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CRIMINAL VISIONS. MEDIA REPRESENTATIONS OF CRIME AND JUSTICE (21)

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Asiste razón a quienes aconsejan abandonar un tema de estudio al que le hemos dedicado unos cuantos años. Sobremanera tras haber realizado un producto que, con mayor o menor fortuna, ha intentado plasmar las ideas sugeridas durante ese tiempo. Quienes formulan tan razonable consejo (que, como verá el lector, dejaré se seguir) saben que el punto final a esa investigación fue determinado por motivos subjetivos, y no por un agotamiento del tema estudiado. Como recordaba Borges, el concepto de obra definitiva se debe a la religión o al cansancio. El agotado, entonces, es el investigador y no el tema, y mucho menos cuando estamos frente a un tema complejo. Analizar la visibilidad que otorgan los medios de comunicación a las cuestiones penales es echar una luz especialmente potente sobre todas las cuestiones que afectan al delito y a la justicia penal. El libro que voy a reseñar es producto de este tipo de análisis, y por lo tanto más que de un tema se ocupa de varios temas, todos ellos igualmente complejos.

En la Introducción, “Visions of crime and justice”, Paul Mason señala que ya el título del libro pretendió dar cuenta de esta complejidad. Lo “visual” y la idea de “representación” son dos cuestiones que el editor pretende destacar para señalar que dicha complejidad no puede excluir la relatividad de nociones como “realidad” o “autenticidad”. Como consumidores de cultura popular, todos, incluso quienes trabajamos en el sistema penal, estamos rodeados por algunas nociones de criminalidad y de justicia penal mediadas por la prensa, la televisión o el cine. Mason se pregunta si esas mediaciones responden a una representación tradicional, a otra crítica, o si efectivamente hay en este tema algo bastante más complejo que una mera creación de efectos criminogénicos o de ampliación de la desviación y del control social. Al señalar que el libro es una propuesta para nuevas investigaciones parece demostrar esa complejidad, que es aumentada, si cabe, por la variedad de aproximaciones realizadas por las diferentes contribuciones. Lo que todas tienen en común es el entrecruzamiento de medios de comunicación, delitos y justicia penal.

El libro está dividido en tres secciones temáticas. La primera, “Criminal Visions in Context”, consta de tres ensayos. En el primero, “From law and order to lynch mobs: crime news since the Second World War”, Robert Reiner, Sonia Livingstone y Jessica Allen analizan históricamente las noticias sobre delitos y la forma en que se emitieron tras la segunda Guerra Mundial en la prensa británica. Los tres períodos comparados son los de 1945-1954, 1965-1979 y 1981-1991 y las cuestiones analizadas se relacionan con la importancia dada a estas noticias, con los tipos de crímenes difundidos, y con las formas que adoptan los victimarios, las víctimas y la policía en tales noticias. Concluyen los autores señalando los peligrosos cambios operados tanto en la prensa seria como en la popular, que tienden a hacer prevalecer las “malas noticias” y a destacar las condiciones de las víctimas, con lo que el aumento cuantitativo de noticias criminales refleja un cambio cualitativo de sensacionalismo y personalización. Todo ello provoca un mayor miedo social hacia el delito, pues no solo el delito está contra la ley sino que afecta personal y emocionalmente a las personas de carne y hueso vistas en forma más cercana a través de la prensa. Este desarrollo corre paralelo, según los autores, a los cambios políticos descriptos por Garland en The Culture of Control, dando como resultado un soporte político populista a las campañas de “ley y orden” que llegan así a crear virtuales linchamientos contra determinados criminales.

El segundo ensayo es de Julian Petley y se titula “Video violence: how far can you go”. Aquí se tratan las cuestiones de la violencia en el cine, la televisión y los videojuegos y la forma en que ello se ha regulado en Gran Bretaña, más que insatisfactoriamente, mediante la Obscene Publications Act de 1959 y la Video Recording Act de 1984. El autor plantea la necesidad de un serio debate sobre la violencia en tales medios y sus posibles “efectos”, pero rechaza las censuras como la realizada frente a la película de Wes Craven Last House on the Left, cuyas peripecias judiciales relata en el artículo.

