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SURVEILLANCE AFTER SEPTEMBER 11 (22)

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El control identificatorio después (y antes) del 11 de septiembre de 2001

“Los países de América son formados, aparte de su formación nativa, por el acrecentamiento de la inmigración. Esta es como el aluvión que dejan los ríos al crecer o como la resaca que las olas arrojan a las playas del mar. Y como esta es el despojo o la hez de la espuma, así también la inmigración hecha a la tierra nueva, a la playa virgen, el desecho de las viejas sociedades. La inmigración trae de todo, lo bueno y lo malo; lo bueno acude en busca de leyes liberales para aprovecharse honestamente de sus beneficios; lo malo, a encontrar en nuestras generosas instituciones facilidades sin cuento para desempeñar su labor sombría. Todos los perniciosos elementos sociales del viejo mundo acuden a los pueblos americanos, especialmente la Argentina y el Brasil, porque los puertos de entrada están abiertos a cuantos lo soliciten, sin trabas considerables. Pero esta liberalidad, apenas restringida, da lugar a un acrecimiento del delito, en todas sus formas, desde la más leve, traducida en actos de mala fe, hasta el inconcebible atentado del ácrata feroz, que arrastrado por una idea tan superior cuanto irrealizable de igualdad, no encuentra medio de establecer el orden social de su sueño sino destruyendo por la violencia y por el crimen.

El terrorista desolador, más temible y salvaje que las furias de la leyenda; el fanático enceguecido; el homicida profesional; el ladrón hábil; el sedicioso audaz; el agitador de gremios, generalmente explotador de la candidez y la ignorancia del obrero; el rufián canalla, trabajador de las tinieblas; toda esa cohorte arriba a las libérrimas playas de la hermosa América, joven y rica, para levantar grados en la escala del delito y perturbar el orden de la vida. No se emplea medio alguno de combate o profilaxis contra esa peste nueva; no se trata de tender el eficaz cordón sanitario para impedir la entrada de semejantes huéspedes, tal como se hace con el cólera cuando algún navío lo transporta del país infestado al país sano. Las legislaciones sobre inmigración y entrada de pasajeros procuran la introducción de personas capaces de labor y progreso, repudiando al sospechoso y al inútil; pero conviene reconocer que el sospechoso no lleva inscrita en la frente su condición de tal, ni el inútil es fácilmente reconocido. De ahí esa importación de pervertidos que buscan y encuentran en nuestra tierra campo libre al ejercicio de su perversidad, sin que leyes tuitivas del orden social sean suficientemente eficaces para impedir el aumento de la delincuencia. La profilaxis social podrá, sin embargo, realizarse con éxito, estableciendo la identificación dactiloscópica de cada individuo que llega a los puertos de América”.

Permítame el lector esta larga cita, que como se verá tiene relación con el libro que comentaré. Extraigo la misma de un libro de principios de siglo en el que Luis Reyna Almandós, discípulo de Juan Vucetich, propone severas medidas para controlar a las poblaciones móviles, en especial a aquellas que llegaban a nuestro país. Como se observa, el delito (y particularmente el delito político o “terrorista”) era utilizado como excusa eficaz para imponer una identificación obligatoria a todos los habitantes y especialmente a aquellos definidos como un “otro” peligroso. Para poder identificar, reconocer, y finalmente controlar a todos y cada uno de los individuos Reyna Almandós sostendrá, ya en la década del treinta (y tras haber sido un acérrimo crítico del gobierno de Yrigoyen), la necesidad de que el número identificatorio que prohijaba se tatuara en los brazos humanos, de la misma forma en que el régimen nazi lo haría para la misma época en los campos de concentración. Cien años antes, el mismo Jeremy Bentham postularía las ventajas de tatuar de la misma forma el nombre “real” de cada quien, y evitar así los continuos cambios de identidad.

En estos primeros años del siglo XXI las posibilidades tecnológicas y culturales de cambiar de espacio físico (y de intereses intelectuales, grupos afectivos, etc.) se incrementaron enormemente. Pero también se incrementaron en igual o superior medida las técnicas para vigilar a los individuos y a las poblaciones a fin de controlar esos movimientos. Como hace cien años, según nos revela el técnico policial argentino, ahora también la “inmigración” y el “terrorismo” se convierten en los grandes generadores de miedo en la construcción política de la “Europa Fortaleza” (término que denota la pretensión de Napoleón y luego Hitler de hacer inexpugnable el continente a “invasiones” extranjeras), y el reforzamiento económico de la industria militar-seguritaria de los Estados Unidos.

Es bien sabido que esta estrategia del miedo se ha reforzado especialmente en ese último país, especialmente, a partir de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Es por ello que David Lyon elige ese momento para reseñar los cambios tecnológicos introducidos en la nueva “industria” de la vigilancia, así como sus peligrosas implicaciones políticas.

Como señala el autor de Surveillance after September 11, los atentados del 11 de septiembre de 2001 han producido al menos dos consecuencias destacables y antitéticas. Por un lado, la extensión masiva del control sobre la población. Y por el otro, una mayor atención de parte de algunos intelectuales (e incluso la opinión pública) sobre los dispositivos cotidianos a que deben someterse los individuos. Si lo primero es claramente preocupante, lo segundo es esperanzador pues permite planificar “resistencias” a la implementación, desde mucho antes de esa fecha, de una estrategia adecuada a las nuevas “sociedades de la vigilancia”.

