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1935

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18 de enero

Mijaíl Shólojov 1 se ha ido. Ha pasado dos semanas en Londres con su esposa. Se han alojado en la embajada. Le organicé dos recepciones: una para que los periodistas lo entrevistaran (aunque la entrevista no ha tenido mucha cobertura en la prensa) y la otra para escritores. /.../ Me ha gustado mucho Shólojov. Es joven (veintinueve años) y está lleno de joie de vivre. Apasionado cazador y pescador. A pesar de su fama, no se ha echado a perder. Es modesto y franco. ¿Durará? Veremos. Su esposa es inteligente, positiva y agradable, lo cual es muy bueno para él. Una mujer así le mantendrá alejado de las muchas locuras a las que suelen tender nuestros jóvenes escritores. Shólojov tiene un aspecto muy atractivo: es un hombre bien proporcionado, de ojos azules, rubio y altura media, con rasgos delicados, un flequillo ondulado sobre la frente limpia y una pipa siempre pegada a la boca. Justo lo que uno se imagina de un poeta. Qué lastima que haya visto tan poco de Inglaterra. Ha pasado la mayor parte del tiempo en encuentros literarios, asistiendo a fiestas y de compras (tenía mucho dinero, de los royalties que ha cobrado por la publicación de The Quiet Don 2 en el extranjero).

4 de febrero

Me he enterado de los siguientes detalles sobre la reunión entre los ministros ingleses y franceses. 3

MacDonald y Simon siempre han sido defensores de Hitler, especialmente MacDonald. Baldwin y Eden apoyaban a los franceses con prevención. Vansittart subrayaba la especial importancia de la participación de Italia en cualquier combinación europea. MacDonald se ha esforzado mucho en convencer a los franceses acerca de la imposibilidad del Pacto del Este («Alemania no lo quiere, y es imposible imponerle nada a Alemania»), y les ha recomendado que no insistieran en ello, y que en su lugar se limitaran a la organización de la seguridad de Occidente, dejando que en Europa del Este los acontecimientos se desarrollaran de forma natural.

MacDonald y Simon se han encontrado con una dura oposición por parte de los franceses. Es cierto, Flandin mantuvo silencio la mayor parte del tiempo, pero Laval habló mucho. /.../ Los franceses /.../ estaban a favor de progresar en el Pacto del Este. Los ingleses se resistían, pero por fin llegaron a un acuerdo: todos los problemas incluidos en el comunicado se resolverían «simultáneamente». No obstante, este método no deja nada claro. Alemania no está presente en Ginebra, pero ¿dónde, si no en Ginebra, podría encontrarse un lugar adecuado para llevar a cabo unas negociaciones tan complicadas con la participación de tantas potencias? Los ingleses parecen querer desempeñar el papel del intermediario honesto en las negociaciones entre Alemania y otros estados, pero a los franceses no les gusta nada esa idea. Veremos. /.../

6 de febrero

Hoy Masaryk 4 (el emisario checo) me ha informado de que ayer tuvo una charla de tú a tú con Vansittart. M. no le escondió su preocupación por la reunión de los ministros ingleses y franceses. /.../ Pero V. le aseguró que Checoslovaquia no tenía ningún motivo para temer por su futuro. Le dijo que Inglaterra estaba muy interesada en la integridad y el bienestar de Checoslovaquia. V. se muestra bastante escéptico sobre las futuras charlas con Alemania y no tiene confianza en obtener ningún resultado positivo. Sin embargo, es un paso que habría que dar, aunque solo fuera por ilustrar a la opinión pública británica. /.../

Por una fuente periodística de confianza he descubierto que Hoesch (el embajador alemán), con el consentimiento de Simon, ha recomendado a Hitler que, en su respuesta a la propuesta conjunta inglesa y francesa, situara el asunto del Pacto del Este en el último lugar de su agenda de negociaciones. Si llegaran primero a un acuerdo sobre todos los puntos anteriores, el Pacto del Este podría quedar «enterrado en la arena». ¡Hábil movimiento! Pero ¿será Hitler lo suficientemente listo para seguir el consejo de su embajador?

10 de febrero

MacDonald y Simon /.../ están llevando a cabo una campaña sistemática para que se deje de hablar del Pacto del Este y se desvíe la atención hacia asuntos de «seguridad de Occidente». En otras palabras, le están diciendo a Hitler: «Deja en paz a Francia y a Inglaterra y, como compensación, puedes hacer lo que quieras con Europa del Este». Tengo la impresión de que Baldwin, Eden y Vansittart son conscientes de que una política de instigación y complicidad es imposible, y además muy arriesgada; sin embargo, de momento le están dando a MD. y a S. carte blanche. /.../

Ahora la actividad soviética es un factor importante en la escena internacional. Creo que ha llegado el momento de aclarar la actitud soviética ante el comunicado del 3 de febrero. 5

21 de febrero

/.../ Simon me ha recibido en el Parlamento. Eden ha estado presente durante toda la reunión, pero ha hablado poco. Simon empezó refiriéndose a mi discurso en la League of Nations Union, 6 me felicitó y me pidió que le explicara diversos puntos. Luego le leí nuestra evaluación del comunicado en voz alta y puse el documento sobre el escritorio del secretario de Asuntos Exteriores. /.../ Le planteé a S. la cuestión que le había planteado a Vansittart unos días antes; es decir, ¿qué haría el Gobierno británico si Alemania aceptaba todos los puntos del programa de Londres salvo el del Pacto del Este? Mi pregunta azoró a mi interlocutor, que empezó a hablar improvisando, con frases rimbombantes pero incoherentes. La conclusión, parecía ser, era que si Alemania ponía pegas a nuestra demanda, el pacto quedaría «castrado»: en lugar de asistencia mutua, lo que tendríamos sería un pacto de no agresión, sin más.

Yo me opuse con vehemencia; confieso que no medí mis palabras. Le recordé que la esencia del pacto era la asistencia militar mutua, que no podíamos hacer concesiones en ese punto, y que sin un Pacto del Este de asistencia mutua tampoco habría desarme ni seguridad europea, ni siquiera en el entorno limitado de Occidente.

Era evidente que S. estaba preocupado. Frotándose el puente de la nariz, me preguntó cínicamente: «¿Qué están dispuestos a proponer ustedes para comprar el consentimiento de Alemania al Pacto del Este?». Yo le respondí que la garantía de seguridad que recibiría Alemania, como las otras potencias, si se firmaba el pacto, sería suficiente recompensa. S. miró hacia el techo y se encogió de hombros en un gesto bastante ambiguo.

Me fui de allí con la clara impresión de que Simon por fin había entendido que el intento de excluir a la URSS del «apaciguamiento europeo» había fracasado. Si se quiere conseguir algo en ese aspecto, la URSS tiene que participar en igualdad de condiciones con las otras grandes potencias. 7

28 de febrero

Esta última semana me he encontrado en una situación muy difícil.