Martin Innes cierra la sección con “Signal crimes: detective work, mass media and constructing collective memory”. Los signal crimes son aquellos delitos que impactan mucho más allá que en sus directos participantes. El autor menciona a algunos de estos delitos “mediáticos” en Gran Bretaña y a nosotros nos vienen a la memoria varios hechos que también fueron marcando distintas generaciones de argentinos, cuyo recuerdo de detalles permite identificar la edad del interlocutor de la misma forma que la memorización de la alineación del equipo de fútbol. Justamente a ello se refiere esta contribución que deja esbozadas interesantes insinuaciones sobre la influencia de la cultura sobre la construcción del delito y, a la inversa, de la percepción del delito sobre los valores culturales (en el sentido de la revalorización de la antropología cultural para la sociología de la pena que hace Garland). Sin embargo, el autor se limita a analizar cómo la participación de los periodistas en la averiguación de estos delitos y su interacción con la policía (pues los medios usan a la policía tanto como la policía se sirve de los medios) reconstruye a estos signal crimes a escala local, nacional o mundial.

La segunda sección lleva el título de “Criminal Representations: Crimes and Criminals” y ofrece distintos análisis sobre la forma en que los delitos y los delincuentes son construidos por los medios masivos de comunicación. Jonathan Rayner analiza la producción fílmica de Michael Mann, y otras películas de ficción de distintas épocas, en las que los caracteres delincuenciales suelen alejarse de estereotipos y reflejan cierta ambigüedad moral y de género. Las obras de Mann, como Thief, LA Takedown, la serie Miami Vice, pero sobre todas Heat, son analizadas en “Masculinity, morality and action: Michael Mann and the heist movie”.

Chris Greer analiza la construcción del crimen sexual en los medios periodísticos de Irlanda del Norte. En concreto denuncia en “Sex crime and the media: press representations in Northern Ireland” que los diferentes condicionantes de la carrera periodística hacen que los informadores prefieran desinformar mediante el sensacionalismo, antes que proteger a las potenciales víctimas con racionales datos sobre situaciones de riesgo.

También George Larke señala en “Organized crime: Mafia myths in film and television” que pese (o quizás, gracias) a la construcción de mitos, a veces irreales, sobre la mafia en películas como El Padrino y tantas otras, la propia identidad cultural de la misma mafia italo-americana permanece inalterada y fija en ciertas instituciones (como la omertà, etc.).

En “Political violence, Irish Republicanism and the British media: semantics, symbiosis and the state”, Mark Hayes comienza analizando el acontecimiento 11 de septiembre y sus consecuencias, para analizar luego en profundidad la relación entre terrorismo y medios en el caso del IRA. Tras mostrar tanto la lucha por la definición de determinados actos ya como positivos (“luchadores por la libertad”) o negativos (“terroristas”) y la curiosa simbiosis que se da entre este tipo de actos y la repercusión mediática, pues tal lucha solo puede darse en el campo de la opinión pública, el autor alerta sobre el peligro de utilizar indiscriminadamente la palabra “terrorismo”. Con esa utilización indiscriminada y poco reflexiva, la prensa ayuda a instalar políticas estatales restrictivas de garantías, alejándose de las razones y causas, mientras se aumentan los problemas y se degradan las democracias.

Ian Conrich, culmina esta sección volviendo a la interrelación con la ficción. En “Mass media/mass murder: serial killer cinema and the modern violated body” discute sobre la figura de “asesinos seriales” en el cine. La narrativa de las películas de horror basadas en esta figura recurre, según el autor, no tanto a la historia sino a la mitología popular, señalando de esta forma la línea de continuidad que va desde Jack “el destripador” hasta Jason Voerhees, Freddy Krueger, Anibal Lechter o tantos otros. Los “efectos” o la imitación mutua no se producen con hechos reales sino con estos hechos mitológicos que los medios repiten y explotan a partir de cuerpos “violados”.

