Читать книгу Tocqueville en el fin del mundo - Gabriela Rodríguez Rial - Страница 11

1. Aulas, bibliotecas, librerías, empresas periodísticas y sociedades públicas o casi secretas: los espacios de sociabilidad de la Generación de 1837

Оглавление

Comenzamos la introducción de este capítulo refiriéndonos al Salón Literario y al juramento de la Joven Argentina, que constituyen hitos institucionales tan míticos como reales de la sociabilidad de la Generación de 1837. Para comprender las características y el impacto de los mismos en la configuración de una identidad generacional es necesario distinguir tres tipos de espacios de sociabilidad presentes en los distintos momentos de la trayectoria de este colectivo intelectual.

Un primer tipo corresponde a los espacios de encuentros fuertemente institucionalizados por las asociaciones o sociedades que cuentan con al menos una nómina relativamente explícita de miembros. La Joven Argentina contó con al menos treinta y cinco miembros (Gutiérrez, 1940: 42) y sus filiales, por ejemplo la de San Juan organizada a instancias de Manuel Quiroga Rosas y Sarmiento (2001:133) y de la que participaron Indalecio Cortínez, Aberastain, Guillermo Rawson (1821-1890) y Benjamín Villafañe, o la de Córdoba, organizada por Vicente Fidel López, constituyen un claro ejemplo de sociedades políticas (Echeverría, 1940: 105-107). Estas últimas, sin dejar de lado el debate cultural, tenían como objetivo proponer un modelo de hacer política, protagonizada por los miembros de la joven generación, que superara las deficiencias que, a su juicio, tenían tanto los federales como los unitarios, hasta entonces los partidos o facciones políticas predominantes.11 El carácter claramente político de estas asociaciones se vio reflejado no solamente por la decisión de sus miembros de juramentar una creencia que expresaba valores compartidos sino en la reacción que produjeron en sus contemporáneos. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien había sido bastante condescendiente con el Salón Literario y algunas publicaciones escritas por referentes de la Generación de 1837 en años previos, y sus aliados en otras provincias como Belisario Benavídez (San Juan), Felipe Heredia (Santiago del Estero) o Pascual Echagüe (Entre Ríos), vieron la red de asociaciones que compartían el ideario de la Joven Argentina como un desafío a su poder político. De hecho, a fines de 1838 y a principios de 1839 las persecuciones van a ser mayores y varios asociados se exilian fuera del territorio de la confederación.12

Dentro de este primer tipo de sociabilidad también se puede mencionar a la Asociación de Estudios Históricos y Sociales o Sociedad de Estímulo, que funcionó en 1833 en la casa de los hermanos Jacinto y Demetrio Rodríguez Peña (1817-1867), sita en Venezuela entre Perú y Bolívar, a pocas cuadras del colegio de Ciencias Morales y de la sede de Universidad de Buenos Aires en ese momento. Esta asociación puede haber tenido como antecedente o desarrollarse contemporáneamente a otra que tuvo un nombre similar y se derivaba de un grupo de estudio previo. La misma habría tenido lugar en la casa de la familia materna de Cané (Weinberg, 1958: 31). Estas sociedades eran mayormente prolongaciones de grupos de estudio formados por estudiantes de la universidad o del colegio de Ciencias Morales, ya que estos últimos compartían clases con quienes asistían a los cursos preparatorios para la universidad (ver segundo tipo de sociabilidad).

El Salón Literario, que surgió como complemento de las actividades de la librería, y el gabinete literario de Marcos Sastre (1808-1887), inaugurados entre 1833 y 1835, tuvieron un alto grado de institucionalización, dado que quienes eran miembros regulares pagaban una suscripción anual que les permitía hacer uso de la biblioteca, participar de las reuniones literarias y recibían de forma gratuita las impresiones que hacía el establecimiento de los trabajos literarios (Weinberg, 1958: 55). Su impacto excedió la comunidad de sus asociados regulares, si se tiene en cuenta la conservación de los discursos enunciados el día de su fundación y el hecho de que ha podido reconstruirse la nómina de quienes asistieron al acto inaugural en junio de 1837. Echeverría se hizo cargo de la organización de un plan de lecturas a pedido del dueño de la librería; los socios eligieron autoridades, presidente, vice y secretarios. Sin embargo, su escasa durabilidad en el tiempo –poco más de seis meses– puede ser un factor que ponga en duda el grado de institucionalidad de este espacio de sociabilidad que asoció a la generación con un año específico.