Nunca he tenido la mínima duda de que los informes publicados en The Times y en el Daily Telegraph sobre la próxima visita de un ministro británico a Moscú eran obra del Foreign Office y de Vansittart en particular. A lo largo de la semana siguiente, la prensa hinchó persistente y sistemáticamente esta cuestión de todos los modos posibles. /.../ Vansittart me dijo, más o menos cuando le presenté a Putna, 8 que aunque el Foreign Office no tenía nada que ver con la campaña de prensa relativa a la visita de un ministro, la idea le parecía muy interesante. En pocas palabras, estaba absolutamente claro que el Gobierno británico, consciente de que sería imposible improvisar una «seguridad europea» con nosotros, había decidido que al menos podría sacar provecho de la participación de la URSS en la organización de la seguridad, en particular interpretando el papel del «intermediario honesto» (papel que a los ingleses siempre les ha gustado) en la búsqueda de un compromiso entre Berlín y Moscú en relación con el Pacto del Este. /.../

Pero en Moscú eso no gustó. Cuando consulté por primera vez qué posición debía adoptar, justo después de las primeras comunicaciones aparecidas en la prensa, recibí la respuesta de que los informes de los periódicos carecen de autoridad, que debía mantener la calma e informar a Moscú si el Foreign Office se ponía en contacto conmigo. Parece ser que en un principio el NKID incluso tenía la impresión de que la visita de Simon a Moscú serviría para camuflar su visita a Varsovia (la prensa dijo que el ministro británico iría de Berlín a Varsovia, y luego a Moscú). Yo presenté mis objeciones, remitiéndome al material a mi disposición, y pregunté si la prensa soviética podría mostrar, siempre con prudencia, que acogía bien la visita de Simon. Pero en el NKID no estuvieron de acuerdo, y me recordaron que no estaba claro que Simon quisiera ir realmente. En cualquier caso, el 26 de febrero conseguí que me dieran permiso al menos para fomentar la idea de la visita de Simon en el caso de que en el Foreign Office, o en algún círculo cercano, me plantearan la cuestión. /.../ El 25 de febrero, en respuesta a una pregunta en la Cámara de los Comunes, Simon dijo que el Gobierno estaba considerando la posibilidad de que visitara Moscú. Yo le insistí a M. M. otra vez y hoy por fin recibí instrucciones para decirle a Vansittart que estaba autorizado a extender una invitación oficial a Simon en cuanto el Gobierno británico hubiera resuelto definitivamente la cuestión de la visita de un ministro inglés a la URSS. Pero el NKID quiere ver a Simon, y a nadie más... ¡Hum! Sin duda, en ello influyen consideraciones de prestigio: si Simon va a Berlín, tiene que ser él también quien vaya a Moscú. Está claro. Aun así, yo no daría ese ultimátum sobre Simon. De hecho, probablemente saldría más a cuenta que fuera Eden. Pero, en cualquier caso, ha sido todo un alivio...

29 de febrero

Ayer almorzaron con nosotros la familia de Lloyd George y casi toda su «comitiva»: el viejo George, su esposa, Gwilym, 9 y Megan. 10 También estaban presentes Maitland 11 (un prominente conservador), Jarvie (un banquero), 12 el laborista «independiente» Josiah Wedgwood, 13 y otros.

No pude evitar admirar a Lloyd George. Tiene setenta y dos años y está lleno de vida. Tenía un aspecto magnífico tras sus recientes vacaciones: un rostro fuerte, fresco y bronceado bajo un espeso cabello de un blanco radiante. El anciano estaba muy animado. No bebió vino en la mesa, pero aceptó un vodka y tras la primera copa se bebió una o dos más.

L. G. dijo que ahora no le interesa especialmente la cuestión alemana. Los temores provocados por la beligerancia alemana están muy exagerados. Alemania necesita al menos diez años más para recuperar su potencia militar, económica y financiera. Hasta entonces, Europa puede dormir tranquila.

A L. G. le preocupan mucho más los asuntos de Extremo Oriente. /.../ Está claro que Japón, con el uso generalizado del palo y la zanahoria, está decidido a extender un poderoso imperio «amarillo» por el continente asiático.

/.../ L. G. se encendió y dirigió un chorro de críticas al Gobierno. Parecía encontrarse en su elemento, y flageló al Ejecutivo con encono, llamándolos zoquetes sin la más mínima imaginación, sin políticas que merecieran llamarse así. Acusó en particular a MacDonald y [Neville] Chamberlain por sus abusos.

4 de marzo

Como invitada de mayor categoría, lady Vansittart se sentó a mi lado en la cena en la embajada y me describió con la mayor franqueza las dificultades a las que se enfrenta actualmente su marido. /.../ La cuestión de la visita de Simon a varias capitales europeas en relación con el acuerdo anglo-francés ha convertido la vida de Vansittart en un infierno. Los problemas derivan de los diferentes puntos de vista que tienen Vansittart y Simon sobre diversos asuntos. Es más, Simon le dedica poco tiempo al Foreign Office y vuelca todo el trabajo rutinario sobre Vansittart, que está hasta el cuello de trabajo desde la mañana hasta la noche, mientras que Simon se va a su casa del campo cada fin de semana y juega al golf. /.../ Desde que le dije a Vansittart que el Gobierno soviético acogía de buen grado la visita de Simon, sintió la necesidad imperiosa de darle carácter de urgencia. Pero pasaron varios días antes de que pudiera ponerse en contacto con Simon, ya que, tras su conferencia en París, Simon ni siquiera se pasó por el Foreign Office, sino que se fue directamente a su casa del campo a jugar a golf. Vansittart intentó salir a su encuentro, pero estaba claro que Simon hacía todo lo posible por evitarlo. El domingo 3 de marzo, con la paciencia agotada, Vansittart decidió ir a ver a Baldwin y luego a MacDonald. Mantuvo largas charlas con ambos y consiguió la aprobación para la visita de Simon a Moscú. La decisión final se tomará, muy probablemente, en la próxima sesión del Gobierno, el 6 de marzo. Pero todo ello ha supuesto una tensión extraordinaria para el marido de lady Vansittart y le ha crispado los nervios terriblemente. /.../ Le pregunté si Simon iría a Berlín solo o con Eden. Ella me respondió con un gesto de alivio: «Por suerte, con Eden. Simon puede ceder fácilmente ante la adulación, y es probable que Hitler se muestre generoso en ese aspecto. Eso podría llevarle a hacer alguna declaración descuidada en Berlín. Eden le tendrá controlado y le llevará bien recto».

5 de marzo

Vansittart y su esposa cenaron con nosotros en la embajada. Tras la cena tuve una charla con V. /.../ Le señalé el obsequioso servilismo para con Hitler que mostraban la prensa británica y algunos miembros del Gobierno, entre ellos Simon. Esa es una mala táctica, que no hace más que aumentar el apetito del Führer y volverle más implacable. Simon aún no ha cruzado la frontera alemana, pero en su charla con Laval en París, el 28 de febrero, ya ha propuesto sustituir el Pacto del Este de asistencia mutua por una serie de pactos bilaterales de no agresión entre Alemania y sus vecinos. ¿De qué servirá eso? He añadido que no podíamos hacer concesiones sobre el asunto del Pacto del Este.

/.../ Qué desgraciada coincidencia: Simon en Inglaterra y Laval en Francia. Desde nuestro punto de vista, no podría haber peores ministros de Asuntos Exteriores, ¡y en un momento tan complicado!

7 de marzo

¡Se ha tomado la decisión!

Vansittart me ha llamado hoy por teléfono y me ha dicho que el Gobierno ha decidido enviar a Eden a Moscú. Simon hará el anuncio tras la cena en el Parlamento.

