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2. Generación como problema y como solución

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Como dice Willian Katra (1996: 7), la Generación del ’37 fue, tal vez, el más articulado y auto-consciente grupo de intelectuales latinoamericanos del siglo XIX. Ellos fueron protagonistas de las luchas crueles que permitieron la formación del Estado nación argentino en la segunda mitad del siglo. Pero también dieron su testimonio por escrito de esos importantes acontecimientos en los que estuvieron involucrados. Al leerlos, comprendemos las transformaciones económicas, sociales e ideológicas que se produjeron entre 1830 y 1880 y las tensiones de un proceso de modernización que todavía impactan a la sociedad y al sistema político de la Argentina en el siglo XXI.

Tanto quienes analizan la sociabilidad de la Generación de 1837 desde una perspectiva histórico política, relativamente deudora de los trabajos de François-Xavier Guerra ([1985] 2012: 126-181), como quienes reivindican el uso de la sociología de los campos de Bourdieu para el análisis cultural (Myers, 2005: 19), se debaten acerca de cuál es el colectivo de identificación más apropiado. “Escuela”,18 “red romántica”, “juvenilia”,19 “estudiantina”, “asociación”, son términos que han sido utilizados recurrentemente y no sin contradicciones en diferentes textos que se refieren a este período de la política y el pensamiento político argentino. Al igual que Katra (1996) y Weinberg (1958), por sólo mencionar dos ejemplos representativos de quienes adoptaron esta perspectiva analítica, en este libro hemos priorizado el vocablo “generación”. Y esta elección radica en tres motivos.

El primero de ellos es que junto con “juventud”, “generación” fue el colectivo de identificación más usado por los propios actores, especialmente en su manifiesto liminar, el Dogma Socialista, donde se apela frecuentemente a la expresión “Joven Generación”:

Había, entretanto, crecido sin mezclarse en esas guerras fratricidas [se refiere a los conflictos entre unitarios y federales] ni participar de esos odios, en el seno de esa sociedad una generación nueva [en cursivas en el original], que por su edad, su educación, su posición debía aspirar y aspiraba á [con tilde en el original] ocuparse de la cosa pública. (Echeverría, 1940: 76)

Entonces, podríamos decir que se trata de una categoría nativa en términos antropológicos.

El segundo motivo es que si bien la idea de “generación” exige, sin duda, un grado importante de cohesión interna, el énfasis está puesto especialmente en la edad más que otros atributos. Como veremos a continuación, cuando se describa la Generación de 1837 como una campo y una red intelectual, con contadas excepciones –María Sánchez o Vicente López y Planes por solo mencionar dos ejemplos– quienes se acercan a los espacios de sociabilización nacieron entre 1805 y 1821. De hecho la mayoría de quienes participan más o menos activamente de estos ámbitos nacieron en la década 1810, especialmente entre los años 1809 y 1813, es decir, casi en el mismo momento en que se produce la Revolución de Mayo de 1810, cuando comienza el proceso de emancipación política de los territorios que antes conformaban el Virreinato del Río de la Plata (1776-1810).

El tercer motivo tiene que ver con la cultura política argentina, o, para evitar el anacronismo en el caso de período anterior a 1862, rioplatense, es decir, ligada al ex territorio del virreinato del Río de Plata o de las Provincias Unidas del Sur, a partir de 1816. Ha sido habitual en el siglo XIX, e incluso ha seguido siendo habitual en el siglo XX, utilizar el término generación para referirse a grupos políticos e intelectuales que tenían un proyecto doctrinal, teórico y práctico que orientaba su acción. Baste mencionar como ejemplos a la Generación de Mayo de 1810, la Generación rivadaviana o unitaria que tuvo su apogeo entre 1820 y 1830, la Generación de 1880, y, en siglo XX, la Generación de 1970 a los setentistas.20 En los capítulos siguientes nos ocuparemos de uno de los aspectos, la concepción de la democracia desde una perspectiva informada por la nueva Ciencia Política “inventada” por Alexis de Tocquevile, del proyecto de la Generación de 1837.

Con la Generación de Mayo, que protagonizó la gesta de emancipación del dominio español entre 1810 y 1820 y se inspiró en Jean Jacques Rousseau y el liberalismo español de fines del siglo XIX para construir su ideal de república patriótica,21 la Generación de 1837 construyó una relación ambivalente. Por un lado, las figuras representativas de este grupo siempre expresaron su admiración hasta el punto de denominar a una de las sociedades político-intelectuales Asociación de Mayo. Por el otro, estos mismos referentes, en particular Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, pretendían promover un movimiento cuyo ideal político fuera una revolución cultural y no la guerra revolucionaria. En otros términos, el héroe militar debía ser reemplazado por el héroe intelectual. Parafraseando al político francés François Guizot, la Generación de 1837 creía que la mejor manera de concretar el ideal patriótico de la emancipación era terminar con la revolución entendida como conflicto bélico.