Si bien las instituciones escolares no pueden ser consideradas espacios de sociabilidad en sentido estricto porque la pertenencia a los mismos no se debe a la voluntad de formar una comunidad asociativa sino al deseo de adquirir capitales culturales, académicos y ligados, no pocas veces, al prestigio intelectual, también son ámbitos donde se forjan vínculos que quienes allí estudian pueden capitalizar socialmente en otros momentos de su trayectoria vital (Bourdieu, 1970: 169-206; Bourdieu, 1998: 61-96). Las instancias de educación formal fueron lugares donde varios miembros del grupo se conocieron y empezaron a desarrollar relaciones que se mantuvieron durante casi toda su vida. Hubo quienes se frecuentaban desde la infancia o la pubertad como quienes asistieron al colegio de la familia Cabezón, Vicente Fidel López y Cazaldilla, o al Ateneo, dirigido por Pedro De Angelis (Cutolo, 1968: 152-3, 573-81). Tal era el caso de Félix Frías y José Tomás Guido. Algunos se conocieron en sus provincias natales cuando se preparaban para asistir al Colegio de Ciencias Morales, como Antonino Aberastain y Sarmiento, aunque este último finalmente no viajó a Buenos Aires porque no fue seleccionado por el sorteo. Los beneficiados por la suerte fueron Aberastain y Cortínez, que estudió medicina el la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se recibió con una tesis sobre el tiempo en que deben apuntarse los miembros en caso de infección. Otros establecieron conocimiento personal en los claustros del colegio, que los alumnos del secundario compartían con quienes preparaban el ingreso a la UBA. Estos pasillos y aulas fueron un ámbito propicio para comentar gustos y lecturas que no siempre se limitaban a Virgilio u Horacio. En tal sentido, a pesar de la críticas que van a hacer a posteriori al tipo de enseñanza universitaria impartida en la década de 1830 (Gutiérrez, 1998: 259-451; Alberdi, 1900: 280), la UBA permitió que la gran mayoría de los miembros de la Generación de 1837 conociera a sus coetáneos o que, gracias a su contacto con alguien que había cursado allí sus estudios, pudiera relacionarse con esta red político intelectual.