/.../ Yo le he hecho algunas observaciones elogiosas sobre Eden, pero he añadido que me habían autorizado a invitar oficialmente a Simon o a Simon y a Eden. Ahora que la situación había cambiado, tendría que pedir instrucciones a Moscú otra vez. Vansittart no puso objeciones. Al final hizo una observación muy significativa: me ruega que le crea, que la decisión de enviar a Eden es lo mejor que nos podía pasar en este estado de cosas. Lo entiendo.

¡Así que va a ir Eden! ¡Muy bien! No hay duda de que es un paso histórico.

8 de marzo

Sin duda, la decisión de enviar a Eden y no a Simon es una leve forma de discriminación antisoviética por parte del Gobierno británico. /.../

Lo cierto es que para nosotros es mejor Eden que Simon, ya que Eden es una figura al alza, mientras que Simon va de baja. Eden ha sido nombrado por Baldwin, un conservador influyente, mientras que Simon en realidad no representa a nadie. Es un político criticado en su tierra, que no gusta ni a conservadores, ni a liberales, ni a laboristas. Por último, Eden adopta una actitud tolerante con respecto a la URSS, mientras que a Simon siempre lo tenemos en contra. ¡Sí, Eden es mucho mejor!

/.../ Hoy he enviado un largo telegrama a Moscú solicitando que Eden fuera recibido cortésmente. Esperaremos a ver la reacción. 14

[La idea de que un ministro visitara Moscú la sugirió Maiski por primera vez en otoño de 1934. El plan lo había trazado con Vansittart, a espaldas de Litvínov y Simon, mucho antes de que se plantearan la visita del ministro de Asuntos Exteriores a Berlín. Sin embargo, Maiski no recibió mucho apoyo de Litvínov, quien se temía que cualquier iniciativa rusa pudiera ser recibida con un desaire por los británicos o usada como una carta a su favor en las negociaciones con los alemanes.

Maiski, que tenía una gran fe en su capacidad para dar la campanada con Vansittart y Eden, no cejó en su empeño. El 11 de febrero presionó a Litvínov para que le diera las líneas de referencia para una futura reunión, que él afirmaba que había propuesto Vansittart, cuando en realidad la había sugerido él. Litvínov le dio permiso de mala gana para que comprobara cuál era la actitud de los británicos, pero se mostró muy escéptico con respecto al resultado, quejándose de que hasta los alemanes creían que los británicos «no tenían el mínimo interés en el “Locarno del Este”». Maiski no se amilanó y siguió buscando respaldo en lugares insospechados: se dirigió a Mólotov, presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y mano derecha de Stalin. Cuando salió a la luz la intención de Simon de visitar a Hitler en Berlín, Litvínov por fin cedió a la presión ejercida por Maiski y le dio vía libre para que decidiera cuándo era el mejor momento para hacer la invitación.]

9 de marzo

¡Hurra! Moscú parece ver con buenos ojos a Eden. M. M. me ha pedido que le extienda una invitación formal y sugiere que Eden venga a Moscú lo antes posible /.../ en coincidencia con el viaje de Simon a Berlín o tras las conversaciones de Berlín. /.../ He llamado a Moscú para preguntar si debería acompañar a Eden. Estaría muy bien que la respuesta fuera afirmativa.

11 de marzo

/.../ Ribbentrop se ha reunido con François-Poncet 15 en Berlín y le ha dicho algo al respecto: «Resolvamos todas las polémicas entre nosotros. Olvídese de Rusia: es una potencia asiática. ¿Por qué deberíamos dejar los europeos que tomara parte en Europa?». François-Poncet respondió que, de acuerdo con la geografía física y política, Rusia está situada en Europa.

¡Un gran ejemplo de torpeza alemana!

12 de marzo

El Foreign Office está preocupado y perplejo al no observar ninguna respuesta a la decisión de la visita de Eden en la prensa soviética. De hecho, no está bien. Tendré que presionar a Moscú. /.../ Veremos lo que consigo. Es un riesgo, pero vale la pena. /.../ M. M. sigue mostrándose escéptico ante la visita de Eden. Incluso piensa que quizá no se produzca en absoluto, o al menos no durante mucho tiempo. Por ese motivo ha pospuesto la decisión de si yo debería acompañar a Eden o no. Sus reservas tienen otro motivo: Eden no es ministro de Asuntos Exteriores. Pero aun así iré. Lo arreglaré.

13 de marzo

Seguramente como resultado de la conversación telefónica de ayer con Eden, Simon y Eden me han invitado hoy al Parlamento. He llegado a las 15.00. Hemos hablado más de cuarenta minutos. El tema de la conversación era cuándo debía producirse la visita de Eden a Moscú. Casi todo el rato hablaba Simon, poniéndose medallas y usando hábiles juegos de palabras. Eden ha hablado poco. /.../ En un momento dado, S. puso una mirada lánguida, alzó la vista al techo y de pronto preguntó: «Perdóneme que le haga esta pregunta, que quizá le parezca extraña, pero ¿se celebrará una charla entre el lord del Sello Privado y el señor Stalin?».

Yo esperaba esa pregunta y respondí con calma: «No lo sé. El señor Stalin no es miembro del Consejo de Comisarios del Pueblo y no suele reunirse con ministros de Asuntos Exteriores y diplomáticos».

Una vez más, S. intentó convencerme. Oh, naturalmente no pone la reunión con Stalin como condición indispensable para la visita de Eden a Moscú. Conoce muy bien a Litvínov y lo respeta y valora. Aun así, para el público británico Stalin es la gran figura soviética. El Gobierno británico le da una enorme importancia a la visita de Eden a Moscú, y le gustaría organizarla de modo que creara la mejor impresión posible en la opinión pública nacional. Como yo debía saber ya, no todo el mundo en Gran Bretaña aprobaba la decisión del Gobierno de enviar un ministro a la URSS; en algunos círculos influyentes la decisión ha provocado más de una mueca de desconfianza. Es importante, pues, aprovechar esta visita para provocar un cambio radical en la opinión pública. Por eso sería muy deseable que Stalin recibiera a Eden.

Prometí que haría las consultas necesarias a Moscú. /.../ En aquel momento entró a toda prisa en la sala el secretario de S. y le dijo que le esperaban en la Cámara. /.../ Eden y yo nos quedamos solos. Eden añadió, en un tono muy peculiar: «Yo debería estar siempre cerca de sir John, tanto durante los trabajos preparatorios como durante las negociaciones con Alemania».

Eso se puede entender así: el Partido Conservador se opone frontalmente a que Simon vaya a Berlín solo. El «comisario del partido» —Eden— debe acompañarlo en calidad de asistente.

14 de marzo

M. M. me llamó desde Moscú a las 13.00, tal como le había solicitado en el telegrama que envié ayer. Hablaba directamente desde el despacho del camarada Stalin. La respuesta fue la siguiente: que Eden venga a Moscú el 28 de marzo; el camarada Stalin lo recibirá; yo debía acompañar a Eden, de Berlín en adelante; Simon debería hacer una declaración pública sobre lo importantes que son las visitas a Berlín y a Moscú, ambas por igual. /.../

Estuve de vuelta en el Parlamento a las 15.00, esta vez en el despacho de Eden. Me preguntó, algo impaciente: «¿Y bien? ¿Qué noticias hay?». Le comuniqué la respuesta de Moscú. Eden se mostró muy satisfecho. Sobre la reunión con Stalin, comentó: «Usted entenderá, por supuesto, que yo insista en ello, pero no por voluntad propia. Pero para el público británico, para el hombre de la calle, esa reunión es muy importante». 16 Le emocionó profundamente saber que yo le acompañaría.

