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El origen de la muerte

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El Antiguo Testamento describe la naturaleza o condición de la muerte solo brevemente, y menciona de manera sucinta su origen. En lugar de entrar en detalles, se limita a narrar una historia simple pero profunda, y luego permite al lector reflexionar sobre sus implicaciones.

Después de que Dios creó a los primeros seres humanos, les dio un lugar especial para vivir: el Jardín del Edén. Todo en él les pertenecía, excepto una sola cosa. “Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás” (Gén. 2:16, 17, NVI). Dios les había permitido el uso de cada parte de su buena creación, y solo estableció que no podían comer del fruto de un solo árbol; difícilmente algo que ellos no pudieran cumplir.

Las Escrituras no entran en extensas explicaciones teológicas o científicas de lo que sucedió en el árbol del bien y del mal. El Génesis dejó mucho para que la revelación posterior desarrollara, y seguiremos sin conocer muchos detalles hasta que nos encontremos con Dios cara a cara.

Génesis 3:1 dice que “la serpiente era el más astuto de todos los animales salvajes que el Señor Dios había hecho”. El autor bíblico no explica cómo un ser que formaba parte de una creación física a la que Dios gozosamente llamó “buena” (Gén. 1:31) podría volverse contra su Creador. Tampoco nos dice cómo y por qué llevó a la pareja humana, que se suponía que tenían dominio sobre ella, a la desobediencia. El Nuevo Testamento ofrece pistas sobre el accionar de una serpiente mayor, pero Génesis está más interesado en cómo la pareja se lanzó voluntariamente a la rebelión contra el Creador.

La mujer (que todavía no ha recibido nombre) se encuentra con la serpiente un día.

“¿De veras Dios les dijo que no deben comer del fruto de ninguno de los árboles del huerto?” (vers. 1), afirmó la serpiente.

Por supuesto, el Creador nunca había dicho tal cosa. La serpiente utiliza una gran mentira para engañar a la mujer. Hace una distorsión tan grande en una dirección, que la mujer –sin darse cuenta– se balancea hacia el otro extremo en su esfuerzo por corregirla.

“Claro que podemos comer del fruto de los árboles del huerto –contestó la mujer–. Es solo del fruto del árbol que está en medio del huerto del que no se nos permite comer. Dios dijo: ‘No deben comerlo, ni siquiera tocarlo; si lo hacen, morirán’ ” (vers. 2, 3).

La mujer agregó elementos al mandato de Dios, haciéndolo más estricto de lo que era. La tergiversación por parte de la serpiente del mandato de Dios sembró en la mente del ser humano la posibilidad de hacer algo diferente de lo que su Creador les había pedido que hicieran. Si la pareja hubiera obedecido el mandato divino, habrían sabido lo que era confiar en Dios. En cambio, al escuchar a la serpiente y luego hacer lo que sugería, llegaron a conocer solo la desconfianza.

A primera vista, lo que dice la serpiente a continuación parece cambiar el tema. Pero esa era realmente la meta hacia la que todo el tiempo se había estado dirigiendo. La criatura le dijo: “¡No morirán!15 Dios sabe que, en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos y serán como Dios, con el conocimiento del bien y del mal” (vers. 4, 5).16

La pareja humana comió la fruta prohibida, especialmente porque el fruto del árbol “era deseable para adquirir sabiduría” (vers. 6, NVI). El hombre y la mujer ansiaban sabiduría, pero solo obtuvieron vergüenza y miedo (vers. 7, 8). Nuestros primeros padres anhelaban ser dioses, pero solo causaron que la imagen de Dios –que ya poseían (Gén. 1:27)– resultara trágicamente dañada. Habían usado su libertad, parte de esa imagen, y la habían transformado en desobediencia y esclavitud al miedo y a la muerte. Habían pecado. El pecado conduce al desorden y al caos en todos los aspectos de la vida. Y la muerte es el desorden supremo.

El primer engaño

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