Читать книгу Pickle Pie - George Saoulidis - Страница 11
ОглавлениеCAÍDA SIETE
Diego le envió un texto raro. “Mira dentro de la alacena. Cuídala.
Héctor trató de llamarlo pero su teléfono no contestó. Estaba demasiado cansado y agitado para preocuparse por los pensamientos incoherentes de un drogadicto, así que lo ignoró y subió a tomar una siesta. Tan pronto como cayó en la cama sintió un sueño que lo arropó por completo como una sábana.
Algunas horas después se sintió mejor. No se sentía completamente fresco pero eso serviría por el momento. Apenas logró evitar pisar a Armadillo. La mascota lo miró enojado porque había olvidado alimentarlo. Estaba entrenado para que presionara el auto alimentador con comida seca por lo que nunca corría el peligro de morir de hambre por negligencia suya, pero el elegante bastardo prefería la comida enlatada.
Héctor revisó la alacena. “Sí, lo siento Armadillo”, dijo bostezando. “Resuélvete con la comida seca. No compré comida para mí tampoco. Estaba muy ocupado tratando que no nos asesinaran”.
El Armadillo se levantó y movió sus patas delanteras.
“Sé que sobrevivirías, pero ¿Qué tal éste viejo blando?” Héctor lo hizo a un lado. “Ah, voy a buscar víveres, la verdad es que no tenemos nada”.
El día estaba agradable. La ciudad seguía siendo una mierda, pero el haber logrado más tiempo de vida hacía que todo se viera sobredimensionado, los colores, los aromas, la vida alrededor de él. Normalmente usaría la camioneta, incluso para una distancia tan corta, pero hoy quería sentir el aire conocido, absorber el monóxido de carbono. Cruzó la avenida Syggrou, ignorando las prostitutas en sus esquinas. Se desvió dos calles de su ruta para ir al lugar usual de reuniones de Diego, detrás de un sitio de apuestas.
Héctor no estaba interesado en los deportes. Por primera vez en su vida se dio cuenta de los carteles y las estadísticas sobre el fútbol, básquetbol y Fórmula 1, clásica y eléctrica, pero sus ojo se fueron hacia el torneo de Ciberpink. Era difícil no notarlo, todo el espectáculo estaba diseñado para atraer la mirada masculina, al tiempo que te robaba tus ahorros.
Entró al sitio de apuestas. Pantallas sobre pantallas con estadísticas, repeticiones, partidos, todos con Realidad Aumentada (RA) controlada y con sonido holográfico direccional para que cada quien pudiera oír el partido que le interesara, lo que hacía que el lugar tuviera un raro efecto de eco, como si estuviera embrujado. Hombres y mujeres apostaban a los equipos, los resultados, los jugadores, el Jugador Más Valioso (JMV) y para sorpresa de Héctor, a las heridas de los jugadores.
Se dio cuenta que no sabía nada sobre Ciberpink. ¿Había algunas mujeres en los equipos? ¿Y algo sobre una calavera? ¿Una calavera de perro por alguna razón? ¿Y puntos?
Eso era todo lo que sabía. Su implante útilmente destacó el resultado de una búsqueda en su RA pero lo descartó. Se sentía muy cansado para aprender cosas nuevas en ese momento.
¿Dónde estaba Diego? Este era su sitio usual. Le preguntó al dependiente.
“Vaya hombre. ¿También te debía dinero?”
Héctor se dio cuenta del uso del verbo en pasado. “Sí, pero no es por eso que estoy preguntando. Conozco al bastardo desde hace años”.
“Oh, hombre, lo lamento entonces. Mis condolencias”.
Héctor retrocedió. “¿De qué puto estás hablando?”
“Lo mataron esta mañana, hombre, a dos cuadras de aquí. Estaba frágil por todas esas drogas y se desangró antes que alguien pudiera ayudarlo. Lo siento, en verdad lo siento y no vas a recuperar tu dinero. Diego no tenía cuenta bancaria ni nada. También me debía y tuve que hacer que un hacker revisara todo”.
Héctor forzó una sonrisa. “Una actitud muy comercial de tu parte”, dijo sin expresión.
El hombre se encogió de hombros. “Es lo que es, hombre. Si supieras cuan a menudo he tenido que hacer esto, no me juzgarías. En cualquier caso ¿te interesa colocar una apuesta? Las Beasties son fuertes candidatas para ganar la copa este año”. Levantó un ORA en la palma de su mano. Un Objeto de Realidad Aumentada que podía ser visto por cualquiera en su veil, es decir, casi todo el planeta. Era una mujer con armadura, endiabladamente sexy, con el culo levantado y labios seductores. “Esa es Sirena, mi favorita. Preciosa, ¿No? ¿Cuál te gusta?”
El hombre levantó la vista y en realidad parecía interesado en saber su respuesta.
“Uh, no estoy interesado en los deportes. ¿Dónde dices que mataron a Diego?”
El dependiente tocó el número de una calle y compartió el mapa con Héctor.
“Gracias”.
“De nada. Ven y apuéstale a Sirena ¿Sí? ¡Dinero garantizado!” Le gritó mientras se iba.