/.../ ¡Hurra! M. M. se ha mostrado comprensivo: tengo permiso para ir a Moscú con Eden, o un día antes, pero con la condición de que este se ponga en marcha pronto. No entiendo esta condición, pero lo más importante ya se ha resuelto. Aunque Eden no se ponga en marcha tan pronto, iré con él. ¡Seguro!

17 de marzo

Una fecha para la historia. Hitler ayer promulgó una nueva ley: se introduce el servicio militar obligatorio en Alemania, y su ejército alcanzará los quinientos mil efectivos.

¡Un gran paso en el camino hacia una nueva guerra mundial!

De modo que las cartas están sobre la mesa. El Tratado de Versalles ha sido roto en pedazos, con toda ceremonia y a cara descubierta. La Alemania nazi se está convirtiendo en una formidable potencia militar. Ahora su ejército superará al francés en número. La plataforma anglo-francesa del 3 de febrero ha quedado liquidada. No tiene sentido que Simon vaya a Berlín. ¿Qué puede negociar ahora, en estas circunstancias?

Las consecuencias de este último movimiento alemán serán incalculables. El intento de acercamiento franco-germano soñado por Flandin y Laval ha quedado truncado. Lo siguiente será la firma del Pacto del Este sin Alemania y quizá sin Polonia. Los franceses han vacilado y le han dado rodeos a este asunto desde el principio, pero ahora hay que poner fin a toda incertidumbre. Las noticias de la noche anuncian la próxima visita de Laval a Moscú. Muy bien. El Pacto del Este podría firmarse perfectamente en Moscú. Los ingleses, por supuesto, demorarán la cosa y jugarán en ambos campos, pero la lógica de la situación no les permitirá hacerlo durante mucho tiempo. /.../

El sello de la muerte asoma su rostro más claramente que nunca en el mundo capitalista. El cruel e idiota Tratado de Versalles, la política idiota de posguerra de Francia y Gran Bretaña para con Alemania, la conducta provocativa de Hitler, igualmente idiota... ¡El resultado es que el mundo avanza a toda prisa y más incontroladamente que nunca hacia una catástrofe militar, en cuyo seno ha nacido la revolución del proletariado!

19 de marzo

/.../ M. M. está muy enfadado —y con motivo— por la nota enviada por Inglaterra a Hitler con respecto al decreto del 16 de marzo. 17 La considera una capitulación sin reservas ante Alemania.

Yo añadiré unos cuantos detalles humillantes. La nota fue entregada por Phipps 18 (embajador británico en Berlín) hacia las cuatro de la tarde del día 18. La respuesta llegó hacia las siete el mismo día, y se envió a Londres por teléfono de inmediato. A las 21.00 se interrumpió la sesión parlamentaria (¡un hecho sin precedentes en la historia!) para comunicar a Simon la feliz noticia: ¡Al final Hitler está dispuesto a conceder a los ministros británicos una audiencia!

¡Qué vergüenza! ¡Qué degradante! Hasta ahí puede llevar el odio a la Unión Soviética...

20 de marzo

/.../ Hoy Vansittart me ha invitado a su despacho. Tenía un aire algo melancólico, incluso ligeramente abatido, como si hubiera estado enfermo el día anterior y aún no estuviera recuperado del todo. Me ha hablado de lo extremadamente importante que es mejorar las relaciones anglo-soviéticas, de lo que ha luchado él mismo por conseguirlo, y de lo contento que está con la próxima visita de Eden a Moscú. Sí, él considera la visita de Eden como un hecho histórico, y es esencial que su visita tenga grandes consecuencias históricas. /.../ Con una voz casi temblorosa, V. ha añadido: «Hemos estado trabajando juntos muchos meses en la causa del acercamiento anglo-soviético, y he llevado el asunto a su fase actual, en la que ustedes han iniciado comunicaciones directas entre ministros. Llegados a este punto, naturalmente, yo debo desaparecer de escena y dar un paso atrás...».

Yo me he quedado mirándole algo sorprendido, y mi sorpresa no ha hecho más que crecer: era evidente que estaba celoso de mis contactos con Eden o del hecho de que el proceso de acercamiento anglo-soviético iba progresando a pesar de que él desempeñaba un papel menos activo que antes...

22 de marzo

Hoy hemos tenido conversaciones a tres bandas: Eden, Vansittart y yo. /.../ Eden y Vansittart me han asegurado que no teníamos nada de que preocuparnos [con respecto a la reunión de Berlín]. Los ministros británicos no están autorizados a decidir o a acordar nada; su tarea es la de elucidar e investigar. Entienden perfectamente el papel de la seguridad en el este. Se mostrarán firmes con Hitler. Yo he pensado para mis adentros: «Ojalá sea cierto. Veamos en qué queda todo esto...».

A las 16.00 me he despedido de Eden en el aeródromo de Croydon. Conmigo estaba Kagan. Strang 19 y Hankey 20 acompañaban a Eden. La esposa de este, una mujer alta y guapa, también estaba allí. Como la mujer de Hankey. Nos han hecho fotografías en varias poses y combinaciones. /.../ Simon volverá a Londres la mañana del día 27, mientras que Eden vendrá a buscarme a la estación de ferrocarril de Berlín la noche del 26, y de ahí viajaremos a Moscú por Polonia. /.../

En el momento en que el avión de Eden se elevaba pesadamente —rugiendo, zumbando y generando furiosas ráfagas de viento— no he podido evitar pensar: «Este es el inicio de un vuelo importante que podría acabar siendo histórico... ¿Lo será?». /.../

[Maiski acompañó a Eden en el viaje en tren de Berlín a Moscú. Tras una reunión preliminar con Litvínov, Eden tuvo que acceder a ver la prodigiosa colección de impresionismo —«arte burgués»— del Museo Pushkin, cerrada al gran público. Desde allí lo llevaron a la dacha de Litvínov. Tras un paseo sobre el hielo por los bosques de los alrededores se ofreció un banquete para almorzar. La mantequilla la sirvieron con forma de escarapelas, en la base de las cuales aparecía el famoso lema de Litvínov: «La paz es indivisible». Eso provocó una ocurrencia de Strang, que cuando Maiski estaba a punto de untársela le dijo: «¡Cuidado, a ver cómo corta eso!». El último día llevaron a Eden a hacer un recorrido en la primera línea del espectacular metro subterráneo, recién inaugurada. Él no sabía, por supuesto, que había sido construida por reclusos de campos de trabajo forzado.


