino?... De momento no sé nada. Por Fleet Street corren muchos rumores y versiones enfrentadas. Hay quien dice que el asesino ha sido un ingeniero que tenía una disputa con Kírov. Otros (el Daily Express) apuntan a Alfred Rosenberg, 54 el asistente de Hitler. Solo sé una cosa con seguridad: que el obituario firmado por Stalin, Mólotov, Voroshílov 55 y otros (lo he oído por la radio) afirma que «el asesino fue enviado por enemigos de la clase obrera». 56

La noticia del asesinato nos ha llegado hacia las 21.00. A las 23.30 el matrimonio Ozerski, 57 Alperovich y Kagan ya estaban reunidos en mi despacho. Nos apetecía estar juntos, nos reconfortaba sentirnos en grupo y nos ayudaba a liberar la tensión. Hablamos, intercambiamos ideas, suposiciones y conjeturas. /.../

¡Es sencillamente horrible! Un giro del todo inesperado en el camino hacia el desarrollo que lleva siguiendo nuestro país desde el año pasado. Cuanto antes me entere de los detalles, más fácil será juzgar el significado del trágico suceso del Smolny.

6 de diciembre

Hoy han colocado las cenizas del camarada Kírov en el muro del Kremlin, en la plaza Roja. Han asistido cientos de miles de personas, además de los militares, los miembros del Comité Central y del Gobierno. /.../

Aquí, en Londres, también hemos recordado a nuestro líder difunto. La bandera de la embajada ondeaba a media asta. Toda la comunidad soviética se ha reunido en la embajada. El vestíbulo estaba decorado con plantas y flores. Hemos colocado un busto de Lenin y, al lado, los retratos de Stalin y Kírov en la pared. He dado un breve discurso en memoria del difunto. Lazyan 58 (de la misión comercial) ha compartido con nosotros sus recuerdos de Kírov. Hemos cantado una marcha fúnebre con acompañamiento de piano. Luego nos hemos despedido, en silencio y apesadumbrados. /.../

No consigo digerir esta horrible tragedia, sencillamente. Hace solo seis semanas estaba sentado en el despacho de Kírov, charlando animadamente con él sobre la situación internacional, y en particular sobre las relaciones anglo-soviéticas. Kírov tenía una gran visión de los asuntos internacionales. Sus opiniones solían ser sencillas en cuanto a la forma, pero profundas y llenas de sustancia. Veía en los conservadores británicos un enemigo extremadamente peligroso. Recuerdo cuando le visité en Leningrado, de camino a Helsinki, en el otoño de 1931, después de la victoria aplastante de los conservadores en las elecciones británicas. Cuando nuestra conversación tocó el tema de las elecciones, Kírov exclamó: «Obtener una victoria así y mantener el autocontrol... ¡es la manifestación máxima del arte del gobierno! Ayer mismo se produjo un motín en la Armada. —Se refería a Invergordon—. 59 ¿Qué habría hecho Mussolini tras un triunfo como este? Habría aplastado a los amotinados, haciéndolos migas; habría fusilado a cientos de marineros... ¿Y qué han hecho los conservadores? Han mantenido el temple; no han dejado que se les suba el éxito a la cabeza. Han obtenido una victoria tremenda y les han dicho a los amotinados: “¡olvidemos el pasado! Sí, esa gente sabe cómo gobernar. Hay que tomárselos en serio”».

La voz de Kírov expresaba un profundo desprecio, combinado con un profundo respeto.

/.../ El asesinato de Kírov llega en un momento político muy malo para nosotros. Va en contra de la trayectoria general de nuestro desarrollo interno y externo. Es imposible que derive de algún proceso fundamental acontecido en las profundidades del sistema soviético. Más bien parece un residuo del pasado que aún no se ha eliminado del todo. ¡Pero ¿cuál...?!

De todos modos, el asesinato tendrá repercusiones para nosotros en Europa. Quizá ninguna complicación grave, pero complicaciones en cualquier caso. El tiempo lo dirá.

13 de diciembre

Siguiendo instrucciones de M. M. [Litvínov] he puesto a Vansittart al día acerca del protocolo franco-soviético del 5 de diciembre. 60 Obviamente, V. se ha mostrado halagado por nuestro detalle y ha confirmado una vez más que el Gobierno británico está a favor del Pacto del Este, como lo estaba en verano.

17 de diciembre

Hoy he invitado a los Cole 61 y hemos hablado seriamente sobre la Declaración de los 43. 62 /.../ Durante la conversación, ambos se han mostrado muy inquietos, empalideciendo y ruborizándose alternativamente. A la señora Cole le temblaban las manos de los nervios.