Un segundo tipo de espacios de sociabilidad es más difuso, ya que está basada en intereses culturales comunes que se expresan como una grupalidad no formalizada en asociaciones propiamente dichas pero que, en el caso de la Generación de 1837, comienza a desarrollarse en instituciones escolares. También se formaron afinidades en torno de lecturas compartidas. Rousseau, Las Ruinas de Palmira de Volney, Victor Hugo, Leroux, Lerminier, Fernimore Cooper, Constant, Guizot, Jouffroy, Byron, Shakespeare, Larra o Jovellanos fueron lecturas tempranas a las que se sumó, en la década de 1840, La Democracia en América. La biblioteca de los Cané, o mejor dicho de los Andrade, la familia materna de Miguel, atrajo a muchos colegas de estudios del nieto que solían llevar sus libros para leer en clase porque le resultaban más entretenidos que las lecciones de los profesores. De hecho, Alberdi entabla amistad con Cané, cuando aburrido durante la clase de latín del profesor Guerra descubre a su compañero leyendo de manera absolutamente apasionada La Nueva Eloísa de Jean Jacques Rousseau (Alberdi, 1900: 278-279). Otra biblioteca frecuentada fue la de Santiago Viola, que contaba con mucho dinero por ser el administrador rural de los bienes de su abuelo. Si bien ninguno de estos espacios llegó a conformar un gabinete de lectura con reglas formalizadas como el de Marco Sastre, fueron espacios de intercambio de libros e ideas que sirvieron de antecedentes del Salón Literario. En 1834 José Tomás Guido y Alfredo Bellemare, profesores de Derecho Penal y Criminal en la UBA, tradujeron el Curso de Historia de la Filosofía de Víctor Cousin,13 cuya primera lección se publicó el 19 de mayo (Myers, 2004: 169). El resto de las lecciones traducidas no se publicaron por falta de financiamiento. Dalmacio Vélez Sarsfield, ayudado por Vicente Fidel López, editó las Instituciones de Derecho Canónico del austríaco Gmeiner. Así pues, la edición y traducción de obras jurídicas, filosóficas y literarias fue no sólo una tarea formativa sino que favoreció la sociabilidad. A pesar de este gusto por las novedades literarias que no formaban parte de los programas de estudios de los cursos universitarios, también surgieron grupos cuyo origen fue preparar juntos alguna asignatura como “Derecho Comercial” donde, por falta de ejemplares, varias camadas debieron compartir el libro de Pardessus. Incluso los apuntes del “Curso de Filosofía de Diego Alcorta” llegaron a comercializarse en manuscrito (Weinberg, 1958: 12, 30). En los tiempos del exilio, el uso de los libros como intermediarios de las relaciones interpersonales se va a observar en intercambios epistolares, cuyo tema central era en muchas ocasiones el comentario de alguna publicación de algún colega de la Generación de 1837 o una novedad literaria o filosófica europea o estadounidense.

Otro ejemplo de este tipo de sociabilidad son los grupos de estudios que se organizan durante la etapa universitaria en torno de las cátedras o departamentos. Quienes asistieron a los cursos de Filosofía que Alcorta dictaba para el Departamento de Estudios preparatorios armaron un grupo muy sólido de admiradores del profesor que enseñaba la doctrina de Destutt de Tracy, como relata José Mármol (2011: 31-32, 35-37) en Amalia.14 También hicieron lo propio quienes asistían a las clases de “Derecho Constitucional”, la de “Derecho Comercial” o “Penal” en el Departamento de Ciencias Jurídicas. El Instituto Topográfico en el Departamento de Ciencias Exactas, donde se formó Juan María Gutiérrez con Félix Orma como agrimensor, fue uno de los pocos espacios donde primaba una concepción moderna y práctica de la ciencia que los miembros de la Generación de 1837 juzgaban más útil para la sociabilidad democrática moderna que la teología o el derecho canónico.15 Quienes estudiaban en el departamento de Medicina sentían devoción por Cosme Argerich, Juan Antonio Fernández, Juan José Montes de Oca u Octavio Mosotti, que fueron cesanteados de sus puestos docentes cuando Rosas asume por segunda vez la gobernación de Buenos Aires en 1835.

El tercer tipo espacio de sociabilidad es el que se produce gracias a la prensa, en este caso entendida como empresa periodística. Ser parte de un mismo proyecto editorial, por ejemplo de un periódico o un diario fundado por un grupo de amigos, o ejercer como editores o redactores, un medio de prensa establecido por otros miembros de la Generación de 1837, son modos de entrar en contacto entre sí durante y después de sus respectivos exilios. El Museo americano (Buenos Aires, 1835), El Recopilador (Buenos Aires, 1836), El seminario de Buenos Aires en 1837, La Moda (Buenos Aires, 1837-1838), El Zonda (San Juan, 1839), El Iniciador (Montevideo, 1838-1839), El heraldo argentino (Chile, 1841), El Mercurio de Valparaíso y El progreso en Chile entre 1841 y 1851, El Comercio del Plata y El Talismán en la década de 1840 en Montevideo entre 1845 y 1850, El Nacional Argentino (1860), La Nación (1870), El Censor (1885-1892), entre otras publicaciones, auspiciaron de lugares de encuentro de varias de las plumas más prolíficas que se identificaron en algún momento o a lo largo de su trayecto vital con las ideas del Código o declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina o Creencia social que se juramentó en 1838.