21. Maiski y la esposa de Eden despidiéndose del ministro, que va al encuentro de Hitler en Berlín y de Stalin en Moscú.


22. Litvínov y Chilston, embajador británico, dan la bienvenida a Eden en la estación de Moscú.


23. Eden tiene el honor de hacer el primer viaje en el nuevo metro de Moscú.

Pero el momento álgido de su visita fue, sin duda, la reunión con Stalin el 29 de marzo. Las conversaciones preliminares con Litvínov les habían dado a los rusos una imagen precisa y detallada del triste resultado de las charlas de Berlín. Efectivamente, de camino a Moscú. Eden ya había transmitido por cable a su Gobierno la impresión de que difícilmente volvería Alemania a la Sociedad de Naciones, pero su recomendación de crear un sistema de seguridad colectiva bajo el paraguas de la Sociedad cayó en saco roto. La reunión duró una hora y cuarto. Eden recurrió a adulaciones retóricas que Stalin interrumpió con bastante brusquedad. Resultó ser, tal como Eden tuvo que admitir a instancias de Litvínov, que la principal diferencia entre los puntos de vista británico y soviético era que «los primeros no creían en la agresividad de la política alemana». «En comparación, digamos, con 1913 —desafió Stalin a Eden—, ¿la situación es mejor o peor?». Eden le aseguró que era mejor; pero aquello a Stalin no le convenció. Las posturas agresivas de Japón y Alemania, sostenía Stalin, planteaban una grave amenaza de guerra que solo podía atajarse con un pacto de asistencia muderecha: Eden, Stalin, Mólotov, Maiski, Chilston y Litvínov). tua. Desde luego, a Maiski no le haría gracia la metáfora usada por Stalin para ilustrar este punto, después de quitar valor a la defensa que hacía Eden de los acuerdos bilaterales:


24. El golpe de Maiski: Eden en el despacho de Stalin en el Kremlin (de izquierda a

Piense en los seis que estamos presentes en esta sala. Suponga que firmamos un pacto de asistencia mutua y suponga que el camarada Maiski quisiera atacar a uno de nosotros, ¿qué ocurriría? Con nuestra fuerza combinada, le daríamos al camarada Maiski una buena paliza.

cam[arada] mólotov (divertido): Por eso el camarada Maiski se muestra tan comedido.

eden (riendo): Sí, ya entiendo su metáfora.

A pesar de los esfuerzos desplegados por Maiski y Litvínov, la visita no consiguió progresar en la idea de un Pacto del Este; ni tampoco alteró en gran medida los puntos de vista de Eden. Observó que Stalin era «un hombre de marcados rasgos de carácter oriental, firme, seguro y con gran control, cuyos gestos de cortesía no ocultaban en absoluto su implacable crueldad».

En sus memorias, tanto Maiski como Eden recordaban la visita a Moscú como el punto álgido de sus esfuerzos diplomáticos por dar un impulso a las relaciones anglo-soviéticas y poner los cimientos para una coalición antinazi efectiva. No obstante, está claro que Maiski había puesto demasiadas expectativas en Eden. No era el primero, ni sería el último, en quedar hechizado por la grandilocuencia de Eden, su encanto y el respeto que parecía imponer, así como su capacidad para mostrar autoridad y poder (del que carecía por completo). El «mago galés», Lloyd George, que antes había demostrado una gran fe en Eden y su arrojo, le consideraba, según Maiski, «un fiasco». Su veredicto fue duro: «¡A todos les parece un encanto, dicen que tiene muy buenas intenciones, pero dudo de que tenga la misma entereza!».

Mientras tenían lugar las negociaciones en el Kremlin, Litvínov fue informado de que los británicos habían sugerido a los franceses que no mostraran ningún compromiso tangible en su pacto de asistencia mutua (firmado con los rusos el 2 de mayo de 1935), lo que dejó la naturaleza de la asistencia militar abierta a interpretaciones. Las sospechas en Moscú fueron a más con la exclusión de la URSS de la reunión de Stresa a mediados de abril, en la que Italia, Francia y Gran Bretaña debatieron sobre las medidas necesarias para mantener controlada a Alemania. Una sesión extraordinaria del Consejo de la Sociedad de Naciones celebrada el 17 de abril de 1935 acabó con una débil denuncia de la renuncia unilateral de Alemania a sus obligaciones internacionales. Maiski no escribió en su diario hasta principios de junio.

En lugar de ir en contra de Alemania (como había previsto Maiski), los políticos de la línea dura del Foreign Office estaban consiguiendo imponerse al Gobierno y seguían haciendo concesiones a Alemania. En su discurso ante el Reichstag el 21 de mayo, Hitler rechazó las propuestas anglo-francesas de desarme y un bloque del este. Durante la reunión del Consejo General de la Sociedad de Naciones en Ginebra, Eden evitó deliberadamente a Litvínov, que se dio cuenta del éxito de la estridente y persistente campaña nazi con respecto al «peligro bolchevique».]


25. Visita a Litvínov en su modesta oficina en el Narkomindel.

5 de junio

Un vecino bastante curioso se ha mudado a la casa n.º 12a (nuestra embajada ocupa el n.º 13), el general sir Bahadur Shamsher Jung Bahadur Rana, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario nepalí, junto con su equipo. He leído en los periódicos que este tal Bahadur había llegado a Londres con una misión especial, la de otorgar al rey la orden más distinguida de su país, y que había llevado a cabo su misión con éxito y con toda solemnidad. Más tarde, absorbido por la rutina diaria, dejé de pensar en Bahadur; incluso pensaba que habría regresado a su montañoso país.

¡Luego, de pronto, resulta que Bahadur era vecino mío! Teniendo en cuenta la particular sensibilidad de los ingleses con respecto a los «asuntos indios», di instrucciones al personal de la embajada para que fueran reservados, o incluso fríos, con los vecinos, y que no entablaran amistad con ellos. No obstante, un día claro de verano el propio Bahadur me hizo una visita. Aunque nuestros edificios están uno al lado del otro, llegó en un coche (¡oh, el Oriente!). Llevaba el traje típico nacional: un gorro redondo de piel de cordero, un largo caftán negro (algo a medio camino entre una levita y un lapserdak) que le cubría el cuerpo chato y gordo, pantalones negros ajustados a las pantorrillas y unos zapatos blancos flexibles abiertos por detrás. Bahadur no se quitó el gorro negro ni siquiera al entrar. Era la hora del té de la tarde. La doncella trajo una bandeja con dos tazas, una tetera, agua caliente y el resto de ingredientes necesarios. Con un gesto cordial le invité a tomar el té conmigo... ¡Y entonces...! Entonces puso un gesto horrorizado y agitó las manos, temblorosas, como si quisiera defenderse de un mazazo. Yo me quedé mirando a mi invitado, atónito. Él dijo, con tono de disculpa: «La ley de mi país me prohíbe compartir ninguna comida con extraños».

/.../ Me quedé mirando a Bahadur, sorprendido, y le pregunté: «¿Cómo espera trabajar en Londres? Aquí la gente siempre se reúne a la hora del almuerzo, la cena o el té».

«Sí, soy consciente de ello —respondió mi invitado—. Pero no puedo hacer nada».

La doncella se fue y yo cerré la puerta tras ella. Bahadur miró alrededor con gesto precavido y dijo: «No se imagina lo duro que es para mí estar aquí en Londres. Comprendo perfectamente que aquí no puedo conseguir nada si no comparto comidas con extraños pero ¿qué puedo hacer? Es la ley de mi país. Ya me he dirigido a Su Majestad, mi soberano, con una carta explicándole estas dificultades, y estoy esperando impacientemente que él me resuelva este grave problema».