David Lyon se cuenta dentro de este grupo de intelectuales, aunque su preocupación sobre la perdida de libertades en el mundo globalizado es muy anterior al mencionado acontecimiento (así lo atestiguan muchas de sus obras previas, como The Electronic Eye de 1994, Computers, Surveillance, and Privacy de 1996, Surveillance and Society de 2001, entre otras). Sin embargo el título de esta obra, y las numerosas críticas que formula a ese dudoso acuerdo que nos obliga a entregar algo de libertad como pago por una dudosa seguridad, pretende remarcar la profundización de aquella estrategia bajo el amparo de la actual “guerra contra el terrorismo”.

El libro analiza especialmente iniciativas de control que incluyen el uso de nuevas tecnologías, pero el autor no desconoce que también continúa existiendo una vigilancia que no se vale de ellas y recurre a métodos tradicionales o dignos del Antiguo Régimen. El autor tampoco desconoce que la vigilancia se produce en casi todas partes del mundo, pero focaliza su atención en los cambios producidos por las administraciones de los Estados Unidos.

El capítulo 1 del libro hace un análisis teórico para poder entender qué significa “vigilancia”. Para ello examina la historia de las sociedades de la vigilancia, y luego las teorías y planteos críticos que se les han hecho antes de los conocidos atentados. El triunfo de la idea de vigilancia, y de sus prácticas cotidianas, se hace patente con el anuncio actual de una “edad del terrorismo”. La definición del “terrorismo” hace posible una intensificación de los controles sobre todos los individuos. Analiza esto en el capítulo 2 que muestra, además, que esa definición del terrorista permite instituir una “cultura de la sospecha” destinada a movilizar a los ciudadanos para vigilar a los otros ciudadanos.

El capítulo 3 muestra lo evidente: que más allá de la inutilidad de los fines declarados por esta estrategia, las medidas de seguridad tienen otra utilidad que afecta directamente a los ciudadanos corrientes, especialmente a los que viven en forma precaria. Aquí Lyon comienza a mostrar el uso de las nuevas tecnologías como las de video vigilancia y circuitos cerrados de televisión, la biometría (o reconocimiento por señas corporales únicas, tales como las viejas huellas digitales –impuestas para estos fines por la labor del croato-argentino Vucetich– y la más “moderna” de la retina), las bases de datos identificadores (con datos como el ADN), las tarjetas de documentación de identidad obligatorias e “inteligentes” (por contener los datos biométricos). Todas ellas son ofrecidas y vendidas por unas empresas que son beneficiarias directas de esta profundización en la vigilancia. La biometría (esto no lo dice el autor) hace innecesario el tatuaje puesto que descubre que en realidad todos estamos “tatuados” desde el nacimiento con huellas individualizantes, y que solo deben ser correctamente constatadas.

El capítulo 4 muestra la convergencia e integración de los distintos sistemas de vigilancia privados y estatales. Unos y otros se necesitan para expandirse, para sacar provecho económico y político, y para acrecentar el dominio sobre los, nunca mejor llamados, sujetos. El desarrollo tecnológico permite que aquellos sistemas ideados para que no nos robemos algo del supermercado puedan relacionarse con los que tiene el banco para saber si somos solventes, estos con los del Estado sobre nuestra situación impositiva, etcétera. Las computadoras brindan oportunidades fantásticas a los individuos, pero también a la “nueva gobernancia” que se realiza de sus cuerpos. En el capítulo 5 se describe cómo actúa con esta enormidad de datos relacionados, poniendo como ejemplo los datos policiales, la información de internet y los datos de las compañías aéreas sobre los pasajeros. Este último es un caso muy significativo pues son los controles aeroportuarios la cabeza de lanza de los cambios aquí mencionados. Como propugnaba Reyna Almandós, los “vigilantes” estadounidenses tendrán especial cuidado en “fichar” mediante el “tatuaje subcutáneo” (según terminología de Giorgio Agambem) y la imposición de un número identificatorio a todo aquel que llegue a sus fronteras para estar temporal o definitivamente en el territorio nacional. El que viene de afuera ya es por solo esto sospechoso de propagar la nueva peste llamada “terrorismo”. Si en el caso citado al principio la relación con el cólera se hace en forma que va más allá de la mera metáfora, en la actualidad tampoco es casual que otras supuestas amenazas epidémicas (como la del SARS) hayan demostrado en los aeropuertos que el Panóptico era solo el resumen y unión de la estrategia de encierro de la lepra y del régimen de la ciudad apestada, que describe Foucault en Vigilar y castigar, y que ahora se actualiza tecnológicamente.

Al final del libro, en el capítulo 6, se proponen diversas estrategias de resistencia. Lyon escribe como sociólogo pero también como individuo preocupado por su libertad y la de los demás, y es por ello que intenta brindar respuestas alternativas para plantear una “nueva política” capaz de imponer límites a las sociedades de la vigilancia y de permitir la construcción de sociedades sin exclusión en las que dicha libertad individual pueda realizarse para el bien de todos.

22- Surveillance after September 11, David Lyon, Polity Press, Cambridge, 2003. Comentario publicado en Nueva Doctrina Penal, 2004/B, Buenos Aires, Del Puerto.

Sobre delitos y penas: comentarios penales y criminológicos

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