Les he dado a mis invitados una severa regañina. Les he dicho que en los últimos tres o cuatro meses las autoridades soviéticas habían comprobado la existencia de una gran conspiración terrorista contra los líderes de nuestro partido, empezando por el camarada Stalin, organizada y financiada por los «nazis» alemanes. Sus agentes son miembros de la guardia blanca rusa y de otros grupitos de descontentos que hay en la URSS. Los guardias blancos cruzan en secreto la frontera con Polonia, Letonia y Finlandia con ayuda de las autoridades de esos países y, una vez en la URSS, entran en contacto con conspiradores que tienen ciudadanía soviética. En los últimos meses se han registrado atentados contra la vida de los camaradas Stalin, Voroshílov, Mólotov, Póstishev, 63 Balitski 64 y otros. Afortunadamente, estos intentos hasta el momento han sido infructuosos, gracias a la vigilancia del NKVD. 65 Los conspiradores han tenido suerte con Kírov. La muerte de este ha sido una impactante prueba de la gravedad de la amenaza terrorista. En una situación como esta, el Gobierno soviético no ha tenido más remedio que endurecer las medidas contra los conspiradores, no solo contra los culpables de la muerte de Kírov, sino también contra todos los arrestados en diferentes momentos y lugares en los últimos meses en relación con el terrorismo. No podíamos juzgar a los terroristas en público sin provocar la reacción de Alemania y otros estados que, sin duda, están implicados en este caso. /.../ Es duro, y muy desagradable, fusilar a entre ochenta y cien personas, pero aun así es mejor que arriesgar la vida de millones de obreros y campesinos en el campo de batalla.

Es más, no habría que olvidar nunca las palabras de Mirabeau, 66 que hace más de ciento cuarenta años dijo que la revolución no se puede hacer con aceite de lavanda.

Los Cole no pusieron objeciones /.../ Les preocupaba especialmente la cuestión de qué significaban aquellas ejecuciones. ¿Un regreso al Terror Rojo del pasado o un acto excepcional aislado que perdería importancia con el paso del tiempo? Yo los tranquilicé, diciéndoles que el «nuevo camino» iniciado esta primavera no va a modificarse. El «nuevo camino» sigue adelante. Las medidas tomadas contra los terroristas han representado un hecho excepcional motivado por circunstancias excepcionales. /.../

19 de diciembre

Hoy Vansittart y yo hemos concluido la conversación iniciada el 13 de diciembre.

V. empezó por expresar su satisfacción con el resultado de nuestro «estudio» conjunto de las relaciones anglo-soviéticas. Yo también expresé mi satisfacción, pero añadí que el rapprochement entre la URSS y Gran Bretaña seguía siendo como una flor muy tierna y delicada que requería mucha atención y cuidados para que pudiera crecer normalmente y desarrollarse. /.../

Luego afrontamos la cuestión: ¿ahora qué? «El estado actual de las relaciones anglo-soviéticas —dije— hace pensar en la siguiente imagen: tras una larga sucesión de días de tormenta, por fin ha llegado la calma. Hay algo de niebla. Hace un poco de frío. El cielo está encapotado. El sol ni se ve. Por supuesto, es un gran paso adelante, en comparación con lo que había antes...».

«Pero no basta, quiere decir —exclamó V. con una carcajada—. Hace falta un poco de sol, algo de calor...».

«¿Y por qué no?», respondí.

«No podría estar más de acuerdo con usted», dijo V.

Así que empezamos a hablar de acciones prácticas para conseguir un mejor ambiente en las relaciones anglo-soviéticas. /.../ Al final de nuestra conversación analizamos la posibilidad de que algún ministro británico o personaje público de importancia hiciera una visita a la URSS. «¿Por qué —pregunté— los ingleses de alto rango viajan sin problemas y libremente por todo el mundo, con excepción de la URSS? ¿No es eso una forma de “discriminación” arraigada en el pasado? Sus visitas podrían contribuir enormemente a la demolición de la muralla china que se ha creado entre nuestros países desde la revolución».

V. intentó defender a los ministros británicos haciendo referencia a sus agendas extremadamente llenas. «Yo casi nunca salgo de Londres —señaló, a modo de argumento—. Solo he estado en Estados Unidos una vez, cuando visité a Hoover, 67 con MacDonald, en 1929».

Yo sonreí y señalé, medio en broma: «¡Pero pasó sus vacaciones en Italia! ¿Por qué no pasarlas en el Cáucaso?». /.../

20 de diciembre

Un recorte de prensa del Manchester Guardian, del 20 diciembre de 1934:

«El matrimonio de un judío con una mujer no judía debería castigarse con la muerte», dijo Herr Julius Streicher, 68 gobernador de Silesia, en un discurso ante tres mil abogados y jueces del norte de Baviera, en la reunión de la Asociación Nazi en Múnich. Y sus palabras fueron acogidas con una ovación.