¡Los problemas que pueden darse en los tiempos de la revolución socialista y en el decimoctavo año de gobierno soviético en la URSS! Comer o no comer... ¡esa es la cuestión!

Simpaticé con Bahadur y él, algo conmovido quizá, o pensando en mi origen soviético, me dijo casi en un murmullo, echando una mirada desconfiada hacia la puerta: «Aquí, en privado, puedo hacer una pequeña excepción, pero que quede estrictamente entre nosotros...».

Tomó tímidamente una taza de té de mis manos, pero rechazó inmediatamente las pastitas que le ofrecí. Tras beberse media taza, volvió a ponerla en la mesa y me dijo, con tono de súplica: «Esto debe quedar estrictamente entre nosotros». Yo juré solemnemente mantener el secreto.

Luego la conversación se centró en otras cuestiones. Hablamos de nuestras casas, de las condiciones de vida en Londres, del tiempo, etc. Por algún motivo mi invitado estaba terriblemente interesado en saber si yo tenía una vaqueriza. Desconcertado, respondí que tenía un garaje, pero no una vaqueriza.

«Pero a mí lo que me interesa en particular es una vaqueriza», repetía Bahadur, con misteriosa insistencia.

Yo no entendía qué quería decir. ¿Por qué iba a necesitar de repente alguien una vaqueriza en Londres? Tras interrogarle con la máxima delicadeza, descubrí que Bahadur realmente necesitaba una vaqueriza. De acuerdo con las costumbres de su país y las leyes de su religión, se había traído de Nepal no solo su vestido típico, elementos de decoración y el servicio, sino también su vaca nepalí. Y el cuidado de la vaca le había causado a mi vecino no pocas dificultades. Sin un establo en casa, había tenido que alquilar un espacio separado para su amiga cuadrúpeda, y eso le había resultado extremadamente incómodo. Por eso tenía tanto interés en saber si yo tenía o no una vaqueriza.

/.../ A la esposa de Bahadur le pasó algo misterioso. Llegó casado a Londres. Su esposa enfermó y murió, pero no sé de qué. Solo sé que enfermó durante la visita de su marido a Italia, donde otorgó la máxima distinción de su país a Mussolini y al rey de Italia. Viendo que la mujer iba a morir, los sirvientes se la llevaron al campo, a un claro en el bosque, y allí murió. Aparentemente, lo hicieron porque, según las leyes hindúes, cuando alguien muere es malo que su cuerpo se encuentre entre paredes de piedra. Preocupados por su señora, los sirvientes se la llevaron de las piedras de Londres con antelación. Cuando pasé a visitar a Bahadur me lo encontré de duelo. Me recibió vestido con lo que parecía ser un pijama blanco y una chaqueta larga ligera, zapatos blancos sin talón y una gorrita blanca. Daba una imagen bastante graciosa (como si el hombre acabara de levantarse de la cama a media noche), pero resultó que era el atuendo típico nepalí para el luto.

Unos meses más tarde, Bahadur se fue de Londres y volvió con una nueva esposa, que nunca sale de casa. Ni siquiera al jardín de la embajada.

6 de junio

He ido a ver a Vansittart. Me ha recibido con cordialidad, pero parecía algo fatigado y disgustado. Más pálido de lo normal. Me hizo pasar y me informó de modo absolutamente confidencial (¡pero pidiéndome que avisara al Gobierno soviético!) que Samuel Hoare había sido nombrado ministro de Asuntos Exteriores. Él esperaba un candidato mejor, pero tampoco había ido tan mal. /.../ El temor de Vansittart era que el nombre de Hoare creara una impresión desfavorable en Moscú, y que la prensa soviética le recibiera con hostilidad. No hay que sacar conclusiones... Yo respondí que nosotros vemos la restructuración del Gobierno británico con ecuanimidad, y que juzgaremos al nuevo Foreign Office, como al resto del nuevo Gobierno, no por sus palabras, sino por sus acciones.

* * *

Esta noche se ha celebrado una cena de gala en honor de Eden. Había veintisiete invitados. El ambiente no era malo, aunque Hoare hubiera sido nombrado ministro de Asuntos Exteriores. Eden y lord Cecil 21 me han asegurado que Hoare era un defensor convencido de la seguridad colectiva y que sería un buen ministro de Exteriores. ¡Veremos!

[Vansittart ayudó a Maiski a crearse un poderoso lobby en el seno del círculo conservador. Presentándolo a Beaverbrook, 22 magnate de Fleet Street, consiguió que apareciera la primera mención favorable a Moscú en el Daily Express, que, según Maiski, hasta el momento no había publicado más que «evidentes libelos». Posteriormente, Maiski fue invitado a una cena en familia en casa de Vansittart, donde conoció a Churchill. «Le hago una recomendación muy importante con ese caballero —le escribió Beaverbrook a Maiski—. Su carácter no tiene rival en la política británica. Conozco todos sus prejuicios. Pero un hombre de carácter que dice la verdad es un gran valor para la nación». Efectivamente, Churchill le dijo a Maiski que a la vista del ascenso del nazismo, que amenazaba con reducir Inglaterra a «un juguete en manos del imperialismo alemán», estaba abandonando su tradicional oposición a la Unión Soviética, que ya no le parecía que supusiera ninguna amenaza para Inglaterra, al menos en los diez años siguientes. Compartía plenamente la idea de la seguridad colectiva como única estrategia posible para frustrar los planes de la Alemania nazi. Pero el curso de los acontecimientos iba cambiando, y con ello la tendencia de acercamiento que habían emprendido Maiski y Vansittart en 1934. El pacto franco-soviético sirvió a los alemanes de excusa para enterrar definitivamente la idea de un Pacto del Este. En esas circunstancias, el Foreign Office rechazó tanto la «política de deriva» (esperar a los acontecimientos) como la política de «envolvimiento» (la creación de una alianza militar antialemana con Francia, Rusia y la Pequeña Entente), optando en su lugar por la tercera opción: «llegar a un acuerdo con Alemania», política que determinaría la transición hacia el «apaciguamiento».]

12 de junio

Acabo de regresar de mi primer encuentro con S. Hoare. Me ha invitado siguiendo la costumbre de recibir a todos los representantes diplomáticos acreditados en Londres, pero nuestra conversación, que duró más de cuarenta minutos, ha superado con mucho los límites de la simple etiqueta. ¿Qué impresión me ha dado «mi» nuevo ministro de Asuntos Exteriores?

Primero, los detalles externos. La mesa del despacho ha cambiado de sitio: ministro nuevo, vida nueva. ¿Qué será lo siguiente? ¿Se limitará H. a la redistribución de muebles...? El tiempo lo dirá.

H. es un tipo seco, elegante y bastante bajo. Tiene rasgos angulosos, aspecto inteligente y muy vivo. Es muy cortés y atento, pero prudente. Aún debe de sentirse inseguro en su nuevo cargo, los problemas actuales no le resultan familiares, y tiene miedo sobre todo a comprometerse con nadie en ningún modo. Quiere tener las manos libres y margen de maniobra en todas las direcciones.