Con respecto a los rivadavianos que entre 1820 y 1830 trataron de imponer un modelo político centralista, legitimado por su compromiso intelectual con la ilustración –particularmente con la vertiente representada por la escuela de los ideólogos– y por admiración del liberalismo anglo-francés de las primeras décadas del siglo XIX, la Generación de 1837 trató de tomar distancia. Por un lado, la mayoría de ellos, tal vez con la excepción parcial de Sarmiento, creían que el proyecto político unitario había fracasado por no haber sabido comprender bien las características de la sociedad que surgió tras la Revolución de Mayo. Por el otro, hubo mucho encono personal por la reacción negativa que generaron en los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela las intervenciones de Alberdi, Sastre y Gutiérrez en la inauguración del Salón Literario. Este hecho, sumado a que los Varela se auto-percibían como adalides de la lucha contra Rosas y los mejores poetas del Plata, y en tal carácter juzgaban despectivamente los posicionamientos políticos y estéticos de las figuras representativas de la Joven Generación como Esteban Echeverría, no ayudó a mejorar las relaciones entre los grupos cuando compartieron el exilio en Montevideo. No obstante, además de reencontrarse en la oposición al rosismo entre 1839 y 1843, la Generación Unitaria legó a la de 1837 un autor fundamental, sin el cual, al menos Alberdi, no habría podido llevar a cabo su labor como constitucionalista y proto-politológo institucionalista: Benjamin Constant.22

Si desde un punto de vista simbólico, en algunos casos hasta biológico, la Generación de Mayo representa a los padres de la Generación de 1837 y la Generación rivadaviana a sus hermanos mayores, la Generación de 1880 son sus hijos, que a veces admiran, y otras cuestionan el legado de los padres.23 En tal sentido, por más que la Generación de 1837 construyó su identidad grupal diferenciándose con quienes la precedieron, como más tarde lo hizo la Generación de 1880 respecto de quienes la antecedieron, las cuatro generaciones están unidas por un vínculo indestructible, ligado a relaciones de parentesco, sobre todo de tipo filial, el amor por los libros y la pasión por la política. Quizás por ello Juan María Gutiérrez (1979: 75), quien siempre buscó la armonía dentro y fuera de la sociabilidad grupal, le decía en una carta a Juan Bautista Alberdi, en febrero de 1839, que era peligroso cerrar el círculo a los jóvenes del país porque, de este modo, muchas nobles personas podían verse excluidas por el hecho de haber vivido más.

Como conclusión de este apartado quisiéramos explicar por qué preferimos en este libro referirnos a la Generación de 1837 y no a la Generación romántica como suele hacerse en la historia cultural del período. Primero, la cuestión de la adscripción o no al romanticismo como movimiento filosófico o corriente estética generó tensiones dentro de la Generación de 1837. Incluso quienes prefirieron abiertamente el romanticismo al clasicismo, advirtieron que esta preferencia era usada en su contra en las disputas políticas. Tal fue el caso del debate que tuvieron Sarmiento y Vicente Fidel López con figuras representativas de la prensa chilena de la década de 1840, entre quienes estaba el intelectual venezolano Andrés Bello. La polémica sobre el romanticismo terminó “nacionalizándose” y generalizó, en primera instancia como insulto, el gentilicio argentino para referirse peyorativamente a los jóvenes extranjeros amantes de las novedades filosófico-literarias.24 Segundo, la periodización del romanticismo latinoamericano en general y argentino en particular, resulta muy compleja. Aun los textos que se ocupan específicamente de la cuestión, como Marta Pena Matsushita (1985) o Jorge Myers (2005), tienen que recurrir a distinciones como primera y segunda generación romántica, sin terminar de quedar muy claro dónde ubicar a la Generación de 1837. Y, finalmente, la Teoría Política no puede eludir al abordar la problemática del romanticismo la distinción establecida por Carl Schmitt (2001) entre romanticismo político y política romántica. Como señaló Jorge Dotti (2001: 33) en su introducción a una traducción española del Romanticismo Político de Schmitt, los intelectuales de la Generación de 1837, en tanto dedicados activamente a la política, fueron políticos románticos y no romántico políticos porque no eran ocasionalistas en el plano político sino figuras claramente comprometidas con un modelo político: el Estado nación moderno.

Como el abordaje predominante en este libro, aunque tome prestado de otras disciplinas como la historia o la sociología cultural, es teórico político, optamos por no adjetivar a la Generación e identificarla con el año en que se reunió por primera vez en el Salón Literario.

Tocqueville en el fin del mundo

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