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Capítulo 2 El misterio del sueño
ОглавлениеCuando su auto tomó la curva cerrada, Greg Johnson no vio el parche de hielo. Vertiginosamente, su vehículo se deslizó lateralmente fuera del pavimento, luego se enderezó violentamente, saltó por un empinado terraplén y se dirigió hacia un enorme roble. La parte delantera del automóvil se estrelló contra el tronco del árbol, deteniendo bruscamente su caída. El último sonido que Greg escuchó fue el de metal arrugándose. Ese terrible impulso hizo que su pecho golpeara contra el volante. El auto viejo no tenía airbag. El golpe laceró la aorta de Greg, quien comenzó a desangrarse internamente.
Minutos después, la presión sanguínea de Greg comenzó a bajar. Intentando compensar el flujo sanguíneo reducido, su corazón comenzó a acelerarse. Pronto, la presión y la cantidad de sangre que llegaba al cerebro de Greg bajó demasiado y él cayó en la inconsciencia. El cerebro humano debe recibir constantemente grandes cantidades de oxígeno y azúcar a través de la sangre para seguir funcionando. No tiene reservas.
Como un rascacielos que corta la luz y la calefacción en cada piso para conservar energía durante una emergencia, el cerebro de Greg se fue apagando nivel tras nivel. Primero falló la corteza cerebral. El tronco encefálico y la médula aguantaron un poco más, manteniendo la respiración, pero esta era cada vez más irregular. Finalmente, el corazón casi vacío se detuvo, fibrilando durante unos minutos antes de dejar de funcionar.
Greg no sintió mucho. Durante un corto tiempo, inmediatamente después del impacto, su cerebro bombeó endorfinas: analgésicos naturales. Luego, cuando entró en coma, ya no importaba. A medida que el nivel de oxígeno se desplomaba en el cerebro, sus células se llenaban de toxinas y comenzaron a morir. Toda una vida de recuerdos y habilidades se desvaneció. Su pérdida fue irreversible. Su cerebro estuvo muerto en quince o treinta minutos, y otros órganos pronto comenzaron a fallar y desintegrarse. El sistema nervioso central colapsó más rápido, mientras que el tejido conectivo de las estructuras musculares y fibrosas tardó más. Las células hepáticas continuarían funcionando durante horas.
Poco a poco, la cara de Greg adquirió una palidez grisácea. Sus ojos, al principio vidriosos y ciegos, en cuatro o cinco minutos perdieron su brillo y se volvieron opacos cuando las pupilas se dilataron. Pronto los globos oculares se aplanarían.
Se había desvanecido en ese reino desconocido y aterrador conocido como la muerte.
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