/.../ Le he preguntado a H. qué pensaba que podría hacerse para asegurar la paz en Europa. H. demostró que no lo sabía con un gesto y evitó responder, subrayando que solo hacía tres días que era ministro de Asuntos Exteriores. /.../ Luego empezó a «pensar en voz alta» y muy pronto me di cuenta de que mis recelos no eran infundados. Los «pensamientos» de H. se reducían a lo siguiente: los ingleses están cansados de interminables conversaciones fútiles. Quieren acción, no charla. Un pequeño éxito práctico es mejor que un montón de palabras elocuentes. La conferencia para el desarme fracasó porque se había fijado metas demasiado amplias y globales. Si hace quince años las potencias se hubieran planteado la limitación armamentística por diferentes categorías y no en términos generales, la situación actualmente sería muy diferente. Ahora el público británico quiere «que se haga algo, de algún modo, en algún lugar».

Le respondí que su teoría me parecía muy peligrosa. El desarme no se puede conseguir de forma fragmentada, y eso de «en algún lugar» podría interpretarse al estilo hitleriano: «seguridad» en Occidente y mano libre en Europa del Este. ¿Apoya H. esas ideas? ¿Piensa que la paz es divisible? H. me respondió que, por supuesto, el Gobierno británico tendría en cuenta nuestro punto de vista a la hora de desarrollar su política exterior, pero una vez más evitó mi pregunta directa. /.../

¿Cuáles son mis conclusiones?

Estoy algo alarmado. Aunque Vansittart me ha asegurado que en esencia los puntos de vista de H. coinciden con los suyos, creo que H. puede resultar más peligroso que Simon en los próximos meses. Es un novato, subestima las dificultades y tiene tendencia a experimentar. Quiere éxitos rápidos, concretos y demostrables para justificar su nombramiento a los ojos de la opinión pública inglesa. Quiere presentar sus políticas «sobrias», «concretas» y «prácticas» como oposición a las políticas «nebulosas», «vacías» y «sin contenido» de Simon. Eso es peligroso. Simon, pese a todos sus rasgos negativos, tenía algo de experiencia. Había salido escaldado más de una vez, y había recibido muchos golpes en sus intentos por afrontar los diversos problemas internacionales. /.../ Evidentemente, H. quiere experimentar en la esfera de las relaciones anglo-germanas: ¿qué saldrá de todo esto? H. aprenderá, por supuesto, pero esperemos que el precio no sea excesivo. 23

¡Tenemos que doblar la vigilancia! ¡Francia, la Pequeña Entente y la URSS deben demostrar una actividad máxima!

19 de junio

Me he enterado (debo admitir que por terceros) de algunos detalles sobre la reunión de Stalin con Laval.

Tras saludarse, L. declaró, con la clásica cortesía francesa, que estaba encantado con la reciente firma del pacto franco-soviético, que, según dijo, no iba dirigido contra ningún país en particular. S. respondió: «¿Qué quiere decir? Va claramente dirigido contra un país en particular: Alemania».

L. se quedó algo pasmado, pero al momento intentó reaccionar y, con la misma cortesía exquisita, expresó su satisfacción por la franqueza de S. Solo los amigos de verdad podían hablarse de aquella manera.

Entonces, S. le preguntó: «Acaba de venir de Polonia. ¿Qué está pasando allí?». En respuesta, L. se extendió en largas, educadas y artificiosas explicaciones sobre cómo, a pesar de que la actitud proalemana sigue muy extendida en Polonia, hay señales de mejora que con el tiempo llevarán a un cambio en la política polaca, etc. S. le interrumpió, declarando lacónicamente: «¡Por lo que yo sé, no hay ninguna señal! —Luego añadió—: Ustedes son amigos de los polacos, así que intenten convencerlos de que están jugando a un juego que les supondrá el desastre. Los alemanes los engañarán y luego harán lo que quieran con ellos. Meterán a Polonia en alguna aventura y, cuando se debilite, se harán con ella o se la repartirán con alguna otra potencia. ¿Es eso lo que necesitan los polacos?». 24 L. volvió a quedarse pasmado con aquella exposición franca y sin rodeos.

Durante su conversación, al hablar del poder y la influencia de la Iglesia católica, L. le preguntó a S. si no podía buscarse la reconciliación entre la URSS y el Papa, 25 quizá firmando un pacto con el Vaticano... S. sonrió y dijo: «¿Un pacto? ¿Un pacto con el Papa? ¡No, eso no ocurrirá! Nosotros firmamos pactos solo con quienes tienen ejércitos y, por lo que yo sé, el Papa de Roma no tiene ningún ejército».

2 de julio

Hoy el centro de atención es Abisinia. 26 Los ingleses están algo apurados. La sesión parlamentaria de ayer fue interesante. ¡El proyecto de ceder a Abisinia un pedacito minúsculo de la Somalia británica, incluido el puerto de Zeila, generó un gran alboroto en el Parlamento! ¡Hubo gritos desde los escaños cuando Hoare dijo que el Parlamento debía «confiar» en el Ejecutivo! Alguien incluso gritó: «¡Hitler!».

No sé cómo conseguirá salir el Gobierno británico de esta difícil situación, pero si la diplomacia británica no ha perdido su genio, Baldwin, basándose en la política imperialista a distancia, debería haber puesto en marcha un plan más o menos así: /.../ Gran Bretaña acuerda formar un frente unido con Francia y la URSS. Luego los tres gobiernos le comunican inmediatamente a Mussolini (ahora que aún no ha empezado la guerra en África) que si la Sociedad de Naciones declara agresora a Italia, se verán obligados a imponerle sanciones económicas. /.../ Si Gran Bretaña y Francia tuvieran la fuerza y el arrojo para poner en marcha un plan así, no solo quedaría resuelto por muchos años el problema abisinio, y no solo aumentaría considerablemente el prestigio de la Sociedad de Naciones, sino que se consolidaría el frente unido de Gran Bretaña, Francia, Italia y la URSS contra la amenaza alemana. ¿Encontrarán Gran Bretaña y Francia la fuerza y la determinación necesarias? Lo dudo. Pero el tiempo lo dirá.

9 de julio

Vansittart me pidió una reunión para «plantearme su caso». /.../ Naturalmente, defendió el tratado naval. 27 Subrayó, de pasada, que él también estaba a favor de firmarlo. ¿Los motivos? Hay dos: 1) Más vale poco que nada /.../ 2) Si el Gobierno británico, impulsado por la inevitable carrera armamentística naval, tuviera que subir los impuestos en un año o dos, habría fuertes protestas en Inglaterra, y le acusarían de haber rechazado la prometedora propuesta de Alemania solo por dar gusto a Francia. /.../

En mi opinión /.../ 1) los conservadores y los laboristas están buscando desesperadamente el voto pacifista, y el tratado naval se le puede presentar al electorado como el primer paso real de cara a recortar o limitar las armas en una esfera tan importante para Inglaterra como es la de la Marina; 2) la cada vez menor convicción en la efectividad de la seguridad colectiva y el consiguiente deseo de «aprovechar el momento» firmando ventajosos acuerdos bilaterales /.../ 3) el factor antisoviético: ¿por qué no reforzar la presencia alemana en el Báltico, por si acaso? ¿Por qué no tener maniatados a los «soviéticos» en Europa? ¿Quién sabe? ¿Quizá un día quieran extender el Manifiesto comunista a los pueblos de Occidente a punta de bayoneta?...