Algunas de estas publicaciones resultaron más conocidas que otras por el impacto que tuvieron como legado de la Generación de 1837 para la posteridad y no necesariamente por su popularidad, medida en términos de lectores/suscriptores, que tuvieron entre sus contemporáneos. Tal es el caso de La Moda o El Zonda, que publicaron pocos números, pero que son recordados por lo que luego significaron para Alberdi y Sarmiento. Sin embargo, cabe mencionar que en La Moda, además del estilo satírico y la ironía fina inspirada en Mariano José Larra, ya se encuentran algunos de los tópicos alberdianos como la preocupación por la democracia como un estado social más que como un régimen político16 y el poco eco que producen sus ideas en el contexto sociocultural en que son enunciadas. Esto afirma el joven tucumano enmascarado como su alter ego, Figarillo, en el número 17 del 10 de marzo de 1838, en la sección Boletín Cómico, cuando titula su intervención “Predicar en el Desierto”:

¡Y qué pocas son las ocasiones que no se predica de este modo en estos tiempos! (...) Escribir en La Moda es predicar en desiertos porque nadie la lee (...). Escribir ideas filosóficas, generalidades de cualquier género, mirar de un punto de vista poco individual es predicar en desiertos. (Alberdi, 2011: 118)

El caso de El Zonda es un ejemplo típico de cómo circulaban las novedades literarias entre los miembros de la Generación de 1837, aunque se encontraran en regiones muy distantes entre sí del entonces territorio de la Confederación Argentina. De hecho, en varios números aparecen aludidos, y más bien plagiados que citados, pasajes de artículos de la Revista Enciclopédica firmados por Pierre Leroux, Carnot y Reynaud. Como son muy similares a varias referencias que aparecen en La Moda, llegamos a pensar que esta publicación había operado como una especie de intermediaria. Sin embargo, al ser Quiroga Rosas el propietario de uno de los ejemplares de la revista francesa de donde se inspiraron los articulistas de ambos semanarios, es también factible que los colaboradores de la publicación que fue editada en San Juan en 1839 hayan tenido acceso de primera mano a la revista francesa.

Una parte importantísima de la obra de Sarmiento corresponde a los artículos que escribió en la prensa chilena entre 1840 y 1850, que ocupan varios tomos de sus obras completas. Su rol como articulista en El Mercurio de Valparaíso, donde se desempeñó entre principios de 1841 hasta noviembre de 1842 y en El progreso, donde colaboró hasta 1845, además del hecho de haber sido director de El Nacional, publicación creada para apoyar al candidato conservador a la presidencia de Chile Manuel Bulnes Prieto en 1841, permitió al sanjuanino relacionarse de manera directa y cotidiana con varios miembros de la Generación de 1837 que él no había tratado personalmente antes por no haber estudiado en Buenos Aires. Así conoce a Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y a los hermanos Rodríguez Peña y Miguel Piñeiro. Este último, aunque muerto prematuramente en 1846, resulta de vital importancia porque en su carácter de redactor en jefe de El Mercurio, cuyo puesto luego Sarmiento abandonó por desavenencias con su nuevo dueño, Santos Tornero, habilitó a esta publicación como espacio de expresión de los emigrados argentinos que llegaron a Chile a partir de 1843.

Gracias a haber trabajado de manera conjunta en El Iniciador, mejoró la relación de la Generación de 1837 con los unitarios que los recibieron en Montevideo, en especial los hermanos Varela, que habían sido muy críticos de los discursos de apertura del Salón Literario. Sin embargo, este vínculo fue siempre bastante tenso y complejo, como veremos en la próxima sección. Después de 1852, si bien las empresas periodísticas solían agrupar a quienes se alineaban con alguna facción o liderazgo político, por ejemplo, el mitrismo, siguieron siendo ámbitos donde se reencontraron como colaboradores viejos camaradas de juventud que se habían distanciado por sus posiciones respecto de las presidencias de Justo José de Urquiza (1854-1859), Santiago Derqui (1860-1861), Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880).17

Tocqueville en el fin del mundo

Подняться наверх