Читать книгу Pickle Pie - George Saoulidis - Страница 7
ОглавлениеCAÍDA TRES
Héctor cerró la tienda y se fue al apartamento de arriba. Escribió algunos emails y después de beber un ouzo barato los envió a algunos clientes a través de una encriptación PGP. Era media noche, pero su clientela no era exactamente el tipo de gente que mantenía un horario de 9 a 5 por decir lo menos.
Sorbió más ouzo para sentirse un poco relajado y se fue al balcón. Atenas se veía en calma. La vista no era muy buena, sólo un cielo borroso, marrón amarilloso por la humo niebla. Las lámparas LED de la calle lo hacían verse peor. Él estaba en una calle paralela a la avenida Syggrou, la calle tenía algunas tiendas de artesanos cómo él que vendían artículos especiales. Armas de fuego a la medida, empuñaduras, equipos, juguetes sexuales. Los clientes pertenecían al tipo no-preguntes-no-digas-nada. Aliases, negocios en canales encriptados y pagos en criptomonedas.
Todo de la manera usual.
Mañana debía tener 10 mil para Canvas. Echó una mirada hacia su campo de visión para ver la hora. Le quedaban trece horas.
Canvas, el ejecutor local de Defensa Ares se aparecía mensualmente a pedir su parte del dinero. A cambio, te mantenía a salvo, principalmente de él mismo. Canvas era un titán, una torre de músculos y poder. Le gustaba follarse a los muchachos. A dos en particular: Michael y Ángelo. Le encantaba tomar largas caminatas por las tiendas, para mantener la paz y sacarles la sangre a sus enemigos para pintársela en el cuerpo. Le gustaba que uno de sus novios le pintara el cuerpo con sangre mientras se follaba al otro.
La verdad era que había videos y todo lo demás.
Héctor los había visto mientras se tapaba los ojos durante la mayor parte del tiempo de la exhibición. Tenía que admitir que era buena pornografía, bajo dos condiciones: Una, tenía que gustarte un trío gay, lo cual no le gustaba a Héctor y dos, debías de alguna manera ignorar el hecho que una persona había muerto sufriendo mucho dolor para que pudieras tener esta hermosa pieza de pornografía.
Y ese hombre estaba a punto de tocar a su puerta en unas pocas horas.
Olvídate de los emails.
Héctor regresó al interior de su casa y se dedicó a la app encriptada. Haría algunas llamadas y molestaría a alguna gente. ¿Qué podían hacerle? ¿Matarle?”
“Sí, los detalles están en el email que le envié. Ordene ahora con un pago inicial y obtendrá 50% de descuento en diez armaduras. Así es. Excelente, tan pronto como el dinero esté seguro, lo contactaré para que me dé sus especificaciones. ¿Ok? Perfecto, es un placer hacer negocios con usted”.
Héctor colgó. ¡Sí! Cuatro mil euros, Era algo.
El resto no había respondido o decían que no necesitaban nada en este momento. Héctor revisó las noticias. No había nada sobre disparos, allanamientos de morada, asesinatos corporativos, nada.
Maldición.
El negocio se disparaba cuando cosas como esas pasaban. Se sintió como un buitre, pero ¿qué se suponía que debía hacer? ¿No sentirse feliz cuando un ataque terrorista en el centro de la ciudad atrajo a cinco nuevos clientes en un día?
Terminó el resto del ouzo de un solo trago. Tamborileó sobre la mesa. Se sintió energizado y un poco ebrio. ¿Dormir? Bah. Dormiría cuando muriera.
Cargó el perfil social de Canvas en su veil y caminó alrededor de su taller.
Tenía que haber algo allí que le permitiera salvarse de una paliza.
¿Esta armadura contra motines? Podía ajustarla para el cuerpo enorme del tipo. Pero era voluminosa y fea. Hecha para una protección máxima. Sí, era intimidante, pero Canvas no necesitaba ayuda en ese departamento.
¿Un casco? ¿Algo con llamas? ¿Qué le gusta a los gays? ¿Flores?
Héctor se rió. El estrés que sentía por su muerte inminente lo hizo sentirse confuso, pero no podía evitarlo. No, en su mente se vio a si mismo presentándole un casco floreado al titán y lograr que lo pisotearan allí mismo sobre un charco de sangre y a Michael hundiendo su brocha en su sangre y limpiándola ligeramente con un gesto extravagante.
No.
Necesitaba algo que Canvas amara que jode.
Héctor se detuvo frente a lo que él llamaba el protector de putas. Era una armadura transparente, flexible. Una protección del pecho para damas, una armadura líquida que se transformaba por un impacto y podía absorber una bala, era transparente para que pudieran hacer alarde de su físico y/o la ropa interior cara. Era a prueba de cuchillos, a prueba de agua y confortable. No te protegía de calibres más grandes pero obviamente necesitarías más relleno para eso. Esta armadura estaba diseñada con un propósito específico, protección personal con estilo.
Héctor la levantó con sus brazos. Era pequeña, apenas podría cubrir el lado izquierdo de Canvas, mucho menos su cuerpo entero.
¡Esa era la respuesta! Arte. Podía dividirla con…
Héctor puso la armadura sobre su mesa de trabajo, sin una pizca de sueño y su mente más despierta que nunca. La muerte inminente tenía ese efecto en un hombre. Tenía poco tiempo para trabajar en ella. Podía hacerlo. Ordenaría un par de piezas, que llegarían alrededor de las once…
Tomó su martillo. “Hefestos, dame la fortaleza, te dedico esto como mi pieza más importante”, murmuró y se puso a trabajar.