«Los corpúsculos de la sangre de un judío —añadió— son completamente diferentes de los de un nórdico. Una joven no judía quedará perdida para siempre en el momento en que se case con un judío».

¡Idiotas profundos! Y sedientos de sangre, además. Pero llegará el día del Juicio, y Hitler pagará por el sufrimiento de millones de personas. 69

El jaleo por los fusilamientos no cesa. Cuando apenas he acabado con las protestas de los laboristas «de izquierdas» aparecen los de derechas en el horizonte. Es sobre todo por culpa de Citrine. 70 Hoy el Daily Herald ha publicado un editorial indignante. 71

27 de diciembre

Vansittart me mandó llamar inesperadamente, en plena temporada navideña. De camino al Foreign Office me puse algo nervioso. Pero en realidad no había causa para la preocupación. /.../

V. /.../ me informó de que había pensado mucho en nuestras últimas conversaciones y que había llegado a la conclusión de que las visitas de ministros a la URSS serían uno de los mejores modos de fomentar las relaciones entre nuestros países. /.../ Yo orienté la conversación hacia el Pacto de las Cuatro Potencias propuesto por Neurath para contrarrestar el Pacto del Este, y declaré lisa y llanamente que aquel era absolutamente inaceptable para nosotros en cualquiera de sus formas (por ejemplo, como pacto de cinco o seis potencias), porque solo serviría para socavar la autoridad de la Sociedad de Naciones. V. prometió informar al Gobierno de nuestra postura con respecto al pacto. 72

Cuando estaba a punto de marcharme, V. adoptó un tono muy íntimo y amistoso y me informó «de modo estrictamente confidencial» que si se mantenía la «interferencia» soviética en los asuntos internos de Inglaterra, todos nuestros esfuerzos por mejorar las relaciones anglo-soviéticas serían inútiles. 73 /.../

31 de diciembre

¡Acaba un año más, y me encuentro en el umbral de un nuevo año! No puedo evitar echar la mirada atrás y repasar los doce meses que han pasado...

En términos políticos y económicos, este año pasado ha sido un éxito para nosotros, aunque ha quedado empañado al final por la muerte de Kírov. Nos hemos vuelto más fuertes, hemos crecido y hemos empezado a desempeñar un papel importante a nivel global. Nuestra trayectoria no ha dejado de ascender. En particular, el año pasado ha marcado un punto de inflexión en las relaciones anglo-soviéticas: la firma del tratado de comercio, mis charlas este verano con Vansittart, la declaración del Gobierno británico a favor del Pacto del Este, los asombrosos debates en el Parlamento el 13 de julio, durante los cuales Churchill y Austen Chamberlain 74 se declararon «amigos» de la Unión Soviética e insistieron en su admisión en la Sociedad de Naciones... todo ello marca el inicio de una nueva fase en las relaciones entre la URSS y Gran Bretaña. No es que los lores ingleses de pronto nos hayan cogido afecto a los mugrientos bolcheviques —no, no es ese el caso, y nunca lo será—. Es solo que ha llegado el momento en que la habilidad de «afrontar los hechos» (sean agradables o desagradables), tan característica de los políticos británicos, por fin se ha impuesto a la enemistad que sienten hacia nosotros por motivos políticos y de clase. Ahora nos hemos convertido en una fuerza internacional tan importante y estable que, guste o no guste, ni siquiera los conservadores más recalcitrantes pueden apartar la mirada y se ven obligados a «reconocer» nuestra existencia y, como operadores políticos inveterados, sacar todo el provecho que puedan de nosotros. /.../


18. De viaje por Escocia.

¿Cómo ha sido el año para mí en lo personal? Reflexiono, recuerdo, ordeno hechos y fechas. Agniya y yo estamos bastante bien. Feka 75 vino a visitarnos un mes a Londres y juntos hicimos un viaje muy agradable por Inglaterra y Escocia /.../ Luego nos fuimos de vacaciones dos meses y medio a la URSS, con parada en Berlín tanto a la ida como a la vuelta. Estuvimos en Moscú, Leningrado (solo yo, Agniya no se vino conmigo), Kislovodsk, Sochi, Sujumi, Gagra y Novi Afon. Ganamos algo de peso y nos quitamos las telarañas. Yo salí del balneario con sesenta y nueve kilos. /.../ Y yo diría que eso es todo. No es gran cosa, y tampoco tan interesante. Nada comparado con los grandes acontecimientos que ha traído 1934 en la vida política, social y económica de la URSS. /.../ Pero ¿por qué iba a compararlo? Así es como debe ser: para los comunistas, lo personal debe disolverse en lo general o, por lo menos, perderse en un segundo plano. /.../


19. Agniya en la casa de reposo de Sochi.


20. Visita obligada a un koljós, cerca de Sochi.

El cuaderno secreto

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