La sección tercera, que tiene por título “Criminal Decisions: Agencies and Agents”, es sin duda la que mayor interés ha tenido para quien esto escribe, pues pasa de la representación del crimen o el criminal a la representación de la ley y de las instancias de aplicación de la ley penal en los medios de comunicación. En primer lugar, aparece el artículo de Deborah Jermyn, “Photo stories and family albums: imaging criminals and victims on Crimewatch UK”, que nos ilustra sobre el significado de este programa que emite la televisión pública británica desde 1984. Allí se describen hechos reales y las vicisitudes vitales de víctimas y ofensores con el recurso de imágenes fotográficas, videos caseros o de cámaras de vigilancia, relatos de testigos, familiares y conocidos, etcétera. El público participa en vivo o mediante llamadas telefónicas en este programa que últimamente se ha utilizado para reconstruir identikits de sospechosos y para formular anónimamente denuncias de paraderos de individuos buscados. La ley nutre de material y se beneficia así de este programa curioso que despierta tanta popularidad entre la audiencia, como críticas entre los juristas y criminólogos. La autora, sin embargo, antes de criticar hace un recuento histórico que explica a este programa como la actualización tecnológica de la perenne fascinación por identificar y ver a criminales y víctimas en sus aspectos personales. Sobremanera se detiene Jermyn con la historia de la fotografía, para mostrar como Crimewatch adopta el formato tradicional de los “álbumes de familia”. La familia convencional, por cierto, sale fortalecida tanto por el recuerdo de estos álbumes cuanto porque son las víctimas las que son vistas en roles familiares, mientras los delincuentes son mostrados en su “diferencia” o “individualidad” de acuerdo a los viejos parámetros positivistas.

El décimo artículo del libro se llama “Media representations of visual surveillance” y está escrito por Michael McCahill. Analiza este autor la forma en que visualizan tres diarios londinenses los cambios tecnológicos efectuados en materia de vigilancia. McCahill reflexiona sobre los cambios en la vigilancia utilizando los conceptos foucaultianos de “panóptico” y de “sinóptico”, reflejados por las cámaras de videovigilancia presentes en todos sitios (supermercados, subtes, casas particulares, fotografías de infracciones automovilísticas, etc.). Lo que le interesa estudiar es concretamente la forma en que los medios de comunicación juzgan a estas nuevas técnicas de control basadas en las posibilidades de ver y de mostrar imágenes. Las imágenes así obtenidas ilustrarán siempre las noticias, pero a su vez esta nueva técnica de vigilancia será bien vista en algunos casos (cuando detectan al “otro”) y criticada en otros (por afectar la privacidad de los que son como nosotros), lo que demuestra la ambivalencia de los periódicos analizados y de los sectores sociales que representan e informan.

Rob Mawby, estudia la relación entre la representación mediática de la policía y las actitudes del público hacia esta instancia de aplicación de la ley en “Completing the ‘half-formed picture’? Media images of policing”. La imagen pública tiene una importancia crucial para esta institución pues de su prestigio depende tanto la legitimidad de su accionar cuanto la colaboración mínima de la ciudadanía sin la cual no podría siquiera actuar. Es por ello que la constante presencia de la policía en noticias y en ficciones de los medios escritos, auditivos y visuales es inevitable y necesaria. Las representaciones del policía como heroico, confiable y eficaz conviven con otras que lo muestran como represivo, corrupto e incompetente, lo que nos demuestra que los medios reflejan el eterno debate sobre este aparato del Estado (probablemente el que mejor lo representa de cara a la sociedad) siempre sujeto a reinterpretaciones.

Steve Greenfield y Guy Osborn analizan en “Film lawyers: above and beyond the law” el papel de los abogados y la justicia penal en el cine. Los autores realizan una contribución, a la vez que explican de qué se trata, en el ya amplio campo de estudios denominado “Law and Film”, que con base en el amplísimo material fílmico realizado sobre juicios reales y ficticios (sobre todo en los estudios estadounidenses) sacan conclusiones sobre la ley, los tribunales y la justicia entendida en su sentido más amplio. En la descripción de juicios aparece un tema trascendente desde la alta filosofía hasta la cultura popular: la lucha entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. Ello se verifica de mayor manera en las características personales, estrategias y elecciones de los abogados, que casi siempre son tomados como protagonistas por las películas (que prestan poca atención a otros sujetos del juicio como jueces o jurados –con la notable excepción de Doce hombres en pugna–).

