Читать книгу Pickle Pie - George Saoulidis - Страница 10
ОглавлениеCAÍDA SEIS
Diego se rascó la costra de su brazo. Casi podía oír la voz de su mamá diciéndolo que parara, pero continuó hasta hacerlas sangrar.
No podía evitarlo después de haber comenzado a hacerlo.
Balanceándose sobre las puntas de sus pies, esperaba en el callejón. Estaba oscuro y no podía ver un carajo, registró sus bolsillos buscando su linterna. Le tomó bastante tiempo darse cuenta que la había vendido el día anterior. La había cambiado por una línea de coca que necesitaba.
Se rascó la costra por encima de la manga. ¿Dónde estaba el maldito ucraniano? El tipo era sospechoso como el carajo y no lo trataba bien, pero siempre era puntual. La puntualidad era una característica positiva rara de los buenos mafiosos. Si no llegabas a tiempo, la gente se ponía ansiosa y sacaba su pistola.
Los dedos nerviosos en el gatillo siempre mataban a alguien. Siempre.
Diego se lamió los labios mordiéndolos sobre las heridas secas. Miró a la calle oscura arriba y abajo. ¡Estaba malditamente oscura hombre! ¿Quién en su sano juicio sostendría un encuentro en este hueco de mierda? Atenas era un tazón de huecos de mierda, pero podías encontrar una parte iluminada para hacer negocios. ¡Hombre! Y algún sitio donde el viento no soplara y te congelara hasta los huesos.
Se apretó el abrigo, prácticamente no sirvió de nada. Maldita imitación turca. Se veía elegante y a Diego le gustaba sentirse elegante. Necesitaba publicar en los foros de internet su negocio. ¿De qué otra forma iba a poder lograr su propio equipo? Tenía a Patty Roo y eso era un buen comienzo. No estaba en mal estado y no era demasiado cara, una buena atleta promedio. Vaya, ¿Tuvo suerte o no en esa apuesta? El pendejo de Apostolis necesitaba dinero de inmediato y Diego estaba allí para apostar. Sortario, sortario, malditamente sortario. Apostolis, el imbécil ignorante perdió por supuesto y le entregó la clave de la mujer de Diego.
¡Por las tetas enormes de Deméter, qué bendición le había otorgado ese día!
Diego se rascó la roncha. Le dolía, pero se sentía bien tener algún tipo de sensación en esa noche helada. Si tan sólo tuviera su linterna, hombre.
Revisó la mercancía, eran cuatro chalecos HPP de alta tecnología. Maravillosos, simplemente maravillosos, como siempre. El maldito Héctor era un artista con esa mierda, hombre. Diego siempre se lo había dicho, estaba malditamente contento de ser su amigo, hombre. Orgulloso, tan malditamente orgulloso.
Diego se rascó el brazo de nuevo y miró a la bolsa. ¿Dónde estaba el pequeño ucraniano bastar-?
Finalmente.
Las luces de un carro aparecieron. Diego levantó su mano, no podía ver. Alguien, pequeño y fornido como el ucraniano, salió del carro. “Coño, finalmente hombre. Se me han estado congelando las bolas aquí afuera”.
El hombre se le acercó sin decir nada. Diego no podía verle la cara.
“Aquí tengo tu mierda. Es de primera calidad, lo mejor de la ciudad. No te va a decepcionar”. Se encogió de hombros. “Tuve que buscar bastante en el stock para hallarlos, no fue fácil, pero para ti y por el precio correcto…” dejó de hablar, su voz sonó orgullosa.
La cara del ucraniano era fea y llena de cicatrices como siempre. “Vamos Diego, enséñame lo que trajiste”.
“Seguro, déjame-” Diego se congeló y miró hacia donde había estado la bolsa hacía un minuto. “Hum…” Se rascó la cabeza arrastrando los pies en lo oscuro. ¿Quizás la había pateado sin darse cuenta? ¿Quizás la había dejado en otro poste?
“Déjate de tonterías. ¿La tienes o no la tienes? No me hagas perder el tiempo”
“Estaba justo aquí. ¡Lo juro! Hace sólo un minuto, justo antes de que llegaras-“
“Malaka prezoni”, el ucraniano soltó una blasfemia griega y sacó algo de su chaqueta.
Una linterna y por un momento Diego pudo ver todo. La calle sucia, las luces rotas, las persianas cerradas y el carro adelante.
Un pequeño ángel, corriendo con sus pequeños pies desnudos.
Se puso la mano en el estómago y la retiró llena de sangre.
Diego le gorgoteó una profanidad al ucraniano quien lo ignoró y simplemente lo dejó allí.
Ya no hacía tanto frío, incluso los temblores habían desaparecido.
Diego apenas tuvo tiempo para enviar un mensaje final.