[Antes de iniciar unas largas vacaciones de verano en un balneario de Kislovodsk, Maiski se despidió de Samuel Hoare. Su conversación le dejó la funesta impresión de que Hoare estaba «perfectamente dispuesto a alcanzar un acuerdo con Alemania para la seguridad europea». Ya en Moscú, Maiski comprobó que el Kremlin estaba «muy inquieto» por los rumores sobre los intentos de reconciliación con Alemania de franceses y británicos. Estaba convencido de que Alemania estaba decidida a dividir Checoslovaquia y a alcanzar el Anschluss con Austria. Maiski se temía que las circunstancias estuvieran impulsando a Rusia a una posición aislacionista. Tenía la sensación de que el terreno iba moviéndose rápidamente bajo sus pies. En una carta estrictamente personal a Litvínov le expresó el temor de que le pidieran hacerse cargo de la embajada de Washington, y presentó vehementes argumentos profesionales y personales contra su traslado:

Desde el punto de vista profesional sería completamente irracional que dejara Inglaterra. Conozco bien el país, la gente, sus tradiciones y costumbres. Tengo contactos de todo tipo, que he ido acumulando durante diez años. /.../ Por lo que yo sé y puedo juzgar, he conseguido hacerme una buena posición en los círculos de Gobierno, públicos y políticos. /.../ Ahora, como plenipotenciario en Inglaterra, estoy en mi elemento /.../ y en posición de dar los máximos beneficios diplomáticos a la URSS. /.../ Desde el punto de vista personal, prefiero Inglaterra a cualquier otro país, salvo la URSS. /.../ No querría ir a Estados Unidos: nunca he sentido ninguna simpatía por ese país, la política exterior de Washington es de escaso interés, es muy provinciana y no nos promete nada de positivo para el futuro cercano.]

6 de noviembre

Tras ausentarme casi tres meses de Inglaterra, he visitado a Hoare para retomar el contacto. Hoare ha sido tan educado que casi me he sentido incómodo. Esta civilización es demasiado azucarada y formal. Te hace estar en guardia aunque no quieras...

Hablamos, por supuesto, del conflicto italo-abisinio.

Hoare empezó quejándose de los franceses: son demasiado optimistas al pensar que el conflicto se zanjará en un santiamén. Desgraciadamente, deshacer el nudo africano llevará un tiempo, a juzgar por lo que se ve. Las exigencias italianas son absolutamente inaceptables para Abisinia, igual que para la Sociedad de Naciones e Inglaterra. Lo mejor sería acabar la guerra sin ganadores ni perdedores; la paz futura sería más estable.

/.../ He informado a H. de nuestra posición. Nosotros no tenemos disputas con Italia. Las relaciones políticas y económicas entre la URSS e Italia durante los últimos diez años han sido buenas. No tenemos intereses en África. Si ahora nos manifestamos en contra de Italia es solo como miembro leal de la Sociedad de Naciones, y porque queremos darle una lección que sirva de advertencia a futuros agresores. Italia no es un agresor muy temible, pero hay candidatos más peligrosos en el mundo, en particular en Europa. Si hay que establecer un precedente adecuado es por ellos.

H. me aseguró que la posición británica es exactamente la misma. Inglaterra no tiene ningún interés en el conflicto. Se mueve —afirmó— puramente por lealtad a la Sociedad de Naciones y por el deseo de advertir a un potencial agresor más peligroso que pudiera aparecer en tres, cinco o diez años (H., como yo, no considera a Italia un agresor temible). H. formuló su planteamiento de forma que quedaba claro que tenía en mente a Alemania.

15 de noviembre

Anoche los cinco (Agniya, yo, los Kagan y Mironov) estuvimos sentados en el Royal Automobile Club escuchando en la radio la transmisión de los resultados electorales hasta las 2.00. Caminamos un buen rato por calles que estaban insólitamente tranquilas para ser noche de elecciones. Hoy hemos sabido los resultados aproximados de las votaciones de ayer. Bueno, los resultados no son malos, aunque no son lo que yo me esperaba. /.../ El Gobierno Nacional tendrá que llevar a cabo una política más cuidadosa con respecto a la URSS y tendrá que subrayar su lealtad a la Sociedad de Naciones. Será más difícil que se implique en cualquier intriga antisoviética. Las posibilidades de mejorar las relaciones anglo-soviéticas aumentan. ¡Esperemos que los laboristas no lo estropeen todo con su absurda germanofilia! Ya veremos. 28

14 de diciembre

La situación es cada vez más misteriosa.

El 11 de septiembre, Hoare dio su famoso discurso en Ginebra en el que afirmó con decisión que a partir de ahora la política exterior británica sería la política de la Sociedad de Naciones. Su discurso fue recibido aquí y en el extranjero como una gran —casi histórica— piedra de toque en la esfera de la política internacional. Los dos meses siguientes, Baldwin, Hoare, Eden y el resto de miembros del Gobierno británico declararon, subrayaron y proclamaron su lealtad a la promesa hecha el 11 de septiembre.

/.../ Yo había supuesto que la lealtad a la Sociedad de Naciones seguía siendo de gran interés para el Gobierno británico. ¡Y, de pronto, aparece en París el «plan de paz» Hoare-Laval! 29 ¡Un plan que supone la más descarada, la más imprudente traición de los principios de la Sociedad de Naciones! ¿Y cuándo? ¡Tres semanas después de las elecciones! ¿Y en qué momento preciso? ¡En el momento del manifiesto fracaso del ejército italiano en Abisinia y de los crecientes problemas de Mussolini en su país!

¡Esto no hay quien lo entienda! ¿A qué responde? ¿De quién es la culpa?

Conociendo las costumbres políticas y diplomáticas de este lugar, puedo imaginarme fácilmente la siguiente sucesión de acontecimientos... Tras las elecciones contactaron con Laval; /.../ la poción se iba cociendo en la cocina infernal de los imperialistas. Cuando Hoare se fue a Suiza «de vacaciones», le dieron solo instrucciones generales: haz lo que puedas para poner fin al conflicto lo antes posible, aunque sea «corrigiendo» las fronteras abisinias y ofreciéndole a Italia algún privilegio económico sobre el imperio del Negus 30 (¡después de todo, algo hay que darle a Mussolini!). Hoare llegó a París. Laval le presionó, dejando claro que Inglaterra no podía contar con Francia en un conflicto armado contra Italia. Rechazó categóricamente dar apoyo a las sanciones petroleras... ¿Qué iba a hacer? Hoare sintió un arrebato imperialista (algo muy natural en él) y decidió demostrar que no era Simon ni nada parecido, alguien capaz solo de parlotear. Podía ser el Alejandro Magno de la política exterior británica.

/.../ Mientras tanto, ha estallado una verdadera crisis política en Inglaterra. Los periódicos de hoy informan de que Hoare vuelve a casa a toda prisa y que hablará en la Cámara el 19 de diciembre. Hoare se ha roto la nariz patinando en Inglaterra, por lo que no saldrá de casa en unos días. ¡Qué simbólico! Sí, Hoare se ha dado de morros políticamente, además de físicamente. ¿Sacarán el Gobierno y él mismo las debidas conclusiones? ¿Dimitirá Hoare? Veremos. A decir verdad, lo dudo.

El cuaderno secreto

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