El australiano Daniel Stepniak es autor de un informe encargado por los tribunales de su país para evaluar las posibles emisiones televisivas de juicios penales. Aquí, en “British justice: not suitable for public viewing?”, repite algunos argumentos estudiados entonces para justificar la necesidad de esa presencia en la justicia británica, una de las más restrictivas a su difusión por los medios. Lo hace reexaminando las exposiciones a favor y en contra de la televisación de los juicios y poniendo de manifiesto que las variadas demandas de los medios de comunicación por acceder a los juicios penales han demostrado que esta es una discusión que, al menos, no debe obviarse. Analiza el artículo las razones por las que en 1925 se prohibió el acceso de medios técnicos de reproducción a los tribunales ingleses, y por qué ella se mantuvo inalterada, a diferencia de la evolución jurisprudencial en esta materia en los Estados Unidos. Esto último no es fácilmente explicable para el propio autor que observa que la prohibición va en contra del desarrollo tecnológico que hace posible filmar y difundir imágenes sin inconvenientes para la justicia, y remarca las favorables experiencias de otras jurisdicciones. Lo más importante para el autor es que la prohibición produce un conflicto con el principio de justicia abierta o pública, que los mismos tribunales deberán resolver a favor de la publicidad. Para demostrar que ese cambio se está produciendo, auque con inconvenientes, expone el autor el “experimento” escocés (como la ley de 1925 no tiene vigencia en Escocia, se han filmado diversos juicios en esa otra jurisdicción desde 1992 que pudieron emitirse por la televisión británica), el caso O. J. Simpson (lo emitió la BBC y Sky News, teniendo cuatro y siete millones de espectadores ingleses respectivamente en 1995), el caso Louise Woodward (una niñera inglesa acusada de asesinar a quien debía cuidar en Boston, cuyo juicio estadounidense fue visto en 1997), la apelación para la extradición de Pinochet (cuya filmación y emisión fue solicitada por la BBC, dada su trascendencia, y aceptada por la Cámara de los Lores en 1998, acostumbrados a ser filmados en actividades no judiciales sino legislativas), y más recientemente el juicio sobre el atentado de Lockerbie (que se desarrolló en Holanda pero bajo la ley escocesa, por lo que se planteó un fuerte debate sobre la televisación, que fue solicitada masivamente por escoceses e ingleses) y la “investigación” en el caso Shipman (también durante esos años 2001 y 2002 se discutió si se podían filmar estos juicios especiales y previos: lo importante volvió a ser la discusión pública de argumentos favorables a la televisación). Todo ello demuestra para el autor lo insostenible de la prohibición de una televisación que tendría como máxima justificación la de posibilitar un mayor control judicial y con él todas las ventajas de la publicidad.

Paul Mason también ha escrito anteriormente sobre la cuestión tratada por Stepniak. Pero cierra el libro por él mismo editado con un intento de visualizar el lado más oscuro de la justicia penal. En “The screen machine: cinematic representations of prison” se exploran con detalle las numerosas películas sobre la prisión realizadas en la historia del cine, y su rol sobre las percepciones públicas acerca de la cárcel, así como sobre la emergencia del llamado “penal populismo”. Señala el autor que la influencia de este tipo de películas (que muestran hechos excepcionales como motines, fugas, personajes especialmente siniestros y siempre mucha violencia) se produce no solo sobre el público en general sino también sobre los operadores del sistema penal y en particular los guardiacárceles. Esto es en efecto bastante peligroso, pero las representaciones ficticias de la prisión forman parte de la misma prisión, en parte por la invisibilidad otorgada al castigo por la propia prisión reemplazando a los castigos del Antiguo Régimen.

21- Criminal Visions. Media representations of crime and justice, Paul Mason (ed.), Devon, Willan Publishing, 2003. Comentario publicado en Nueva Doctrina Penal, 2004/B, Buenos Aires, Del Puerto.

Sobre delitos y penas: comentarios penales y criminológicos

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