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CAÍDA DOS

“¿Qué se supone que haga con esto?” Dijo Héctor devolviendo el pendrive.

El cliente estaba nervioso, por decir lo menos. Seguía lamiéndose los labios, rascándose el codo hasta sangrar y sólo la mitad de esta conducta se debía al abuso de las drogas. “Vamos hombre, es una garantía. Te pagaré el resto tan pronto como logre ganar algo. Tengo un dato hombre, tengo un dato”.

Héctor se sentó de nuevo y suspiró ruidosamente. Nunca se sentaría cuando tuviera un cliente en la tienda, pero Diego había dejado de ser un buen cliente. Un cliente desde hacía bastante tiempo, seguro ¿Pero uno bueno?

No….

Tomó una pieza de armadura y se puso a trabajar en ella para mantener sus manos ocupadas mientras que el drogadicto pedía disculpas y continuaba diciéndole como finalmente lograría su gran golpe de suerte y pagaría todas sus deudas.

Arregló un detalle en la axila, el cliente se había quejado que se le hundía en la piel haciéndola muy incómoda. Tenía mucha pericia en la confección de armaduras hechas a la medida. Solo tomó sus herramientas y la arregló. Sí, pasó sus dedos sobre la curva, sin lugar a dudas había un borde afilado que podía morder la tela. Sólo tenía que limar un poco y poner una cinta de tela y quedaría más suave. Héctor cortó la tela con sus dientes y la puso en su lugar como un experto. La giró en la luz y ésta apenas podía notarse.

“El torneo, hombre. Te digo que nos vamos a hacer ricos, asquerosamente ricos”. Diego puso el pendrive de nuevo sobre el mostrador. Sus dedos estaban sucios, sus uñas estaban peor y su ropa hedía a droga. Puso el pendrive en el mostrador con reverencia.

Extrañamente, era la única cosa limpia del hombre.

“Asquerosamente, sin lugar a dudas”, dijo Héctor levantando la vista hacia su cliente. “Por última vez, no soy un manager deportivo. Yo hago armaduras, las arreglo, las arreglo a la medida. Eso es lo que mi padre hacía y eso es todo lo que sé hacer. No sé un carajo sobre los deportes.

“Pero, pero eso es. Es perfecto, te lo digo. Las chicas usan armaduras. ¿No te das cuenta que es una unión hecha en el cielo?” Diego unió sus manos para resaltar la idea.

Héctor inspiró fuertemente e instantáneamente se arrepintió, el olor era…intenso. “Diego, sólo empéñala y tráeme parte del dinero que me debes”, dijo, tratando de zanjar el asunto.

“No, hombre. Sólo a ti te confío a mi mujer”.

“Eso es…Guao. Tan incorrecto en muchos niveles”.

“La casa de empeño la venderá”, dijo Diego con la cabeza agachada. Se limpió las uñas nerviosamente. “Al menos contigo, sé que será bien tratada, como yo lo he hecho”.

Héctor se inclinó hacia adelante y puso el pecho de la armadura a un lado. “Diego, por favor, no me malentiendas, pero necesito decirte esto y trataré de ser lo más claro posible. Me importa un carajo tu mujer, y me importa un carajo tus apuestas. Necesito el dinero que me debes. Canvas viene a cobrarme mañana. Piensa en algo, vende la clave de tu cadena de bloques, lo que sea”.

Diego se mordió el labio, sus ojos miraban a todas partes, hacia afuera, a la calle. Héctor podía darse cuenta que el hombre quería correr, pero no lo iba a detener, era una causa perdida. Debía haberlo pensado mejor y no trabajar con un drogadicto, pero Diego era un cliente desde hacía mucho tiempo. Su padre lo habría detenido en seco, pero Héctor era muy blando para los negocios.

No era ninguna sorpresa que se estuviera hundiendo.

Su silla crujió. Sus estantes estaban prácticamente vacíos, no tenía clientes.

Giró en su silla y tomó una decisión. “Diego, vete al carajo y consígueme el dinero. Por favor, ahora déjame hablar por teléfono con clientes que paguen de verdad, para ver si logro una orden de último minuto”.

Héctor le dio la espalda.

Diego se congeló y no dijo nada durante algún tiempo. Luego se fue de la tienda.

Pickle Pie

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