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CAÍDA OCHO

Nadie se había preocupado por lavar la sangre.

Héctor se quedó allí con las manos en los bolsillos de su chaqueta. La sangre era roja en los bordes, seca, ahora se veía negruzca-marrón. No era rosada. Esto no era un partido deportivo. No era un espectáculo en el veil, o en la red o en Realidad Virtual.

Había conocido a Diego por más de 10 años y eso es bastante tiempo cuando sólo tienes 30. Prácticamente toda tu vida de adulto. En realidad no era un amigo, pero conocía al bastardo bastante bien.

Se habían emborrachado algunas veces juntos, compartido algunas risas. Menos cuando se volvió un adicto, desde ese momento todo se reducía a la siguiente apuesta de Diego. Nunca fue el mejor de los clientes, pero siempre pagaba sus deudas con datos que conseguía en la calle y otras oportunidades. La mayoría era pura mierda, pero algunos de sus datos en realidad habían dado resultados.

Y ahora todo lo que quedaba de él era una mancha al lado de la calle. Un envoltorio de comida botado se había pegado en la sangre seca.

Basura pegada a la basura.

Se pasó la media hora siguiente caminando arriba y abajo por el callejón tratando que alguien le atendiera el teléfono. El cuerpo de Diego había sido recogido e iba a ser dispuesto por la ciudad de Atenas. Él quería ser reciclado, que una planta naciera de él. Le informaron a Héctor que su amigo era un adorador de Deméter.

Héctor sonrió con sorpresa. No había conocido este lado de consciencia ambiental de Diego. La ciudad había declinado la solicitud del testamento por falta de fondos, naturalmente. Ni siquiera una iglesia corporativa daba donaciones a la gente, mucho menos a los muertos.

Héctor lo pensó durante un minuto.

“Pagaré por el funeral y por su deseo. Envíenme la cuenta”. 1.200 euros decía en el email.

Revisó su cuenta bancaria, tenía 1.700 euros. “Lo añadiré al resto de lo que me debes, bastardo estúpido”, le dijo a la mancha de sangre.

“¿Perdón, señor?”

“Nada, me encargaré de ello en este momento”.

Trancó el teléfono, pagó la cuenta electrónicamente y fue por los víveres, aunque ante el sólo pensamiento de la comida en ese momento lo hacía vomitar.

Pickle Pie

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